“La aventura podrá ser loca, pero
el aventurero ha de ser cuerdo”
(G.K. Chesterton)
Una economía social tradicional
Chesterton fue antiliberal, desde la defensa de la pequeña propiedad para todos, y fue antisocialista, desde la justicia social basada en el evangelio. Por ello su propuesta distributista, fundada en el gremialismo histórico, el tradicionalismo político británico y el Magisterio social católico, fue despreciada por las grandes ideologías dominantes, que situaron al Estado o al Mercado como las divinidades contemporáneas.
Chesterton, empero, es muy conocido. Sus frases legendarias a modo de aforismos, lo popularizan en las redes sociales, sus sentencias clarividentes son muy virales a la hora de despertar conciencias en la lucha contra la “ingeniería social”, y su pluma excelsa le sitúan en los primeros puestos en ventas. Es ese escritor brillante al que respetan muchos de sus supuestos enemigos ideológicos, el converso al catolicismo que recupera la militancia de la fe, y el sabio aún vigente al que recurrir para defender lo más valioso de la tradición.
Pero sus grandes novelas y sus ensayos muy vendidos a día de hoy, no pueden disociarse de su pasado discurso político-social. Las andanzas del Padre Brown, las reflexiones teológicas presentes en “Ortodoxia” (1908) y “Herejes” (1905), o el análisis humano contenido en «El club de los negocios raros» (1905) y en «El Hombre que fue Jueves» (1908), responden a una cosmovisión social clara: volver atrás para comprender el pasado y salvar el futuro, recuperando la dimensión tradicional del ser humano como “ser social” unido en comunidad con el cielo y la tierra.
Distribuir la propiedad de manera equitativa, en función del mérito y la capacidad, organizando unidades familiares y comunitarias de producción y consumo, de base local y solidaridad regional. Esta era la fórmula de un grupo de intelectuales católicos (muchos conversos del anglicanismo) y tradicionalistas (en su versión británica) en la brutal Inglaterra capitalista y colonialista contemporánea, ante los excesos de un Mercado inhumano y de un Estado sobrehumano. Y al mismo perteneció Gilbert Keith Chesterton [1874-1976], desde una economía social bautizada como Distributismo. En textos menos conocidos como “Utopía de usureros” o “Esbozo de sensatez”, Chesterton contribuyó a esa posición político-social antiliberal y antisocialista, generalmente minusvalorada: la plutocracia dominante, la avaricia reinante y el materialismo creciente reinaban en un mundo capitalista-industrial enemigo de la vida y la fe tradicional, y donde se despreciaba la auténtica justicia y la genuina caridad. Y, así, el hombre se convertía en mero instrumento de los poderes fácticos, a izquierda y derecha del espectro ideológico.
Un movimiento distributista surgido en pleno período de entreguerras, cuando diferentes pensadores como Chesterton, Hilaire Belloc o el reverendo Vincent McNabb crearon la llamada Liga Distributista. Nacía un espacio, pequeño eso sí, de reflexión y acción antiliberal y antimarxista basado en la doctrina social católica y el corporativismo gremial, con una idea significada: “Distributismo significa que cada hombre sea su propio amo” (Chesterton, “The Purpose of the League”, 1926). Frente al individualismo y al colectivismo en pugna bajo diferentes identidades, la Liga defendió esa economía social alternativa en el mundo angloparlante desde 1926, inspirando a diferentes grupos de debate (Catholic Land Movement, Scottish Catholic Land Association) y a varios medios de difusión como The Cross and the Plough, Land for the People, Distributist). Y su programa era meridianamente claro (como se publicaba en G.K.’s Weekly):
“LA LIGA ofrece la única alternativa práctica frente a dos males: el Capitalismo y el Socialismo. Se opone igualmente a ambos; los dos llevan a la concentración de la propiedad y el poder en pocas manos para la esclavización de la mayoría.
LA LIGA sostiene: La Libertad del Individuo y de la Familia contra la interferencia de las burocracias, los monopolios o el Estado. Que la Libertad personal será restaurada principalmente mediante una mejor Distribución de la Propiedad (esto es, la posesión de las tierras, las viviendas, los talleres, los jardines, los medios de producción, etc.). Que una mejor Distribución de la Propiedad se logrará protegiendo y facilitando la posesión de emprendimientos individuales en la tierra, los comercios y las fábricas.
