Castellani contra el liberalismo.

🗓️19 de julio de 2022 |

Se podría decir que Leonardo Castellani es el gran postergado de la escena argentina de los escritores del siglo pasado, que sin embargo escribió y mucho. Jorge Ferro, en su obra “De Maestros y batallas culturales”, habla de esa injusticia para con nuestro autor:

“Ya no se puede seguir sosteniendo que se trata de un «gran desconocido». Nunca lo fue, en realidad. Lo que sí, fue silenciado, postergado, barrido bajo la alfombra.”[1]

Lo antedicho es una de mis motivaciones para escribir sobre Castellani. Además de considerarlo, me atrevo a decir, el más crítico del liberalismo de los pensadores católicos del país. Pues, su crítica es transversal a todo lo que escribió. A mi entender, toda su obra pasa por tres grandes temas: el fariseísmo, el individuo desde Kierkegaard y su crítica al liberalismo. En esta última es en la que me interesa poner el foco para encarar el presente trabajo. Él mismo afirmó que:

“De poco vale que la Iglesia condene al liberalismo si la inteligencia católica no reacciona contra él.”[2]

En un primer momento realizaré un recorrido por la conformación del pensamiento en Argentina, que, a diferencia de Europa, como aquí ya vienen las ideas “masticadas” lo que sucede es que se aplican mientras se asimilan. Por ello, al referirse a estos temas, es inevitable contextualizarlo en la historia.

Una vez hecho el recorrido, aparece en escena Castellani, desde el cual, rescatando un relato que menciona Ferro, al leer dos o tres líneas podemos entender que está en desacuerdo con el pensamiento moderno, como muchos de los autores católicos del siglo:

“Se puede recordar un cuentito que hace Castellani. Un chico vuelve de misa a su casa un domingo por la mañana:

– ¿De qué habló el cura en el sermón? -le pregunta el padre.

-Habló del pecado.

– ¿Y qué dijo del pecado?

El chico piensa un poco y le contesta:

-Y… estaba en contra.

Lo mismo podría decirse de la Modernidad: Castellani está en contra”[3]

Cuando Castellani escribió, el nacionalismo católico argentino se estaba consolidando, con la aparición de los “Cursos de Cultura Católica” y autores como Nimio de Anquin o Meinvielle[4]. Y nuestro autor fue en ese entonces parte importante de dicha conformación.

Dentro de su “defensa” del nacionalismo católico, realiza, además de escribir arduamente sobre lo tradicional argentino, como sus “Fábulas camperas” o “Historias del Norte bravo”, varias críticas literarias entre las que resulta oportuno destacar la que realiza hacia la obra de Lugones, ya que encuentra allí una crítica al liberalismo del que hablamos y una consecuencia inevitable en el recorrido de Lugones, como el salvador de la Patria, hablando de nuestra cultura.

1. DEL MUNDO DE LAS IDEAS AL MUNDO DE LOS HECHOS.

Los antiguos: – La filosofía busca causas. El filósofo busca la verdad.

Los medievales: – El filósofo busca la verdad. La verdad es Cristo.

Los modernos: – ¿El filósofo busca lo verdadero? ¿Existe tal cosa llamada lo verdadero? ¿Hay Dios?

Los posmodernos: (nada).

De lo antes mencionado compete a este trabajo detenerse en el paso del medioevo a la modernidad. Este devenir de las ideas no surgió de un repollo, diríamos vulgarmente. Tiene su honda raíz en un cambio rotundo que se venía dando en el orden del pensamiento, que, como es de esperar, tiempo después se vió reflejado en los hechos. Lo que fue pasando en ese traspaso del medioevo a la modernidad es que los “antiguos” vestigios de la realidad objetiva se fueron desdibujando y pasando poco a poco a la óptica exclusiva del sujeto. Como dice Carlos Sacheri:

“La cultura moderna ha ido perdiendo gradualmente el sentido del orden, a medida que la filosofía se fue desvinculando de la realidad cotidiana para refugiarse en un juego mental, sin contacto con las cosas concretas.”[5]

Así es que surgen distintas posturas que poco a poco van negando el orden natural, que hasta entonces servía de fundamento de las normas que regían las sociedades. Doctrinas como el materialismo positivista, el relativismo, existencialismo, coinciden en esta negación de la ley natural y por consiguiente de las esencias de las cosas y del hombre mismo. Todo se comienza a traducir en consensos sociales, construcciones del ser humano y el palacio de su razón.

