Derrotarás dragones

🗓️17 de febrero de 2022 |

Los cuentos de hadas superan la realidad; no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos revelan que pueden ser vencidos

G.K. Chesterton

1990 es la fecha en que se vomita una ley que consagra la destrucción de la educación, la celebérrima LOGSE, orgullo de esa banda disfrazada de partido (obviamente PSOE) y mantenida por la otra banda (PP), cuya máxima aspiración es ser eficaces gestores (de la obra de los otros, claro).

Una de las muchas espinas venenosas de esa ley es la proscripción de la buena literatura, que las sucesivas leyes educativas (realmente parches a la original) han ido ahondando y consagrando.

Yo lo viví, pero mucho más mitigado que mi hermano pequeño, actualmente en la ESO. Veo, con una mezcla de sorpresa y horror (absurdo por mi parte, viendo el panorama), las lecturas que le ponen en lengua, conjunción de bodrio y basura. Pero el cénit se completa con los libros que le mandan leer, de escritores irrelevantes (no mereciéndose en la mayoría de los casos adscribirlos a tan alta vocación), perpetradores de ramplones folios, publicadas por editoriales escolares, voceras del «nivelazo´´ general del país. Creíamos antes que la lectura debería elevar el nivel de cada persona, no contribuir a degradarlo aún más. Pues no. Durante miles de años se han equivocado. Así piensan los profesores, dignos retoños y fieles colaboradores de este indigno sistema. Mejor no hablar de ellos en este momento.

Los chicos, desde bien pequeños hasta la universidad (y después también), se ven privados de la gran fuente nutricia de la literatura. Los buenos libros, como los bautizó John Senior, son indispensables para su correcto desarrollo y aprendizaje. Les transmiten vivencias, conocimientos, correcto uso del idioma, fertilizan su imaginación, les proporciona grandes conceptos, independencia de criterio… Así hasta mil ejemplos.

El profesor Senior observaba, ya en los 70, como los chicos llegaban a la universidad, seguramente muchos prometían, pero no tenían la base suficiente (gracias a lo anterior descrito) para absorber los conocimientos requeridos. Les faltaban libros. Les faltaba beber esa pócima encerrada en las páginas de los libros, cuyo efecto se potencia cuantos más se abren.  Los que tienen inquietudes e interés se ven conducidos al autodidactismo, para huir de este “páramo intelectual”, en estas circunstancias sí certera y oportuna expresión.

Uno piensa y teme que acabemos como en esa magistral novela distópica de José Javier Esparza, El final de los tiempos, cuya élite había escondido en profundos sótanos todos los libros, testimonio del saber y de la cultura ancestral. En ese olvido provocado, entre otros muchos actos, basaban su tiranía. Idea no muy alejada de la realidad nuestra, pues este entramado no es fruto del azar, sino de un plan magistral, llevado muy bien a la práctica, cautelosamente y por tiempos. Una revolución antropológica, como muy bien explica Fernando Paz en Despierta, para destruir al hombre actual y crear otro, a la imagen y semejanza de unos tíos sin escrúpulos, pero con mucho dinero y con vocación de dioses (diosecillos sería más oportuno) y complejo de salvadores.

En nuestras manos está impedirlo y motivos hay para la esperanza. No nos queda otra que luchar contra este contradiós (nunca mejor dicho), por mucho que queramos evadirlo y escondernos. Podemos huir durante un tiempo, pero no nos libraremos de encontrarnos con la realidad de frente. Y ahí no hay escapatoria. Cuanto antes se combata, menores serán los destrozos.


Juan Carlos Gómez

Historia y Literatura