El pasado 26 de abril falleció a los 78 años en la residencia sacerdotal «El Buen Pastor» de Pamplona el sacerdote don José Antonio Sayés Bermejo (Peralta, Navarra, 1944 – Pamplona, 2022), después de una larga enfermedad neurodegenerativa. Era el menor de tres hermanos, ya fallecidos, uno de los cuales, Juan, también fue sacerdote.
Autor de más de 40 libros[1], articulista, conferenciante prolífico por todo el mundo, formador de seminaristas, director de retiros espirituales; apologeta y animador de fecundos campamentos de verano en España y en otros países europeos…, el padre Sayés era Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana y profesor de Teología Fundamental en la Facultad de Teología del Norte de España. En 1972 fue alumno de Joseph Ratzinger en un curso sobre la Eucaristía. Ordenado sacerdote en 1968 después de sus estudios en el seminario de Pamplona, colaboró con el cardenal de Viena, Von Schönbor, en la redacción del Catecismo de 1992.
Del padre Sayés se ha dicho que se trata de uno de los teólogos más importantes en España durante las últimas décadas. El comentario se queda corto y peca de injusticia. El padre Sayés ha sido de los pocos teólogos que ha salvado la dignidad científica y académica de la teología en el posconcilio.
En tiempos revueltos, llenos de confusión, tibieza y traición, el padre Sayés fue fiel a Cristo y a la Iglesia. Fue fiel a la Tradición y al Papa. Y fue fiel al Concilio, a su sacerdocio y a la teología.
Decía Juan Pablo II que la «teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de un doble principio metodológico: el auditus fidei y el intellectus fidei. Con el primero, asume los contenidos de la Revelación tal y como han sido explicitados progresivamente en la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio vivo de la Iglesia. Con el segundo, la teología quiere responder a las exigencias propias del pensamiento mediante la reflexión especulativa»[2].
Cuando la teología, rebelándose contra sus raíces y su naturaleza, quiso vivir al margen de la Revelación divina, de la Tradición Apostólica y del Magisterio Pontificio, buena parte de la Iglesia se dejó llevar por estos falsos profetas, por comodidad, por desidia, o por mundanidad. Pocos se opusieron a ese vendaval que todo lo contaminaba, todo lo retorcía y todo lo emponzoñaba. Se quedaron solos en muchas ocasiones, con el silencio o la felicitación clandestina de los «buenos». Y no cayeron en ninguna tentación esperpéntica o delirante. Fueron fieles al Señor, como San Atanasio, en la incomprensión generalizada.
El padre Sayés fue un modelo paradigmático en este sentido. No se dejó llevar de un análisis reduccionista y simplificador, propio de los slogans y los titulares de prensa. Identificó el problema. Lo situó en el tiempo. Corrigió a los heterodoxos. Hizo una llamada de atención a los responsables de la situación por acción u omisión, y buscó la santidad de vida propia y ajena, de tal manera que podemos decir de él, como San Pablo: «he combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe»[3].
1. Identificó el problema y lo situó en el tiempo. Por eso habló de una teología enferma[4] que se llama «Teología de la secularización»[5], continuación de la crisis modernista en la teología, que reaparece con fuerza en el posconcilio, pero no por el Concilio, cuyos textos no habían tenido tiempo ni poder de influencia posibles en la vida de la Iglesia, ni para bien ni para mal[6]. Aparece como influjo de la teología protestante, como prolongación de un cristianismo sin Dios en el modernismo, como contagio del mundo con el proceso de creciente laicismo que sufre Europa en los dos últimos siglos, y como manifestación en último término de la dictadura de la subjetividad humana propia de la Edad Moderna.
Decía el padre Sayés que justo después del Concilio nadie leía los textos del Concilio. Sin embargo, muchos teólogos leían a Bonhoeffer[7], Robinson[8], Cox, Altizer, Hamilton, Vahanian o Van Buren. Todos ellos venían del mundo protestante. Y se impuso en buena parte de la teología la tesis de que el Concilio habría de interpretarse de acuerdo con esta teología, previa al Concilio, que no invocaba al Concilio y que rompía con la Tradición Apostólica[9].