Como decía, casi todo lo que se encuentra en el orden de las ideas, se traduce más tarde en los hechos históricos, políticos y culturales de la humanidad. Estas nuevas ideas que viraban del cristianismo católico, basado en ese orden natural, hacia una autonomía extrema del sujeto, no solo en el orden del conocer sino también y consecuentemente en el orden moral y social. Llevaron, en Europa, a diversos cambios políticos que más tarde repercutieron en América.

a. ¿Cómo era el pensamiento de la modernidad? La ilustración

El viraje de lo objetivo al ámbito meramente del sujeto, derivó lógicamente en un ensimismamiento del hombre y en una exaltación de lo que le es propio (aunque se nieguen las esencias) es decir, la razón. En la modernidad comenzó a surgir esta idea de que el ser humano con su razón podría alcanzar lo óptimo, el famoso progreso indefinido del positivismo. El hombre ya no depende de un Dios, sino que se transforma él mismo en deidad, la conocida “diosa razón” del siglo de las luces.

“La primera característica del pensamiento ilustrado es, pues, el criticismo: «primero se alza un gran clamor crítico: los recién llegados reprochan a sus antecesores no haberles transmitido más que una sociedad mal hecha, toda de ilusiones y sufrimiento.”[6]

Entonces era imprescindible romper con todo aquello que los condicionaba. Ya se rompió con lo real, entonces ahora el ser humano debía exaltar su libertad. Una libertad que le de la autonomía necesaria para su realización óptima: “Autonomía es la palabra que define con más precisión el ideal ilustrado.”[7]

Ese ideal de autonomía en el ámbito de las ideas, iba totalmente en contra de la situación política de Europa, pues era la época de los grandes absolutismos monárquicos. Es decir, una autoridad absoluta. Y la autonomía niega la autoridad, no quiere esa autoridad, quiere destruirla. Entonces la tradición, la autoridad y lo institucional, eran el enemigo.

“La libertad se entiende, por tanto, como absoluta e indivisible y se extiende a todos los campos. Por eso la Ilustración supuso una ruptura radical con todos los valores establecidos. Todo se considera una atadura y por eso todo debe ser cambiado”[8]

Por supuesto el enemigo también era el cristianismo, pues representaba la sumisión a un Dios, a lo real y a la autoridad de la Iglesia Católica. Entonces otro común denominador de las ideas ilustradas fue el desprecio a lo religioso cristiano y el ideal de la secularización.

“En todas las características del pensamiento ilustrado hay una nota común que le da unidad y lo separa de la tradición clásica y medieval: la secularización”[9]

La famosa separación de la Iglesia y el Estado. Entonces los ilustrados, exaltadores de la razón y la libertad, tienen ya varios enemigos: La tradición, la monarquía, la Iglesia.

Como consecuencia de todo lo dicho, el más significativo de los efectos prácticos de estas ideas, fue sin duda, la Revolución Francesa de 1789. Que se impuso, con palabras de origen cristiano, pero cambiado el significado: igualdad, fraternidad y libertad.

Hasta ahora ingleses como John Locke y Thomas Hobbes y franceses como Rousseau, Voltaire y Diderot, fueron los idearios de todos estos movimientos, pero…

b. ¿Y nuestra Madre Patria?

Nuestro territorio había sido conquistado por los españoles y hasta el momento aun éramos colonia suya, entonces cabe preguntarse, qué estaba sucediendo en esos momentos en España, de la cual aún dependíamos.

En lo político, allí se daba un cambio de dinastía y con ello también un cambio en el modo de pensar y por lo tanto de gobernar. Aparecen en escena los borbones, de origen francés.

“En el siglo XVIII la corona española pasa de las manos de los Austrias a la de los Borbones. Carlos III, su primer representante en España, lleva a cabo una serie de medidas tendientes a revertir la decadencia del Imperio Hispánico. Una de las mayores preocupaciones era el progreso económico”[10]

Esta era una casa con características del absolutismo o despotismo ilustrado de aquel momento, ante la cual comenzaban a surgir ideas que criticaban dichos regímenes. Por ejemplo, Suárez, uno de los representantes de la segunda escolástica, escribía que la “teoría del poder con caracteres democráticos hacía del pueblo el verdadero soberano, porque si bien el poder procedía de Dios, éste lo delegaba en el pueblo, que lo trasmitía al monarca”[11]

2. YO Y MI OTRO YO. LA ARGENTINA Y LA OTRA ARGENTINA

a. Las dos argentinas: Saavedra y Moreno.

Desde antes que exista nuestro país como tal, se veía cercado por discordias y por una esencia de opuestos casi naturales. Y cuando hubo que independizarse esa dualidad no tuvo descanso. Si hablamos un poco de historia, podemos decir que en el momento de la independencia también había distintas posturas dentro del grupo de hombres que la llevaron a cabo. Por un lado, el ala más tradicional, representada por Saavedra y por otro lado el ala más progresista representada por Moreno. Pero ¿qué ideas confluían para entonces?

Podríamos decir, con Saavedra, que se buscaba por un lado una ruptura moderada, con continuidad del Rey como símbolo y representatividad de lo hispánico y con Moreno una ruptura total, basada en el liberalismo anlgofrances.

