¡Que reine en España el Sagrado Corazón!
Lema episcopal del Cardenal Newman: Cor ad cor loquitur.
Jesucristo, el Hombre Nuevo, nos propone un cambio radical para llegar al Cielo, y, dejándose atravesar el costado, nos muestra su Sagrado Corazón: El ejemplo más claro para tener una vida bienaventurada. Para que Cristo reine en España, tenemos que entregarle nuestros corazones para que pueda reinar en ellos.
Un pasaje de la Sagrada Biblia reza “arrancaré tu corazón de piedra y te daré un corazón de carne”. Tenemos que suplicar a Dios y a la Virgen Santísima que nos den un corazón puro, que nos renueven por dentro con Espíritu firme.
Sincronizar nuestro corazón con el de Jesús nos ayuda a superar la dureza de corazón, el vicio opuesto al don de piedad, que consiste en sabernos hijos de Dios, sus criaturas, a las que ha creado por Amor, y, por lo tanto, hermanos de toda la humanidad.
Es un amor desordenado y egoísta y nos hace insensibles a los demás, ya que sólo nos preocupamos por nuestro interés y no dejamos que lo que le sucede a los demás nos afecte. Nos da igual que los demás sufran, que no sean felices. Incluso preferimos que otros estén tristes para que nosotros estemos mejor.
La gente ofende a Dios, pasa necesidad, tiene sus miserias que nos desagradan, pero no nos importa, sólo pretendemos que no nos molesten. Sin compasión, que es precisamente lo que vino Jesús a enseñarnos.
No queremos esforzarnos para ayudar a otra persona, no soportamos sus fallos ni le amamos a pesar de sus defectos, y por cualquier tontería les atacamos. Nos cuesta entregar la vida, derramar hasta la última gota de nuestra sangre.
Nuestro corazón, en lugar de estar lleno del Amor de Dios, como el de Jesús, que es manso, pobre, humilde y llora, está relleno de “yo” y alberga soberbia, sentimientos de amargura y de venganza, de odio y antipatía.
Debería ser justo lo contrario: Nuestro corazón tiene que estar lleno del Amor de Dios -que es Espíritu Santo- como el de la Virgen María y como el de Jesús. Cuanta más Caridad tiene un alma, más cerca está de Dios, y, por tanto, más sensible es a los intereses de los demás y más desea servir y agradar a Dios.
El poder, el dinero, la avaricia, los placeres, la sensualidad, envenenan y endurecen el corazón. Nuestro egoísmo anula el poder del Espíritu Santo y expulsa a Dios. En esto consiste nuestra libertad: Somos libres para rechazar a Dios.
Buscar el bien de los demás por encima del nuestro, las obras de caridad, las renuncias, los sacrificios, hechos con amor para agradar a Dios, los Sacramentos y la vida espiritual, llenan, ablandan y ensanchan el corazón. Nos llenan del Espíritu Santo.
La impiedad es no llorar nuestros pecados. El demonio nos lleva a pensar que tener sentimientos de piedad, participar con frecuencia en los sacramentos, en todo amar y servir, es algo propio de los débiles, no de personas “sólidas”. Pero esa solidez enfría el corazón y lo convierte en incapaz de Amar.
El que no ama en las cosas pequeñas, es decir, el que no renuncia a sí mismo para agradar a Dios o a los demás, no sabe Amar. El que se busca así mismo, se perderá, y el que se olvide a si mismo, y pierda el amor propio por Dios o por los demás, será feliz.
¿Cómo lograremos cambiar? Con la ayuda de Dios, y con nuestro esfuerzo de conversión permanente y perseverante: En la renuncia, el abandono, y la humildad. Con la ayuda de los Sacramentos y la Oración, el Ayuno y la Limosna.
El Espíritu Santo es quien nos ayuda a conseguirlo:
La gracia es un don sobrenatural infundido por Dios en nuestra alma para darnos una participación verdadera y real de su naturaleza divina, para hacernos hijos suyos y herederos de su gloria. Se queda con nosotros, y nos proporciona virtudes infusas, que son las facultades para “operar” en el orden sobrenatural, para llevar a cabo actos sobrenaturales.
