La Providencia de Dios siempre ha respondido en la historia a las necesidades de la Iglesia y del mundo suscitando personas y carismas para nuestro perfeccionamiento y nuestra salvación.
Cada vez que se produce un aborto natural, los padres, compungidos y aturdidos por el trauma, dan por bueno que los «restos biológicos», como técnicamente se denominan en los hospitales, se utilicen para la investigación científica, con destino final desconocido y en cualquier caso inquietante. «Nosotros nos ocupamos», es la respuesta socorrida que recibe la madre cuando pregunta por el cuerpo de su bebé.
Si la respuesta no es satisfactoria para los padres, viene un médico con su autoridad científica para decir a la madre postrada en la cama del hospital que sería bueno descubrir por qué se ha producido el aborto. Si los padres siguen sin convencerse, ese sanitario añadirá que tal vez se pueda encontrar en la madre alguna enfermedad en estado latente. Si esto tampoco logra persuadir a los padres, el argumento final será el económico. Legalmente nadie puede sacar un cadáver del hospital salvo una funeraria, y las funerarias valen dinero. Además el servicio funerario de un bebé nonato tiene el mismo precio que cualquier otro difunto…
Para atender y confortar esta angustia y aflicción en los padres ha nacido «María, Puerta del Paraíso» (https://www.mariapuertadelparaiso.org/). Se trata de una funeraria católica para niños nonatos. Aparte de ocuparse de todos las gestiones (papeleo, féretro, traslado, exequias y entierro) realiza un servicio espiritual de acompañamiento para ayudar a los familiares del bebé fallecido a vivir la muerte como la vivió Cristo, que «sabiéndose Hijo muy amado por su Padre, atraviesa por amor la muerte y recibe de nuevo la Vida».
Esta iniciativa santa surge en 2018 gracias a Helena Acín, consagrada a Dios en la Comunidad del Cordero[1]. Según ella misma explica, «María, Puerta del Paraíso» no es un servicio funerario que encarna una espiritualidad pascual, sino una espiritualidad pascual que se encarna en un servicio funerario. Imitando la Pascua de Jesús, se unge el cuerpo para acompañarlo a la entrada del Padre. No se trata de ninguna invención, sino de recuperar una tradición de la Iglesia en el momento de la muerte con sus tres estaciones: momento para velar, momento para la exequia, momento para acompañar en el cementerio
Los precios de esta funeraria son asequibles y ofrecen una tumba a perpetuidad para el bebé en la madrileña Sacramental de San Lorenzo y San José, perteneciente al Arzobispado de Madrid.
Enterrar a los muertos
Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal con el prójimo[2], en este caso con un hijo difunto. Las obras de misericordia son deberes de amor hacia Dios y hacia el prójimo[3]. Son fuente de gracias divinas, y satisfacción de las penas adeudadas por nuestros pecados.
Enterrar a los muertos es también imitación de Cristo: «Camino, Verdad y Vida»[4]. Cristo visita a las hermanas de Lazaro, Marta y María. Después de llevarles el consuelo, fue al sepulcro, lloró y rezó al Padre por su amigo[5].
Es cierto que lo más importante son las oraciones por los difuntos. Pero los muertos merecen una sepultura digna. Quienes sepultaron a Cristo, lo hicieron con prisas pero con dignidad. Dice Santo Tomás que el cuerpo sin el alma ya no es hombre sino multiplicidad de substancias materiales, pero no por ello carece de valor y de una dignidad especial. Ese cuerpo ya no es soporte del alma pero lo fue durante algún tiempo y lo volverá ser con la resurrección de la carne.
El cuerpo es parte esencial de la persona de tal forma que el alma sin el cuerpo es una sustancia incompleta, no está en su condición natural y no puede decirse persona estrictamente hablando porque la palabra persona se refiere a la substancia completa, unidad entre el cuerpo (materia) y el alma (forma). El alma tiene inclinación natural hacia el cuerpo, en el cuerpo despliega todas sus capacidades y en el cuerpo alcanza su perfección natural, dice Santo Tomás. Además el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo[6].
