La aprehensión del liberalismo apremia a una incursión etimológica previa. Acudiendo a fuentes convencionales, las dos acepciones más manidas sobre el término libertad (quizá producto de la hegemonía liberal) presentan, por un lado la cualidad política de libre o manumiso, y por otro lado, la traducción de la palabra griega “lipto” (desear) en alusión al deseo y la desinhibición. Un maridaje de ambas sería algo así como la manumisión, o la desinhibición del deseo. Lo que encajaría sin forzadura ninguna con la reivindicación del liberalismo, de la no norma como norma definitoria de la libertad. Una incuestionable contradicción a tenor de la necesidad de la existencia de un principio o norma definitoria para cada cosa, salvo que la libertad se presente como ente o causa originaria que pudiera explicarse por sí sola o dar el ser. De disponer de la mencionada cualidad, la libertad sería, causa primera, motor, y camino para que el hombre se signifique y defina como tal. Una libertad que ocuparía el lugar de Dios con la originalidad del primer pecado. La musa del liberalismo.
El filósofo materialista autor de la obra El sentido de la vida [i]sostenedor de que la vida no puede tener un sentido único, sino múltiples; retoma así el carácter nominalista del liberalismo. Con habilidad y erudición depura la musa liberal de su endeble metafísica y de su antropología humanista, y le da un enfoque materialista y funcional. Acepta las condiciones electivas del liberalismo, sometiéndolas (eso sí) a todos los elementos accidentales, poder político incluido.
Hay que tener en cuenta que el materialismo es lo opuesto al humanismo, pero no lo contrario. Se opone a que el hombre sea el centro del universo pero no a que tome las riendas de su vida con la mayor oportunidad posible, esto es, se opone al egotismo, pero no a la soberanía de la razón humana. Desde este planteamiento, el filósofo materialista parece rechazar la licenciosidad y se queda con la licencia, la cara (en apariencia) razonable del liberalismo. Emplea con éxito para ello, una sofisticación preposicional; la distinción entre
“ libertad de “ (la del naturalismo liberal), y “ libertad para (la del liberalismo funcional). El quid de la cuestión es que en ambos casos dicha libertad opera en el orden de los fines; sean pues dos libertades finalistas. Atiéndase por ejemplo la “libertad de lanzarse por un precipicio “ y la “ libertad para lanzarse por un precipicio “, o la “ libertad de cátedra “ y la “ libertad para enseñar “. Todo lo más, lo único que diferenciaría a esas dos libertades sería el origen potestativo. Más el planteamiento no da para el discernimiento primordial entre licencia y capacidad. Pongamos por caso, el procedimiento del sufragio universal que otorga licencia para votar sin tener en cuenta las capacidades políticas y morales de los electores, la única diferencia (de haber alguna) entre ser libre de votar o libre para votar, está en la licencia concedida por el Estado.
La tarea de disociar la capacidad de la licencia y la licenciosidad, en la práctica resulta imposible si la libertad no queda cualificada de antemano, esto es, establecida acorde a la naturaleza de las cosas y dirigida a los fines que le son propios al hombre, por los cuales interacciona, se asocia y busca la trascendencia. De lo contrario, la licenciosidad puede ser elevada a la categoría de fuerza de ley mediante la licencia, justamente como se observa en la actualidad con el nihilismo jurídico dominante. Danilo Castellano subraya que un poder no cualificado es el que tiene el propósito de autocualificarse y que se autocualifica en dicho poder, arbitrariamente[ii]. Idéntica afirmación se puede objetar a la potencia de la libertad sentada en la licencia, una libertad no cualificada que pretende autocualificarse. El filósofo materialista llega a definir la libertad del hombre en los términos de “potencia (poder o capacidad) para causar sus actos”. La pregunta es de qué potencia se trata. A lo que agrega que la libertad es un “atributo de la persona “, sin especificar cuáles son los atributos de dicha libertad o de la potencia de la misma.
Por la perspicacia de Donoso Cortés (entre otros) conocemos que las dos propiedades de la libertad son la voluntad y el entendimiento[iii]. La elaboración de una matriz de doble entrada que combine ambas, podría darnos alguna pista acerca de la enorme diferencia existente entre poder o licencia, y capacidad. Vaya por delante que la buena voluntad no se entiende sin interiorizar e incorporar a nuestras acciones un carácter desprendido hacia los demás, por tanto hablamos de voluntad no en el sentido mundano de volición, sino en un sentido elevado, de entereza, de cohesión interna del ser, de integridad como anuncia el Evangelio (San Mateo,5, 27-32)[iv] En tanto que el entendimiento se define por el nivel de aprehensión de la realidad.