“Cornelio Saavedra, comandante del regimiento de los Patricios, manifiestan que no quedaba duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando. Saavedra “proclamó en alta voz y en forma sorpresiva, que el pueblo era el depositario de la autoridad o soberanía”.[12]

“Mariano Moreno, el más conspicuo representante de la Ilustración de los miembros de la Primera Junta, en el prólogo al Contrato Social de Rousseau, considera la necesidad de revolución de las ideas para lograr la ansiada libertad, ya que si los pueblos no se ilustran sucede como en España, donde un pueblo ignorante no ha podido erigir un gobierno ni formar una constitución.[13]

Ahora bien, esta dualidad o diferencias en los motores que movían a nuestros primeros gobiernos, fue arduamente discutida a lo largo de toda nuestra historia.

Así es que, si visualizáramos la historia argentina como una línea con un principio y una dirección, diríamos que esa línea no es recta, sino que es una especie de zigzag que sube y baja desde las ideas liberales a la tradición. Saavedra y Moreno, Sarmiento y Rosas. (Si seguimos avanzando en el tiempo esa distinción no es tan clara como hasta ese corte.)

En cuanto a lo sucedido en la revolución de mayo, como dije, hay dos interpretaciones, los autores del siglo XIX de corte más liberales, sostuvieron que lo que primó fueron las ansias de generar una ruptura total y absoluta con la hispanidad, con las raíces cristianas y monárquicas de la misma. Ruptura total con toda esa tradición y sus instituciones, ya que las mismas representaban un problema si se quería avanzar por el lado del progreso.

Por su parte los autores del principio del siglo XX comienzan a cambiar esta interpretación, desde una postura que veremos luego, y ven los sucesos de mayo como una vuelta a la tradición hispánica original, anterior incluso a los Austrias.

b. Las otras dos argentinas: Sarmiento y Rosas

La historia argentina siguió caminando, continuando con esta misma dualidad que mencionaba. Así las ideas liberales de Rivadavia y los que le siguieron, para concretar la llamada organización nacional, fueron las signadas por la disyuntiva civilización o barbarie, (o dicho por la pluma de Sarmiento: civilización y barbarie). Esta cultura se enmarcó en el deseo de progreso material, propio de las ideas positivistas, atravesadas todas por un profundo europeísmo, pero no ya de la tradición hispánica católica (que también es europea, claro), sino de las ideas liberales de origen anglo francesas.

Pero, como es de esperarse, surgió ante esto una marcada oposición de estas dichas, por parte de otros actores:

“Después del fracaso del proyecto moderno de las ideas iluministas y progresistas transplantadas de Europa por el modelo rivadaviano, emerge con fuerza el espíritu opositor a la oligarquía ciudadana encarnado en los caudillos representantes de las masas rurales que habitan el interior del país. En este contexto surge la figura de Juan Manuel de Rosas como el Restaurador de las antiguas leyes frente al caos político y a las novedades ideológicas del período revolucionario”[14]

Sarmiento, en su obra célebre, Facundo, expresa la postura del bando liberal del siguiente modo:

Había, antes de 1810, en la República Argentina, dos sociedades distintas, rivales e incompatibles, dos civilizaciones diversas: la una, española, europea, culta, y la otra, bárbara, americana, casi indígena”[15]

En el fondo lo que estaba pasando era que la identidad nacional, como es de esperar en un país que recién surge, se iba conformando de a poco y unos consideraban lo nacional de un modo más progresista donde esas ideas liberales primaban y otros consideraban lo nacional a aquellas tradiciones hispánicas anteriores a la revolución. Pero en el pueblo ¿Cómo se conformaba realmente “lo argentino”?

c. La materia y forma de lo argentino.

El territorio americano, y en particular el que nos compete, lo que hoy corresponde a la Argentina, fue colonizado por la España Católica de fines del siglo XV. Los españoles que habitaron estas tierras en los primeros tiempos se encontraron con aquellos habitantes, casi sin nombre, a los que se llamó comúnmente indios, por la conocida confusión original de la llegada a “las indias”.

Este choque de culturas, como es de esperar, no fue del todo pacifico, sino más bien desde el comienzo y a lo largo del tiempo, se dio de modo altamente conflictivo.

“Cabe entonces preguntarse por la raíz de esta profunda incompatibilidad para convivir de estos dos pueblos o, mejor dicho, dos culturas. Podría sintetizarse en una mutua incapacidad de comprender lo otro, lo diferente.”[16]

Con el devenir del tiempo en estas tierras, surge otro grupo social, que no son ni indios puros ni españoles puros, surge así el criollo. Aquel hijo natural de españoles, nacido en américa. Y con él, el gaucho.

“La palabra criollo (de crío) -dice Bunge en su citada obra- con que se designó a los primeros descendientes europeos nacidos en la América hispánica, significaba originariamente hijo de español e india, es decir, mestizo; luego se extendió a todos los hispanoamericanos”[17]

Este criollo, nacido en américa, podríamos decir que es el primer argentino. No es español. Pero algo de eso había en el principio.