Enterrar a los muertos y con perspectiva sobrenatural, sabiéndose acompañado por Cristo, Buen Pastor, es además consuelo enorme para los familiares, que perciben que la despedida no es definitiva. Su ser querido tendrá además un lugar donde reposar, que ayudará a tenerle presente y no olvidar que ya es intercesor. Los muertos no han desaparecido de nuestra vida. Rezamos con la esperanza de que duerman en el Señor, a la espera de la resurrección, bien disfrutando de la visión de Dios cara a cara o en esperanza de la visión beatífica purificándose en el purgatorio.
Es reconfortante para la familia un ritual de despedida pero también un tiempo de duelo. Reconstruir la vida sin el ser querido es necesario, pero desde la mirada de Dios, desde la oración, para que sea el Espíritu Santo Quien lo restaure todo.
¿Se salvan los niños que mueren sin bautismo?
La Santa Sede publicó en 2007 un interesante documento sobre este tema, tal vez el estudio más completo sobre el estado de la cuestión.
La enseñanza tradicional de la Iglesia ha recurrido durante siglos a la teoría del limbo de los niños[7] para explicar el destino de las almas de los niños que mueren sin bautismo. Como son almas que han muerto con pecado original, no podrían gozar de la visión beatífica (pena de daño), aunque no sufrirían ningún castigo (pena de sentido[8]), ya que su pecado es heredado y no personal[9].
Santo Tomás enseñaba que se trata de almas privadas de la gracia, porque no han sido bautizadas y conservan el pecado original. En consecuencia no pueden entrar en el cielo. Ni pueden ir al infierno porque no han muerto en pecado grave personal. Tampoco al purgatorio, lugar de transitorio de purificación antes de entrar en el cielo y que supone la gracia santificante. Y finalmente, tampoco al Seno de Abrahán, vacío desde la Redención y que ya no existe[10].
Por eso apareció en la escolástica la teoría del limbo de los niños[11], que nunca ha sido doctrina oficial de la Iglesia[12], aunque ha circulado como hipótesis teológica posible. El Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ni siquiera la cita. Para el teólogo eminente don Antonio Royo Marín «no pertenece a la fe católica»[13].
Los Padres de la Iglesia de cultura griega sostuvieron en esencia esta misma tesis. Es el caso de Pseudo-Atanasio, San Gregorio de Nisa, San Anastasio del Sinaí o San Gregorio Nacianceno: no recibirán ni castigo ni alabanza del Justo Juez. Pero San Gregorio de Nisa añade que «Aquel que ha hecho bien todas las cosas con sabiduría[14] sabe sacar bien del mal».
Un Padre latino como San Agustín, en contestación a Pelagio, sostenía que estos niños iban al infierno, aunque con castigo suave. Lo que se castiga en el infierno es el pecado y estos niños tienen el pecado original, pero como no son responsables de ese pecado su pena es la más leve de todas porque es proporcional a la responsabilidad. San Agustín confiesa sin embargo que no puede encontrar una explicación satisfactoria y adecuada. Solo sabe que quien se salva se salva por los méritos de Cristo en gracia inmerecida. Y quien se condena lo hace en juicio bien merecido.
El Concilio de Cartago (418) rechazó a Pelagio pero no suscribió esta apreciación de San Agustín. La influencia del Doctor de la Gracia fue tan importante en Occidente que arrastró en esta opinión a otros padres latinos como San Jerónimo, San Fulgencio, San Avito de Vienne, San Gregorio Magno, y a los primeros escolásticos como San Anselmo de Canterbury y Hugo de San Víctor[15].
A partir de de Pedro de Abelardo se recuperan las tesis de los Padres Griegos. Una primera intervención del Magisterio eclesiástico (Concilio II de Lyon, Juan XXII o el Concilio de Florencia) afirmó en varias ocasiones que «los que mueren en pecado mortal» y los que mueren «sólo con el pecado original» reciben «penas diferentes».
