El pasado 25 de enero un tal Yasine Kanjaa, marroquí de 25 años que residía ilegalmente en España, asesinó a machetazos a Diego Valencia, sacristán de la parroquia de Nuestra Señora de La Palma en Algeciras (Cádiz) y ya mártir de Jesucristo[1], e hirió gravemente al sacerdote Antonio Rodríguez, párroco de la cercana capilla de San Isidro. También agredió a otros tres cristianos más que se cruzaron en su camino. Antes del ataque criminal, el asesino había acudido a una de las iglesias para increpar a los feligreses, exhortándoles a renegar de su fe y adoptar la religión musulmana, al grito de «Alá es grande, muerte a los cristianos».
El secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, don César García Magán, obispo auxiliar de Toledo, ha señalado que «no podemos caer en provocaciones, no podemos echar leña al fuego, no podemos caer en demagogias y no podemos identificar el terrorismo con ninguna religión ni con ninguna fe». Pide a los cristianos «mantener la convivencia». Y recuerda que «lamentablemente, en España tenemos experiencia del peligro que tiene etiquetar y demonizar a colectivos. Cuando este país sufría el azote terrible, condenable e injustificable del terrorismo, no se podía caer y se cayó en alguna ocasión, mal estuvo, en una identificación entre los terroristas y el noble, leal y trabajador pueblo vasco».
El obispo de Cádiz, don Rafael Zornoza, que estaba en el momento en visita pastoral cerca del lugar de los hechos, hizo un llamamiento a la paz y a la concordia «en medio de este mundo que tiene tantas tensiones y manifestaciones de violencia inhumana».
La Unión de Comunidades islámicas del Campo de Gibraltar ha calificado el acto como un «cobarde ataque terrorista», «absolutamente contrario al Corán y a la Sunna y a todos los mandamientos de Dios y de sus profetas».
No es un crimen cualquiera: es un martirio
El portavoz episcopal ha condenado el crimen. Una vez confirmado lo más obvio y previsible, don César ha dicho que no podemos caer en provocaciones. Es un buen consejo. Y que debemos «mantener la convivencia», otro deseo noble. Pero lo más eficaz para no caer en provocaciones y mantener la convivencia es la justicia. Primero, justicia humana con el verdugo. Y segundo, justicia con las ideas inspiradoras del crimen. No es un crimen por razones económicas, ni por infidelidad conyugal, ni en defensa propia. Es un crimen de esos que hoy se llaman de odio. Los investigadores policiales, se supone, que buscarán las raíces de tal odio. Y el odio puede haber crecido en circunstancias personales y sólo personales, o puede haber sido estimulado por grupos o ideologías que cultivan el odio.
El asesinato del Archiduque de Austria y de su esposa en 1914 provocó una guerra mundial. ¿El asesinato del sacristán es un crimen aislado? El Sr. Obispo auxiliar de Toledo lo tiene al parecer claro, asegurando que «no podemos identificar el terrorismo con ninguna religión». ¿Sabe el Sr. Obispo algo que los demás no sabemos?
Según confesión de parte, estamos ante un crimen de carácter religioso. Sería «echar leña al fuego» o «caer en demagogias» suponer un móvil sin pruebas o imputar a una confesión religiosa la responsabilidad de un delito de forma arbitraria, como acusar frívolamente de motivaciones políticas a un conductor ebrio que atropella a un peatón.
Es cierto que estamos en una época donde alegremente en el lenguaje periodístico se califica la violencia de machista, de fascista o de policial, generalizando de forma impropia y a veces injusta. Pero Su Ilustrísima pertenece a una comunidad histórica que ha sufrido durante ocho siglos la invasión de una civilización cruel e inhumana[2], que enviaba miles de jóvenes cristianas como esclavas sexuales a Damasco (25.000 con Almanzor) y que dio la gloria del martirio a muchos cristianos como San Eulogio de Córdoba.
Es una ingenua irresponsabilidad separar la violencia sistemática que ha practicado el Islam desde su nacimiento con estos actos terroristas que salpican periódicamente la geografía europea, continuación de una dinámica histórica que ha tenido su más reciente expresión en la terrorífica persecución de los cristianos en Iraq y Siria. ¿Está Su Ilustrísima al corriente de la situación de los cristianos hoy en Sudán o en Nigeria?
