Fue Rita Levi, según le atribuyen, aquella quien dijo que «las mujeres que han cambiado el mundo nunca necesitaron mostrar otra cosa que su inteligencia». Digo que dicen que lo dijo porque a estas alturas la certeza parece imposible y la sospecha es el pan de cada día. Muchas veces yo me pregunto qué pensaría Levi, premio Nobel de medicina, al ver el espectáculo impúdico en que se ha convertido la escena pública.
La huida no ha sido causal, claro está. Pero si algo hay evidente es que en el mundo posmoderno no queda pudor. Rita Levi vino a decir eso. Que nunca ha sido necesario enseñar los pechos para demostrar la valía. Otra Rita, Maestre, que jamás ha tenido fama de recatada, pensó que en la balanza de sus talentos dos tetas tiraban más que dos carretas. Y así fue el espectáculo blasfemo que todos conocemos. El pudor, una vez más, quedó aparcado en el atrio de la Complutense. Claro que el problema no es que una veinteañera ventilada desdeñara el pudor. La teta de Maestre fue la punta de un libidinoso iceberg profundísimo.
El pudor es la virtud que custodia la belleza. Es el alcázar del alma. Y en esta sociedad viciada, el pudor se ha visto diluido en un mar bermejo y amoratado (sic). No queda pudor, incluso si lo consideramos como el mero «miedo a la deshonra» (en palabras de Aristóteles). Es esta falta de pudor la que permite al Gobierno hablar de «matemáticas con perspectiva de género» o de talleres de exploración vaginal para niños de primaria.
Porque antes –«cuando entonces», solía decir Umbral–, aún si haber demasiada educación, existía por lo menos un temor a la indecencia. Una especie de recogimiento interior (la omertá del buen gusto) que impedía enseñar los pezones o decir estupideces desde un ambón ministerial. Pero claro, llegada la situación en que tenemos una mayoría de políticos cuyo mayor mérito curricular supone ostentar una Copa A de sujetador, la defensa pública del pudor se vuelve jeremíaca. Confío, en cualquier caso, en que pronto podamos recuperar esa decorosa compostura que nos hizo sencillamente más humanos. Y que todo cuanto nos haga falta enseñar sea nuestra inteligencia.
Estudiante de Relaciones Internacionales, Filosofía, Política y Economía. Fan de Woody Allen y Sorrentino. Dando la cara por la cruz. Pro eternal life.