Santo Tomás de Aquino o el beato Duns Scoto profundizaron en esta idea corrigiendo a San Agustín. Estos niños no bautizados no experimentan ningún dolor, e incluso gozan de una plena felicidad natural[16] por su verdadera unión con Dios en todos los bienes naturales, de modo proporcionado a su condición. Además, como no conocen aquello de lo que están privados, no sufren por tanto por la privación de la visión beatífica[17], como tampoco sufre el hombre sensato por las gracias que recibe el prójimo.
En el siglo XVI los Papas Paulo III, Benedicto XIV, Clemente XIII defendieron la libertad de las escuelas católicas para afrontar esta cuestión, incluyendo la tesis más severa de San Agustín. Pío VI en la bula Auctorem fidei (1794) confirmará esta libertad para especular sobre esta materia ante la ausencia de doctrina oficial, aunque la doctrina del limbo ha sido la doctrina común hasta la mitad del siglo XX.
El Concilio Vaticano I se planteó el problema, aunque no llegó a ser votado, en los términos clásicos[18]. Y el Concilio Vaticano II no abordó la cuestión[19]. Todavía Pío XII en 1951 alimentó la tesis clásica recordando que un acto de amor en un adulto puede conseguir la gracia santificante y suplir la falta de Bautismo, camino que está cerrado para el niño que no ha nacido o que acaba de nacer[20].
La enseñanza de Inocencio III (s. XII-XIII) que afirma que «la pena por el pecado original es la carencia de la visión de Dios», es enseñanza infalible[21]. Pero que los niños muertos sin bautismo están privados de la visión beatífica, siendo doctrina común de la Iglesia durante siglos[22], no por ello gozaba de la certeza de una materia revelada ni había sido proclamada como un acto definitivo del magisterio[23]. La Iglesia dejaba por lo tanto de alguna manera la cuestión abierta[24].
Esperanza sólida de salvación
Cabe pensar que si falta certeza teológica al respecto porque el asunto no ha sido revelado ni el magisterio pontificio ha usado de su prerrogativa para enseñar sin error sobre la materia, que Dios en su misericordia infinita tenga algún remedio extraordinario para la purificación del pecado original en un caso como el que nos ocupa, que goza de todas las excepcionalidades posibles[25]. No en vano Cristo dijo que el cuidado de estos pequeños ha sido confiado a los ángeles de Dios[26], porque «no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños»[27].
No hay una enseñanza explícita de la Revelación a este respecto, pero el evangelista San Marcos enseña que la fe de algunos ha sido eficaz para la salvación de otros[28]. Es cierto que el medio ordinario para alcanzar la salvación es el Bautismo sacramental[29], pero la Iglesia enseña que existen otras vías alternativas[30]. La Iglesia ha reconocido tradicionalmente la existencia de dos sustituciones para el Bautismo de agua (incorporación sacramental al misterio de Cristo): el Bautismo de sangre (incorporación a Cristo a través del testimonio del martirio por Cristo) y el Bautismo de deseo (incorporación a Cristo por el deseo o el anhelo del Bautismo sacramental)[31].
Como no hay enseñanza revelada al respecto, la Iglesia, madre y maestra, apela a la esperanza de salvación y de felicidad eterna. Por eso hay un ritual de exequias previsto para estos niños: el Misal Romano de 1970 introdujo una misa funeral por los niños no bautizados cuyos padres deseaban bautizarlos[32].
1. Esta esperanza se fundamenta, primero, en la justicia y la misericordia divinas[33]. «La misericordia de Dios nos hace confiar que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo»[34].
