NI CULTURA NI ACADEMIA

🗓️3 de mayo de 2022 |

«Es en la vida privada que encontramos a los grandes personajes, tan grandes que no se volvieron públicos». G.K Chesterton.

La pintura elegida para ilustrar el presente artículo, muestra el legado heredado por Grecia a occidente. Y en su centro, precisamente, se destaca la figura monumental de Platón y Aristóteles, protagonistas de «La Escuela de Atenas» de Rafael Sanzio. Los dos filósofos sentaron las bases del saber a la cultura y academia occidental, con un fuerte compromiso espiritual hacia la sabiduría y ello, justamente, representan las artes clásicas en su conjunto. Luego el cristianismo, en la figura de San Agustín de inspiración neoplatónica, terminando la Edad Antigua, sentó las bases filosóficas al comienzo de la Edad Media y, posteriormente, el pensamiento de inspiración aristotélico en Santo Tomás de Aquino fue la cumbre del pensamiento medieval. Religión y saber unidos en una sola dirección o, en otras palabras, el pensamiento clásico y el cristianismo elevados en una ópera prima del supremo saber humano.

Distanciada de lo anterior, el pensamiento moderno se erigió contraria a la visión clásica y medieval del saber. Su fuente el racionalismo, fue transformando el saber en pensamiento utilitarista y antropocentrista, y en la actualidad nihilista tanto de la cultura como de la academia, desposeyendo consecuentemente de toda raíz metafísica y trascendente.

LA NO CULTURA:

La cultura está presente en todo ámbito humano, la respiramos por doquier. Pienso en la buena cultura y automáticamente se me viene a la mente un grupo de académicos de la Universidad de Oxford llamado los «Inklings» que, entre sus destacadas e ilustres personalidades, se hallaban J.R.R Tolkien y C.S Lewis. Este grupo de discusión literaria mantuvo la costumbre, como es propia de los ingleses, de reunirse semanalmente por casi veinte años (de 1930 a 1949). Sus charlas, debates o discusiones versaban sobre literatura fantástica y su creación. De allí posiblemente fomento la composición del «Hobbit» o el «Señor de los Anillos» de Tolkien o «Las Crónicas de Narnia» o «Cartas del Diablo a su Sobrino» de Lewis. La camaradería y el incentivo imaginario, debieron de contribuir fuertemente a la creación de obras tan importantes para la literatura fantástica universal. Pero cabe, sin embargo, destacar lo más importante, dicho club estaba despojado de toda concepción racionalista, ideológica o utilitarista de la realidad (que no es otra cosa que un idealismo abstracto y un pragmatismo fuera de la verdad) puesto que allí brillaba la imaginación y la vocación como un estandarte. El hermano mayor de C.S Lewis, justamente, describió el propósito del grupo: “los Inklings no eran ni un club ni una sociedad literaria, aunque participaron de la naturaleza de ambos. No había reglas, funcionarios, agendas o elecciones formales.

A lo mejor le debemos más a este club de pocos amigos que a la propia institución universitaria de Oxford (con el respeto y admiración que se merece) para la inspiración de los hobbits o Aslan. G.K Chesterton una vez dijo en «Ortodoxia» que: “Las cosas en las que más creía entonces (de niño), las cosas en las que más creo ahora, son los llamados cuentos de hadas. Me parece que estos cuentos son eternamente más razonables. No son fantasías: comparadas con ellos, las otras cosas son fantásticas. Comparados con ellos, la religión es anormalmente correcta y el racionalismo anormalmente erróneo”. El viejo navío de la taberna errante o esa Inglaterra tradicional de pintorescos bares antiguos que imaginó Chesterton, es una realidad, aunque potenciada en la imaginación, que echa su anclaje sobre la «no cultura», es decir, aquella realidad monstruosa de hombres sin hambre ni sed, hombres que le da lo mismo todo: aquellos que viven de habladurías, incoherencias e insensatez, ya que estos hombres no tienen nada profundo que decir, porque su capacidad de maravillarse se nublo en los tiempos presentes.

Si el hombre se detuviera a pensar conocería su inseguridad, pues de por sí camina con duda; y sin embargo, su trayecto lo transita a fin de encontrar cobijo y seguridad, buscando la verdad. Al contrario, el hombre actual fantasea con su precario andar en una falsa seguridad hacia lo efímero. Y precisamente, la «buena cultura» que es además un «buen alimento espiritual» debe ser, ciertamente, un refugio ante las inclemencias de la realidad en un mundo en constante ruido y aturdimiento, donde todo tipo de comunidad y lazos se han roto. En este sentido, «Antoine de Saint-Exupéry» a través de El Principito manifestó: “Busco a los hombres”; y ello no es otra cosa que un llamado a la búsqueda de sentido, a la búsqueda de unir al hombre fragmentado, que ya no «doméstica» como anhelaba noblemente el zorro. Ser, en efecto, partícipe de las cosas y, sobre todo, de descubrir aquello que es invisible a nuestros ojos en la era de lo «pragmático».