La materia de “lo argentino” es este criollo, nacido en estas tierras, hijo de españoles. Pero ya no español. La forma del criollo, el “lo que” del mismo, es una amalgama de lo que no es, aunque parezca contradictorio y anti metafísico: no es español, no es indio. Es la mezcla homogénea entre ser hijo de español, nacido en estas tierras y vuelto hacia La Pampa. Y el criollo de ciudad, por supuesto.

“Hay un desencuentro original entre el español y el criollo. También entre el criollo de la ciudad –civilizado- y el criollo del campo –semibárbaro-. Pero a su vez, entre el indio y los tres tipos anteriores, también hay desencuentro.

Mientras tanto, podríamos afirmar que ya en esta época, antes de nuestra independencia, éramos nosotros mismos, es decir éramos argentinos.”[18]

Estos diversos grupos generaron dentro del mismo paradigma de modernismo o tradición, distintas ambigüedades por parte de los que conformaron la consiguiente organización nacional luego de la revolución de mayo y de la declaración de la independencia.

Por un lado, obras como el matadero de Esteban Echeverría condenan al federalismo de Rosas, tradicional y defensor de esas raíces católicas, y con él al gaucho, representante de todo eso como lo más salvaje y bárbaro.

Esa obra que, si bien fue escrita entre 1838 y 1840, se publicó recién en 1871 cuando Rosas ya no estaba en el poder. Y en paralelo a dicha obra se publicó el conocido poema nacional “Martin fierro” de José Hernández. Ésta última es relegada en el tiempo y postergada. Ya que la llamada generación del 80, de corte liberal, reivindica más bien las ideas de la obra de Echeverría y reduce al gaucho y al indio al salvajismo total. Así se libró una especie de triunfo del pensamiento liberal para ese entonces, donde entre sus ideas se pregonaba, entre otras cosas, una secularización profunda, por ejemplo, con la ley 1420:

“La ley 1420 de Educación común, obligatoria, gratuita, gradual y laica con enseñanza religiosa antes o después de los horarios de clase, sancionada el 8 de julio de 1884; y la ley 1565 de Registro civil, para nacimientos, matrimonios y defunciones, del 31 de octubre de 1884”[19]

Sin embargo, como venía sucediendo, los bandos opuestos también reaccionaron, es así que de nuevo se marcaron fuertemente las dos posturas antagónicas:

“Estas nuevas leyes civiles generaron la oposición de dos bandos, católicos y liberales”[20]

Pero en esta época la mayoría pertenecía al ámbito liberal, entonces recluyeron a los adversarios logrando imponer muchas de sus ideas y relegando aún más, la figura de lo que luego se conocería como el ente nacional, es decir el gaucho.

“Como la mayoría de los hombres de esta generación pertenecía al segundo, de inspiración laica, lograron imponerse, estableciendo una separación entre Iglesia y Estado”[21]

Sin embargo, como dijimos la historia de Argentina vista como una línea es más bien un zigzag que iba de un lado al otro, entonces más tarde, entrado el centenario de la revolución de mayo, comienza a reivindicarse nuevamente la figura de esa tradición hispánica.

“Esta Generación del Centenario toma conciencia que un pensamiento tan naturalista y materialista como el del Positivismo, que identifica progreso con bienestar material, resulta insuficiente para la realización plena de una cultura.”[22]

Dicha generación del centenario estuvo representada con autores como Alberto Rouges, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones, entre otros.

Este último es considerado el reivindicador de la obra de José Hernández y el facilitador del resurgir del gaucho como el ente nacional.

3. EL NACIONALISMO Y CASTELLANI

a. El nacionalismo nacional.

En este punto del trabajo diremos que todo lo antedicho fue necesario para comprender mejor la postura que interesa distinguir, que es aquella critica de Leonardo Castellani al liberalismo en general y en particular al liberalismo que atravesó las distintas etapas de la Argentina, desde la conformación del pensamiento nacionalista. Este autor se puede enmarcar dentro de lo que se conoce como el nacionalismo católico del siglo XX en Argentina.

Jorge Ferro, resume brevemente, ese resurgir, del siguiente modo:

Así fue que en nuestro ensangrentado siglo XIX, cuando la ‘cultura oficial’ daba en buena parte la espalda al país real y se avergonzaba de sus raíces, apareció gigante y señero el Martin Fierro, desdeñado por los ‘cultos’ hasta que el gran Lugones (en 1913) lo volvió ya insoslayable. Y avanzando la década de 1920 se nos da otro regalo de la Providencia: los Cursos de Cultura Católica. Un hecho que con el tiempo se agranda en perspectiva: un verdadero hito en la cultura argentina, que reencuentra lo mejor de sí misma a la vez -y conjuntamente, y por eso mismo- se abre a lo mejor de la cultura universal de esos días. Chesterton, Papini, Claudel, Bernanos, Maritain se integran con lo nuestro. Hay teología, filosofía, literatura, plástica. Unidad en la diversidad. Cultura verdadera y, por tanto, universal y argentina.”[23]

Al principio del siglo XX, los nacionalismos habían comenzado a surgir en Europa, ya que la misma, había vivido las consecuencias del positivismo materialista, con sus dos vertientes extremas, el capitalismo liberal y el comunismo. La reacción a ello fueron estos nacionalismos fuertes que en varios casos derivaron en lo que se conoce como los gobiernos totalitarios del siglo XX de Europa.