¿Sabe usted la historia de los cristianos en Egipto, esclavizados durante siglos, y todavía hoy ciudadanos de segunda? ¿Ha oído hablar del genocidio armenio que realizó el Imperio Otomano? ¿Recuerda el Imperio Romano de Oriente, atacado por el sur por ejércitos musulmanes para conquistar Tierra Santa? ¿Sabe Su Ilustrísima como el Norte de África fue destruido en su cultura romano-cristiana? ¿Es necesario recordarle los innumerables intentos de invasión musulmana de Europa? ¿Recuerda el cerco de Viena, o Lepanto, con docenas de miles de esclavos cristianos liberados, que ejercían como obligados remeros? ¿Y los mártires de Otranto? ¿Sabe Su Ilustrísima qué ocurrió allí? Y seguro que conoce usted también las órdenes de los mercedarios y los trinitarios. Como sabe perfectamente se dedicaban a intentar reparar los desafueros de piratas no precisamente sin religión…
¿Toda esta violencia de 1300 años se debe a razones ideológicas de fondo, o simple expresión del pecado original? Contesta Benedicto XVI: las religiones animistas y las religiones no cristianas, aunque tienen gérmenes de verdad, también crearon regímenes de terror[3].
Tendría que haber venido Su Ilustrísima a la Facultad de Teología de San Dámaso, hace varios años, a escuchar a Sulaiman (Mario Joseph), un imán musulmán convertido al cristianismo, que nos ilustra en sus libros[4] con las innumerables referencias de los versos del Corán[5] a la persecución de los infieles (sobre todo cristianos) como camino hacia el paraíso. La Yihad es la interpretación histórica del quehacer colectivo de los musulmanes, que se ha impuesto en la práctica, y no se impone como práctica general, por impotencia no por convicción.
Así se puede comprobar en el reciente genocidio de cristianos de Iraq y Siria. En el documental del periodista catalán Jaume Vives[6] se demuestra que el Islam no es una religión de paz ni de amor, sino de violencia, odio y opresión. Los católicos de Iraq y sus obispos lo tienen más claro que Su Ilustrísima. Han vivido en propias carnes como la mayoría de sus vecinos de toda la vida, los «moderados», se abrazaban con los musulmanes de Al Qaeda y el Estado Islámico cuando llegaban a sus ciudades, colaborando con la profanación de las iglesias cristianas, el robo del patrimonio y de los negocios de los fieles cristianos, y con la expulsión o martirio de los cristianos del lugar.
Asustan y escandalizan estas mediocres y mundanas reflexiones del portavoz del Episcopado español, más pendiente de evitar toda ofensa a la filosofía que ha inspirado al asesino que de la esperada apología al ejemplo edificante del nuevo mártir cristiano. ¿No estaremos convirtiendo el ecumenismo en un fin en sí mismo? ¿No estaremos descuidando gravemente el objetivo de todo ecumenismo, que es la unidad en la verdad y sólo en ella? ¿No estaremos olvidando que el ecumenismo no es una escenificación teatral de lo que nos une como si no nos separase nada o nada importante, en un torpe eclecticismo? ¿No estaremos cayendo en la tentación de la tolerancia con los graves errores y pecados del interlocutor para no impedir el acercamiento o los avances ecuménicos? Con ecumenismo o sin él, siguen vigentes las obras de misericordia espirituales que mandan, en nombre de Dios, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita y corregir al que se equivoca.
Las conferencias episcopales bajo sospecha
Algunos católicos han denunciado desde hace varias décadas esta superestructura que se llama conferencia episcopal, cuya hoja de servicios, casi desde su fundación en España, presenta un sesgo inquietante contra la doctrina y la misión de la propia Iglesia en la medida que ha caído con frecuencia en la idolatría de la convivencia social, de la paz o del libre albedrío.
