En homenaje al P. Alfredo Sáenz S.J.
En una obra titulada «El fin de los tiempos y seis autores modernos» del P. Alfredo Sáenz S.J, el autor realiza un resumen de los grandes acontecimientos que vivió el escritor ruso y analiza, por otro lado, la impronta cristiana de «Fiódor Dostoievsky» para denunciar los problemas sociales y políticos (con su trasfondo eminentemente psicológico y religioso) que se avecinaron en Rusia en la primera parte del «S. XX» o la: “denuncia de la impotencia radical del humanismo para ofrecer una solución adecuada a la tragedia del destino humano”. En los próximos párrafos se realiza una síntesis de las principales ideas extraídas a lo largo de las primeras cien páginas del libro dedicadas al profeta ruso. Luego la obra continúa con el análisis de «Soloviev, Benson, Thibon, Pieper y Castellani». Una edición posterior incorpora la voz del escritor argentino «Hugo Wast» en un tema tan interesante y profundo como es la interpretación del «fin de la historia» a través de los signos bíblicos del «apocalipsis».
«La ciudad del hombre caído y el drama interior en su destino trágico» es el puntapié inicial para analizar al gran escritor ruso. En efecto, se trata del alma del “hombre moderno” y su ruptura con la «trascendencia», desde el punto de vista del «realismo psicológico». En otras palabras, se trata de un descenso al «infierno del alma humana», no sin antes emerger hacia la «luz como destino final». La mirada de Dostoievski penetró en los recónditos más profundos del «espíritu humano», esto es, la parte infernal y angelical del hombre. El «dios-hombre» o «superhombre», cuyo propósito es exaltar el “humanismo” barriendo toda impronta trascendental y, por tanto, sin Dios como guía.
En este sentido, el «P. Sáenz» se vale de «Crimen y Castigo» y, precisamente, de su protagonista «Raskólnikov» para comenzar su estudio. Así pues, se propone a esbozar un acercamiento al tema de la «libertad» y tres posibilidades que se desprenden de la misma. La primera consiste en negar la libertad en pos de la felicidad; la segunda en afirmar la libertad unida a la verdad; y la tercera en afirmar la libertad sin Dios en el camino. Asevera, consecuentemente, que una sociedad que busca imponer solamente la felicidad por decreto, acabará «destruyendo la libertad». Prosigue que la libertad de obrar el bien incluye la posible elección del mal que, ciertamente, conduce a la ruina de la libertad. El camino a la verdad no es, en este aspecto, llano y directo, sino, por el contrario, se abre a través de las tinieblas y abismos. Es un camino largo y de tragedia, y podría abreviarse si se limita la libertad del hombre. Sin embargo, la segunda posibilidad de libertad (en la verdad) es la «auténtica libertad», ya que «Cristo» no es solamente la verdad, sino la «verdad libre», puesto que la «libertad forma parte del cristianismo». El rechazo a esté principio es renunciar al mismo Cristo, a la verdad que se halla en Cristo y adherirse por consiguiente al «Anticristo» y su paraíso terrenal propuesto.
La última posibilidad de libertad es la “rebelde” (sin Dios en el camino). Como se dijo, el autor ruso la hace representar desde luego en la figura que encarna el asesino «Raskólnikov». Dicha libertad degenera en «arbitrariedad» que conlleva, sin lugar a dudas, al «vacío» del alma. En otros términos, evoca al hombre que sueña con sobrepasar los «límites de su propia naturaleza en la rebeldía ilimitada» y, sobre todo, desvinculándose de Dios, acaba por esfumarse. Es esclavo de sí mismo suprimiendo y renunciando al «señorío del espíritu», quedando sujeto a la peor de las coacciones y «Dostoievski» lo muestra en otro de sus personajes: “partiendo de la libertad ilimitada llegó al despotismo sin límites”, dice «Schigálev» en «Demonios». Es una negación lisa y llana de la libertad a través de su plena exaltación.
