Verano

🗓️2 de enero de 2022 |

El calor de la siesta hostigaba todo aquello que era tocado por los rayos del sol de las tres de la tarde. La tierra se estremecía bajo el yugo de un antiguo dios pagano, que en venganza por la ausencia de sus libaciones correspondientes, buscaba, inexorable, el exterminio de los hombres. El paisaje se asemejaba a la antesala del infierno, o si lo prefieren, al infierno mismo, que más da…
El patio de la casa era un horno a cielo abierto controlado por perillas invisibles que aumentaban la temperatura minuto a minuto, segundo a segundo…

No había lugar donde esconderse. Sólo aquél viejo tejado colonial, escudo de la antigua galería, hacía frente a las temibles huestes al servicio de Helios.
Todo parecía perdido. Ningun viviente se animaría a enfrentarlo. Nadie, en ningún lugar lograría vencer a aquél terrible ejército. Sus garras lo consumirían todo en un fuego abrasador sin compasión. La tierra ardería en llamas sin siquiera haber entonado una última canción…

Y mientras el mundo se estremecía de dolor y angustia… un monje, al otro lado del mundo, en la oscuridad de su celda, rezó en su corazón:

«Dios mío, ven en mi auxilio;
Señor, date prisa en socorrerme…»

Y al instante un ángel bajó a la tierra, y un guerrero surgió de las profundidades del orbe. Sus ojos reflejaban la inocencia y el coraje de sus ancestros. Armado con tan sólo una espada de madera y un casco de tela, y decidido a enfrentarse al infierno mismo si fuera necesario, saltó de la galería al patio y jugó y cantó toda aquella tarde ante los fieros rayos de un sol de enero.

«Hazme justicia, Señor, que camino en la inocencia; confiando en el Señor no me he desviado…»

Y Dios, viendo que todo esto era bueno, mandó nuevamente a su ángel y ordenó que las nubes refrescaran la tierra.


Nacho Gallo Ingrao

Esclavo de María Madre de Dios. Una pipa, un libro y un sillón.