Ningún misterio de la fe dejó de reinterpretarse según esta nueva teología disolvente, que en realidad no era nueva, sino la actualización vehemente del modernismo que nunca llegó a desaparecer de la vida de la Iglesia[10].
Y la subjetividad trae consigo indefectiblemente tanto el relativismo como el laicismo[11]. Es la humanización de la teología, en un naturalismo, que ya condenó León XIII[12]. «Si no podemos conocer a Dios de forma objetiva por la razón, dice el padre Sayés, tampoco podemos afirmar que Cristo es Dios»[13]. Estamos ante un neofideísmo, que une la crisis del dualismo antropológico (una de las alergias de la teología enferma), a la crisis moral, porque si no se sabe quién es el hombre, tampoco se sabe que le conviene[14].
El tomismo[15] ha sido sustituido por Kant y su idealismo trascendental o por la fenomenología[16]. Y la espiritualidad del «fuga mundi» ha sido sustituida por la experiencia del encuentro, la acogida y el diálogo que, sin experiencia de Dios, convierten la solidaridad en filantropía, el amor a la naturaleza en panteísmo, la justicia social en teología de la liberación, la paz en irenismo, el ecumenismo en sincretismo, y el pluralismo legítimo en ambiguo y disperso voluntarismo[17].
Con la llegada del escepticismo a la vida de la Iglesia, las certezas de la fe se difuminan, se dudan, se discuten y se acaban negando. Es la crisis de la secularización de sacerdotes y religiosos, especialmente en el posconcilio, pero también antes. Recuérdese que la crisis de Acción Católica en España comienza antes del Concilio.
A la crisis de fe, sobreviene necesariamente la crisis de oración, y a la crisis de ésta, el vacío, que tantos sacerdotes secularizados intentaron llenar con el amor femenino[18]. El sacerdote estaba perdiendo su identidad. Ya no sería un alter Christus sino un delegado de la comunidad, un seglar más, cualificado si se quiere, pero insertado en el mundo (trabajo civil y familia), y que no buscaba interferir en el mundo, un mundo que ya no era autónomo sino independiente de Cristo Rey y providente.
Por eso, San Pablo VI dijo en 1972 que el Concilio, aunque había sido convocado buscando la «renovación y vitalidad para la Iglesia», inesperadamente desembocó sin embargo en una crisis de «proporciones devastadoras». Y añadió: «por alguna rendija ha entrado el humo negro de Satanás en la Iglesia»[19].
El Catecismo del Pueblo de Dios, los sucesivos Sínodos Episcopales celebrados después del Concilio, el Catecismo de 1992 y hasta el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia…, son algunas de las más importantes respuestas de la Iglesia para resolver la crisis neomodernista del posconcilio, interpretando el Concilio en continuidad con la Tradición Apostólica[20].
2. Corrigió a los heterodoxos. El padre Sayés, que entró al Seminario antes del Concilio, ya vio a sus profesores dudar[21]. En muchos seminarios (la mayoría, dice el padre Sayés[22]) se acogió con fascinación el cristianismo sin religión de K. Barth[23], la desmitificación de los Evangelios de R. Bultmann[24], y la epistemología subjetivista de K. Rahner[25].
K. Rahner ha condicionado como nadie la teología católica en una dirección secularizante[26]. Es el célebre «giro antropológico», una teología reducida a mera antropología[27].
Estos autores, aupados por profesores y autoridades eclesiásticas a la condición de modelos y referentes, consiguieron relativizar las verdades de fe. Ahora se comprende que ya en la época del Concilio, de cien teólogos en el Seminario de Pamplona, acudían a Misa diaria sólo media docena de seminaristas[28]. No es de extrañar que el padre Sayés fuera el único sacerdote ordenado de su promoción que vestía con alzacuellos[29]. Conventos y congregaciones enteras han desparecido víctimas del virus de la secularización[30].