Otro problema, además de la libertad, es para el novelista ruso el análisis del «mal». Para él, el «bien y el mal» son hijos de la «libertad», puesto que sin la libertad el mal resulta impensable. En efecto, «Dostoievski» se vale de la figura del «crimen» para examinar el mal. Ya se dijo que la libertad rebelde conduce a la «arbitrariedad» y, a su vez, esta conduce al mal y el mal en consecuencia al «crimen». Esto es posible verlo desde el punto de vista «ontológico», ya que, ciertamente, el autor ruso se rebela contra cierto «determinismo humanista» de corte «positivista» en boga en su tiempo, que pretendía explicar el mal y el crimen como si fueran meras consecuencias de un «medio social». Si se afirma lo anterior, ya no existiría la propia responsabilidad, ni Dios, ni la libertad, ni el mismo mal. En definitiva, todo sería producto de una causa externa al individuo, cuestión que Dostoievski reprocha tajantemente.
El mal se esconde en las entrañas del mismo hombre, en su rebelión y bajo la «desvinculación con el principio divino». Entonces, el hombre que comete un mal (un asesinato por ejemplo) no puede deshacerse de su «responsabilidad» acusando a un medio externo de tal situación y volverse una víctima como han propugnado las ideologías que, precisamente, atacó Dostoievski. Es la libertad lo que ha conducido a las sendas del mal; se ha destruido a sí misma hasta volverse su opuesto. Y solo a través del «sufrimiento» se repara un crimen y se derrota al mal realizado a través de la destrucción de la libertad que debe ser «redimida». La vida es, justamente, la «expiación de la culpa por medio del sufrimiento».
En «Los Hermanos Karamazov», en «Demonios» o en «Crimen y Castigo», Dostoievski se adentra en el interrogante que representa la libertad y «si está o no permitido sobrepasar la frontera de lo moral». Su temática gira en torno a si es lícito atreverse a todo fuera del límite ético creando el hombre su «propia ley» que lo impulsa, entre otras cosas, a ser su propio dios, es decir cuando la libertad se vuelve rebelde, cuando no hay límite alguno. «Si Dios no existe todo está permitido» o lo que equivale a la idea de un hombre endiosado; bajo una fuerza antropocéntrica que se desvincula de Dios. En este aspecto, «Raskólnikov» (de Crimen y Castigo) concibió “una idea capital” en su ideario nietzscheano del “hombre-dios” que acabó con una vida. No obstante, en realidad se trata de un hombre débil, miserable y frustrado que cometió un crimen: “yo quería atreverme y maté, sólo atreverme quería”. Pero su móvil va mucho más a fondo: “¿estaba facultado para transgredir la ley, o no lo estaba? ¿Me atrevería a traspasar los límites o no?”. Pero tras el crimen sentencia: “La he asesinado bien, pero en cuanto a pasar por encima, no lo he logrado. Soy un gusano y nada más”. No pudo soportar, en consecuencia, el peso del delito: ¿Es que yo maté a la vieja? Yo me maté a mí mismo, no maté a la vieja”. Así pues, el protagonista de «Crimen y Castigo» señala el fin de la moral humanista, la moral de la autosuficiencia y el agotamiento del superhombre que se termina aniquilando a raíz de su propia «autodestrucción». Es importante destacar que «Dostoievski» ve en la figura del crimen un acto eminentemente religioso, casi teológico y no la mera transgresión de la ley humana, puesto que «Raskólnikov» no buscó violar las leyes sociales sino que procuró sustituir a Dios, destruyendo su obra.
Luego de estudiar las figuras de los personajes de «Crimen y Castigo», el «P. Sáenz » se adentra en una obra de vital importancia: «Demonios». El novelista ruso, aborda en este libro la «precipitación de Rusia al socialismo». Por ello, en una carta a su amigo «Máikov» en 1869, advierte que su nueva novela es una “parábola del ateísmo” cuyos personajes son en términos del escritor unos “vagabundos”, ya que se trata una estirpe del pueblo ruso que se encamina al ideario «socialista». Toda su anterior obra no era sino “insignificante”, es decir una introducción a la que le iba a consagrar el resto de su vida. Describe que podría morir en paz, luego de su obra magna (Demonios). Asimismo, el libro se compone de cinco grandes novelas independientes, cuyo protagonista sería un gran “pecador”, sobresaliendo en maldad respecto a los personajes de las anteriores novelas, un verdadero “príncipe de las tinieblas”. Un satán hecho hombre. Sin embargo, su significación tiene un gran sentido, pues «Dostoievski» veía que Rusia estaba verdaderamente «endemoniada». La mítica “alma rusa”, en consecuencia, comenzaba a caer y el autor en cuestión pudo ver como nadie el «trasfondo psicológico del revolucionario ruso».
