En los tiempos que corren, como con casi todos los temas importantes, existe una enorme confusión respecto a lo que significa ser un conservador. Si bien hay distintas corrientes, se suele englobar todo bajo un mismo concepto.
De las personas consideradas conservadoras se dicen muchas cosas, se dice que son quienes no admiten el progreso de la ciencia, de la educación, de la economía. Se dice que son quienes quieren conservar los ámbitos de poder para seguir sosteniendo el mundo tal cual está, para profundizar las desigualdades, para no avanzar cultural y socialmente. Se dice que son “retrógrados” y anticuados, que no permiten ni admiten el cambio.
¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones? Nada.
Conservador es quien, aun entendiendo el devenir, sabe y acepta que hay cosas que permanecen y así debe ser. Para que exista la vida, básicamente.
Ante un cambio algo muta y algo permanece, siempre. Las esencias son las que permanecen. Por ejemplo, un ser humano pasa de ser un niño a ser un adulto, crece en estatura, en madurez, le crecen los pies, las manos, los brazos, hasta pierde algunas cosas, a veces cambia el color del cabello y muchas cosas más, pero su esencia nunca desaparece del todo. Sigue siendo una persona, tiene materia y forma. Tiene alma y cuerpo. Eso no cambia.
Si absolutamente nada se conservara, entonces lo único que “existe” es el devenir continuo, el mero cambio por el cambio mismo, entonces nada nunca es, realmente. Si solo existe el cambio y el movimiento y nada “queda”, podríamos deducir que la realidad no existe, que es una ilusión. ¿Es acaso el progresismo una ilusión? Para pensar.
Volviendo a lo que nos compete, el conservador entonces sí admite el cambio y lo cree necesario para que la vida se desarrolle, pero no descarta la permanencia. El conservador no olvida. No olvida que existe una realidad que no depende única y exclusivamente del capricho y deseo del sujeto, que existe una realidad dada, que está fuera de sí mismo y debe ser respetada como tal. No olvida que existe aquello que, ante un cambio, permanece. No olvida las esencias.
El viejo dilema presocrático de la permanencia y el devenir, sigue vigente hoy, siglos y siglos después, con nuevos matices. Conservadurismo y progresismo, el viejo dilema renovado y luego de pasar por Aristóteles y el movimiento queer.
¿El conservador defiende, por ejemplo, alguna institución? Si. ¿Cuál? y ¿Por qué? La familia, porque objetivamente la familia es aquello que, ante cualquier cambio, debe permanecer, según la esencia del ser humano, para que este no perezca.
¿El conservador defiende algún derecho? Si, muchos. ¿Un ejemplo? El derecho a la vida. ¿Por qué? Porque ante un cambio, debe primar la vida del ser humano, para que este no perezca. Porque sin la permanencia de la vida, ningún otro derecho tendría donde “hacer pie”.
La realidad nos muestra fácilmente el camino, el punto medio, el punto virtuoso en el cual entender donde frenar el mero devenir, donde detenerse y encontrar los límites. Limites necesarios para no destruir todo y perecer.
El conservador, admite el cambio y de ser necesario lo promueve, pero respeta y no olvida. Jamás olvida las esencias.
El conservador admite la trascendencia y siempre tiene un suelo firme.