Mientras tantas autoridades eclesiásticas han guardado un silencio cómplice, han acogido las herejías invocando la pluralidad o han restado importancia a su influencia perversa[31], traicionando la misión sagrada de enseñar que les fue encomendada, el padre Sayés se enfrentó a muchos de ellos, con caridad pero también con claridad.
Denunció a Walter Kasper y su concepción ambigua y simbólica de los milagros[32]. También a Xabier León-Dufour y su negación del carácter histórico de la resurrección de Cristo[33]. Se atrevió con el icono de la teología española más decadente, el padre Olegario González de Cardedal, a quien acusó de resucitar la herejía adopcionista[34]. Y es famosa la polémica del padre Sayés con las herejías del padre José Antonio Pagola[35].
3. Hizo una llamada de atención a los responsables de la situación por acción u omisión. Decía el padre Sayés que parece hoy que la situación de la teología es mucho más tranquila que en el posconcilio. Puede que así sea en algunos aspectos. Sin embargo, esta percepción es mera apariencia. Para el padre Sayés, «se ha encontrado una forma de convivencia eclesial basada en la tolerancia y el encubrimiento práctico de lo que en realidad se piensa o se enseña». Y este pluralismo teológico con frecuencia es puro subjetivismo, decía el cardenal Ratzinger[36]. Dice el padre Sayés que vivimos un periodo confuso donde se agolpan en masa las herejías a las puertas de la Iglesia, de tal manera que «un teólogo que quiera ser fiel a la doctrina queda relegado». Permanecen vivas las verdades fundamentales, pero están oscurecidas en la teología y en la predicación[37]. El ilustre padre José María Iraburu retrataba esta situación de forma dramática: el prestigio hoy es más fácil si el teólogo es disidente. El teólogo fiel es reiterativo, incomprensible para el hombre moderno, anticuado, superado. La fidelidad es una condición desfavorable para enseñar en seminarios y facultades eclesiásticas[38].
La ortodoxia es una condición desfavorable o excluyente para enseñar en un seminario o facultad universitaria en Occidente. El refractario será causa de problemas en un ambiente liberal, y acabará marginado, perseguido y tachado de integrista[39].
El padre Sayés, añade que sin duda hay excepciones, pero no son muchas. «Lo normal es que los obispos callen. Han encontrado un modus vivendi en el trato con los disidentes: tolerancia y silencio»[40].
El padre Iraburu señala que la tentación más importante de los obispos no es el autoritarismo, sino el dejar hacer propio de la política convencional, buscando el triunfo personal y la popularidad, olvidando las palabras del apóstol: «si todavía tratara yo de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal. 1, 10).
El padre Iraburu denuncia que se ha perdido el sentido cristiano de la autoridad, que ha sido sustituido por una visión liberal. Contra las leyes canónicas y contra lo que Cristo y los santos han enseñado de palabra y obra, numerosos obispos, párrocos, superiores, religiosos, padres de familia, maestros y profesores no ejercen la autoridad que les es propia. Son incapaces de tomar decisiones impopulares. Invocan el bien de la Iglesia para ser estimados por todos, también por los mundanos, tolerando lo intolerable: herejías extendidas y sacrilegios arraigados. Ante la denuncia, responden con buenas palabras, pero nunca hacen nada. Y así el mal sigue avanzando[41].
La Conferencia Episcopal Española publicó en 2006 un documento sobre los errores de interpretación del Concilio: Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. El texto habla de los últimos decenios y de una secularización interna de la Iglesia, que ha pretendido ampararse en un Concilio que nunca ha existido. Para el padre Sayés es grave que no se citen los nombres de los infractores, salvo aquellos que han sido amonestados por Roma, ignorando una praxis multisecular de la Iglesia. Los herejes no se darán por aludidos, porque el texto no les cita, y como tampoco son cesados porque nadie con autoridad les acusa, seguirán contaminando al pueblo de Dios impunemente. Así nos va.
