Decía Castellani: “La libertad es una palabra, muy hermosa, por cierto; pero escrita con mayúscula se convierte en un ídolo”.
La exaltación de la libertad no es algo nuevo, está claro, pero sí es novedad el punto que ha alcanzado en la actualidad. El padre Castellani, como muchos otros autores sensatos, hablaba de una “religión de la libertad”.
Antaño se idolatraban fenómenos naturales, objetos, animales, entre otras tantas cosas que eran endiosadas y elevadas al rango de divinidad, debido a la necesidad humana de la trascendencia.
La libertad, sin embargo, no está catalogada dentro de ninguno de los elementos antes mencionados. ¿Entonces? Generalmente la idolatría se daba hacia algo que se encontraba fuera del hombre, pero con el advenimiento de solipsismo, las nuevas corrientes filosóficas bajadas, muchas veces malintencionadamente, al común de la gente, el hombre empezó a meterse cada vez más en sí mismo, dentro de sí y a dejar atrás todo vestigio de realidad externa.
¿Qué hay dentro del ser humano? ¿Qué es lo más propio del hombre?
Francisco Larroyo lo resume muy bien:
“El alma vegetal tiene un apetito encaminado a desarrollarse y conservarse. En los animales se da, al lado de este, un apetito sensible. En el hombre lo característico es el apetito intelectual, que coexiste, bien que, subordinándolos, con los apetitos sensible y de conservación. El querer humano emana de la esencia del alma por mediación del entendimiento.”
Lo propio del hombre es la razón, la razón y el querer libre. Es decir, la voluntad y su libre albedrío. Sigue Larroyo: “la voluntad es iluminada por el entendimiento y el libre albedrío es don y privilegio del espíritu. Doquier haya espíritu, tiene que haber libertad. Solo al hombre es dable superar en este mundo el instinto, propio de la desnuda sensibilidad”
El hombre es entonces libre, es libre porque es inteligente.
Pero ¿Cómo llegó el hombre a esta “religión de la libertad” de la que hablaba Castellani?
Si analizamos muy superficialmente y de modo breve, el camino de la humanidad en este aspecto, como decía anteriormente, primero el hombre idolatraba objetos, animales, fenómenos naturales, etc. Tenía muchos dioses, luego pasó a tener un solo dios. Y más tarde el Cristianismo llevaba al monoteísmo al culmen de su expresión. Una vez allí comenzó a volver su mirada hacia sí mismo, pero no como una creación divina, sino con una mirada rebelde. El hombre mirando cada vez más hacia adentro. Y como es lógico, con lo primero que se encontró es con la razón, porque es lo que le es propio, por ello apareció en escena la famosa “diosa razón” del siglo de las luces.
Pero no se quedó allí, siguió su camino, llevándose todo por delante, incluso su propia esencia. La exaltación de la razón lo hizo llegar hasta un nivel de idealismo tan extremo que finalmente se creyó incapaz de usar esa razón, se creyó incapaz de conocer las cosas como son.
La idea de que el ser humano no puede conocer verdaderamente algo extra mental, sino que, por esta imposibilidad, construye fenómenos y en base a estos, objetos de conocimiento. La “realidad real” está ahí o no, no lo sabemos, quedó atrás, en una penumbra en la cual es mejor no meterse. Si no puedo conocer esa realidad o si no existe, entones lo que nos queda es construir una, crear una realidad a nuestra medida. Lo que no midieron fueron las consecuencias…
El ser quedó relegado al nivel de la superstición, la oscuridad en el horizonte de una verdad segura, llevó al hombre a creer entonces que no existía algo esencialmente dado. Mientras que para los clásicos lo propio del hombre era ser un animal racional, es decir que la razón era la distinción propia. Para los modernos eso era, como mínimo, algo de lo que había que sospechar. Luego la sospecha misma era la regla.
Más tarde vinieron los existencialistas que proponían que, como no había ninguna esencia dada (o no se podía conocer), lo que en realidad sucedía era que la esencia se iba formando a medida que avanzaba la vida. Es decir, se generaba única y exclusivamente, a través de las experiencias y lo que libremente la persona elegía. La humanidad es pura existencia libre. Está ahí, como decía Sartre, arrojada en el existir con la tarea de “crear” su propia esencia a base de sus elecciones libres. Primero es la existencia después la esencia. Y como estandarte: la libertad.
¿Pero qué libertad? ¿Aquella libertad que debía elegir un bien en base a lo que la razón le mostraba? No, lo que se exalta es una libertad desarraigada de la razón. Porque esta razón ya no es lo propio del hombre. Y porque la razón le pone un límite de sensatez a la libertad. Y el nuevo hombre no admite límites. “Puede ser lo que quiera ser”
El ser humano eliminó entonces las esencias, vació al hombre de la suya -que es la razón- y se quedó solo con la libertad, pero una libertad transformada.
A simple vista no parece algo perjudicial en sí, pero si entramos en el corazón del asunto, los nuevos hombres juegan a ser creadores, una especie de dioses devaluados, primero la humanidad en general endiosada y ahora cada uno un dios para sí mismo. La locura es total.
Como estas elucubraciones parecen siempre muy alejadas de la realidad que nos toca vivir, me gustaría dar dos ejemplos concretos de las consecuencias que todo esto trajo para la humanidad, (en primera persona para que quede más claro):
La libertad exaltada, no tiene límites aquí. El deseo ciego puede llevar al sujeto a actuar sin medir las consecuencias, puede llevarlo a actuar dirigiéndose a un fin que aparenta ser algo bueno, pero hasta colisionar de lleno contra la puerta de la realidad. Porque la voluntad hoy está como ciega, no ve o no quiere ver, camina y avanza desenfrenadamente llevándose todo consigo.
La religión de la libertad y el eslogan moderno de “ser lo que quiera ser” tal vez termine destruyendo al propio hombre. Como dice Lewis “La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre.”