2. Segundo, en la Encarnación, en virtud de la cual el Hijo de Dios vive la vida de todos los hombres de todos los tiempos y por todos ha muerto[35], como afirman el Concilio de Trento y el Concilio Vaticano II[36]. Es enseñanza dogmática de la Iglesia que la Gracia de Dios circula de la cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia, a todos los miembros de ese cuerpo en virtud de la Comunión de los Santos. La santidad de un miembro de este Cuerpo, que preside Cristo, sirve de vía de comunicación de la Gracia divina a todos los miembros del cuerpo. Son miembros de este Cuerpo de forma privilegiada los bautizados, pero de alguna manera misteriosa también todos los hombres en la medida que Cristo murió por todos, aunque no todos se salven, y vive la vida de todos, también de quienes no se salvan.
Por eso dice San Pablo que el cónyuge no creyente de un cristiano es santificado por el marido o la esposa creyentes, y que sus hijos son santos[37]. San Pablo no les promete la salvación pero sí el influjo de la gracia[38].
3. Tercero, en la voluntad salvífica universal de Dios, que quiere que todos los seres humanos se salven[39]. La voluntad salvífica universal de Dios no se opone a la necesidad del Bautismo sacramental. Pero también es cierto que estos niños han sido creados para vivir la misma vida de Dios y no oponen ningún obstáculo personal a la acción de la gracia redentora, don gratuito de Dios. Quienes se condenan lo hacen por un mal uso de su libre albedrío y es la consecuencia de una libre elección por el mal[40].
Todos los seres humanos tienen la oportunidad de salvarse si cumplen con las exigencias de su naturaleza inscritas en el corazón por su Creador. Es la Ley Natural, que la razón humana puede identificar, pero que solo la gracia divina ilumina[41].
Si la Iglesia nos enseña que todos los hombres, incluso los alejados o los infieles, tienen la oportunidad de salvarse, ¿serían los bebés muertos antes del Bautismo una excepción? Por eso Pío IX enseñaba que los que mueren en ignorancia invencible sobre la verdadera religión no están implicados en culpa alguna por esta cuestión ante los ojos del Señor[42]. Si Dios ilumina a todos «para que al fin tengan la vida»[43], y la gracia «obra de modo invisible» en el corazón de todos los hombres de buena voluntad[44], «es difícil negar su aplicabilidad también a los que no han alcanzado el uso de la razón»[45]. Es la Providencia de Dios que dirige la vida y la historia hacia el bien propio de todo ser humano que es Dios mismo.
4. Cuarto, en la maternidad, mediación[46] y poder concedido por Cristo a su Iglesia. El niño bautizado que muere antes del uso de razón se salvaría por la intercesión de la Iglesia y sin su cooperación. Cabe pensar en la suerte del niño que muere sin Bautismo pero que goza de la oración de la Iglesia deseando su salvación. Fuera de la Iglesia no hay salvación[47], y por ello dice San Juan Pablo II, a propósito de los que no han tenido la oportunidad de llegar a conocer o acoger la Revelación del Evangelio, que «la salvación de Cristo es accesible en virtud de una gracia que tieneuna misteriosa relación con la Iglesia»[48].
«El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios»[49], dijo el Señor. Y por ello la Iglesia entiende la necesidad del Bautismo sacramental. Pero también dijo el Señor «si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»[50] y de estas palabras la Iglesia no concluye que quien no ha recibido el Sacramento de la Eucaristía no puede salvarse.
La salvación viene de Cristo, de su Iglesia y de sus Sacramentos, y el que se salva se salva por Cristo y por su Iglesia, de forma consciente cuando usa los medios ordinarios, y a veces de forma inconsciente cuando se vive de acuerdo con el orden natural aunque no se conozca sin culpa la Buena Nueva[51].
La Iglesia o los padres del niño, que bautizan al niño habitualmente cuando no tiene uso de razón y por lo tanto sin su consentimiento, actúan en su nombre cuando le bautizan, pero también cuando desean bautizarle. Es razonable pensar en este Bautismo de deseo de los padres y de la Iglesia como sustituto del Bautismo sacramental[52].