Decía el recordado Cardenal Ratzinger, en la entrevista que realizó al periodista italiano Vittorio Messori en 1985, que las conferencias episcopales no tienen una base teológica, que no forman parte de la estructura imprescindible de la Iglesia tal y como la quiso Cristo, y que sólo tienen una función práctica, concreta[7].
El Canon 455 del CIC afirma que las conferencias episcopales no pueden actuar en nombre de todos los obispos sin consentimiento de cada uno o en materias establecidas por el derecho común o por un mandato especial de la Santa Sede[8]. Porque «ninguna Conferencia Episcopal tiene, en cuanto tal, una misión de enseñanza; sus documentos no tienen un valor específico, sino el valor del consenso que les es atribuido por cada obispo»[9]. Efectivamente, el obispo es el «auténtico doctor y maestro de la fe para los creyentes a él confiados»[10], y por lo tanto se corre el riesgo de que algún obispo delegue sus poderes inalienables de pastor y maestro a favor de las estructuras de la conferencia local.
El Cardenal Ratzinger recuerda que en Alemania existía una Conferencia Episcopal en los años 30, y que los documentos «más enérgicos contra el nazismo» surgieron de obispos intrépidos. Los documentos de la Conferencia resultaron «un tanto descoloridos, demasiado débiles para lo que exigía la tragedia»[11]. «De este modo, en muchas Conferencias Episcopales, el espíritu de grupo, quizá la voluntad de vivir en paz, o incluso el conformismo, arrastran a la mayoría a aceptar las posiciones de minorías audaces decididas a ir en una dirección muy precisa». Y continua: «conozco obispos que confiesan en privado que si hubieran tenido que decidir ellos solos, lo hubieran hecho en forma distinta de cómo lo hicieron en la Conferencia. Al aceptar la ley del grupo se evitaron el malestar de pasar por “aguafiestas”, por “atrasados” o por “poco abiertos”. Resulta muy bonito decidir siempre conjuntamente. Sin embargo, de este modo se corre el riesgo de que se pierda el “escándalo” y la “locura” del Evangelio, aquella “sal” y aquella “levadura” que, hoy más que nunca, son indispensables para un cristiano ante la gravedad de la crisis, y más aún para un obispo, investido de responsabilidades muy concretas respecto de los fieles»[12].
Visto este panorama desolador de las conferencias episcopales, la Santa Sede publicó el documento «Apostolos Suos» (1998), intentando poner orden en esta estructura de gobierno eclesial que se excedía en sus competencias en no pocas ocasiones.
La Iglesia española ha sido trágicamente víctima de estos excesos. Después de un comienzo prometedor en 1966, todo se torció con la llegada del cardenal Tarancón a la presidencia de la Conferencia Episcopal Española en 1971. Desde entonces la deriva ha sido lamentable. El tema sería digno de una tesis doctoral. Para el propósito de este artículo, hemos escogido cuatro o cinco momentos históricos muy representativos del quehacer de la Conferencia Episcopal Española.
El primero es la trayectoria de su pastoral política. En 1973 se publica el documento «La Iglesia y la Comunidad Política», una corrección neoliberal al documento anterior de la CEE sobre «La Iglesia y el orden temporal a la luz del Concilio Vaticano II» (1966). Este último texto episcopal, ortodoxo con el Concilio, ha sido eliminado de libros, documentos o páginas web, como si nunca hubiese existido[13]. No debe invocarse porque contradice a todos los siguientes. ¿O el Episcopado se equivocó en 1966 o se equivocó en lo sucesivo? ¿Cómo saberlo? ¿A quién debemos obedecer, porque ambos invocan al Concilio para justificar tesis contrarias? Estas groseras contradicciones contribuyen notablemente al descrédito de algunas instituciones eclesiales, y tal vez explique la desafección amplia y de forma creciente que hay en el pueblo de Dios que peregrina en España hacia sus obispos desde hace varias décadas[14].
A partir de 1973 todos los documentos pastorales de la CEE serán una bendición explícita del voluntarismo jurídico del régimen político liberal imperante en la Unión Europea[15], y un lamento permanente de sus consecuencias, gravemente lesivas para el bien común, olvidando extrañamente, como dice la Sagrada Escritura, que «no hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno»[16].