El mismo Fiódor estuvo inserto en ámbitos «revolucionarios» en su época como conspirador que le valió su estancia en «Siberia». Lo vio actuar, además, en el extranjero, precisamente en «Suiza», manteniendo conversaciones con importantes ideólogos de izquierda. Tales acontecimientos en su «juventud exaltada» fueron una inspiración directa para su obra y denuncia. No obstante, el suceso que más le impactó fue en «1869», cuando un joven que conoció por nombre «Ivanov» y que había ayudado a preparar uno de los viajes al extranjero para formación socialista, resultó muerto unas semanas más tarde. El asesinato fue promovido por «Netchaiev», un ferreo nihilista y joven estudiante dicipulo de «Barkunin» (quien fuera uno de los principales pensadores de la primera generación socialista) que tenía como objetivo llevar la «revolución a Rusia». Resulta claro que Ivanov terminó muerto debido a que, entre otras cosas, no estaba dispuesto a subordinarse al plan revolucionario que pretendía acabar con Rusia. Este hecho de vital importancia para Dostoievski, resultó ser precursor de su gran novela, pues Rusia evidenciaba con estos acontecimientos que se precipitaba al «demoníaco socialismo» que tantos estragos causó en la patria del gran novelista y que supo verlo antes que nadie.
Conviene señalar que en «Crimen y Castigo» se muestra la «tragedia personal» que provoca «alejarse de Dios». Con «Demonios» el drama se traslada a lo «social». Por ese motivo, con el criminal «Raskólnikov» el autor ruso refutó a «Nietzsche» y en «Demonios», cuyos personajes estaban infestados de praxis revolucionaria, lo hizo contra «Marx». En ambos casos no conoció los escritos de los autores alemanes. Sin embargo, profetizó los dos tipos intelectuales y su trasfondo «espiritual» y, ante todo, su relación estrecha. El superhombre nihilista y ateo que llevaría a cabo la revolución y la utopía de instaurar el paraíso en la tierra.
Europa, en este sentido, desempeñaba para los rusos un modelo a seguir, ya que en «Crimen y Castigo» el seducido es un «individuo» contagiado de «racionalismo» de los llamados “iluminados” de la «autosuficiencia». En «Demonios», Rusia ya estaba encandilada con el «ideario liberal», lo que haría ahora es avanzar al siguiente estadio que no era otra cosa que el naciente «socialismo». No obstante, Dostoievski, en ambos escritos, hace triunfar al «espíritu ruso-cristiano» sobre el «espíritu prometeico europeo». En su juventud, el gran novelista ruso, sucumbió en aquellas ideas. Pero, posteriormente, su «penitencia y redención» vivida en Siberia, le permitió salir de ese pozo oscuro a través del «arrepentimiento», y por ello supo rebatir dichas doctrinas con gran lucidez entendiendo su trasfondo, visualizando, además, el paso de la «exaltación del individuo» hasta el «fervor de la multitud» en una suerte de hermandad y derivación en ambas ideologías, puesto que en el fondo ambas se asemejan y presentan el mismo ideario metafísico, es decir la destrucción del hombre y la desvinculación con su propia naturaleza para instaurar artificios utópicos.