Francisco J. Carballo
[1] Abordó los temas más delicados y controvertidos con rigor, claridad y ortodoxia, en títulos como Dios existe; Ciencia, ateísmo y fe en Dios; Teología para nuestro tiempo: la fe explicada, ¿Por qué creo?, Teología y relativismo, La Verdad de la fe, Teología moral fundamental, Cristianismo y filosofía, La Trinidad: misterio de salvación, Cristología fundamental, La Iglesia de Cristo: curso de eclesiología, Cristianismo y religiones: la salvación fuera de la Iglesia, El misterio eucarístico, Teología de la creación, La Gracia, El tema del alma en el Catecismo de la Iglesia Católica, Moral de la sexualidad, Más allá de la muerte, El demonio, ¿realidad o mito?…
[2] JUAN PABLO II, Fides et ratio, 65.
[3] 2 Timoteo 4, 7.
[4] José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, Madrid: BAC, 2012, p. IX.
[5] Esta teología de la secularización coincide con muchos postulados de la Ilustración y de la Revolución Francesa (ib., p. 23-28).
[6] Cf. ib., p. 9. Son heridas, señalaba Sayés, que siguen abiertas (ib., p. X).
[7] Cf. ib., p. 11-15.
[8] Cf. ib., p. 15-23 y 37-38.
[9] Cf. ib., p. X y 5.
[10] El modernismo, «compendio de todas las herejías», había sido condenado en 1907 por San Pío X en la encíclica Pascendi Dominici gregis, cuyas recetas de precaución y buen gobierno siguen pareciendo necesarias. Muy poco antes lo había hecho el decreto Lamentabili Sane Exitu, que condenaba la tesis historicista del sacerdote francés Alfred Loisy, que postulaba la evolución del dogma, de las instituciones o de los sacramentos. En 1910 Pío X promulgó el motu proprio Sacrorum Antistitum, conocido como «Juramento antimodernista», que debía ser pronunciado por cualquiera que quisiera conservar o acceder a un oficio eclesiástico, incluida la docencia en teología.
Sustituyendo al juramento promulgado por Pablo VI en 1967, la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Ratzinger, promulgó en 1989 una fórmula de profesión de Fe y un juramento de fidelidad para los candidatos al orden episcopal: 1. Con fe firme se deben creer todas las verdades contenidas en el Credo y en la Palabra de Dios escrita o trasmitida, definidas por la Iglesia como divinamente reveladas. 2. Firmemente se deben acoger y retener las verdades acerca de la doctrina sobre la fe y las costumbres definidas por la Iglesia de modo definitivo. 3. Hay que acatar con religiosa deferencia de la voluntad y el intelecto las enseñanzas que el Pontífice Romano o el colegio episcopal disponen cuando ejercen su magisterio auténtico, aunque no pretendan proclamarlos como un acto definitivo (Stefano M. PACI, «Un juramento excesivo», 30 Días 55 (1992), p. 41-43).
Pío XII también publicó en 1950 una encíclica contra los errores modernos. Se tituló Humani Géneris. Más de un siglo antes, el Papa Gregorio XVI había condenado el liberalismo relativista en Mirari vos (1832) y el catolicismo liberal en Singulari vos (1834). Y poco después, en la misma dirección, Pío IX había publicado en 1864 dos documentos que abordaron los errores modernos de inspiración naturalista (Quanta cura y Syllabus).