Sin embargo, en Argentina el nacionalismo tenía otra raíz muy diferente y por lo tanto otra esencia y razón de ser.

En Argentina, el nacionalismo tenía que ver con esa búsqueda de la identidad nacional, siempre signada por idas y vueltas dentro de ese zigzag de su historia.

En el prólogo de “La otra argentina” Aníbal D’ Ángelo Rodríguez, lo describe de la siguiente manera:

“Eso es lo que muestra la calidad del nacionalismo argentino, su amor profundo a la Patria de la que no ignora ni disimula los defectos. Primero en esa tarea, el padre Leonardo Castellani nos dejó esa impronta y esa tarea inacabada: comprender a nuestra Nación, ‘sentir la Argentina’, pero al mismo tiempo trabajar sin descanso por hacerla mejor: ‘que a todos quieran ayudar’ como reza el lema del Padre en sus primeros libros.”[24]

Se es nacionalista, pero no se idolatra a la Patria, porque también se es católico. Y la idolatría es un pecado. Por ello como describe D´Ángelo, ese nacionalismo de argentina fue una especie de punto medio, pero fuerte y combativo. Criticando pero amando la Nación.

b. Castellani contra el liberalismo

Para la época de la generación del centenario, en ese resurgir de las tradiciones hispánicas, la reivindicación del gaucho y de lo nacional, Leonardo Castellani era apenas un niño. Nacido en Reconquista el 16 de noviembre de 1899, sería más tarde parte de una generación que, luego de pasar de nuevo por otro periodo pro liberal, comienza a criticar desde el Nacionalismo católico, es decir ese ámbito defensor de la tradición hispánica, las ideas liberales anglo francesas. En primer lugar, resalta ante todo el problema de la exaltación de la libertad. De hecho, en un artículo escrito para la revista Dinámica Social, se refiere al liberalismo como la “religión de la libertad”.

Y como dice su biógrafo, Sebastián Randle:

“Castellani conquistó nuestro corazón por esto último, porque nunca se amilanó, nunca dejó pasar gato por liebre; en todo tiempo y lugar, siempre, denunció las cosas que le parecían adulteradas, falsas, hipócritas o vacías. Por amor a la verdad.”[25]

En “Esencia del liberalismo” da varias definiciones a dicha corriente, sin embargo, la más completa, a mi entender, es la siguiente:

“Liberalismo es un gran movimiento de rebelión anti tradicionalista y reformista de la sociedad, que parte de los libros de los empiristas y deístas ingleses, se formula en Rousseau, es divulgado por la Ilustración o el enciclopedismo francés, informa a la Revolución Francesa a poco de comenzada; es inseminado por las armas napoleónicas, se impone más o menos en Europa y aquí a mitad del siglo pasado, preside la llamada ‘Organización’ de las naciones hispanoamericanas[26]

¿Por qué critica tanto este concepto?, principalmente porque entiende que la libertad no es un fin absoluto en el hombre, sino que siempre es relativa a algo. Por ello cuando habla de su idea nacionalista, dice que:

Yo y todos los nacionalistas, odiamos al liberalismo en la misma medida en que amamos la libertad”[27]

Y continúa

“así que anoten esto: que Libertad no tiene sentido alguno si no se añade el para qué; y sin eso es mejor ni hablar. La libertad del nacionalista, con una fórmula acuñada en América Latina, es: libertad para todo y para todos menos para el mal y los malhechores»[28]

Si bien en la obra ya mencionada “La esencia del Liberalismo”, se contiene agrupada gran parte de su critica al liberalismo, este tema es trasversal a toda su obra. Partiendo de entre todos sus estudios, del teológico (que es uno de los más importantes en su obra) considera al liberalismo, junto con otros autores católicos como Hilaire Belloc, como parte de una herejía cristiana:

“Se ha llegado ya a un claro conflicto entre la conservación de la moral, la tradición y la autoridad católicas, por una parte, y el activo esfuerzo para destruirla por otra. El ataque moderno no nos tolerará”[29]

Castellani, más específico aun:

“teológicamente hablando, la negación del Pecado Original renovada por Rousseau en el Setecientos es inventada en el Trescientos por el monje inglés Pelagio;”[30]

Asimismo, cuando habla del hecho histórico consecuente al pensamiento liberal, es decir a la Revolución Francesa, lo menciona como el gran destructor de la tradición y del mundo cristiano. Que desde sus corrupciones hace surgir dicha revolución:

