¿Guerra santa? 

🗓️14 de julio de 2022 |

Si señor, tomar las armas por Cristo en las debidas circunstancias es un acto de justicia. Esta afirmación no parte del criterio propio o una opinión personal. La doctrina cristiana y la vastísima cantidad de ejemplos a lo largo de la historia afirman y reafirman que esta noble opción y a veces grave obligación no se contrapone a los preceptos cristianos.

Catecismo – 2265:  La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar prejuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.

Entiéndase bien, la guerra no puede ser nunca un medio normal para la solución de conflictos. «Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras». Buscar la guerra por la guerra misma es absurdo. Pero rehuirla por principio puede ser cobardía ante la injusticia. El creyente obra con rectitud mientras luche por implantar la justicia en el mundo. La paz es el ideal del hombre: pero esta paz debe ser obra de la justicia.

‘Cíñanse las armas, compórtense valerosamente y estén preparados mañana al amanecer para atacar a esos paganos que se han aliado contra nosotros a fin de destruirnos y destruir nuestro Santuario. Porque es preferible para nosotros morir en el combate que ver las desgracias de nuestra nación y del Santuario. ¡Se cumplirá lo que el Cielo disponga!” (I Mac., 3, 57-60)

Según indica el Catecismo se deben considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral (Buscar CIC 2309 / Suma Teológica, II-II Qu. 40). Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”. La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.

Para ir a un caso real citamos el caso histórico de los Cristeros en México según José de Jesús Manríquez y Zarate, uno de sus obispos contemporáneos allá por febrero de 1929:

“La vida cristiana es esencialmente una milicia en la que todos nos damos de alta y juramos defender el tesoro de la fe en el día del bautismo. Todos los cristianos somos soldados, y debemos luchar contra nuestros enemigos, que lo son principalmente el demonio y nuestra propia carne, pero con frecuencia lo es también el mundo y todos aquellos que debieran conducirnos a la felicidad.

Ahora bien: esta resistencia puede ser activa o pasiva. El mártir que se deja descuartizar antes que renegar de su fe, resiste pasivamente. El soldado que defiende en el campo de batalla la libertad de adorar a su Dios, resiste activamente a sus perseguidores. (…) Cuando, pues, la sociedad es agredida por aquél que la gobierna, debe desde luego aprestarse a la defensa. Si se trata de agresiones del orden intelectual y moral, las armas que deben emplearse deben ser de éste mismo género; pero cuando la agresión es del orden material, entonces convendrá agotar primero todos los recursos legales y pacíficos. Si no dieren resultado, habrá que acudir a los medios del orden material. Sin embargo, creemos todavía necesario hacer otra distinción: si el tirano, aunque oprima al pueblo y lo prive de algunas de sus libertades, le deja empero, las esenciales, como es la de adorar a Dios, y no hace imposible la vida social, habrá que soportarlo en paciencia, sobre todo si son mayores los males que se sigan de la contienda armada. Pero si ataca las libertades esenciales de los ciudadanos; si traiciona a la Patria; si asesina, viola y atenta sistemáticamente contra la vida y la honra de las familias y de los individuos, entonces la defensa armada es un deber social que se impone a todos los miembros de la comunidad. Soportar a un tirano en estas condiciones sería un crimen de lesa Religión y de lesa Patria.

Esta obligación subsiste, no solamente en el caso de que sea humanamente posible la derrota del tirano, sino también en la hipótesis de que ésta sea imposible, atendidas las leyes ordinarias de la guerra. La razón es porque la pérdida de la fe y de la independencia nacional y la ruina misma de la sociedad, son males todavía mayores que la muerte segura de un gran número de ciudadanos. Y esto es precisamente lo que sucede en el caso de México”.

Un pacifismo conformista con la injusticia no es cristiano. El buen cristiano no puede desinteresarse del bien común de la sociedad. ‘Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos’, San Agustín, De verbis Dom.


La Cumbrera

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