Los máximos representantes del modernismo fueron el padre Alfred Loisy (catedrático de hebreo y Biblia, excomulgado y cuya obra fue incluida en el Índice de libros prohibidos, como le ocurrió a la mayoría de sus correligionarios), George Tyrrell (teólogo irlandés converso desde el anglicanismo, jesuita expulsado y excomulgado); Herman Schell (sacerdote alemán y profesor universitario de apologética), los sacerdotes franceses Louis Duchesne (catedrático de historia eclesiástica), Marcel Hébert (profesor universitario de filosofía y secularizado), Henri Bremond (exjesuita, excomulgado) y Albert Houtin (también secularizado); los sacerdotes italianos Romulo Murri (secularizado y excomulgado, uno de los padres de la democracia cristiana, que osciló desde la extrema izquierda hasta el fascismo mussoliniano), Giovanni Semeria y Ernesto Buonaiuti (profesor universitario de historia eclesiástica, antifascista y excomulgado); el arzobispo francés Edouard Mignot y su Vicario, el padre Birot; el teólogo austriaco Friedrich von Hügel; los filósofos franceses Maurice Blondel y Édouard Le Roy (amigo de Teilhard de Chardin), el poeta italiano Antonio Fogazzaro (que se retractó cuando fue advertido), Carl Muth (escritor y editor alemán de la revista católica Hochland, que acabó diluyendo su confesionalidad para convertirse en un foro abierto al debate sin ningún a priori), o Mary Petre (monja dominica inglesa, amiga de Tyrrell)…
El modernismo, influido por el agnosticismo kantiano y el protestantismo liberal, rechaza la capacidad de la razón para conocer a Dios. La religión estaría en el interior del hombre y la revelación divina sería una experiencia religiosa personal. El dogma por lo tanto sería el resultado de la elaboración que realiza el creyente sobre sus propios pensamientos según las circunstancias. El magisterio público sólo reconocería en realidad una conciencia común que proclama como dogma. La Sagrada Escritura sería una colección de experiencias extraordinarias de los creyentes. Y la Iglesia un mero ámbito donde comunicar a otros las propias experiencias religiosas, conservando y propagando esos sentimientos. Para el modernismo todas las representaciones de la realidad divina son simbólicas y nada es permanente. Todo en la Iglesia debería ser adaptado a las circunstancias de tiempo y lugar. Por eso, decía San Pío X que el modernismo niega el carácter sobrenatural de la Iglesia «no desde fuera, sino desde dentro».
El «desenfrenado afán de novedades» modernistas (cf. GREGORIO XVI, Singulari nos, 5) entre teólogos y pastores era ya un problema grave en la vida de la Iglesia más de un siglo antes del Concilio Vaticano II y reaparece con fuerza no en los textos del Concilio, aunque lo intentase, sino en su interpretación posterior.
[11] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. X.
[12] Cf. LEÓN XIII, Libertas praestantissimun, 12.
[13] Sobre el conocimiento de Dios por la razón, vid. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. X y 67-123.
[14] Cf. ib., p. X-XI. Es la negación de la moral objetiva que reivindicó Veritatis splendor, y que fue combatida por el neomodernismo en 1968 con Humanae vitae (ib., p. XII). Esta encíclica de San Pablo VI, respuesta a la revolución sexual que promovió el mayo francés de 1968, fue rechazada por el padre Curran, que encabezó una declaración de la Universidad Católica de Washington, con el apoyo de doscientos «teólogos». En España numerosos «teólogos» rechazaron también la encíclica, entre ellos el célebre Olegario González de Cardedal (cf. REDACCIÓN, «Una ola de protestas contra el estatuto clerical para la televisión y radio», en Iglesia-Mundo 53 (1973), p. 15).
[15] Cf. Teófilo URDANOZ, «La crisis de la Iglesia coincide con el abandono de la doctrina aquinatense», en Iglesia-Mundo 90 (1975) 23-26.
[16] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. XII y 9.
[17] Cf. ib., p. XI.
[18] Cf. ib., p. 6.
[19] Ib., p. 10. En la Exhortación Pastoral sobre el Año Santo, el Papa San Pablo VI habló de los enemigos infiltrados en la Iglesia: «Fermentos de infidelidad aparecen en la Iglesia y tratan de socavarla desde dentro». Ponen «en entredicho la obligación de obedecer a la Autoridad, querida por el Redentor» (PABLO VI, «Habla el Papa», Iglesia-Mundo 86 (1975), p. 5-13).
