Sangre y espíritu

🗓️27 de diciembre de 2022 |

El cristianismo está hoy en día tan inmerso en lo mundano que uno difícilmente ve sus orígenes; el clero predica sociología desde el púlpito y las monjas tienen piletas de natación. La juventud seria, aunque escéptica, admite su decepción ante las mansiones bien ubicadas de un ascetismo farisaico: quieren a alguien, incluso a alguien que desprecien, que no sea hipócrita. Aunque ellos mismos pueden no creer, esperan que alguien lo haga. No debe maravillarnos que los que buscan la justicia social admiren al Che Guevara perforado a balazos en la jungla. Murió por lo que creía. Se puede ver la sangre allí; y el buscador de la verdad va al Este, donde encuentra el sacrificio del yo, y habiéndolo encontrado, sabe que la felicidad no puede encontrarse en ningún otro lado.

No existe otro camino hacia la verdad, la belleza y el bien excepto la renuncia, libre de cháchara, a través de la sangre y el espíritu.

Pero la desmundanización oriental –aunque sea genuina– se sale de la diana. Renuncia a Dios. El yogui quiere deshacerse de todas las incrustaciones accidentales del mundo. Y se embriaga en renuncias del mismo modo que el revolucionario se embriaga en sangre.

El místico oriental abandona su casa, sus ropas, sus amigos, su familia, su cuerpo, su mente, su alma y Dios. Abandona el ser y pierde lo que busca por infinito exceso de más de lo que alguna vez le faltó. Chesterton nos ofrece una imagen de su propia excursión oriental en la historia del hombre que salió hacia Asia en barco y llegó el final a las costas del deseo de su corazón para encontrar todo de alguna manera grosera y familiarmente parecido a su niñez, hasta que comprendió que por accidente había dado la vuelta y arribado a la playa de Brighton. El viaje al este –si se emprende con honestidad– culminará dos mil años atrás, con los magos viajando hacia el Oeste, en el establo de Belén, cayendo de rodillas, absortos en adoración ante la real presencia de Aquél que es, nacido de una virgen, hecho carne y por lo tanto en el mundo, para redimir al mundo, no para aniquilarlo.

La respuesta a la mundanidad es amar el mundo como Dios, que amó tanto al mundo como para dar a Su único Hijo para redimirlo. El pecado de la mundanidad no es amar el mundo, sino la idea equivocada de que el mundo es todo lo que hay. Mundanidad es olvidar que las cosas son creaturas, no ilusiones sino creaturas creadas por Dios con el propósito de llevarnos al cielo

«La muerte de la cultura cristiana», John Senior.

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