La oración de la Iglesia tiene valor infinito ante Dios porque se hace por los méritos de Dios mismo muerto y resucitado en Cristo, y se pide por los difuntos, se pide por los pecadores, por quienes ignoran la fe, por los herejes y por quienes persiguen a los cristianos. Y esta oración es fecunda, como puede comprobarse tantas veces en la historia y en el presente. ¿Qué nos impide pensar que la oración de la Iglesia es menos eficaz por los inocentes que sin culpa no han podido recibir el Bautismo?[53]
5. Quinto, en la tradición de la Iglesia. Los Santos Inocentes, aunque venerados como mártires por Cristo, sin embargo no fueron bautizados ni su martirio fue un acto de voluntad sino inconsciente.
Dios quiso limpiar la huella del pecado original en estos santos niños para que gocen de la visión beatífica como cualquier otro santo. Porque no habrían podido entrar en el cielo con el pecado original. También Dios quiso preservar a la Santísima Virgen María del pecado original en su Inmaculada Concepción. ¿Acaso no podría hacerlo también con los niños que mueren antes del Bautismo?[54].
6. Y sexto, en el privilegio capital de Cristo. Es la posibilidad de una configuración extrasacramental con Cristo[55]. La salvación solo es posible con la participación en el Misterio Pascual de Cristo mediante el Bautismo para la remisión de los pecados. Los seres humanos, incluidos los niños, no pueden ser salvados sin la gracia de Dios derramada por el Espíritu Santo. Por lo tanto, los niños no podrían entrar en el Reino de Dios si no son liberados del pecado original por la gracia redentora. Algunos teólogos sostienen que Cristo, como cabeza del Cuerpo Místico, tiene el privilegio de administrar el Bautismo sin materia ni forma, especialmente cuando lo pide un alma en Gracia o la Iglesia.
Esta apelación a la misericordia de Dios[56] como esperanza de salvación para los niños que han muerto antes de recibir el Bautismo, no es incompatible con la obligación de recibir el Bautismo sacramental para salvarse eternamente[57]. De la misma forma, que si la muerte nos sorprende sin estado de Gracia, la Iglesia nos pide como esperanza de perdón y salvación un acto de contrición como último acto de voluntad, sin intentar por ello suplantar al Sacramento de la Confesión como medio ordinario para el perdón de los pecados.
Muchas cosas no han sido reveladas por Dios[58]. Aunque «Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, sin embargo, Él no queda sometido a sus sacramentos[59]. Por eso la Iglesia confía en «otros caminos de salvación para que esos niños vayan al cielo». Hay por lo tanto «poderosas razones para esperar que Dios salvará a estos niños cuando nosotros no hemos podido hacer por ellos lo que hubiéramos deseado hacer, es decir, bautizarlos en la fe y en la vida de la Iglesia»[60].
Así lo confirma San Juan Pablo II en referencia a las madres que han realizado abortos: «Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo, que ahora vive en el Señor»[61].
«Ahora, ¡vive en el Señor!».
Francisco J. Carballo
[1] La Comunidad del Cordero fue fundada en Francia por la religiosa Marie Coqueray. Fue reconocida primero en 1981 por el Obispo de Chartres, monseñor Michel Kuehn, y acogida en 1983 en la diócesis de Perpiñán por el Arzobispo Jean Chabbert. Este mismo año es reconocida por el padre Vicent de Couesnongle, maestro de los dominicos. Desde 1996 el Arzobispo de Viena, cardenal Christoph Schönborn, es el responsable de la Comunidad.
Siguiendo el modelo franciscano y dominico, son misioneros mendicantes-itinerantes y de vida monástica en plena ciudad. Viven únicamente de los donativos que reciben y de lo que piden casa por casa. Después de invocar al Espíritu Santo, los religiosos eligen una ruta por la ciudad para conseguir la ayuda necesaria para su subsistencia y para una «mesa abierta» con las personas pobres que acuden a su hogar.
La Comunidad del Cordero tiene rama masculina (35 hermanos) y femenina (170 hermanas). Están presentes en Francia, España, Italia, Austria, Polonia, Argentina, Chile y Estados Unidos. En España hay comunidades en las diócesis de Barcelona, Tarrasa, Valencia, Granada y Madrid.