Hoy el mundo ha perdido la sabiduría clásica, pero ha ganado, en cambio, maquinarias gubernamentales e ideológicas que han roto con la auténtica cultura humana formativa del alma. Platón afirmaba en este aspecto que “la filosofía es la preparación para la muerte”, y quizás nuestra vida es una preparación para aprender a morir y en ese tránsito «buscamos sentido» y, en especial, intentamos encontrar un camino que nos lleve a la «eternidad». No obstante, para que ello suceda, se debe cultivar el alma en la belleza de lo desapercibido en un mundo donde lo efímero es acontecimiento y donde la sociedad vive en un decadente «espectáculo». Un hombre que en definitiva tiene que aprender a vivir y la religión y la cultura deben ayudarlo.  

LA NO ACADEMIA:

Mi «anarquismo conservador» (que tal vez sea en el fondo un anarquismo trascendente), como alguna vez calificó Gustave Thibon y donde tomó tales palabras, quiere decir que voy en contra de la falsificación de aquellas instituciones que se corrieron de su origen y naturaleza. El ejemplo más palpable es la academia en nuestros días. Pienso en la vida de C.S Lewis en la película biográfica «Tierras de Penumbras» y verificó en el inicio del film los trajes tradicionales de Oxford y los cantos en latín; el sol crepuscular entrando por los ventanales de la iglesia de estilo gótico inglés, y la posterior imagen medieval de la Universidad; el comedor y la vajilla de cristal y plata, con sus profesores reunidos alrededor de una gran mesa como buenos comensales. Unas escenas después, se ve a C.S Lewis con una vida muy ordenada como tranquila, dedicada a la docencia, la escritura y las conferencias. Imparte clases de literatura a unos cuatros alumnos, incentivando su imaginación en el intercambio mutuo, nada más ni nada menos quien escribió una de las obras más vendidas de la historia con más de 85 millones de libros solamente con «Las Crónicas de Narnia: El león, la bruja y el ropero».

Lo anterior gráfica algunos rasgos de un auténtico ámbito académico que, ciertamente, significa anti-sofístico como señala el filósofo alemán «Josef Pieper». No obstante, aquí la realidad es otra. Y mi experiencia así lo demuestra. Me topé con un obtuso profesor que da prácticamente una inexistente materia de derecho, además de ser un «hombre de política», es decir, «un hombre no académico», ya que difícilmente pueda ser competente en ambas esferas del quehacer humano, salvo que sea un hombre extraordinario al que no estamos acostumbrados a ver en nuestros días y, sin duda, este profesor no lo es. «Chesterton» hace un siglo lo vaticinó perfectamente: “Si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político”.

Tal vez esté de moda ser político y académico, ese mundo omniabarcador en el que quieren estar sin poder dedicarse a ninguno de los dos. Pero hay algo peligroso en esta trampa y es simplemente un hombre «no académico» queriendo enseñar. Este hombre de carácter práctico, diseminado en la política y lo exterior, no puede cultivar verdadera ciencia en los demás, y ocupar un rol verdadero y satisfactorio. El académico no puede representar a la multitud como nuestro profesor quien es político o intenta serlo, sino distinguirse sanamente de lo social entendida como una «actitud diferenciada» aspirando a la excelencia del saber que debe transmitir. Nuestro profesor seguramente defiende una ideología como manifiesta públicamente, un atentado grave al saber. En este contexto, «Josef Pieper» aseveró en «El ocio fundamento de la cultura»: “La libertad académica se pierde en la misma medida en que se pierde el carácter filosófico de los estudios académicos o, dicho de otra forma, en la medida en que la pretensión totalitaria del mundo del trabajo ha conquistado el espacio de la Universidad. Aquí está la raíz metafísica; la llamada «politización» es solo una consecuencia y un síntoma”. y en otro pasaje describió: “Necesitamos filósofos que desarrollen, fundamenten, defiendan una determinada ideología; sólo puede hablarse de esa forma destruyendo al mismo tiempo la filosofía”.  