[20] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 34.
El Papa San Pablo VI en Francia ante el episcopado francés descalificó el progresismo posconciliar y el integrismo que absolutiza lo que es relativo en la Iglesia. El Papa sabe de los abusos y los reprueba, y condena el progreso que niega las raíces, y la nostalgia de otros tiempos que niegan el desarrollo legítimo sin admitir que el espíritu del Señor actúa hoy en su Iglesia con sus pastores unidos a Pedro. Pablo VI afirma justo al terminar el Concilio que éste no es una novedad sino que es la misma Tradición. Y que la inserción de la Iglesia en el mundo sólo puede hacerse desde las normas de la Tradición (cf. Jean GUITTON, Diálogos con Pablo VI, Madrid: Los Libros del Monograma, 1967, p. 340 y 345). Vid. también Victorino RODRÍGUEZ, «El progresismo denunciado por el Papa», Iglesia-Mundo 203 (1980), p. 10-11; y REDACCIÓN, «El Vaticano pide a los obispos españoles su recta aplicación», Iglesia-Mundo 380 (1989), p. 30.
[21] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 4. En una entrevista en la revista Ecclesia añadió: «Yo, por ejemplo, durante mis años de formación nunca recibí una clase de teología sobre el demonio. Ni en el seminario ni en la Universidad Gregoriana, la de los buenos tiempos que yo conocí. Y he escrito un libro sobre el demonio, porque yo mismo quería tener clara la cuestión».
[22] Cf. ib., p. 5.
[23] Cf. ib., p. 41-47.
[24] Cf. ib., p. 47-54. La contestación del padre Sayés a Bultmann aparece en José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 125-139.
[25] Cf. ib., p. X. Quienes han estudiado teología saben perfectamente que todavía hoy muchos manuales atienden a estos y otros autores análogos como fuente de autoridad de primera categoría, como si fuesen Padres o Doctores de la Iglesia, mientras la enseñanza oficial de la Iglesia recibe una atención cuantitativamente menor, y en todo caso como otra aportación más al tema objeto de estudio, que se presenta como una cuestión siempre abierta…
[26] Cf. ib., p. 54-66.
[27] Sobre el influjo de Rahner en la teología, vid. la obra del padre Sayés, La esencia del cristianismo. Dialogo con K Rahner y H. U. von Balthasar.
El padre dominico Victorino Rodríguez también consideró heterodoxa la teología de Karl Rahner. Confuso y contradictorio, confluyen en su pensamiento el sentido sobrenatural y el naturalismo antropocéntrico, el dogmatismo trascendental y el historicismo agnóstico, la voluntad de ortodoxia y la aceptación de aporías antidogmáticas (cf. Victorino RODRÍGUEZ, «Entrevista sobre su pensamiento teológico», Iglesia-Mundo 276 (1984), p. 19). Tampoco es aceptable su concepción de la Gracia, por influencia de la Nueva Teología y de su existencialismo. Rahner rechazaba la Gracia como hábito entitativo accidentario, como si la Gracia fuese una sustancia y no una cualidad inherente al alma. Rahner pretendía identificar la Gracia con la sustancia del hombre, como un constitutivo ontológico interno del ser humano, confundiendo el orden natural con el sobrenatural, y cayendo en el panteísmo (cf. Victorino RODRÍGUEZ, «Entidad de la gracia santificante», Iglesia-Mundo 437 (1991), p. 12-13).
[28] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 6.
[29] Cf. ib. El sacerdote que viste aseglarado incumple el CIC antiguo y moderno.
[30] Cf. ib., p. 7. En el Québec desapareció la vida consagrada, según denunciaba el Cardenal Ratzinger en su libro Informe sobre la fe: Madrid: BAC, 2005.
