El hogar

🗓️30 de mayo de 2022 |

El hogar, sencillamente, es un refugio ante la realidad finita y circundante. Es el núcleo vital a prima facie y la primera comunidad donde se inserta el ser humano y recibe su educación y valores que lo conducirán por el resto de su vida. «Chesterton» lo manifestó claramente: “El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”. Sin embargo, el ámbito familiar quedó relegado de su misión e importancia, donde los hombres perpetrados por presupuestos como el «hiperindividualismo» a partir del gozo y la satisfacción de deseos personales y, por otro lado, la «masificación comunitarista» de ideologías y modas que atentan contra los miembros de sociedades que perdieron su «arraigo» en aquellas «instituciones de orden natural», cuyas bases sólidas permiten dotar de «sentido a la vida» y crear «lazos firmes» entre las personas. También el «autor inglés de las paradojas» afirmó: “La familia es la prueba de la libertad, porque la familia es lo único que el hombre libre hace por sí mismo”. La familia, en efecto, es un acto de «libertad y compromiso», de «preferencia e intimidad». Es la creación y la sociedad espontánea más libre de todas, hecha para la «perpetuidad»; y, por ende, destruida, la comunidad entera sucumbe a merced de poderes que quieren personas subordinadas y disponibles.

Muchos son los problemas que surgen del ataque a la «célula principal de la sociedad»: la «familia». Según el psiquiatra francés «Henry Ey», «la depresión es un exceso de realidad», aseverando que “el campo de la psiquiatría es sobre todo el estudio de la patología de la libertad”. Pareciera que el mundo contemporáneo tiene una desastrosa herencia generacional, anclada en el costumbrismo de una insatisfacción vacía y absorbida en una realidad lúgubre. Por otro lado, la mala utilización de una «libertad agonizante» en su transitar por el mundo y que deriva, precisamente, en patologías que afectan tanto la psiquis como al espíritu, negando toda apertura vital y trascendental, como la «naturaleza intrínseca del hombre». En efecto, nunca se ha visto un deterioro tan grande en materia humana como en los tiempos presentes, donde se da por hecho una realidad sin cuestionar en absoluto el arbitrio negador del orden natural y sobrenatural que, a saber, el sistema ha socavado haciendo de nuestro presente un camino tanto fugaz como líquido y, sobre todo, permeable a cierta «indigencia vital», donde el hombre marcha a la deriva.

Quien se dedica auténticamente a la «escritura» es, sencillamente, porque se halla en «disconformidad con la realidad». El intelectual, en este sentido, debe insertar nociones pérdidas que son inherentes y naturales al hombre que la reingeniería social sepultó en la llamada «posmodernidad», puesto que hay una verdad, una naturaleza y una realidad detrás de las cosas que fue descubierta en las sucesivas generaciones del pasado. Sin embargo en el mundo fragmentado de hoy, el ser humano ha quedado en la «intemperie» y ya no tiene vocación de «unicidad» en su lucha contra cierta «inercia temporal», puesto que el hombre es «hijo de su tiempo» y no guarda, por lo tanto, relación con lo pretérito. «Chesterton», descifró esta cuestión claramente: “Tradición significa dar votos a la más oscura de todas las clases, nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos. La tradición se niega a someterse a la oligarquía pequeña y arrogante de aquellos que simplemente andan por allí caminando”.