Imagino a Sócrates, Platón o Aristóteles, viendo esta modalidad moderna de educación y bajo estos personajes «no académicos» cumpliendo el formalismo de los  «planes de estudios» modificados cada un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, los antiguos enseñaban en un lugar alejado del mundo para, justamente, orientarse a la verdad sin la mirada sofística que imperaba en las urbes, donde se preservaba el saber mismo. Los jardines y bosques donde se desarrollaba la academia clásica tenían como fundamento tener un pleno contacto con la realidad y la naturaleza, verdadero pilar de todo desarrollo intelectual. Dice Pieper, en otra parte de la obra: “Nuestras universidades son centros de formación profesional, algo que sin duda la escuela de Platón en el bosque Academo no era”. Esto quiere decir que la universidad de hoy solamente se forma en lo que se considera «utilitario», en la praxis más elemental, como si cada uno ocupase el lugar de un engranaje social, en la actual sociedad de aplastante planificación. El socialismo y su forma más radical el comunismo, llevaron al extremo tal idea, sofocando la educación integral del hombre que primordialmente es «espiritual», pues hallando la verdad, la naturaleza y la realidad en las cosas difícilmente el ser humano pueda ser dominado por ideologías totalitarias.

En la Edad Media, las artes liberales heredadas de la antigüedad, procuraban la formación integral del saber y se diferenciaban de las artes del  «hombre servil», esto es las llamadas «artes mecánicas». Así pues, se presentaban como un instrumento el cual el espíritu se ilustraba en filosofía y era capaz de expresarla adecuadamente (Ferrater Mora J., Diccionario de Filosofía, ed. Ariel Referencia, Barcelona, 1994, p. 3583). El conocimiento medieval era integrativo de distintos saberes para una sólida formación humanista, iluminado por encima de todo por la «filosofía» en la que «Pieper» asertivamente destacó: “Académico significa filosófico; un centro de formación académica es un centro filosófico de formación, al menos que está fundado en la filosofía; tratar una ciencia de manera académica significa tratarla de manera filosófica. Y en consecuencia: una formación no fundada en la filosofía, no impregnada de lo filosófico, no tiene derecho a denominarse académica. Un estudio que no está determinado por el filosofar no es académico”. Pues conociendo los primeros principios y las primeras causas se adopta una actitud fundamental hacia la realidad y la existencia entera.

Pienso nuevamente en G.K Chesterton, príncipe de las paradojas, quien abandonó sus estudios en la Slade School of Art sin obtener su título académico. Lo anterior, sin lugar a dudas, no fue obstáculo alguno para que se convirtiera en un gran escritor, recordado y leído por muchos en la posteridad de su vida. En consecuencia, la tesis podría ser la siguiente: qué la genialidad nada tiene que ver con la universidad ni con las notas, si no está acompañada de un saber mucho más profundo que es espiritual. Y Chesterton, en este sentido, era un gigante. Es posible que la capacidad en la actualidad tenga que ver más bien con una virtud «autodidacta», porque los profesores de nuestros días no están formados y, consciente o inconscientemente enarbolan la bandera del utilitarismo, del racionalismo y del nihilismo, nada más opuesto a la hora de ser un académico. Y el profesor que más arriba les cite tiene una mirada absorbente en lo utilitario y lo formalista sin contenido, aunque ni siquiera a esta visión llega bien del todo, puesto que enseña algo inaplicable a la vida. Algo que no sirve a la realidad práctica ni prepara para la vida real. En definitiva, este profesor «desaprueba» en su rol docente y hasta olvida cosas cuando se dispone a tomar un examen en alguna cuestión que pregunta.

Un buen crítico de nuestro tiempo es, al mismo tiempo, un buen «anarquista institucional», ya que se enfrenta a algo que uno «debe» pero no «quiere», que lo lamenta aunque tenga la obligación de cumplir. Casi como un descenso a la «incomodidad». Algunos espíritus caminan por otra senda y los conformistas con la realidad dirán que uno debe, valga la redundancia, conformarse con dicha realidad y los tiempos presentes. Podrán en cualquier caso doblegar fuerzas, y sin embargo, se encuentra una enorme alegría en saber que uno es inadaptado a aquello que está mal, porque hay algo que está bien, y eso, simplemente, es no rendirle culto a quien no entiende cuál es la verdadera naturaleza de lo académico.


Ignacio A. Nieto Guil

Nacido en Argentina, actualmente es articulista para diversos medios nacionales e internacionales, entre los que se destacan publicaciones en: La Abeja (Lima, Perú), España Confidencial (Pamplona, Navarra), Cruz del Sur Centro de Estudios (Buenos Aires, Argentina), Fundación Libre (Córdoba, Argentina), Finanzas San Luis (Argentina), Biblioteca Kierkegaard Argentina (Buenos Aires), Tradición Viva (Madrid, España), nuevatribuna.es (Madrid, España) y chesterton.es (Madrid, España). Además, en el Diario La Prensa (1869) de Buenos Aires y El Litoral (1918) de Santa Fe en su versión digital e impresa.