Intento de secuestro a la Iglesia española: La Asamblea Conjunta

🗓️3 de enero de 2022 |

En 1971 se celebró una Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes en el Seminario de Madrid. La reunión intentaba responder a la rebeldía de un sector del clero español con la jerarquía eclesiástica.

Minorías ruidosas acapararon la representación de mucha diócesis y orientaron los debates hacia un sesgo más político que teológico o pastoral. Pronto algunas conclusiones intentaron desbordar las competencias de la propia Asamblea, pretendiendo revisar algunas enseñanzas del magisterio oficial de la Iglesia.

Esta reunión fue el gran intento frustrado del progresismo religioso de apoderarse de la Iglesia española. Aunque hubo serios precedentes, especialmente con la crisis de Acción Católica, ninguna operación fue tan pretenciosa como la Asamblea Conjunta, si exceptuamos tal vez a la «Operación Moisés» (1).

El espíritu rebelde en lo doctrinal y en lo disciplinar de la Asamblea Conjunta no fue una acción improvisada. Respondía a un clima contestatario creciente en la Iglesia que no pocos autores atribuyen a un neomodernismo (2) nunca del todo extinguido con la encíclica de San Pío X, Pascendi (1907). El desconcierto y la agitación sobrevienen inevitablemente a toda reforma. Los cambios legítimos que proponía el Concilio fueron el escenario perfecto para introducir en la vida de la Iglesia arcaicas herejías que se presentaban como novedades, invocando un espíritu del Concilio que era de facto la falsificación del propio Concilio, en sus fines y en su letra.

Buena parte de la Iglesia española vio la Asamblea Conjunta como una conspiración, tanto en la génesis, como en la representación diocesana o en los textos introductorios. Se trataba de provocar una política de hechos consumados que produjese en España una auténtica revolución eclesiástica, en la línea de un protestantismo liberal, rebelde con Roma, copiado del herético catecismo holandés (3).

En la Asamblea Conjunta aparecieron también buena parte de los argumentos utilizados más tarde por el cardenal Tarancón y sus colaboradores para bendecir un régimen constitucional de inspiración liberal (4) que disociaba el poder político de la moral objetiva y del bien común. La Iglesia española abandonaba una tradición multisecular en la Iglesia con el Régimen de Cristiandad que gobernó los destinos de Europa durante casi XV siglos, y que el propio Concilio había ratificado en Dignitatis humanae (5), dejando íntegra la doctrina tradicional respecto al origen divino del poder civil, la legitimidad de ejercicio y la constitución cristiana del Estado.

Esta reunión es antecedente también de la transición política, en la medida que una parte influyente de la Iglesia española abrazó de forma taimada el liberalismo político. Sin este apoyo, la transición, probablemente, nunca habría sido posible.

Aunque esta crisis fue promovida por minorías eclesiales audaces y coordinadas (6), la reacción contraria fue probablemente tardía e insuficiente. Para el padre Orbe Garicano (7), los obispos habían caído en la dejación de funciones con la Asamblea, sometiendo a votación cuestiones fundamentales, donde los sacerdotes eran mayoría con respecto a los obispos y a ellos se equiparaban, como si la oveja gobernase al pastor (8). 

Don José Guerra Campos, entonces obispo auxiliar de Madrid y secretario de la CEE, veía la necesidad de «un diálogo sereno entre obispos y sacerdotes para adaptar a la vida sacerdotal todas las enseñanzas del Concilio» (9). Por ello acudió a la Asamblea esperanzado, aunque pronto comprendió que se trataba de una vía equivocada y peligrosa para la Iglesia española (10). 

En las asambleas diocesanas preparatorias, junto a grandes aportaciones, vio una «siembra de teorías históricas y teológicas de tipo protestante acerca del origen y el sentido del sacerdocio; una siembra de criterios contra la ley del celibato y el espíritu de consagración; una siembra de concepciones del sacerdocio como un servicio ad tempos. Un aluvión de opiniones y dudas invadió el país, problematizándolo todo» (11). 

Buena parte de la Asamblea manifestó también su discrepancia con el calificativo de Cruzada para la Guerra de 1936. Este conato fallido de descalificación de la «Iglesia martirial» (12) y la deriva de las ponencias y debates, provocó la amenaza de monseñor Guerra Campos de abandonar la Asamblea.

El Papa Pablo VI desautorizó una parte de la Conclusiones de la Asamblea y pidió a la Conferencia Episcopal Española que acomodase su contenido al último Sínodo de los Obispos. Su reacción magisterial, ejemplar, evitó parcialmente la catástrofe. 

Finalmente las instrucciones del Papa fueron incumplidas y las conclusiones fueron olvidadas, aunque subrepticiamente se introdujeron parcialmente en la vida de la Iglesia española (13). Porque los promotores de la Asamblea gestionaron la vida de la Iglesia española hasta la llegada de Juan Pablo II al solio pontificio, que corrigió la tendencia. 

La Asamblea Conjunta no cumplió ninguno de sus objetivos. La Iglesia española había pagado un alto precio en vocaciones a la vida consagrada, en claridad doctrinal, en unidad y en vitalidad misionera, que era el único objetivo del Concilio.