«Fiodor Dostoyevsky» en su visión profética sobre lo que se avecinaba en Rusia, lo hizo en base a un diagnóstico preciso a partir de ver cómo el «liberalismo antropológico» Europeo que proclamaba la autosuficiencia respecto de Dios se insertaba en el pueblo ruso, según el «P. Alfredo Sáenz» en «El fin de los tiempos y siete autores modernos»; y había incubado, además, un germen nocivo de degradación espiritual en las posteriores generaciones de aquellos «hijos socialistas» que destruirían el resto de los vestigios agonizantes del «alma rusa», gracias a la herencia de aquellos «padres liberales». Así pues, rotos los lazos de la tradición, la sociedad se transforma en caldo de cultivo para que un supuesto «superhombre nietzscheano» emancipado de una visión «realista y sobrenatural» se deje enfrascar, simplemente, en una mirada fragmentada de la vida a partir de una cosmovisión disfrazada de «materialismo práctico» cuyas visiones fueron bien implantadas por el «liberalismo y el socialismo»; y es en ese contexto, justamente, donde ingresa el nihilismo, el idealismo, el racionalismo, el cientificismo y las ideologías, es decir, una auténtica «dogmática moderna» que no es otra cosa que una verdadera religión antropomórfica, negadora de todo «orden superior».

No obstante, el hombre tiene una doble realidad constitutiva en el orden «metafísico-existencial» con una «misión espiritual» envuelta por un «misterio». Es «Metafísica» puesto que está conectado al «Absoluto» más allá de la «realidad circundante». Y es «existencial» en tanto que es  «acto de ser», es decir está inserto en el mundo con una «existencia encarnada». Además, de poseer una constitución psíquica y moral en el orden finito, sin negar que la facultad superior del hombre se halla en el «espíritu», siendo la inteligencia, la voluntad, la libertad o las virtudes apoyos al «ser-espiritual».

En este sentido, el hombre moderno vive bajo «formas no correlativas con su existencia» sumido en una concepción «nihilista» donde sufre, precisamente, el impacto del vacío de aquellos valores perdidos de antaño, pues, al enfrentarse con la realidad debe hallar un soporte que lo ilumine desde lo alto para superar aquellos contrastes que lo anclan en la «mundanidad» imperante como: la duda, el dolor, las miserias y la muerte; y de esta manera pueda descubrir un «nuevo ámbito en la realidad» o, en otras palabras, adquirir una visión «profunda» de la vida. Las personas ya no conocen la esencia de las cosas a partir de un entendimiento claro, puesto que la modernidad ha creado grandes artificios suplantando la verdadera naturaleza que se encuentra en cada aspecto vital del hombre y en sus relaciones con sus semejantes.

Esta nueva realidad lleva a una conexión del alma con una «matriz trascendental» a través de la «belleza». Una belleza que puede dejarnos perplejos en este mundo y, a decir verdad, con un sabor a nostalgia y a un sano dolor dulce en tanto que es bueno y anhelado para el espíritu: «aquello que se nos devela a lo lejos como un oasis en el desierto al que se tarda en llegar». Si el hombre no está iluminado por algo más alto que él, seguramente fracasará con sus solas fuerzas y no sé levantará en su «tránsito por el mundo». Sin embargo, si confía en la «luz perenne» siempre tendrá un brazo que lo levante y lo vuelva a colocar en camino aun cuando toma rumbos tan dispares. Porque, ciertamente, hay «tanta luz en el mundo» que solo hace falta sacarse la venda de los ojos para contemplar la verdad.

E incluso aquellas lágrimas que suavizan la piel del rostro tienen un sabor dulce en Su luz, aunque esa gota que emana sea como una «lágrima en la lluvia» ante la mirada del mundo, y casi irreconocible tan sólo en presencia de los hombres, pero visible para Dios en medio de la «soledad de nuestra alma» que, delante de nuestra precaria desnudez, Él nos abriga, pues siempre se hará su «designio en medio de las tempestades». La humanidad volverá, en consecuencia, a esa «noble infancia desterrada» cuando el hartazgo sea insostenible, en virtud que existe una naturaleza inherente al hombre e inviolable en el fondo en medio de tantas falsedades que el espíritu social enarbola a través de ideologismos pretenciosos que exprimen la «realidad común» en pos de postrar todas las «realidades individuales». Finalmente, para aquellos que cultivan su espíritu por más que no lo visualicen en el esfuerzo diario, sin lugar a dudas, algún día brotarán sus frutos calmando el alma ante tanta fealdad impuesta.

