Los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia (rectamente formada) para expresar sin miramientos sus convicciones.
El Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica PostSinodal Sacramentum Caritatis señala:«El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe»
En esta ocasión compartimos una reflexión Gustavo A. Martínez Zuviría ― conocido por su seudónimo Hugo Wast― acerca de la realidad de muchos políticos que se llaman a sí mismos Católicos o tradicionales y que suelen dejar mucho que desear con su forma de comportarse.
Pero ¿cómo han de hacerlo, si en asuntos más trascendentales, ellos mismos son sin proponérselo ni pensarlo siquiera, los mejores colaboradores del diablo en la guerra fría?
¿Qué vemos cuando fundan un partido político y levantan una bandera que quiere ser distinta de las otras y lanzan un programa para que el pueblo se entere de que no son como los otros partidos? Pues lo que ofrecen, palabra más o menos, viene a ser lo mismo que ofrecen los otros: aumento de salarios, ventajas materiales, alimentos baratos, educación democrática…
En ningún artículo una afirmación clara de su fe. Parecieran temerosos de espantar con ella al problemático votante.
A lo sumo, en forma discreta, se declaran partidarios de mantener las tradiciones de la Patria…
¿La palabra “tradición” quiere aquí significar “religión católica”?
Porque en un pueblo de inmigración como el nuestro, donde se están fundiendo tantas razas, son muy pocas las tradiciones verdaderamente nacionales dignas de configurar una bandera política.
Si lo que se quiere significar con la palabra “tradición” es, por ejemplo, la enseñanza religiosa, el matrimonio indisoluble, el mantenimiento en la Constitución de la fórmula del juramento católico del presidente de la República, ¿por qué no declararlo francamente?
Las precauciones con que en los supremos momentos de la lucha política, los católicos buscamos maneras de decir sin decir lo que querríamos decir, pero que no nos atrevemos a decirlo, es una de las características de la confusión liberal en que vivimos. Los amigos de Cristo escondemos o disimulamos su bandera, mientras los amigos del diablo flamean orgullosamente la suya.
Estos desolados artificios son aspectos de la guerra fría y de ello no se puede echar toda la culpa al diablo. Él hace su oficio preparando los caminos del Anticristo y nosotros no hacemos el nuestro; más bien lo ayudamos.
«Navega hacia alta mar«, Hugo Wast.
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