(1) Fue un intento de agitación eclesial en 1966. Se pretendía una reunión catequética en Madrid, convocada por elementos desconocidos, sin autorización ni bendición del Episcopado. La convocatoria tenía objetivos políticos ilegales, estaba adscrita al progresismo religioso y contaba con la colaboración comunista de las emergentes CC. OO. Don José Guerra Campos desbarató el intento infiltrando algunos sacerdotes en la organización, y recabando toda la documentación que probaba los hechos e intenciones. El Papa y la opinión pública fueron informados (cf. Ricardo DE LA CIERVA, Historia esencial de la Iglesia Católica, Madrid: Editorial Fénix, 1997, p. 129).

(2) Las raíces modernistas de las conclusiones de la Asamblea Conjunta fueron denunciadas por los documentos de la Sagrada Congregación del Clero (cf. Bernardo MONSEGÚ, Iglesia y liberación sociopolítica, Madrid: Speiro, 1972, p. 472-475).

(3) Cf. REDACCIÓN, «Un grupo de sacerdotes calificados intenta una auténtica revolución eclesiástica en España», Iglesia-Mundo 9 (1971), p. 24-30. La misma convicción sostienen el padre Luis Madrid Corcuera o monseñor Marcelino Olaechea (cf. Santiago VILLAR, «Una ofensa a la historia y a la propia Iglesia», Iglesia-Mundo 14 (1971), p. 16-17). Monseñor Olaechea, obispo en Valencia, había protestado a Roma por la deriva de la Asamblea (cf. Ricardo de la CIERVA, La hoz y la cruz, Madrid: Editorial Fénix, 1996, p. 320)

(4) Vid. CEE, La Iglesia y la comunidad política (1973), en CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Moral Política. Magisterio de la CEE, 1972-2002, Madrid: EDICE, 2006, p. 17-54.

(5) Cf. CONCILIO VATICANO II, Dignitatis humanae, 1.

(6) La revista Iglesia-Mundo dedicó varios concienzudos análisis a las graves desviaciones doctrinales que asolaban entonces a la Iglesia en general y a la española en particular. Destacaban teólogos como José María González Ruiz (que acusaba a la Sagrada Congregación del Clero de herejía grave por sus correcciones a las Conclusiones de la Asamblea Conjunta), o P. M. Ortiz de Zúñiga y Olegario González. Sacerdotes como Mariano Gamo y Jaime Cuspinera. Jesuitas como José M. de Lera en Razón y Fe y J. M. Castillo. Revistas como Iglesia Viva, Mundo Social (de la Compañía de Jesús), el Boletín de la UPS, Pastoral Misionera, Lumen o la Revista Proyección de la Facultad Teológica de Granada. No se libra el Encuentro Nacional de Apostolado Seglar de 1971 o la Comisión Episcopal de Migraciones. Y numerosas asambleas diocesanas previas a la Asamblea Conjunta (Pamplona, Orense, Albacete, Vitoria, Zaragoza o Santiago (cf. REDACCIÓN, «Confusión y desviaciones doctrinales en España (I)», Iglesia Mundo 24 (1972), p. 9-13; REDACCIÓN, «Confusión y desviaciones doctrinales en España (V)», Iglesia Mundo 28-29 (1972), p. 9-12).

(7) El padre jesuita Orbe Garicano, miembro de la HSE de Guipúzcoa, fue castigado al silencio por monseñor Setién por discrepancias con su gobierno pastoral y su separatismo confeso. Murió a los 100 años en su lugar de reclusión, en la casa natal de San Ignacio de Loyola, poco después de la visita del nuevo obispo de San Sebastián, monseñor Munilla.

(8) Cf. HSE, La Hermandad Sacerdotal Española y la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes (I y II), San Sebastián: Hermandad Sacerdotal San Ignacio de Loyola, 1971, p. 152.

(9) Domingo MUELAS ALCOCER, Episcopologio conquense, Cuenca: Diputación Provincial de Cuenca, 2002, p. 575.

(10) Cf. Jaime MORENO, El apostolado seglar y la acción católica en el Magisterio del obispo don José Guerra Campos, Madrid: Tesina de licenciatura en Teología Catequética, Universidad de San Dámaso, 2012.

(11) Domingo MUELAS ALCOCER, Episcopologio conquense, op. cit., p. 577.

(12) Ricardo de la CIERVA, La hoz y la cruz, Madrid: Editorial Fénix, 1996, p. 320.

(13) La BAC publicó un volumen con las Conclusiones de la Asamblea, con prólogo del cardenal Quiroga Palacios. Fue presentado con rapidez y retirado pronto (cf. Ricardo de la CIERVA, La transición y la Iglesia, Madrid: ARC Editores, 1997, p. 154). Las conclusiones de la Asamblea habían sido publicadas antes de que fuesen aprobadas por la CEE, lo que provocó mucha alarma (cf. Cardenal Vicente ENRIQUE Y TARANCÓN, Confesiones, Madrid, PPC, 1996, p. 485). Los textos editados por la BAC nunca fueron reeditados. Una eventual Asamblea del Pueblo de Dios, con participación de clero y seglares, conclusión adoptada en amplia mayoría por la Asamblea Conjunta de 1971, tampoco se produjo nunca. Sobre los documentos relevantes no publicados en este libro, vid. REDACCIÓN, «El libro de la BAC sobre la Asamblea Conjunta», Iglesia-Mundo 15 (1971), p. 12-13


Francisco J. Carballo

(Madrid, 1967) Doctor en Ciencias Políticas, licenciado en Ciencias Religiosas y máster en Doctrina Social de la Iglesia. Es autor de varios libros, estudios académicos y artículos sobre pensamiento social cristiano.