En estos tiempos “periféricos” me gusta decir, medio en broma, y medio en serio, cuando me preguntan sobre mis apostolados, que “donde terminan las ‘periferias’ empieza mi parroquia” … Y lo hago, ciertamente, agradecido a Dios, y a la Iglesia, que hace casi diez años –tras mi Ordenación Sacerdotal, el 30 de noviembre de 2012- me mandó a Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres; y, de paso, a iniciar, desde un terreno baldío, la vecina parroquia Santos Mártires Inocentes. Es un modo, también, de pedir ayuda para la misión; urgidos como estamos de anunciar a Jesucristo, con un contexto de catástrofe antropológica. Suelo afirmar, también, con un guiño cómplice –y sin desmerecer, en absoluto, la heroica y hasta martirial misión “ad gentes”- que “mi África es mi parroquia”.
Esta mañana, bien temprano, como todos los días, hice mis oraciones en el templo (Oficio de Lectura, Laudes, y meditación); y, luego, celebré la Santa Misa de Nuestra Señora del Pilar. El 12 de Octubre es para la gran mayoría de los argentinos no sectarios un día de fiesta –mal que les pese a los gobernantes materialistas, y filo o abiertamente marxistas-; pues comenzó el mayor acontecimiento que conoce la humanidad, luego de la Encarnación del Verbo: el Descubrimiento de América, y la conquista de todo un continente para Cristo. Como tantas cosas que busca robarnos el globalismo ateo, nuestras raíces hispanas, y católicas, están bajo amenaza con manipuladas “leyendas negras”; cuyo fin es avergonzarnos de nuestro pasado. Por cierto, no lo conseguirán. Porque, en especial, el pueblo sencillo, y buena parte de los honestos intelectuales, saben que nuestra Raza -¡qué bueno es llamar, también, a esta fiesta “Día de la Raza”!- es fruto del mestizaje. Y que, gracias a la Madre Patria, somos católicos, y hablamos español. Además, poco a poco va quedando al descubierto –como ocurre en nuestra Patagonia argentina- que, detrás de ciertas “reivindicaciones indigenistas”, están los intereses británicos; siempre dispuestos a quedarse con parte de nuestro territorio…
Todo esto, por cierto, lo llevé a mi oración. Y ofrecí la Misa, en acción de gracias al Señor, por esa legión de sacerdotes, consagrados, religiosas, y seglares –no pocos mártires- que se adentraron en nuestro continente desconocido, con la Cruz en alto. Y que evangelizaron a las tribus precolombinas –así deben ser llamadas, y no “pueblos originarios”- mostrándoles que el Único Sacrificio salvador es el de Cristo, en el Calvario; y no las salvajes ofrendas de la sangre de niños a falsos dioses. Por supuesto, recé también –como lo hago todos los días- por la pronta Beatificación de Isabel la Católica, “Reina de España, y Madre de América”; como la definiera el mismísimo Cristóbal Colón.
Concluida la Misa, me dirigí a la Casa Parroquial, para atender distintos asuntos domésticos; ya que, al estar solo en la parroquia, soy el párroco, el vicario, el seminarista, el sacristán, el cocinero, el que lava la ropa, y el que hace las compras diarias, entre tantos oficios. Con mucha alegría, también, pude conversar telefónicamente con queridos hermanos sacerdotes de la España de la otra orilla; para felicitarnos, mutuamente, por la fiesta. Y, mientras me dirigía a confesar, y llevarle la Comunión a una ancianita, casi ciega, otro llamado me retuvo un buen momento. El diálogo fue el siguiente:
Le dije los requisitos. La felicité por su voluntad de hacer de su niña otra hija de Dios, le di la bendición, y cuando estaba a punto de colgar el teléfono, me disparó:
Confieso que, entre el nutrido cuestionario que suelen hacerme para los sacramentos, ésta fue la primera vez que me sorprendieron con esta requisitoria.
Tomé el maletín que llevo para administrar los sacramentos en hospitales, clínicas, y hogares con enfermos; y, mientras iba en busca de mi “Ferrari” –la gastada bicicleta; testigo de tantas misiones- fui pensando en todo lo que nos falta, en el anuncio de Jesucristo. Antes, por caso, se les ponía a los niños el nombre del santo del día; hoy lo bajan de internet, o de las telenovelas. En otros tiempos, los padrinos, o sea, los “padres en la Fe”, eran elegidos como colaboradores de los padres, en la educación cristiana de los niños; hoy se los elige por su condición económica, o esperando algún otro beneficio. En días no muy lejanos, el Bautismo era un acontecimiento religioso para la “Iglesia doméstica”, la familia; hoy suele ser una foto más entre las del salón de fiesta, los juegos para niños, y las comilonas para adultos…
“Ánimo, cura de periferia”, me decía a mí mismo, mientras comenzaba el pedaleo. Nos quedan, también, motivos para la esperanza; como el de aquella joven, embarazada, que cuando me dijo que su hija se llamaría Mora, le contesté: “¿Y por qué no pera, o sandía, que son otras frutas? Además, los moros invadieron durante 800 años España; y, antes de ser expulsados, derramaron mucha sangre cristiana…” Conmovida, la primeriza mamá –que desconocía absolutamente la historia ibérica- me dijo que llamaría a su pequeña María de los Ángeles…
Sí, hay mucho por hacer. Y a quien afirma, desde la ideología, o desde el desconocimiento, que los curas somos unos holgazanes, le digo como Felipe a Natanael: “Ven y verás” (Jn 1, 46). Tenemos trabajo de sobra; nada de excusas, entonces, a la hora de comprometerse. Como afirmó el propio Cristo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Mt 9, 37). Hechos son amores, y no buenas razones…
+ Pater Christian Viña
Etiquetas: Iglesia, Pater Christian Viña