Pon amor y sacarás amor

🗓️20 de enero de 2022 |

En las Sagradas Escrituras, el vino es símbolo del amor, de allí que sea muy significativo que el primer milagro obrado por Jesús, referido en el evangelio de san Juan, haya sido transformar el agua en vino, un milagro que resultó a pedido de su madre, la Virgen María, como si ella le indicase así a su hijo el momento de su manifestación pública como el Mesías esperado por siglos. Se trata de una de las tres epifanías, o amplias manifestaciones del Señor, además de la Adoración de los magos y el Bautismo de Jesús.

El milagro es narrado por el evangelista san Juan con estas palabras: “Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenen las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sáquenlo ahora, les dice, y llévenlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn 2, 1-11).

En la expresión de María “Hagan lo que él les diga” encontramos la indicación precisa de lo que hemos de hacer en nuestra relación con Jesús y en la vivencia de nuestra Fe, palabras que se asemejan en mucho a la teofanía ocurrida durante la Transfiguración del Señor en el monte cuando Dios afirma: “Este es mi Hijo amado, escúchenle” (Cfr Mc 9,2-8).

En sus “Dichos de luz y amor”, San Juan de la Cruz nos convoca a actuar, en nuestra relación con el prójimo mediante estas breves palabras “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. Esto es, precisamente, lo que hizo Jesús en las Bodas de Caná, la fiesta en la que los invitados podrían considerar que, al acabarse el vino, se habría acabado el amor entre los nuevos esposos aun antes de que terminase la celebración de su boda, una ironía que la Virgen María quiso evitar y que por ello, muy considerada y algo consternada, pidió la intervención de su hijo a fin de evitar la ironía y, con ella, tan mal augurio. 

En su obra Historia de Cristo, Giovanni Papini asegura que el milagro en las Bodas de Caná fue “una verdadera transmutación obtenida con el poder que Dios tiene sobre la materia, y, al mismo tiempo, una de aquellas parábolas representadas, en vez de referidas, por medio de acontecimientos verdaderos. Para quien no se detiene en lo literal de la narración, el agua convertida en vino es otra figuración de la época nueva, que comienza con el Evangelio”. Esta época nueva prácticamente es inaugurada por Jesús al entregarnos el vino que se convierte en su sangre en el milagro eucarístico; se trata de su vida, que no es sino amor, un amor al que, tristemente, el hombre responde con una mor echado a perder, retratado en el vinagre que se le ofrece como respuesta a su sed en la cruz. Así, es una sed de amor.

¿Qué hemos de hacer para saciar esa sed de amor que el Señor tiene por nosotros? Pues principalmente comenzar por fijar nuestra atención en dos cosas: una, escucharle; y otra, hacer lo que él nos dice. Pero, ¿cómo habríamos de hacer la voluntad de Dios si no lo escuchamos primero? y ¿de qué nos valdría escucharlo si luego no hacemos lo que él nos dice que hagamos? Me gusta pensar que a la verdad de la Santísima Trinidad, que expresa la realidad de un único Dios en tres personas, pudiésemos agregarle una cuarta persona, que es humana, y que soy yo, en quien Dios vive, se manifiesta y quiere realizar su plan divino. Un sólo y único Dios en cuatro personas, tres divinas y una humana: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y cada uno de nosotros mismos.