El tema del optimismo hay que reconducirlo al punto de partida en la vida moral: la persona humana. Una persona humana que se haga responsable, que experimente su dignidad: es el gran tema del Renacimiento italiano, el valor absoluto de la persona humana.
He repetido varias veces esto en mis cursos: el valor absoluto de la persona humana es equivalente a su dignidad, la persona humana es algo que vale de por sí. Una persona vale no porque es linda, inteligente, de buena familia, porque tiene plata, porque es capaz… Vale porque es persona humana. Es un valor absoluto. Esta es una tesis teológica bizantina, muy fuerte, que llega en el 1400 a Italia y se arraiga y difunde allí: todo hombre está hecho según imagen y semejanza de Dios. Tomás Campanella, dominico, uno de los grandes renacentistas, además filósofo y gran poeta, tiene un verso sobre el hombre que he citado alguna vez: «dio secondo, miracolo del Primo» (‘dio’ con minúscula, ‘Primo’ con mayúscula). Esto es valor absoluto. Valor absoluto que es la base de los derechos humanos. O que debería serlo. Porque muchos de los que niegan el valor de la persona humana gritan por los derechos humanos, sin tener ninguna razón, ningún título moral. Hablan de la dignidad de la persona humana ad extra, para afuera: que la policía no me maltrate, que el Estado no me atropelle. Eso es muy importante. Pero es más importante ad intra. Yo ante mí mismo me siento un valor absoluto. Esta dignidad sentida me da valor para ser honesto.
Si la falta de honestidad es tan grande en el mundo, es porque no hay honor: las palabras honradez y honestidad vienen de («honor, honoris»). Si no tenemos sentido del honor, de la dignidad propia, no podemos ser honestos. Piensen ustedes en cuántos colegios y familias se inculca al chico el sentido de honor. Que no mienta, que no fallutee, … El sentido del honor ha estado muy presente hasta relativamente poco tiempo en algunos países […] Hoy nadie cultiva el honor: cultivamos ambiciones, pero no el honor.
Emilio Komar, «El optimismo cristiano», Buenos Aires, Sabiduría Cristiana, 2012, p. 49-50
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