Por eso LA LIGA lucha por: Los pequeños Comercios y Comerciantes contra las cadenas y los monopolios. El Artesanado individual y la Cooperación de emprendimientos industriales. (Cada trabajador debería poseer una participación en los Activos y en el Control de la empresa en la que trabaja). El Minifundista y el Granjero libre contra los monopolistas de los latifundios inadecuadamente explotados. Y el Máximo de iniciativas, en vez del mínimo actual, por parte del Ciudadano” (“The Distributist Review”).
Frente a la falsa libertad formal, propia de este mundo hegemónico, que limitaba la propiedad a unos pocos poderosos, Chesterton defendía la verdadera libertad real, nacida de la extensión de la propiedad productiva a todas las familias, como escribía en “Lo que está mal en el mundo”:
“Ésta es la primera libertad que reclamo: la libertad de restaurar. Pido el derecho a proponer como solución el viejo sistema patriarcal de las Highlands, si con ello pudiera eliminar el mayor número posible de males. (…) Sólo declaro mi elección de todas las herramientas del universo, y no admitiré que ninguna de ellas esté mellada porque ya haya sido usada”.
El sistema “se había vuelto loco” y había creado una generación de locos: trabajadores alienados por el consumismo, que solo respondían a su necesidad casi animal, y trabajadores dementes por la pobreza que llamaban sin sentido a la revolución. Y ante este sinsentido dominante, con “herejes” por doquier y lunáticos armados hasta los dientes, Chesterton hablaba de recuperar la “normalidad” de siempre (con sus virtudes y sus defectos), regresando a la herencia olvidada de nuestra civilización, como escribía en “Los límites de cordura”:
“En los ensayos que siguen espero explicar por qué creo que el problema de la verdadera reforma social se divide en dos etapas y hasta en dos ideas distintas. Una es la detención de una carrera que ya se está encaminando hacia un monopolio enloquecido, invirtiendo esa revolución y volviendo a algo más o menos normal, aunque en modo alguno ideal; la otra consiste en tratar de inspirar a esa sociedad más normal algo ideal en el verdadero sentido, aunque no necesariamente utópico”.
La economía social distributista de Chesterton (y de Belloc) apostaba, así, por una posición intermedia y “normal” entre el Mercado alocado y el Estado enloquecido. En primer lugar, ante un capitalismo en manos de unos pocos, como señalaba en Los límites de cordura: “aquella organización económica dentro de la cual existe una clase de capitalistas, más o menos reconocible y relativamente poco numerosa, en poder de la cual se concentra el capital necesario para lograr que una mayoría de ciudadanos sirva a esos capitalistas por un sueldo”. Y, en segundo lugar, negando el socialismo revolucionario, que alienaba realmente a los hombres con sueños mentirosos que solo conducían al poder absoluto de unos pocos iluminados:
“Si al principio se me dice “usted no cree que el socialismo o que un capitalismo reformado vayan a salvar a Inglaterra; pero ¿cree realmente que el distributismo salvará a Inglaterra?”, contesto: “No; creo que los ingleses salvarán a Inglaterra si empiezan a tener media oportunidad”.
Mas allá del liberalismo y del socialismo
El liberalismo, ayer y hoy, se había convertido en la estrategia de la plutocracia para mandar, olvidando el progreso armónico y respetuoso de la ley natural que limitaba el individualismo necesario para la producción y el consumo desaforado (que atentaba contra el hombre y la familia promocionando, por ejemplo, la “eugenesia moderna”, como señalaba en “Eugenics and Other Evils” de 1922). El ideal elitista burgués, que defendían los liberales y al que aspiraban los socialistas, prometía la falsa seguridad del éxito instantáneo, así como una amplia oferta de lujos sin freno y derechos sin límite, pero al que muy pocos podían acceder. Ese monopolio de una minoría y esa ilusión para la mayoría, eliminaban las comunidades naturales, despreciaban las tradiciones espirituales, y dejaban solo a ser humano antes los vicios y las máquinas.
Chesterton defendía la libertad, pero no era liberal. Por ello, el Distributismo “solo” ofrecía volver a las pequeñas comunidades y a sus familias grandes, con sus dogmas seculares y sus verdades de siempre. Aseguraba, empero, un camino pequeño y duro, pero justo, de producción y el consumo, adaptándose al entorno y al prójimo, a lo que daba la tierra y proveía el cielo, a lo que nuestra mente inventaba y nuestras manos modelaban.