“Porque en realidad, viéndolo bien, no es el plebeyo el contrario del noble; el contrario del noble es el falso noble. No fueron los plebeyos los que causalmente hicieron la Revolución Francesa: fueron los nobles corrompidos y los curas corrompidos, como Talleyrand y Felipe Igualdad; aprovechándose como herramienta del resentimiento —justificado o no— del populacho de París.”[31]

Y que, robándose los principios del cristianismo, los vacía y cambia de sentido:

la Revolución Francesa le hizo el cuento de la ‘Igualdad’ con mayúscula, pretendiendo ponerla en minúscula; es decir, tomando una noción cristiana y teológica y trasplantándola al plano político, donde deja de ser verdad y se convierte en mito, carcasa vacía apta para ser llenada con el explosivo del resentimiento.”[32]

Y que, por dicha tergiversación de principios y la corrupción de sus hacedores, aunque se quiera librar de los absolutismos, termina también siendo absolutista a su manera:

“Un gobierno liberal se diferencia de un gobierno absoluto, no en ser menos absoluto, sino en ser menos gobierno, solía decir mi tío el cura.”[33]

De esa crítica al pensamiento liberal en general, Castellani vuelve la vista a lo que sucedió y sucede en sus tiempos, en su Patria.

“¿Cuál es nuestra tradición, nuestro carácter que dice Lugones, nuestro condicionamiento emocional, que dijo el otro? Vuestra tradición es española; o si quieren, romana: romanohispana. Nuestra falsa tradición también es española, pues el liberalismo nos vino de España desde el siglo XVIII, es una corrupción de la tradición española, comenzada allá con los Borbones; y después fecundada aquí por influjo francés y anglosajón.”[34]

c. Castellani contra el liberalismo en Argentina

Cuando Castellani se refiere al liberalismo en Argentina, lo primero que hace es restarle prestigio y pone de manifiesto que aquí la ideología fue trasladada de un modo bruto, como queriendo encajar un cuadrado en un círculo:

“me di cuenta de que aquí el Liberalismo no merece ni mucha investigación ni mucha discusión; de que casi es de mal gusto y casi es de asco el tocarlo; de que aquí ha sido brutalmente importado, y no ha tenido ni doctrina ni inteligencia ni siquiera buena fe”[35]

Este modo torpe de importar una ideología trajo una especie de “falla de fabrica” o un desarreglo desde el nacimiento del país. Por lo que lo que se debe hacer es deshacerse de ella, siempre con la ironía que lo caracteriza:

“la filosofía que hay que hacer aquí acerca del Liberalismo debe ser existencialista y no esencialista; que no interesa ahora tanto conocer su esencia cuanto librarnos de su existencia”[36]

Y retomando en la escena argentina esa idea original de que el liberalismo es una renovación de una herejía cristiana, condena a aquel que, diciéndose católico, defiende esas ideas:

“Mejor es no creer en nada, ni en Cristo ni en Sarmiento, que creer a la vez en Cristo y Sarmiento. Lo primero da un ateo; lo segundo, un católico mistongo”. Díganle a monseñor N. N. de mi parte, con todo respeto y amor, que el Liberalismo es una idolatría y el Nacionalismo no es una idolatría”[37]

El padre Castellani consideró esta serie de ciclos en los que predomina o disminuye el poder de los liberales en la argentina:

“¿A qué se deben estos ciclos? Estos ciclos se deben a que los militares jóvenes tienen que imbuirse de la ideología correspondiente para hacer la correspondiente ‘revolución’ – es decir, tienen que ir juntando rabia-, penetrándose de la ideología de Rousseau y de Echeverría si gobierna un caudillo absoluto; y de las ideas absolutistas si gobiernan presidentes liberales totalitarios. . . y así sucesivamente.”[38]

Y a pesar de esos ciclos, en los que se traspasan el poder, liberales y tradicionales, el pueblo es uno, y defiende a veces inconscientemente su ser nacional por lo tanto y aunque tal vez no sea tan culto para comprender de que se trata, lo repele:

“Así que el pueblo argentino, que no sabe definir el liberalismo, se da cuenta bruscamente sin cesar que es antiliberal.”[39]

En un artículo, escrito para la revista Dinámica Social, que Castellani titula “Los dos mayos” menciona justamente esa rivalidad y esta idea de que las ideas liberales en realidad relegaron el ser y el sentir nacional, a intereses extranjeros que nada tenían que ver con la patria:

“La Argentina no está aislada en el mundo, no lo estuvo nunca ni puede estarlo; y el proceso secular de la Revolución Antitradición que comenzó en Europa con el estallido de la Reforma Protestante, así se manifestó entre nosotros, en forma de ‘progresismo’ versus españolismo (y criollismo); y así continuó hasta hoy trabajando nuestra historia, paralelamente a la de Europa.”[40]

