La inversión de los valores: la rúbrica de satanás.

🗓️24 de enero de 2022 |

El vientre de una madre, su matriz, es un espacio concebido para albergar y dar vida y, el proceso de la gestación, una experiencia que es la más entrañable y maravillosa que ningún ser humano podría experimentar. Cualquier madre lo sabe. Sin embargo, los que practican el aborto, convierten ese espacio de vida y esperanza en un espacio de muerte y desasosiego, haciendo que semejante decisión y práctica sea la experiencia que más rasga profundamente el alma y la existencia de las personas, tanto la de la mujer como la del hombre.

La rectitud de “honrarás a tu padre y a tu madre” para devolverles a los mayores, en el ocaso de sus vidas, los cuidados y atenciones que con tanto cariño nos ofrecieron cuando éramos pequeños, queda sustituido por la fría y despiadada eutanasia. Un tipo de egoísmo de difícil comprensión que camufla, tras el espejismo de un acto de amor por facilitar una muerte digna a alguien a quien decimos querer, un desprecio a la vida deshaciéndonos de la carga de quienes requieren de nuestro cariño, dedicación y cuidado.

Nos están enseñando a matar a nuestros hijos para luego convencernos de que matar a nuestros padres también es justificable… Parece que quieren convencernos de que vivir sin ataduras ni responsabilidades hacia los demás nos hace más libres, cuando en realidad nos deshumaniza y nos cierra al amor, y una libertad sin amor ¿para qué sirve?

La familia, la institución nacida del santo sacramento del matrimonio en la que aprendemos a amar, a discutir, a perdonar, a convivir, a reír, a disfrutar, a descubrir, a aceptar las diferencias de los otros y a superarnos a nosotros mismos, nos la venden como una estructura rígida y anticuada que nos impide disfrutar de la libertad y de la vida. A cambio nos ofrecen zafarnos de ella con efímeras propuestas de culto al individualismo y a la propia voluntad sin rendir cuentas a nadie. Nos dicen que sólo seremos alguien cuando podamos decidir por nosotros mismos, que lo primero es el “yo”, el trabajo, el estatus, el prestigio, la posición, el dinero y una vida social muy activa porque eso nos hará felices. La realidad es que es significativo el vacío y abandono que sienten aquellas personas que se ven desprovistas del afecto y la alegría que proporciona la vida en familia.

Las separaciones y los divorcios se suceden porque cualquiera de los dos quiere hacer su propia vida antes que trabajarse su orgullo con perseverancia para ofrecerse al otro en una suerte de equipo de dos e ir de la mano en el devenir de la vida. Lo que fue un bello amor declarado que desembocó en una promesa matrimonial, queda deformado por la soberbia y se transforma en odio amargo hacia el otro con el único deseo de quedar por encima y machacarlo. Además, muchos están convencidos de que es inútil un ejercicio de humilde reconocimiento de los errores desde la honestidad para reparar un daño causado; estamos tristemente empecinados en que la posición propia es la que hay que hacer prevalecer por encima de todo, incluso al precio de destrozar los sentimientos del cónyuge y la seguridad en el crecimiento y educación de unos hijos nacidos de aquel amor inicial.

A través de los medios de comunicación recibimos de forma insistente mensajes dañinos destinados a dominar y someter al otro en vez de complementar sus capacidades y reforzar sus habilidades para, de forma recíproca, contribuir a desarrollarnos al máximo hasta ser las personas que estamos llamados a ser en un proceso de continuo crecimiento. La verdad convenida que nos cuentan toma un protagonismo inmerecido y esconde falsedad. Parece que decir y defender la verdad es poco rentable y compensa recurrir a la mentira, cuando en realidad es la falsedad la que destruye las relaciones humanas por lo mucho que socava la confianza entre las personas. Nos quejamos de que nos mienten y somos los primeros en faltar a la verdad.

En un agotador esfuerzo por descubrir algo que nos llené el alma, caemos en falsas espiritualidades, hedonismo, materialismo y un sinfín de caminos que nos presentan como atractivos, pero que en realidad nos alejan completamente de Dios y de la fe, llevándonos a vivir en un sinsentido de experiencias para la búsqueda del placer momentáneo. Al final son sucedáneos de llenado vital que acaban defraudándonos por el vacío que nos dejan. Le damos más valor a lograr seguidores y algunos “likes” en la realidad virtual creada por las redes sociales, que a esforzarnos en ofrecer con generosidad un trato humano auténtico a personas necesitadas de recibir cercanía y calidez en sus corazones.

Y en la política, qué decir. Los políticos, que son elegidos por el pueblo, se sirven del pueblo para su propio beneficio. Legislan dando prioridad a paradojas y medidas injustas como defender al que asalta y ocupa un domicilio, mientras encarcelan al que se defiende legítimamente del asalto. Las ayudas las reciben quienes jamás han contribuido a la económica española y los que contribuyeron con su esfuerzo personal y tributaron en proporción, se ven desprovistos de prestaciones por las que les fueron cobrados elevados impuestos. Lo que es malo nos es presentado como bueno -seamos tolerantes con ello- y lo que es bueno nos lo presentan como malo -ojo a los radicalismos y extremismos-. Y cuando nos paramos para reflexionar sobre esta dinámica en la que nos hemos metido solitos, llegamos a la dura y contundente conclusión de que quien no tiene valores, tiene precio, y nos damos cuenta de que por ese precio han caído y caerán políticos, empresarios, funcionarios y profesionales de todo tipo.

El caso es que muchas personas dicen vehementemente que, si Dios existiera, no habría tanta maldad en la tierra y la realidad es que se olvidan asumir la parte de responsabilidad que les toca, ya que, si el hombre obedeciera las leyes de Dios, no habría tanta maldad en la tierra.

La inversión de los valores es la rúbrica de satanás y tristemente estamos en un mundo en el que la inversión de los valores es la tónica general.