“Cuando la gente me dice que convertir una gran parte de Inglaterra en país rústico y hacer que viva de lo que produce significaría transformarla en un país inculto y absurdo, no estoy de acuerdo con ellos; y no creo que comprendan la alternativa ni el problema. Nadie quiere que todos los hombres sean rústicos ni aun en tiempos normales; es muy defendible que algunos de los más inteligentes se vuelvan a las ciudades incluso en tiempos de normalidad. Pero sostengo que en estos tiempos las ciudades mismas son las enemigas de la inteligencia, que los campesinos mismos tendrían más variedad y vivacidad de la que se fomenta en estas ciudades” (Chesterton, 1927).
Los oligarcas que cada vez tenían más propiedades, y sus políticos y periodistas a sueldo, se burlaban de él. Antiguo, rústico, medieval; es decir, fuera del “tiempo moderno”. Pero Chesterton y los distributistas, solos frentes a ese ”tiempo”, siguieron defendiendo a capa y espada el ideal: dar con justicia y recibir con naturalidad, desde una economía social lo más armónicamente posible, centrada en la realidad trascendental del ser humano y en el legado moral y material civilizatorio. Esa era la clave para Chesterton, y que le dará su propia originalidad: el valor sacramental de la dignidad esencial de toda persona (como trabajador y como consumidor), y la defensa de la misma en todas sus dimensiones (convirtiéndola en propietario autónomo frente a Mercados en manos de unos pocos). Por ello, el Distributismo consideraba el derecho a la propiedad familiar, legítima y ampliamente difundida, como la clave para adaptarse al tiempo presente, humanizando el capitalismo y desactivando al socialismo. En “Lo que está mal en el mundo” (What’s Wrong with the World, 1910) Chesterton defendía que “la propiedad es solamente el arte de la democracia”, Sin propiedad justa para todos no había representación genuina y estable posible:
“todo hombre debe tener algo que pueda darle forma de su propia imagen, así como él es forma de la imagen del cielo. Pero porque no es Dios, sino solo una imagen grabada de Dios, su autoexpresión debe tratar con límites; propiedad con límites que son estrictos y aun pequeños”.
La distribución ordenada y equitativa de la propiedad, desde el mérito y la capacidad, era la base de toda democracia plena. En este sentido, la idea de la propiedad privada del Distributismo era radicalmente diferente a la del liberalismo ortodoxo, que se parecía, en su opinión, al bolchevismo por un dato central: “el monopolio”. Coincidencia monopolística que encubría, además, dos maneras de esconder “el robo” (usura o expolio, como denunciaba en su texto de 1917 Utopia of Usurers), y por ello Chesterton llegaba a escribir, dentro de su ironía característica, que:
“un carterista es obviamente un campeón de la empresa privada pero tal vez sería una exageración decir que el carterista es un campeón de la propiedad privada. Capitalismo y comercialismo han tratado, en el mejor de los casos, de disfrazar al carterista con algunas de las virtudes del pirata. El punto sobre el comunismo es que solo reforma al carterista prohibiendo los bolsillos”.
Ante ambos “piratas”, Chesterton y los distributistas se embarcaban, casi en solitario, en la oportunidad de preservar, contra todo y contra todos, la verdadera independencia de la propiedad, que solo se podía encontrar en los cuerpos sociales tradicionales: la familia, los oficios y las comunidades (éstas últimas recordando la herencia de los gremios, recuperada por el guildismo o las comunidades cristianas de los monasterios).
El verdadero «progreso» del capitalismo dependía, a su juicio, no de las formas monopolísticas tan extendidas, sino de los pequeños talleres, granjas, negocios y abadías (éstas trágicamente destruidas o desamortizadas en Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII). La plutocracia capitalista, gracias a la corrección policial del “derecho de pobres” y sus famosos centros de internamiento y “preparación laboral” (las workhouses), condujeron a grandes masas de trabajadores a la esclavitud salarial, asegurándoles todo el tiempo que éste era el único camino a riqueza y civilización. Y el puritanismo industrial inglés, marcado por la integración del ideal calvinista en el anglicanismo oficial, marcó un punto de inflexión. Estado y Mercado destruían la exigencia del “buen samaritano”. Pero había una alternativa a la “locura” de capitalistas y socialistas. Pese a los regalos consumistas y a los regalos subsidiados de los unos y los otros, la razón sencilla de los hombres sencillos nunca podría ser borrada:
“No tratéis de reducir el mal industrial mostrando que es un mal incurable. No aclaréis el oscuro problema del pozo carbonífero demostrando que es un pozo sin fondo. No digáis a la gente que no hay más camino que éste; porque muchos, aun ahora, no lo soportarán. No digáis a los hombres que es el único sistema posible, porque muchos ya considerarán imposible resistirlo. Y un tiempo después, ya demasiado tarde, cuando los destinos se hayan vuelto más oscuros y los fines más claros, la masa de los hombres tal vez conozca de pronto el callejón sin salida donde los ha conducido vuestro progreso”.
