En torno al posible valor de la familia, el cristiano debería tener en cuenta, de acuerdo con los criterios de lo que es una información valiosa, declaraciones explícitas de la jerarquía de la Iglesia. Respecto a este tema nos encontramos, en la declaración Gravissimum educationis momentum, del Concilio Vaticano II, la siguiente información:
«Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y obligados educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra, personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes humanas sociales, que todas las sociedades necesitan. Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer, a sentir y a adorar a Dios y amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introduce fácilmente en la sociedad civil y en el pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del mismo pueblo de Dios».
La persona cuenta con una serie de cualidades y características con potencialidades a veces dormidas. Pero la persona que podrá servir mejor a los demás es la que mejor ha conseguido desarrollar sus posibilidades. Estamos hablando de una persona educada íntegramente. La familia, por sus lazos naturales, favorece el desarrollo de lo irrepetible de la persona, de su intimidad, de las virtudes humanas que todas las sociedades necesitan. Si se concibe al hombre como ser libre, necesita de la familia para conocer sus limitaciones personales y sus posibilidades a fin de superar unas y aprovechar otras. Y todo eso, para alcanzar un mayor auto dominio para mejor servir a los demás. Si se concibe la sociedad como un conjunto de seres libres, también hace falta la familia para que la misma sociedad vaya adquiriendo su propia calidad de acuerdo con la riqueza individual de sus miembros. Evidentemente, si no se considera la sociedad como un conjunto de seres libres, la persona estorba y por tanto la familia también. Se trata de anular cualquier organización que pueda promover estilo personal y sustituirla por una organización de comportamiento donde cada miembro sirve de acuerdo con la función que tiene encomendada, no por lo que es.
La persona necesita unas condiciones adecuadas respecto al bienestar suyo: unos ingresos mínimos, limpieza, luz, comida, etc. Pero la satisfacción se encuentra, no al nivel de lo que pide elementalmente el cuerpo y los apetitos, sino a nivel de una compensación de acuerdo con las potencialidades de la persona y del esfuerzo que ha realizado en utilizar bien lo que es. La satisfacción, por tanto, está en dos niveles: en el bienestar, y principalmente, en el bienser. Esta satisfacción profunda se encuentra en el campo de lo natural, no de lo artificial, al descubrir la finalidad por la cual uno ha sido creado y al esforzarse en superar las dificultades que supone perseguir esa finalidad descubierta.
La familia es una organización natural, de relaciones entre distintas personas que pueden descubrir su finalidad, la de ayudar a los demás a mejorar y a quererlos, de modo natural. En la familia se encuentra un primer ámbito para aprender la virtud de la generosidad con la consiguiente satisfacción profunda de haberse preocupado de los demás. A la vez uno recibe la atención, el amor de los demás respecto a lo más profundo del propio ser. Indudablemente, no basta la familia para encontrar esa satisfacción. También hará falta trabajar. El hombre fue creado para trabajar. Y también harán falta los amigos y los compañeros. La persona puede alcanzar una mayor plenitud humana y espiritual en todas estas relaciones. Y también hacen falta, de un modo especial, la relacion con Dios.
Sin embargo, es en la familia donde la persona puede encontrar una satisfacción inicial básica, porque es sujeto de un amor incondicional hacia los aspectos irrepetibles de su ser. A continuación, necesita la satisfacción de un trabajo bien realizado, de sentirse apreciado por sus amigos, de entregarse a los demás. Pero la satisfacción personal que permite velar por el bienser y el bienestar de los demás nace de estar a gusto con uno mismo (consecuencia de haber seguido la finalidad por la cual uno ha sido creado). Esta finalidad se descubre en lo más natural de la vida: en la familia; en las relaciones con los demás; en el trabajo; en la misma naturaleza, sintiéndose pequeño en la inmensidad de la creación, pero sabiendo que uno mismo es una pieza que tiene la misión intransferible de glorificar a Dios.
“La educación de las virtudes humanas” de David Isaacs.
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