4. CRÍTICA LITERARIA: LUGONES, POR CASTELLANI, CON LOS LENTES DEL ANTILIBERALISMO.

Dice Ferro: “En Lugones está, como en clave, el drama de la Argentina. Castellani nos despliega esta clave con esa sorprendente claridad que lo revela”[41]

Castellani se da cuenta que Leopoldo Lugones contribuyo con aquella “generación del centenario” a reivindicar lo tradicional hispánico, a revalorizar al gaucho y lo criollo como lo propiamente nacional.  Por ello nos dice que “sería un desastre para la Argentina que olvidase a Lugones.”[42]

Destaca la importancia de la memoria para un país, de recordar su historia tal cual fue. Y considera que la historia de este país, como bien dice el dicho popular, la escribieron los que ganaron la pulseada, es decir los liberales. Se puede tener memoria, pero una memoria con recuerdos falsos no sirve para nada. Entonces Castellani sabe que Lugones ayudó a devolverle a la Argentina el recuerdo sano de sus raíces:

“Y es mucho peor cuando no solamente se desacuerda uno sino que además se malacuerda, falseándosele la memoria, o falseándose la memoria colectiva de un pueblo —la cual es la Historia y la Tradición”[43]

Castellani lo considera, junto con José Hernández, como el poeta nacional por antonomasia, quien le recuerda al argentino cuál es su esencia. Dice graciosamente Castellani, que en este país solo hubo dos poetas y medio: Lugones, Hernández y todo el resto serian ese “medio”.

“La poesía de Lugones trae el mensaje de la Patria: explícitamente en sus tres últimas obras, implícita o tácitamente en todas. Trae el modo de hablar y de sentir del argentino, el paisaje argentino, las gentes de tierra adentro, las reacciones sentimentales argentinas, las bases subconscientes de nuestro pensar, las voces de la tradición histórica, los ecos de nuestra leyenda; y al final, la afirmación de nuestro cristianismo católico”

A pesar de que admite que el mismo Lugones, escribió mucho tiempo para esas ideas liberales, hasta que viró para “este lado”

“Y Lugones mismo, ¿acaso no rindió homenaje a Sarmiento? Sí. porque lo obligaron. Y después se arrepintió.”[44]

Y allí es donde se puede entrever esa duplicidad de ideas que convivieron a destiempo en Lugones, que podría ser la misma dualidad que vivió el país, y por eso mismo lo destaca tanto Castellani

“Lugones fue un momento el corazón del país, un representante desta nación tanto en su grandeza como en sus miserias. Lugones es una mescolanza de las cosas más buenas y las cosas más siniestras; tanto que en él se yuxtaponen el suicidio con la conversión al catolicismo.”[45]

Castellani sabe que la conversión de Lugones al catolicismo, si bien fue casi al final de su vida, significó un condimento intensificador para con esa empresa de rescatar el ente nacional que caracterizó a Leopoldo

“los artículos católicos de sus últimos cuatro años cubren y compensan los errores de sus otros cuarenta años. Lo único que no se compensa y permanece irreductible y enigmático es el suicidio.”[46]

CONCLUSIÓN

El suicidio de Lugones, el suicidio de la Argentina.

Recapitulando lo expresado en el presente análisis podemos observar como la historia de nuestro país se vio signada de tensiones entre dos opuestos. Y, con el objetivo de resaltar uno de los “bandos” desde la perspectiva del pensamiento católico, desde la mirada del autor Leonardo Castellani, pudimos observar cómo estas dos tensiones, desembocan entre otras cosas en pensadores como Leopoldo Lugones, que según Castellani es el gran autor de la Patria, de lo nacional.

Reflexionando al respecto y haciendo un paralelismo con lo que escribe Castellani sobre Lugones, la vida, obra y su muerte trágica. Podríamos decir que para salvar la Argentina basta con tratar de unir esas dualidades, que hoy tal vez se popularizó con el nombre de “grieta”. Que si eso no sucede y si no emparchamos la rajadura que nos separa, podríamos terminar con nosotros mismos. Con Lugones, el suicidio inminente de la Argentina.

Lo que no puede entender Castellani es la parte en que Lugones decide que el suicidio es la mejor, o única opción para que su vida finalice. Lo considera, como se dijo antes, la parte más oscura del autor. Claro, como para todos, la parte oscura es la muerte. Pero en él, no se pudo realizar una congruencia con su reciente conversión al catolicismo y el suicidio. Lugones fue la voz de lo propio de nuestra patria, pero esta patria lo llevó a la muerte:

“La Argentina lo cansó y agotó moralmente y mortalmente a Lugones”[47]

Esta “esquizofrenia histórica”, las perpetuas contradicciones que inundaron la historia de nuestro país, ese zigzag del que hablamos, fue quizás lo que llevó a Lugones a esa decisión mortal:

“Las ‘ideas’ — o sea las opiniones— de Lugones son un laberinto y un garabatal; pero él salió del laberinto, y cuando se puso a enderezarlo, se desesperó y cayó.”[48]

La falta de identidad de la Argentina, la pérdida de memoria o la memoria mal hecha, lleva a que se pierda en el tiempo, en la globalidad del mundo actual. Y corre el riego de no ser lo que es, de desconocerse. Como dijo Castellani:

“La tragedia de la Argentina es que quiso ser otra, y lo consiguió. Ahora está condenada a ser otra indefinidamente y eternamente, como los brutos animales en la tierra y los condenados en el infierno».[49]

Quizás sea nuestra tarea revertir esa situación.

