Si el filtro de esta colaboración de nueva factura estuviese sujeta a los criterios del Partido Animalista, ya estaría despedido, pues iba a comenzar este artículo alabando uno de los acontecimientos que, a mi parecer, es la celebración más significativa del año. «Navidad», pensarán algunos; «¡la Hispanidad!», pensarán otros. Podríamos señalarlo, tal como la tradición y el refranero popular español hacen, con su onomástica correspondiente: San Martín.
La matanza del cerdo, como habrán intuido ustedes con la despierta perspicacia que yo les intuyo, mis lectores, es uno de los grandes eventos del año. ¿Por qué?, sostengo reflexivamente, mientras extiendo las manos sobre mi teclado y suena un leve rugido intestinal. Porque nos permite disfrutar de uno de los más gloriosos productos de nuestra gastronomía: la morcilla.
La morcilla, que en España bien puede ser de arroz o de cebolla -y no deseo abrir aquí un debate como si esto fuera, ¡qué se yo!, una discusión de jamones o dulces navideños, ejem-, es un verdadero manjar. Que los medios de comunicación no anuncien constantemente la exquisitez de la morcilla es un claro signo de la excelsa realidad del alimento. Aun así, hubo un periodista -Gómez de la Serna- que se encargó de ella haciendo humor -negro- en una de sus greguerías: «la morcilla es una transfusión de sangre con cebolla».
-¡Bendita transfusión!- dice una señora con la boca llena de esta delicatessen, como si estuviese tratando de pronunciar Pam-plo-na.
Y llegados a este punto, uno se pregunta por qué hay quienes invierten en acciones del Santander o contratan Disney Plus -plus, no plas- pudiendo comprar lingotes de morcilla. Baltasar de Alcázar, poeta sevillano del Siglo de Oro, decidió invertir en el buen comer. Nuestro Baltasar, que abordó desde el antipetrarquismo hasta la poética religiosa, muestra una gran devoción a la morcilla: «La ensalada y salpicón / hizo fin. ¿Qué viene ahora? / La morcilla, ¡oh, gran señora / digna de veneración!
Hace días me llegaba una publicidad de un restaurante chic situado en las inmediaciones de esa zona granuja en torno a la cual se reúnen nuestros más jóvenes arribistas madrileños. En ese anuncio recibido comprobé que publicitaban un plato construido (¡o deconstruido!) a partir de morcilla vegana.
-¿Qué es esto?- solté sobresaltado leyendo el correo- ¡que se vayan a tomar morcillas!- dije, siendo consciente del alto deseo caritativo que había pronunciado.
Créanme, mis lectores: que no esté el Parque del Retiro lleno de gente con sus bocatas de morcilla demuestra cuánto ha avanzado esta apisonadora de la modernidad sobre nuestras vidas.
Getafe, 2002. Estudiante de Periodismo y Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid. Soy quijote de un tiempo que no tiene edad. Cor ad cor loquitur.