No hay formación sin entrega. No la hay sin el maestro que magnánimamente se entrega a su tarea y con ello a sus alumnos. No la hay sin el alumno que magnánimamente se entrega al maestro y con ello a la disciplina en la cual desea instruirse. Tampoco hay vocación sin entrega.
Quien no se entrega al llamado de sus íntimas inclinaciones y al llamado de la voluntad divina no encuentra su vocación. Sin entrega no hay vida matrimonial, cuya esencia consiste justamente en la entrega mutua. Entregarse significa darse plenamente, sin reservas. Y aquí nos topamos con una de las tendencias de base de nuestra época: todos pensamos, sentimos y nos comportamos pensando en el lucro. Por eso la entrega resulta dificultosa, casi anacrónica, si la observamos desde la estrecha perspectiva de nuestra época. Pero en la misma falta está la sanción.
Donde no hay entrega, no hay calidad humana: no hay personas formadas, no hay vocaciones profundas y vivificadas, no hay amores fuertes. Por eso la vida se ha vuelto terriblemente aburrida. Un universalizado afán de lucro – y un universalizado aburrimiento.
Emilio Komar, “Glosas cotidianas I” publicadas en 1963 originalmente en esloveno en la revista ‘Meddobje’ (Entresiglo)
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