Partiendo de ambas definiciones, de la libertad en tanto capacidad se pueden captar cuatro estados visualizados en la siguiente tabla:
Matriz voluntad-entendimiento
ENTENDIMIENTO VOLUNTAD | ALTO | BAJO |
BUENA | Estado de máxima capacidad | Mundanización del sentimiento |
MALA | Perversión del ingenio | Estado de mínima capacidad |
Fuente: Elaboración propia
En resumen, cuanto más elevados sean la voluntad y el entendimiento, mayor será el estado de capacidad, la potencia para tomar las decisiones correctas, y por tanto la libertad; con independencia del poder o licencia conferidos al sujeto. De resultas, más que un atributo inmanente de la persona se puede decir que la libertad es una cualidad subsiguiente al aprovechamiento de las propiedades de la voluntad y el entendimiento, verdaderos indicadores del estado de capacidad de todo hombre. Empero para el filósofo materialista se trata de una atribución a priori, de una dote plena de inmanencia, que emerge sin más, de la facultad racional para decidir a sabiendas de las circunstancias. Un conocimiento de causa, sin causa de conocimiento, en donde puede tener cabida toda disposición racional de la voluntad pues. Vistos los términos presentados, podemos decir que el ilustre filósofo entiende por libertad, la efectividad racional de la voluntad humana; es decir, lo que el hombre es capaz de conseguir de todo aquello que se proponga en un mundo circunstante. Para el caso, nada debe entrometerse en la efectividad racional del hombre. De lo que se deduce que mantiene vivo el núcleo operativo (efectivo) del liberalismo.
Gran diferencia cabe entre ponerle límites a la “voluntad libre” alabada por Hegel, o ponerle cauces a la voluntad para hacerla buena y dichosa. En el primer caso, se hace irrefrenable dar patente de libertad (con las correspondientes licencias políticas) a la manumisión del querer; la presunción de capacidad tan defendida por el liberalismo. En el caso de los cauces para la formación y plenitud de la buena voluntad; la religión y la tradición que la sustenta, ofrecen un aporte constante al estado de capacidad del hombre. La tradición y la religión son los dos cauces que hacen que el “ determinismo causal “ (en realidad circunstancial) que citaba el filósofo materialista, no sea determinante. Hablamos de los dos factores medulares de las comunidades humanas allende a las circunstancias diferenciales de las personas. Factores que permiten sobreponerse a tales circunstancias, sin los cuales, los hombres, vagan a imagen de la vegetación arrancada que en función de su peso será en mayor medida desplazada por los vendavales, en una u otra dirección.
Lo que denota la falsedad de las producciones inmanentistas sobre la libertad (ya sean liberales o materialistas, ya se den la libertad los hombres a sí mismos, o la encuentren en y por sí mismos), es el afán del hombre de dignificar en relación a terceros todo cuanto hace. No concuerda la necesidad de trascendencia, tan propia del hombre, con la inmanencia de tratar la libertad como elemento fundante de los supuestos múltiples sentidos de la vida. El hombre dignifica lo que Dios santifica, de tal modo que la libertad no es una capacidad inmanente sino un estado de capacidad trascendente: el padre que porta el sustento, la madre que amamanta a los hijos, el mando que adiestra a los soldados, el médico que socorre a los enfermos, la maestra que instruye a los niños, el cura que atiende a los feligreses, el rey que vela por los súbditos, la monja que ruega por nosotros, el pastor que cuida y da la vida por sus ovejas…desde la noche de los tiempos, el hombre dignifica lo que Dios santifica. La fe y la tradición llevan la intercomunión entre los hombres a su punto más álgido, y aunque un pensador desnude la libertad de toda musa filosófica; no quedará libre de la inmanencia liberal hasta que no se ponga en manos de lo sacro.
[i] Gustavo Bueno.( 1996 ). El sentido de la vida: seis lecturas de filosofía moral. Pentalfa ediciones
[ii] Danilo Castellano. (2016). Martín Lutero: el canto del gallo de la Modernidad. Marcial Pons. Madrid, Barcelona, Buenos Aires y Sao Paulo.
[iii] Juan Donoso Cortes. (1949). Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo, y el socialismo considerados en sus principios fundamentales. Espasa Calpe, Argentina.
[iv] Los Cuatro Evangelios: versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. (2006). Biblioteca de Autores Cristianos.
Doctor investigador en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.