Actualmente el hogar no cumple con su rol fundamental como se describió inicialmente a raíz de su «fragmentación» y, por ello, las personas ya no viven dentro de sus hogares, sino fuera de él. Incluso dentro del espacio físico de la casa se recibe la «intromisión de estímulos externos que rompen el precioso peso de la intimidad de los vínculos familiares» a través de un «ocio visiteo excesivo» o la «virtualidad». Un claro ejemplo es la moderna tiranía del móvil y de las redes sociales. Visualizar la vida de personas tan lejanas que quizás hace años no se veían o eran remotos compañeros de la universidad en la que nunca hubo vínculos cercanos. Autorretratarse para esas mismas personas o aún más grave ante perfectos desconocidos a través de un «selfilismo» vacuo de expresión narcisista que exhibe el cuerpo, los aspectos materiales de consumo o la intimidad que debe quedar en una «esfera privada»

Al respecto, el filósofo danés «Søren Kierkegaard», sostuvo: “El grado de pudor de una persona mide exactamente su valor espiritual”. Sin embargo, hoy asistimos a la completa «nulidad del espíritu» y su «aburguesamiento» que, en definitiva, se trata de una «ruptura interior y su carencia» quedando la vida en la «mera superficie exterior», y cuyo diagnóstico a tal mal es la «desesperación» en tanto que se carece de un «yo» auténtico que no puede salirse del «mundo circundante y las imposiciones» materiales o de modas vacías, en miras de «trascender» los niveles más bajos de vida como es, por ejemplo, el «esteticismo». «Josef Pieper» en «El ocio fundamento de la cultura» se pregunta: ¿Pero qué significa el aburguesamiento a nivel espiritual? Ante todo esto: que alguien toma el mundo circundante determinado por las necesidades vitales inmediatas de manera tan definitiva, tan compacta, que las cosas que encuentra no le son transparentes. Ya no se vislumbra el mundo más grande, más profundo y más auténtico, al principio «invisible», de las esencias. Lo asombroso ya no tiene lugar: el hombre no es capaz de asombrarse. Para la obtusa mente del burgués todo es obvio”. En este sentido,  «Kierkegaard» es otro autor que critica la «mentalidad burguesa dentro del cristianismo» y del cual muchas «familias» falsifican el verdadero sentido religioso enseñando una mera exterioridad, esto es, un barniz vacío de cristianismo para la «simple reputación e imagen familiar»

Además de lo antes expuesto, las personas se prestan a un juego virtual ante sujetos sin escrúpulos ya que se le abren las puertas al «espacio personal» en detrimento hacia aquellas personas que se le deben compromiso. La búsqueda del constante «like», la aceptación de sujetos inciertos, las miles de supuestas amistades virtuales vaciadas de contenido, el exhibicionismo, el consumo desenfrenado o los engaños virtuales son, entre otros, males no vistos por la gran «masa amorfa» de las redes sociales, que caen bajo supuestos «delirios de encanto» gracias a su «hastío social» a partir de una «estética corrompida y publicitaria» que no puede generar «vínculos auténticos»; perdiendo en consecuencia lo «sustancial y lo concreto» que es nada más ni nada menos que nuestra «existencia inmediata» y los aspectos tangibles que, en definitiva, emanan de ella.

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Ignacio A. Nieto Guil

Nacido en Argentina, actualmente es articulista para diversos medios nacionales e internacionales, entre los que se destacan publicaciones en: La Abeja (Lima, Perú), España Confidencial (Pamplona, Navarra), Cruz del Sur Centro de Estudios (Buenos Aires, Argentina), Fundación Libre (Córdoba, Argentina), Finanzas San Luis (Argentina), Biblioteca Kierkegaard Argentina (Buenos Aires), Tradición Viva (Madrid, España), nuevatribuna.es (Madrid, España) y chesterton.es (Madrid, España). Además, en el Diario La Prensa (1869) de Buenos Aires y El Litoral (1918) de Santa Fe en su versión digital e impresa.