[31] Sería cosa digna de otro artículo explicar cómo algunas autoridades eclesiásticas han sido fuertes con los débiles, y débiles con los fuertes. Sobre todo cuando los débiles tenían alguna querencia de corte clásico… El padre Uraburu lo expresa así: «duramente autoritarios con los hijos de la luz y liberalmente permisivos con los hijos de las tinieblas» (José María URABURU, Infidelidades en la Iglesia, Pamplona: Gratis Date, 2005, p. 29-30).
[32] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 29-30.
[33] Cf. ib., p. 30-32.
[34] Ib., p. 32-33.
[35] La gravedad de la disputa obligó a la Conferencia Episcopal Española a publicar en 2008 una nota de condena del libro «Jesús. Aproximación histórica» del padre Pagola, donde se niega desde la divinidad de Cristo, hasta la divinidad de la Iglesia. Vid. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 141-194. El 11 de marzo de 2014, en el «Centro Loyola» de los jesuitas en San Sebastián, el padre Pagola pronunció una conferencia delirante titulada «Volver a Jesucristo. Recuperar la frescura original del Evangelio». Allí se dijo que «los decretos del Concilio no tienen poder para cambiar a la Iglesia, pueden cambiar algunas cosas, pero no el espíritu ni la dinámica de la Iglesia». Hasta los modernistas dicen sin querer alguna verdad. Por eso, no pueden invocar los textos del Concilio, y no tienen más remedio que invocar un espíritu del Concilio, desconocido e indefinido, para justificar lo injustificable.
[36] Cf. Cardenal Josep RATZINGER, Informe sobre la fe, op. cit., p. 79.
[37] Cf. José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 35.
[38] Recuerdo que, hace ya unos cuantos años, en el examen complexivo de final de carrera en una licenciatura teológica en la Universidad Pontifica de Comillas, me tocó exponer un tema a elegir entre tres que salieron en sorteo. Escogí por su aparente facilidad, el contenido y la historia del Sacramento de la Penitencia. Después de media hora de exposición, los miembros del tribunal empezaron a realizar preguntas sobre el tema durante otra media hora. Todo iba bien hasta que uno de los jueces quiso saber cuánto conocía yo sobre las teorías alternativas a la enseñanza oficial de la Iglesia sobre este Sacramento. Contesté que poco o nada. Sé que estaban en el manual y que eran materia de examen, pero he concentrado mi atención en la historia y la doctrina de la Iglesia sobre el Sacramento. Me replicaron que cómo era posible despreciar a numerosos autores de prestigio internacional que sostenían interesantes aportaciones que ensanchan nuestro horizonte, ofrecen nuevas perspectivas para el contraste de pareceres, y enriquecen nuestro conocimiento del misterio. Fui sincero. La verdad es que no me interesan. He leído por obligación sus argumentos y no aportan nada sustantivo, solo se dedican a erosionar nuestras certezas de fe. Resultado del examen: no apto.
[39] Cf. José María URABURU, Infidelidades en la Iglesia, op. cit, p. 9.
[40] José Antonio SAYÉS, Teología y relativismo, op. cit., p. 35.
La permisividad episcopal con las heterodoxias que circulan en la Iglesia ha sido una constante en el posconcilio. El padre Vitoriano Rodríguez, entre otros, denunció el Catecismo para preadolescentes aprobado por el Episcopado español con dos tercios de votos favorables. El texto rezumaba vaguedades, imprecisiones, confusiones, equívocos, omisiones y errores (cf. Victorino RODRÍGUEZ, «Catecismo para preadolescentes», Iglesia-Mundo 131 (1977), p. 29-32).
[41] Cf. José María URABURU, Infidelidades en la Iglesia, op. cit., p. 29-30.
(Madrid, 1967) Doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Ciencias Religiosas y máster en Doctrina Social de la Iglesia. Es autor de varios libros, estudios académicos y artículos sobre pensamiento social cristiano.