Se cerró el último mes del infausto año 2021 con una concatenación de hechos que muestran el verdadero rostro de nuestros políticos actuales. Entre ellos hoy nos centraremos en uno muy revelador: la negativa del Parlamento Europeo a instalar un belén en su sede por segundo año consecutivo.
No nos debe extrañar este hecho pues todo lo que un belén significa es precisamente lo contrario a lo que el Parlamento Europeo defiende en estos tiempos covidianos. El belén no solamente es una tradición o un mero simbolismo, sino que representa el valor de la familia y su unidad, la grandeza de la humildad, el milagro de vida que supuso la encarnación de la Vida en un pequeño cuerpo vulnerable. En estos días en que la vida ha dejado de ser un don y se habla insistentemente del derecho a la muerte con fervor necrófilo (del mismo modo que se oculta perversamente el grito silencioso de las víctimas de dicha filosofía) no existe nada más escandaloso que el sentido cristiano de la Navidad, representado en la pequeña gruta de Belén.
Afirmaba Winston Churchill que un político se convertía en estadista cuando en lugar de pensar en las futuras elecciones comenzaba a hacerlo en las siguientes generaciones. Una de las más llamativas paradojas de nuestra época es que los actuales políticos han empezado a pensar en ambas, pero dejando a su vez de ser políticos. Pues para ellos el valor de una idea o acontecimiento solamente reside en cuán provechoso pueda resultarles para la próxima cita electoral…pero a su vez perpetúan y amplifican la divulgación de una serie de ideas que contribuyen al licuado interior de sus votantes, pensando de este modo en las próximas generaciones no como estadistas -es decir, buscando el beneficio interno y externo de su pueblo- sino como perversos que, convirtiendo a los ciudadanos en una papilla inane altamente servil a sus propósitos, buscan crear una estructura de poder que perpetúe sus intereses a la vez que les permita seguir gozando de sus privilegios indefinidamente.
La muerte es el denominador común de sus políticas: como fundamento del miedo a morir que convierte a los ciudadanos en dócil servidumbre (a través de los noticiarios sistémicos, redes sociales y expertos de baratillo), como método de control de la población y ahorro de pensiones celebrando el advenimiento de la eutanasia, como caballo de batalla electoral cuando hablamos del aborto -acallando entre tanto el exterminio de los que no pueden alzar su voz-. Un poder político obsesionado con la muerte es un poder político que odia la vida, y a un poder político que odia la vida no debemos confiarle la nuestra, puesto que a la muerte física habremos de acompañarle en la espiritual.
Afirmaba Chesterton que el cristianismo nos libera de la degradante esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo. Alcemos pues la vista a esa cuna que nos permite orientarnos en el sendero de nuestra vida, sin miedo a aquellos que buscan derruir todos los cimientos morales que nos constituyen como individuos y nos separan de ser un puré tembloroso, apto únicamente para repetir cual loritos las consignas oficiales. Tengamos, frente a aquellos que esconden los belenes debajo de la alfombra, el valor de no olvidar la inmensa grandeza que esconde una pequeña cuna, en cuyo seno estuvo y siempre permanecerá la salvación del mundo.