Los instrumentos de las buenas obras

🗓️3 de febrero de 2022 |

Estos son los instrumentos del arte espiritual. Si los manejamos incesantemente día y noche y los devolvemos en el día del juicio, recibiremos del Señor la recompensa que tiene prometida: «Ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman».

Ante todo, «amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas»,y además «al prójimo como a sí mismo».

Luego, no matar.

No cometer adulterio.

No hurtar.

No codiciar.

No levantar falso testimonio.

Honrar a todos los hombres.

No hacer a otro lo que uno no quiere para sí.

Negarse sí mismo para seguir a Cristo.

Castigar el cuerpo.

No entregarse a los deleites.

Amar el ayuno.

Alegrar a los pobres.

Vestir al desnudo.

Visitar al enfermo.

Sepultar al muerto.

Socorrer al atribulado.

Consolar al afligido.

Hacerse extraño al proceder del mundo.

No anteponer nada al amor de Cristo.

No ceder a la ira.

No guardar rencor.

No tener dolo en el corazón.

No dar falsa paz.

No abandonar la caridad.

No jurar, no sea que acaso perjure.

Decir la verdad con el corazón y con la boca.

No devolver mal por mal.

No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren.

Amar a los enemigos.

No maldecir a los que le maldicen, sino más bien bendecirlos.

Sufrir persecución por la justicia.

No ser soberbio,

ni aficionado al vino,

ni glotón,

ni dormilón,

ni perezoso,

ni murmurador,

ni detractor.

Poner su esperanza en Dios.

Cuando viere en sí mismo algo bueno, atribúyalo a Dios, no a uno mismo.

El mal, en cambio, impúteselo a sí mismo, sabiendo que siempre es una obra personal.

Temer el día del juicio.

Sentir terror del infierno.

Desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual.

Tener la muerte presente ante los ojos cada día.

Velar a toda hora sobre las acciones de su vida.

Saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando.

Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual.

Guardar su boca de conversación mala o perversa.

No amar hablar mucho.

No hablar palabras vanas o que muevan a risa.

No amar la risa excesiva o destemplada.

Oír con gusto las lecturas santas.

Darse frecuentemente a la oración.

Confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas.

Enmendarse en adelante de esas mismas faltas.

No ceder a los deseos de la carne.

Odiar la propia voluntad.

Obedecer en todo los preceptos del abad, aun cuando él -lo que no suceda- obre de otro modo, acordándose de aquel precepto del Señor: Haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen (Mt. 23, 3).

No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad.

Poner por obra diariamente los preceptos de Dios.

Amar la castidad.

No odiar a nadie.

No tener celos.

No tener envidia.

No amar la contienda.

Huir la vanagloria.

Venerar a los ancianos.

Amar a los más jóvenes.

Orar por los enemigos en el amor de Cristo.

Reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.

Y jamás desesperar de la misericordia de Dios.

Capítulo IV, Regla de los monjes de San Benito.

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La Cumbrera

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