[2] Cf. Gén. 23, 12-13.
[3] Cf. Mt. 25, 31-16.
[4] Jn. 14, 5-6.
[5] Cf. Jn. 11, 1-45.
[6] 1 Cor. 6, 19.
[7] La expresión limbo aparece en los siglos XII-XIII probablemente con San Alberto Magno. Significa orla del vestido, su reborde o límite final, en referencia a que se encontraría en «los límites del infierno» (Antonio ROYO MARÍN, Teología de la salvación, Madrid: BAC, 1956, p. 381).
[8] Era creencia común en la Iglesia desde antiguo que estos niños estaban exentos del fuego del infierno (cf. ib., p. 385 y 391-392).
[9] Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, «La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo», 19 de enero de 2007, n. 55. Cf. Rom. 5, 12. Es un pecado contraído no cometido, un estado no un acto (cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 404), pero «mancha e inficiona realmente nuestra propia persona» (Antonio ROYO MARÍN, op. cit., p. 380).
[10] Cf. ib., p. 381.
[11] La expresión limbo no aparece ni en la Sagrada Escritura ni en la enseñanza de los Santos Padres, que hablaban genéricamente del infierno como el destino de las almas que no están en el cielo (cf. ib., p. 381 y 385). La propia Sagrada Escritura se refiere al infierno al hablar del Seno de Abrahán. Santo Tomás distinguió entre el limbo de los niños y el limbo de los patriarcas, que Cristo dejó vacío cuando llevó el alma de los justos en la Antigua Ley al cielo (cf. ib., p. 303).
[12] La bula Auctorem fidei del Papa Pío VI no es una definición dogmática sobre la existencia del limbo. Pío VI no condenó a los jansenistas porque negaban el limbo, sino porque sostenían que los defensores del limbo eran culpables de herejía pelagiana. La Santa Sede defendía la doctrina del limbo como una opción aceptable y legítima, sin hacerla propia (cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 38). Cf. Antonio ROYO MARÍN, op. cit., p. 383). Era la primera vez que la expresión limbo de los niños aparecía en un documentos pontificio (cf. ib., p. 385).
[13] Ib., p. 386. Pese a esta afirmación el profesor Royo Marín defendía la teoría como hipótesis probable. Otros teólogos como Suárez, Salmerón o Lesio defendieron la teoría de que estos niños habitarían otra vez el planeta Tierra renovado después de la resurrección y el juicio final, especulando con el lugar físico que necesariamente debe albergar a los cuerpos resucitados al final de los tiempos. Esta teoría apenas tuvo eco (cf. ib., p. 387).
[14] Sal. 104, 24.
[15] Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n.15-20. Cf. Antonio ROYO MARÍN, op. cit., p. 382-384.
[16] El padre dominico Royo Marín señala que si esta hipótesis es cierta habría una distancia infinita con la visión beatífica. Sería una felicidad incompleta, porque si conservan el pecado original no pueden gozar en su plenitud de aquellos bienes naturales que hubiese poseído la naturaleza humana en caso de no haber sido elevada por Dios al plano sobrenatural (cf. ib., n. 396-397). Parece muy difícil conciliar esta teoría con el don de la libertad humana y la voluntad salvífica de Dios para todos los seres humanos.
[17] Según Santo Tomás (cf. Suma Teológica, in 2, dist. 33, q. 2, a. 2) las almas en el limbo poseen una felicidad natural diferente del orden sobrenatural. Suárez y los escolásticos posteriores pusieron de relieve que Cristo restaura la naturaleza humana (su gracia es gratia sanans, que cura la naturaleza humana) y con ello haría posible la felicidad natural que Santo Tomás atribuía a las almas en el limbo (cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 90; Antonio ROYO MARÍN, op. cit., p. 389-391, 393 y 395-396). San Roberto Belarmino sostuvo una opinión parecida con audaces puntualizaciones (cf. ib., p. 393-394).