Por otro lado, lo anterior pudo ser posible gracias a una generación de «padres liberales, de cuyo seno nacieron los hijos socialistas que instauraron la revolución»; es decir de «escépticos y racionalistas» nacería la generación de «nihilistas» que darían el golpe final de Rusia hacia el «comunismo». Dostoievski, en ese sentido, supo profetizar la rebelión que se gestaba en contra de Dios. Por ello, en «Diario de un escritor» relató: “Los predicadores del materialismo y el ateísmo proclaman la autosuficiencia del hombre preparan una indescriptible oscuridad y horror para la humanidad bajo el disfraz de renovación y resurrección”. En otra parte acertó en decir: “Planteénse ustedes esta pregunta: Si los padres de esos muchachos no tienen ideas mejores, más firmes ni más sanas; si esos chicos en sus familias, desde pequeñitos, solo vieron cinismo y negación altiva, indiferente (las más de las veces indiferente); si nunca oyeron la palabra patria en sus labios de sus padres si no acompañada de burlona sonrisa; si todos los encargados de su educación solo le mostraron despectivos o indiferentes para a las cosas de Rusia; si las más generosos de sus padres y maestros solo les inculcaron ideas ‘universales’; si a sus niñeras despidieron por enseñarles en su cuna la oración de la Virgen, pese a la prohibición paterna…, díganme ustedes: ¿qué puede esperarse de esos chicos?”.
Dostoievski supo entender que la esencia del liberalismo consiste fundamentalmente en un espíritu de «autosuficiencia» respecto de Dios como se dijo. Y los padres liberales, naturalmente, cortaron con una gran cantidad de «vínculos» que, su hijos socialistas, acabaron por terminar con los pocos vestigios restantes. En tal sentido, aquellos padres preparaban espiritualmente a una generación de hijos que rompería con el pasado y las tradiciones de antaño que forjó el pueblo ruso, configurando una «nueva humanidad» en nombre de un supuesto «progreso». Este punto de la historia rusa está bien plasmado en «Los hermanos Karamázov». De ahí, que del «deísmo abstracto y teórico» se pasaba al «antiteísmo concreto y práctico». En suma, el autor ruso representa a los Demonios (los Piotr, los Kirílov, los Stavroguin), quienes serían los hijos de esa generación, en tanto que sus padres habían sido engendrados bajo la bandera de la «Revolución Francesa», y detrás de esta proclama liberal se introdujo, ciertamente, el «nihilismo» tan necesario para pasar a la «acción revolucionaria».
Por ese motivo, el socialismo busca resolver el «destino del hombre y la sociedad». No es simplemente un «sistema político-económico y social» que busca sustituir al liberalismo capitalista, provocando de tal modo un falso antagonismo. Detrás posee un «trasfondo espiritual y escatológico» y se erige, así pues, como una «teología invertida» alimentada de mal y bajo el ropaje de salvación en el intento de instauración de una supuesta «felicidad terrena» que acabaría con todas las miserias y sufrimientos de la humanidad. Ante todo se instituye como una «nueva religión» pero sin Dios como centro sino con el hombre desnaturalizado y negando su vocación trascendental en su intento de suplantar al cristianismo. Justamente, Dostoievski lo anticipó de un modo profundo: el liberalismo en primer lugar, el socialismo en segundo lugar, premonizando lo que sería el “último hombre de la historia”. Como se ha dicho precedentemente, el novelista ruso, además de su destierro en Siberia, “conoció a Cristo”, lo que le valió la «holgura espiritual» para comprender lo que sucedía en su patria; el mismo autor describe: “Aprendí a conocer (a Cristo) de niño pero a quien había abandonado cuando me hice europeo liberal”. Dostoievski a través de sus «raíces cristianas» pudo penetrar en el «meollo ideológico» a la que luego enfrentó en sus novelas.
Cabe destacar que al autor ruso lo que más le interesaba sobre el socialismo era su posición ante la «trascendencia». En efecto, resultaba más importante entender dicha posición para patentar su «verdadera esencia» que comprender sus ideas en el terreno político o económico. Principalmente, los socialistas eran ateos: “Somos, ante todo, una sociedad atea” defendía la «Internacional». La revolución comenzó con el ateísmo. Se atacaban, de hecho, los principios morales de la sociedad, como la familia, la propiedad, la responsabilidad del individuo y, lo más importante, se buscó romper con el «cristianismo», apartándolo de la vida pública. Y para ello su doctrina se la tenía que calificar de falsa y condenarla a partir de principios científicos y racionales. Dostoievski afirmó en el «Adolecente» que: “El hombre no puede vivir sin arrodillarse, no se soportaría, ninguno sería capaz de ello. Y si a Dios se rechaza, ante un ídolo se inclina, de madera, de oro, o imaginario. Idólatras son todos, no ateos”. En «Demonios» vemos a un hombre-dios, autosuficiente y encerrado en sí mismo en el sentido opuesto a Cristo. Una verdadera rebelión contra Dios consumada en la exaltación del hombre y camino a ser el «Anticristo». Esta voluntad maltrecha del hombre descansa en la «inmanencia», buscando la eternidad en el tiempo y el paraíso en la tierra.