Bibliografía:

Belloc, H. (2021). Las grandes herejías. Vórtice.

Echeverría, E. El matadero

Castellani, L. (1976).  Lugones. Esencia del liberalismo. Nueva crítica literaria. Dictio

Castellani, L. (1968). Decíamos ayer. Sudestada

Castellani, L. (2020) La otra Argentina. Vórtice. Jauja

Castellani, L (2020). Camperas. Vórtice. Jauja

Castellani, L. Crítica literaria, notas a caballo de un país en crisis. Dictio

Castellani, L. (2018). De Kirkegord a Tomas de Aquino. Athanasius Editor

Ferro, J. (555). De maestros y batallas culturales. Vortice.

Randle, S. (2017). Castellani jesuita. Vórtice

Randle, S. (2017). Castellani maldito. Vórtice

Sacheri, C. (….). El orden Natural. Vórtice.

Sarmiento, F. (2004). Facundo. Agebe

Apuntes de Cátedra:

-Los grupos humanos antes de la independencia (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina.

Generación de Mayo: Ilustración e Ideología (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina.

Generación del 37: Romanticismo Historicista (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina.

Generación del Centenario (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina.

Los Cursos de Cultura Católica (2022). Buela, Alberto. En Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina


[1] Ferro, Jorge. De maestros y batallas culturales. Vórtice (p. 10)

[2] Castellani, L. (1968). Decíamos ayer. Sudestada (p.41)

[3] FERRO, Jorge. De Maestros y batallas culturales. (p.15)

[4] Los Cursos de Cultura Católica (2022). Buela, Alberto. En Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina.

[5] SACHERI, Carlos. El orden natural. Vórtice

[6] GONZALEZ CORAZON. Kant y la ilustración (p 46)

[7] Ibidem (p. 49)

[8] Ibidem (p. 53)

[9] Ibidem (p. 82)

[10] Generación de Mayo: Ilustración e Ideología (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina. (p.1)

[11] Ibidem (p.4)

[12] Ibidem (p. 9)

[13] Ibidem (p. 10)

[14] Generación del 37: Romanticismo Historicista (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina. (p. 2)

[15] Sarmiento, F. (2004). Facundo. Agebe (p. 53)

[16] Los grupos humanos antes de la independencia (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina. (p. 2)

[17] Ibidem (p. 6)

[18] Ibidem (p. 9)

[19] Ibidem (p. 17)

[20] Ibidem (p.17)

[21] Ídem.

[22] Generación del 37: Romanticismo Historicista (2022). Santiago Dulce María, Pensamiento iberoamericano. Universidad Católica Argentina (p. 2)

[23] Randle, S. (2017). Castellani maldito. Vórtice. (p. 342)

[24] Castellani, L. (2020) La otra Argentina. Vórtice. Jauja (p. 24)

[25] FERRO, Jorge. De Maestros y batallas culturales. Vortice.

[26] Castellani, L. (1976).  Lugones. Esencia del liberalismo. Nueva crítica literaria. Dictio (p. 137)

[27] Ibidem (p. 134)

[28] Ibidem (p. 135)

[29] Belloc, H. (2021). Las grandes herejías. Vórtice. (p. 193)

[30] Ibidem (p. 149)

[31] Ibidem (p. 497)

[32] Ibidem (p. 492)

[33] Castellani, L. Crítica literaria, notas a caballo de un país en crisis. Dictio (p. 320)

[34] Castellani, L. (1976).  Lugones. Esencia del liberalismo. Nueva crítica literaria. Dictio (p. 99)

[35] Ibidem. (p. 126)

[36] Ibidem. (p.134)

[37] Ibidem (p. 146)

[38] Ibidem (p. 166)

[39] Ibidem (p. 165)

[40] Castellani, L. (2020) La otra Argentina. Vórtice. Jauja (P. 325)

[41] Randle, S. (2017). Castellani maldito. Vórtice

[42] Castellani, L. (1976).  Lugones. Esencia del liberalismo. Nueva crítica literaria. Dictio (p. 16)

[43] Ibidem (p. 24)

[44] Ibidem (p. 25)

[45] Ídem.

[46] Ibidem (p. 26)

[47] Ibidem (p. 48)

[48] Ibidem (p. 51)

[49] Castellani, L. (2020) La otra Argentina. Vórtice. Jauja

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Yesica Grillo

Profesora de filosofía

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