Las virtudes infusas son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma para disponerlas a obrar sobrenaturalmente según el dictamen de la razón iluminada por la Fe. Se dividen en dos grupos, las teologales, que disponen las potencias del alma en orden al fin sobrenatural, y las morales, que dispone a las potencias del alma en orden a los medios para alcanzar dicho fin. Las morales son cuatro, y las que se derivan de esas cuatro, según Santo Tomás, unas cincuenta.
Cada virtud activa unos hábitos (todavía en el orden espiritual), que disponen al hombre a realizar actos (en el orden humano y material) conforme al principio de la gracia, llevar a cabo acciones virtuosas y crecer en su vida espiritual.
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del ama para recibir y seguir con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo, al modo divino o sobrehumano. El mayor Don de Dios es el Espíritu Santo, de ahí vienen todos los demás. Los dones del Espíritu Santo son 7, según Isaías 11,1-3:
Cuando el alma corresponde dócilmente a las mociones del Espíritu Santo, produce actos de virtud. Cuando el alma se queda en los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, no se eleva a lo que está por encima y es más grande que nosotros.
No todos los actos que proceden de la gracia son frutos. Los frutos, aunque son superiores a las obras de la carne, son más exquisitos, llevan consigo gran suavidad y dulzura. Los frutos proceden de las virtudes y de los dones, y son 12 según Gálatas 5,22-23:
Además, como el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios, que es un ser Trinitario, y hemos visto que ser Criatura de Dios nos sitúa como hermanos de toda la humanidad y familiares de toda la Creación, estamos hechos para vivir en familia, para amar y ser amados. Dios se hizo hombre en la Sagrada Familia.
La persona humana es relacional. Y cuando una persona crece y desarrolla sus virtudes con los demás, se produce lo que se llama la virtud relacional: Cuando dos personas virtuosas están juntas, cada una crece en sus virtudes, pero la relación además es virtuosa también, y les hace crecer a cada uno y también hace crecer el amor entre ellos, el Espíritu de Dios está con ellos, y por tanto, se divinizan todavía más y se construye el Reino de Dios, que es la Civilización del Amor.
Las bienaventuranzas son todavía más importantes que los frutos: El grado más elevado de perfección. Son el punto más alto al que una vida cristiana puede llegar en la tierra. Todas las bienaventuranzas son frutos, pero no todos los frutos son bienaventuranzas.
Santo Tomás lo explica muy bien en la siguiente tabla:
VIRTUDES | DONES | BIENAVENTURANZAS | ||
Caridad | Sabiduría | Los pacíficos | ||
Entendimiento | Los limpios de corazón | |||
Fe | ||||
Ciencia | Los que lloran | |||
Esperanza | Temor | Los pobres de espíritu | ||
Prudencia | Consejo | Los misericordiosos | ||
Justicia | Piedad | Los mansos de corazón | ||
Fortaleza | Fortaleza | Los que tienen hambre y sed de Justicia | ||
Templanza | Temor | Los pobres de espíritu |
Nuestra mayor alegría, la felicidad absoluta, consiste en permanecer en el Corazón de Cristo. Todo nuestro peregrinar por esta vida es para que logremos purificar nuestro corazón y sincronizarlo con el Corazón de Jesús. Así morirá el hombre viejo y podremos resucitar a la Vida Eterna.
Católico, español, marido, padre, empresario *. (*) El orden de los factores altera el producto. 45 años peregrinando por esta tierra, inmensamente agradecido en mi pequeñez por el amor que Dios nos tiene, a pesar de mi pobre correspondencia, y con muchas ganas de ganar el cielo trabajando por Dios y por la Hispanidad. Tristes por la situación de nuestro país, no muy agusto en los ambientes católicos donde nuestra vida se desenvolvía, con la intención de encontrar un entorno mejor y la mejor educación para nuestros cinco hijos, nos mudamos a Tejas en agosto de 2019. Aquí estamos felices, rezando para volver cuando Dios quiera.