Es importante señalar, que «Kirílov», personaje de «Demonios», busco expresar su «autosuficiencia» en el «suicidio». Asevera, así pues, que mucha gente no se atreve al suicidio por dos principios: uno pequeño, el «dolor»; el otro grande, «el más allá»: “La libertad absoluta exitirá cuando de lo mismo vivir que no vivir”. En este personaje, Dostoievski, supo encarnar perfectamente el ideal del «superhombre». «Kirílov» es «Zaratustra» y su idea fundamental no es tanto “Dios no existe”, sino que debe «extinguirse». El hombre para que pueda vivir debe «autoliberarse» de la angustia y la dependencia, es decir para poder realizarse en lo «finito». Adviértase que el hombre asume las «prerrogativas de Dios», una posición lúcida, ya que no se trata de un estado del alma o sentimientos incontrolables. Es ante todo, una actitud sin equívocos, expresando una «construcción conceptual bien definida».
«Demonios», plantea además, la toma del poder por parte de los socialistas y la construcción en efecto de la “Torre de Babel”. En esta obra, Dostoievski, presenta una especie de “iglesia de ateos” que va a contrario sensu del espíritu tradicional ruso y cuyo grupo había jurado cumplir sus objetivos: la transformación de Rusia. En uno de sus diálogos el gran Fiódor lo demuestra así:
— ¿Es usted ateo? ¿Es usted ateo ahora? – le pregunta Schátov a Stavroguin.
— Recuerde usted su expresión: “un ateo no puede ser ruso. El ateo inmediatamente deja de ser ruso”.
La meta era clara: subvertir a Rusia y para ello había que destruir su «tradición» y, sobre todo, su «sentido de religiosidad». Se debía, naturalmente, vaciar al hombre y su fuerte vocación de trascendencia, su destino sagrado en el mundo. El proyecto era excitar el instinto animal y ciego: la burla a la cultura, del orden y, principalmente, de los valores tradicionales. En reemplazo se debía reglamentar la vida terrena, limitada a una felicidad horizontal, o sea en exclusión de la otra vida que mira a Dios. El socialismo pretende ser la «religión final de la humanidad», no compite con el cristianismo, lo reemplaza para extinguirlo. No hay Dios, inmortalidad, alma, redención, ni bienaventuranza. La felicidad debe ser «material y tangible». La libertad proclamada en la «Revolución Francesa» se exalta hasta límites insospechados, desembocando en el «totalitarismo». La liberación socialista conduce a la esclavitud y al igualitarismo que, en su camino, destruye la cultura, la propiedad, los vínculos de fidelidad y, particularmente, la «fe» como signo de oro de la «Rusia tradicional» que hacía gala y culto al honor que no era otra cosa que expresión de la «Rusia caballeresca».
Nuevamente en «Demonios», sus personajes se mueven en un «escenario satánico». «Stavroguin» y sus compañeros están “poseídos”, se encuentran en el infierno “ya no son capaces de amar” decía el Stáretz Zósima en «Los Hermanos Karamazov». Estos demonios aparentan ser ángeles por parecer redentores de la humanidad. Sin embargo, el odio es su atmósfera y alimento, y Dostoievski lo hace ver a través del «crimen», pues sus personajes se alinean a través del asesinato; no por algo la Escritura dice que el demonio es asesino desde el comienzo y Stavroguin, naturalmente, en línea con lo anterior confiesa: “Yo creo en Satán canónicamente”. Abiertamente el protagonista de Demonios hace gala y culto a lo satánico.
