Leía hace poco una anécdota de como en Bélgica, ante el cierre de un convento franciscano originado por la falta de vocaciones gracias a la primavera eclesial de los últimos 60 años, se acercaba un joven a preguntar sobre la disponibilidad de libros de su riquísima y antiquísima biblioteca conventual. La respuesta que recibió aquel joven fue: «Nos hemos deshecho de ellos, no vaya a ser que caigan en manos de tradicionalistas».
Esta respuesta, cuya veracidad absoluta no se puede comprobar, no contradice, no obstante, la actitud de algunos católicos -la mayoría clérigos- que formados en los años 60’s y 70’s -y alguno que otro joven trasnochado- son los más fierros opositores a cualquier avance del catolicismo tradicional en el mundo, en este caso ya no por la fuerza del argumento o el debate intelectual sino más bien por la fuerza del poder y de la violencia.
Y es que ha sido un principio fundamental de los círculos científicos e intelectuales durante muchísimos años, que la grandeza de cualquier pensador se demuestra ante la posibilidad -que es incluso obligación- de cambiar una posición ante la demostración inequívoca de que es parcial o completamente falsa, ya sea por el surgimiento de nuevos datos o por una revisión ulterior de sus postulados.
Ante esto, debemos caer en cuenta ante la realidad doctrinal, moral y litúrgica que hemos tenido en el mundo católico en los últimos 60 años y el estrepitoso fracaso del idealismo modernista de trascender más que un par de generaciones con solvencia intelectual. Y es que, desde mi punto de vista, aunque nunca ha sido posible sostener ningún principio modernista religioso sin contradecir fútilmente la realidad de las cosas, la situación de hoy en día hace prácticamente ridículo intentar hacerlo.
Ante esta situación, nos ha tocado ver un doloroso y dramático escenario: Uno de las pocos movimientos dinámicos y vigentes de la Iglesia, manifestado en aquellos jóvenes que, desprovistos de prejuicios ideológicos iniciales, han encontrado en la tradición de la Iglesia aquella respuesta a sus anhelos existenciales, son aplastados por una elite que, sin entender por qué su ideología se desmorona en el atardecer de su vida, no aceptan con humildad lo falaz de sus postulados juveniles.
Nos ha tocado vivir -bendito sea Dios- una época dramática en la Iglesia, cuyos sucesos no podemos entender ni mucho menos explicar por entereza y cuya respuesta debe estar basada en lo que ya nos dice aquella sabiduría de los siglos: en la oración y en la pasión.
En la oración unitiva a la realidad última de las cosas que es Dios, para que, sujetos por su trascendencia eterna, no desfallezcamos en la fe y en la esperanza para que veamos un futuro mejor, posiblemente en el cielo.
En la oración caritativa por aquellas almas confundidas, que envueltas -culpablemente o no- por los errores modernos no son capaces de ver la realidad bajo la visión sobrenatural de lo eterno. Y finalmente en la pasión por la Verdad, explicada en aquellos libros desechados por los frailes seniles que sigue dando sentido a nuestra existencia y sin cuya exigencia ya no podemos ni queremos vivir.
Etiquetas: MilitantisEditorial de contenido católico, amante de la Tradición de la Iglesia. «Ultima hominis felicitas est in contemplatione veritatis» St. Tomás de Aquino.