[18] Cf. ib., p. 386.
[19] La razón estriba en que algunos obispos adujeron que la teoría de que los niños muertos antes del Bautismo no gozan de la visión beatífica no pertenece a la fe de su pueblo (sensus fidelium): cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 96.
[20] Cf. ib., n. 29.
[21] Así lo confirman los Concilios de Cartago (DH. 102), Lyón (DH. 464) y Florencia (DH. 693).
[22] Conviene distinguir entre la doctrina oficial de la Iglesia y las opiniones teológicas que adquieren visos de autoridad especialmente cuando falta pronunciamiento oficial y definitivo (cf. ib., n. 40; Antonio ROYO MARÍN, op. cit., p. 384).
[23] Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 36.
[24] Cf. ib., n. 70.
[25] Cf. ib., n. 36.
[26] Cf. Mt. 18, 10.
[27] Mt. 18, 14.
[28] Cf. Mc. 2, 5.
[29] Cf. Jn. 3, 5.
[30] «La necesidad del bautismo sacramental es una necesidad de segundo orden respecto a la necesidad absoluta de la acción salvadora de Dios por medio de Jesucristo para la salvación definitiva de todo ser humano» (cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 10).
[31] Cf., ib., n. 66.
[32] Cf. ib., n. 100. Antes del Concilio Vaticano II estos niños no tenían un rito de exequias específico y eran sepultados en tierra no consagrada. Ahora tienen plegarias especiales en el Ordo exequiarum (cf. ib.).
[33] Cf. ib., n. 2.
[34] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1261.
[35] Cf. ib., n. 6 y 49. «No hay, hubo o habrá hombre alguno cuya naturaleza no fuera asumida por él; así no hay, hubo, ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean redimidos por el misterio de su pasión» (DH, 624).
[36] Cf. 1 Tim. 2, 3-6. Cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes , 22.
[37] Cf. 1 Cor. 7, 14.
[38] Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 97.
[39] Cf. Gn. 3,15; 22,18; 1 Tm. 2, 4; CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1261.
[40] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 7 y 49. Cf. DH, 623.
[41] Cf. beato Pío IX, Quanto conficiamur, y Singulari quaedam (DH 2865). COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 33 y 57-58.
[42] Cf. ib., n. 58 y 59.
[43] Cf. CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, 16.
[44] Cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes , 22.
[45] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 81.
[46] Cf. ib., n. 29.
[47] «Salus extra Ecclesiam non est» en expresión feliz del Padre de la Iglesia San Cipriano. Cf. CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, 14.
[48] JUAN PABLO II, Redemptoris missio, 10.
[49] Jn. 3, 5.
[50] Jn. 6, 53.
[51] Cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 99.
[52] Cf. ib., n. 94.
[53] Cf. ib., n. 98.
[54] Cf. ib., n. 86-87. El pecado original se contrae sin consentimiento, a diferencia del pecado actual. Y sin consentimiento se perdona en el Bautismo. Pero quien salva es Cristo por sus méritos. ¿Acaso Cristo no podría salvar a estos niños sin su consentimiento, teniendo en cuenta que no tuvieron la oportunidad de consentir?
[55] Cf. ib., n. 29.
[56] Cf. ib., n. 101.
[57] «Si en caso de enfermedad mortal se dispone de dos medicinas, una que cura y otra que no estamos seguros de que cura, todo el que tenga sentido común aplicará la primera» (Jorge LORING, Para salvarte, Madrid: Edibesa, 2008, p. 798.
[58] Cf. Jn.16, 12.
[59] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1257.
[60] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, op. cit., n. 102.
[61] San JUAN PABLO II, Evangelium vitae, 99. Extrañamente este número de la encíclica está mutilado en la versión web de la página de la Santa Sede.
(Madrid, 1967) Doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Ciencias Religiosas y máster en Doctrina Social de la Iglesia. Es autor de varios libros, estudios académicos y artículos sobre pensamiento social cristiano.