Definitivamente, Dostoievski se vale de considerar los acontecimientos terrenales desde una mirada «divina y espiritual», a la luz de la «biblia», buscando correspondencia entre ambos mundos. Del «apocalipsis» surge la trama que erigió la obra maestra: «Demonios»; y allí, justamente, el autor ruso ve el cumplimiento de la «profecía escatológica» en nuestro tiempo y particularmente con el «advenimiento del socialismo», el cual, Dostoievski, supo premonizar fielmente, puesto que vio cómo el “mundo moderno” está «poseído» y el único medio de luchar contra él es mostrarlo ridículo, en su pleno fastidio y de un aburrimiento insoportable. El «príncipe Myschkin», en el «Idiota», al decir: “Los que creen en el ateísmo, divinizan al cero” es la apologética más certera para develar la verdadera naturaleza atea que se esconde en el socialismo.
Consecuentemente a lo expuesto, tres momentos definirán el «fin de la historia»: la gran «apostasía», el «reinado del Anticristo» y finalmente el «reinado de Cristo». En «Demonios» su autor trasluce lo anterior en la la figura del apóstata «Stépan Trofímovich», modelo de la «generación liberal», con rasgos de «socialismo utópico» y la ruina que ocasionó al aplicar sus ideas hasta las últimas consecuencias. Respecto del reinado del Anticristo, el autor ruso, se basa en el Cap. 17 del Apocalipsis en la figura de la gran ramera y la representación que en dicho capítulo se extrae sobre las siete cabezas de la bestia. Una Europa en decadencia. La misma destrucción del cristianismo en occidente. La implantación del liberalismo y el socialismo y la consecuente amenaza a la fe rusa. Y finalmente, la victoria de Cristo o traducido en Demonios en la figura de Schátov, quien no presta adoración Stavroguin sino que, incluso, lo desafía. Se rebela contra él. Aunque se le dará muerte, el día del juicio revivirá y será admitido en el milenio. Esta es la esperanza del autor ruso.
Hasta ahora se ha visto como Dostoievski reveló el movimiento que iniciaba y hacia dónde se dirigía. Comprendió con claridad los principios ideológicos, la futura Revolución Rusa y en ese sentido fue un profeta de las desgracias ocurridas en octubre de 1917 tal cual como lo había previsto. A partir de los acontecimientos vividos por el autor ruso, pudo penetrar en la honda realidad que se avecinaba. Los personajes (los Stavroguin, los Kírilov, los Verjovenski, los Schálev) no existían en la época del profeta ruso sino que aparecieron más tarde, en el S. XX. Así pues, la obra cobrará una dimensión nueva con los acontecimientos de la Revolución de Octubre, como profecía ya anunciada desde un «trasfondo psicológico, espiritual y teológico».
Sin embargo, más allá del escenario político e ideológico, lo más importante a destacar es la dimensión escatológica o el «advenimiento de los tiempos del Anticristo». Por ello, Dostoievski no puede ser considerado un conservador o un reaccionario, un hombre que quiere preservar la Rusia tradicional. Su visión penetró mucho más allá, es decir en el «fin de la historia con una interpretación apocalíptica y hechos que lo confirmaron» de sobremanera en tanto de que se trata de un «comentario vivo del Apocalipsis». La obra trae una “sana inquietud” para aquellos que están instalados en el “conformismo”, para que puedan abrir los ojos ante los «dramas actuales», los que anunció Dostoievski y hoy están más presente que nunca.
Finaliza la obra con un «exorcismo a Rusia», debido a que el pueblo ruso nació en el seno del «cristianismo» aunque, por algún tiempo, cayó bajo los “demonios” (liberales y socialistas). Su alma poseída algún día se vería libre del acoso demoníaco que tantas catástrofes trajo a Rusia. Así lo profetizó el gran Dostoievski, y gracias al P. Alfredo Sáenz pudimos entenderlo.
Nacido en Argentina, actualmente es articulista para diversos medios nacionales e internacionales, entre los que se destacan publicaciones en: La Abeja (Lima, Perú), España Confidencial (Pamplona, Navarra), Cruz del Sur Centro de Estudios (Buenos Aires, Argentina), Fundación Libre (Córdoba, Argentina), Finanzas San Luis (Argentina), Biblioteca Kierkegaard Argentina (Buenos Aires), Tradición Viva (Madrid, España), nuevatribuna.es (Madrid, España) y chesterton.es (Madrid, España). Además, en el Diario La Prensa (1869) de Buenos Aires y El Litoral (1918) de Santa Fe en su versión digital e impresa.