Asimismo, Chesterton era social pero no socialista, como bien marcaba la enseñanza de la Encíclica Rerum Novarum; aunque el Distributismo, en muchos aspectos, se vio influido, inicialmente, por la corriente denominada como Guildismo (Guild socialism). En el seno del particular socialismo inglés del fabianismo (precursor del Partido laborista), germinó la vía guildista, como tendencia intelectual defensora de la “democracia post-industrial” fundada en la organización de Guildas (corporaciones o gremios), como base de la producción y el consumo. Bajo la sección “Fabian Arts Group” (creada en 1907 y expulsada del fabianismo en 1923), se desarrolló la idea de que estas instituciones propias de la Edad media británica debían ser restauradas, tal como Arthur Penty [1875-1937] esbozó en la Restoration of the Gild System (1906) y completó en Distributism: A Manifesto (1937).
Y el Distributismo no era socialista, como el cristianismo tampoco lo era. Compartían algunos elementos en el diagnóstico sobre la “Cuestión Social” de la industrialización, pero diferían en la solución. Había mucha pobreza y mucha injusticia, pero frente al colectivismo estatista del momento, que anunciaba el “proletariado” como única realidad material y la “revolución” como único remedio, Chesterton ofrecía el testimonio cristiano más allá del socialismo que algunos le atribuían:
“Ningún hombre razonable puede leer el Sermón de la Montaña y pensar que su tono no es muy diferente del de la mayoría de las especulaciones colectivistas de nuestros días, y los filisteos sienten la diferencia aunque no saben expresarla distintamente. Hay una diferencia entre el programa social de Cristo y el de nuestro tiempo, una diferencia profunda, auténtica e importantísima”: (…) “el ideal del socialismo moderno es una complicada utopía, hacia la cual, según espera, tenderá el mundo; el ideal del cristiano primitivo era un núcleo real que ‘vivía la nueva vida’, al que podría unirse si quería”
Una vida con tres acres y una vaca
La propuesta de Chesterton y los distributistas fue acusada de esencia anticapitalista, despreciada por su filiación no socialista y denostada como ensoñación medieval. Se le dio la espalda en su momento, y sus creaciones fueron más bien modestas ante el poder de plutocracias liberales y burocracias socialistas, parece que “hoy” aliadas en el llamado “globalismo”. Pero pese a ello, en este mismo “hoy” vuelve a ser leída y valorada como reflexión de “lo que está mal en el mundo” y de esa necesaria economía social “al servicio del hombre” que aún no “estaba loco”, por las baratijas del progreso material, o que quería “recuperar la cordura”, ante las luces del espectáculo de los poderosos del Estado o del Mercado. Y con una fórmula muy fácil: volviendo a vivir de manera sencilla y suficiente, cuidando el bienestar y luchando ante la crisis, pisando el suelo y mirando al cielo, y aspirando a tener ”tres acres y una vaca” “(“three acres and a cow”).
Para todos los que necesitaba salir del “sanatorio” público o privado, el Distributismo ofrecía ese modelo donde se puede ser “normal”: el hogar familiar, en el taller artesano, en la huerta propia, en el campo abierto, en el negocio local, en la empresa local. Ideal considerado del pasado, pero siempre eterno: tener una familia amplia, trabajar para vivir, producir lo realmente necesario, consumir los bienes de temporada, respetar el entorno natural, recuperar la moralidad pública, integrarse en la fraternidad comunal, humanizar el desarrollo tecnológico, y ligarse al designio divino: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:9). Porque sin ese ideal y ese sudor, contemplamos cada día que no hay desarrollo humano sostenible y justo posible.
Sergio Fernández Riquelme, “Distributismo: la economía social de Chesterton”. Letras Inquietas, 2021.