Aristóteles y Santo Tomás, los dos grandes pilares del sentido común

🗓️29 de abril de 2024 |

Empaparnos de la escolástica de Santo Tomás de Aquino, de pensadores católicos como G.K. Chesterton y de la lectura de encíclicas papales nos ayuda  sobremanera a separar el trigo de la cizaña, lo bueno de lo malo, lo legible de lo ilegible de un mismo ‘ismo’ (o doctrina). Nos hace mirar las causas humanas con cierta distancia intelectual, para saber identificar los vicios y las virtudes de cualquier moda o corriente de pensamiento, sin apoyarlas de manera categórica ni condenarlas en su totalidad. Nos permite percibir mucho mejor el claroscuro, la escala de grises.

De facto, Aristóteles, a quien se le puede considerar el Santo Tomás de Aquino del mundo precristiano, fue el filósofo de la antigüedad con mayor capacidad para establecer categorías, para identificar los elementos que unen y los matices que separan, para deslindar el trigo de la cizaña, en definitiva, para no caer en los ‘ismos’; distinguió, a diferencia del resto de los sabios griegos, entre los elementos análogos, unívocos y equívocos (cuando los demás se dejarían, seguramente, arrastrar por uno solo de los citados); no reducía la realidad a las matemáticas, como Pitágoras; ni todo a los átomos, como Demócrito; ni todo al alma, como Platón; ni todo al agua, como Tales de Mileto; ni todo al progreso, como Heráclito; ni todo al inmovilismo, como Parménides; ni todo al aire, como Anaxímenes; ni todo al caos, como Anaximandro; ni todo al placer, como Epicuro; etcétera. 

Así pues, leer a Santo Tomás de Aquino y a G.K. Chesterton nos permite adoptar una intelectualidad de corte aristotélica frente a los ‘ismos’ de la modernidad; para no reducir la realidad al mundo que crea nuestra mente, como hacían Kant y Descartes; para no confundir la autorrealización con la búsqueda del poder y el triunfo de la voluntad, como predicaba Nietzsche; para no simplificar el devenir de la historia a fórmulas científicas, como Comte, Darwin, Hegel y Marx; para no confiar excesivamente en que el mercado y las cosas se terminan ordenando por sí solas, como Hayek y Adam Smith; para no incardinarlo todo a los materialismos socialistas y capitalistas, unidos ambos por relegar la felicidad al status socioeconómico (cada cual a su manera); para no pensar que la experiencia abarca la totalidad del conocimiento humano, como los empiristas (Locke, Berkeley y Hume); para no creer que la intuición y la pasión son las únicas fuerzas que movilizan al hombre, dejando lo empírico completamente de lado, como Henri Bergson; para no percibir a las personas como enteramente malvadas, como Hobbes; para no pasarse al extremo contrario de interpretar que somos buenos por naturaleza, como Rousseau; etcétera, etcétera, etcétera…

En síntesis, si Aristóteles fue el puntal del equilibrio en el mundo antiguo, para no caer en los ‘ismos’, Santo Tomás de Aquino ha sido el gran continuador de su obra en la modernidad. 

Por esto, uno de los aforismos más emblemáticos de G.K. Chesterton reza así: “El mundo moderno está repleto de antiguas virtudes cristianas desquiciadas, que se han desquiciado porque se han separado de las demás y ahora vagan solas”

En otras palabras, dichas virtudes cristianas se han desquiciado, porque mantenían la cordura al convivir en equilibrio y armonía con las otras, unidas por haz del cristianismo; y al separarse de la cristiandad que las equilibraba y domesticaba, han enloquecido, para vagar solas en forma de ‘ismos’.

Es completamente razonable que perder el equilibrio cristiano entre las virtudes provoque que éstas degeneren en ‘ismos’; puesto que un ‘ismo’ es la terminación que da nombre a cada ideología, e “ideología” significa “la lógica de la idea”; lo que supone monopolizar y reducir la realidad a la lógica de dicha idea; así pues, para el socialista, todo obedece a la lógica de lo social; para el capitalista, a la lógica del capital; para el platónico, a la lógica de Platón; para el cartesiano, a la lógica de Descartes; etcétera. Son como religiones paganas, pero sin misticismo, lo que se conoce como “teologías secularizadas”. 

Y es, precisamente, el intelectual católico quien se posiciona como reticente a “la lógica de una idea”. Persigue el bien común, en todos los ámbitos; valora lo legible e ilegible de cada aspecto, separa el trigo de la cizaña, la virtud del vicio, sin monopolizar y simplificar la realidad al cumplimiento de unos ‘ismos’; ‘ismos’ que, por cierto, se focalizan excesivamente en una dimensión de lo existente, lo que lleva a sus predicadores al olvido del resto de las realidades convivientes. 

Por esto, afirmo sin cortapisas que el catolicismo es el ‘ismo’ del ‘anti-ismo’; del mismo modo que lo fue Aristóteles en la era precristiana.


Ignacio Crespí de Valldaura de Gonzalo

Escritor consagrado, que empezó su andadura como periodista (en renombrados medios de comunicación de tirada nacional, como el Grupo Intereconomía), para terminar recalando en los artículos filosóficos, la novela y el ensayo. Tengo múltiples publicaciones en ABC, El Debate y El Diario de Colón (del cual soy director y fundador). También, trabajo como redactor para ‘blogs’ de ‘pymes’, con el objetivo de dar visibilidad a la empresa familiar (como buen discípulo del distributismo de Chesterton). Además de ejercer como articulista, estoy embarcado en la concepción de un apasionante ensayo filosófico -de inspiración chestertoniana- y de una divertidísima novela satírica. Soy licenciado en Derecho, con un título superior y un postgrado en Marketing y Comunicación, además de ejercer como auditor de cuentas en la empresa familiar (como distributista de pro que soy).