En segundo lugar, continuando con este influjo perverso del pensamiento ilustrado y liberal sobre la vida de la Iglesia, tantas veces condenado por el magisterio oficial de la Iglesia de ayer y de hoy[17], la Conferencia Episcopal Española se pronunció sobre la Constitución de 1978 de forma favorable. Tan sólo discreparon nueve obispos. Equivocarse entonces, ya era grave. Equivocarse hoy, no tiene perdón. Vistos los frutos que derivan de la Carta Magna, baste citar el más de millón y medio de vidas asesinadas con el holocausto del aborto desde 1985, insistir, como hacen muchos obispos, en la exaltación de una Constitución sin Dios[18], constituye una pública apostasía que olvida una enseñanza básicas de la Revelación divina y del magisterio pontificio: «el que no recoge conmigo, desparrama»[19].
En tercer lugar, tenemos el triste episodio de la ley del divorcio[20]. Don José Guerra Campos, obispo de Cuenca (1973-1996) publicó, una vez promulgada la ley, un libro de moledor: La ley del divorcio y el Episcopado español[21]. Lo que se dice en este libro es gravísimo, porque responsabiliza a la ambigüedad y los silencios de la mayoría del Episcopado español y a muchos de los «católicos en la vida pública», de la difusión de una mentalidad divorcista.
«Se ha llegado al divorcio con favor del Episcopado»[22]. Así calificó monseñor Guerra Campos la actitud de la mayoría de los obispos españoles ante la ley del divorcio, denunciando la omisión o escamoteo de datos esenciales para el esclarecimiento público y el discernimiento moral del asunto. Entre quienes callaron señala a no pocos sacerdotes y documentos de «la más alta responsabilidad», en referencia sin duda a la Conferencia Episcopal.
En cuarto lugar, la Conferencia Episcopal Española, en una jornada negra para la historia de la Iglesia española, ha bendecido implícitamente la nota separatista de los obispos catalanes[23]: «queremos (…) hacer nuestros los deseos y sentimientos manifestados recientemente de forma conjunta por los obispos con sede en el territorio de Cataluña». En una grave contradicción, el mismo texto pide que se salvaguarden «los bienes comunes de siglos y los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado» y el «respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución»[24]. Afortunadamente, con la descalificación –aunque haya sido suave– de esta nota, el Arzobispo de Oviedo, monseñor Sanz Montes, y el entonces Sr. Obispo de San Sebastián, ahora de Alicante, monseñor Munilla, han salvado la dignidad del Episcopado español.
La lista de irregularidades de la Conferencia Episcopal Española en el terreno de la omisión durante los últimos 50 años es alargada: permisivismo con teólogos y profesores díscolos con el magisterio oficial de la Iglesia, con numerosos abusos litúrgicos, con la deriva mundana y relativista en la Doctrina Social de la Iglesia de la emisora de radio COPE o de la cadena de televisión 13TV…
Conclusiones
Mientras terminamos de redactar estas reflexiones nos llega una doble noticia que confirma nuestras peores sospechas. La primera se refiere a la renuncia de la Iglesia a las exenciones de los impuestos sobre Construcciones, Instalaciones y Obras (ICIO) y los que afectan a las Contribuciones Especiales, que estaban contemplados en los Acuerdos con la Santa Sede
Esta decisión, fruto de un acuerdo entre el Ministerio de la Presidencia y la Iglesia en materia de fiscalidad, se debe a «la voluntad compartida entre el Gobierno de España y la Conferencia Episcopal Española de equiparar el régimen fiscal de la Iglesia católica con las entidades sin ánimo de lucro, conforme al principio de no privilegio y no discriminación».
La sombra del cardenal Tarancón sigue tristemente amenazante y su liberalismo doctrinario sigue presidiendo las decisiones de la Conferencia Episcopal Española. Que la Iglesia no tenga privilegios[25] efectivamente la equipara a otras asociaciones religiosas e incluso civiles. Esta equiparación no es extraña en un Estado laico o ateo, y laicista. Lo que es más que extraño es la complicidad de los Sucesores de los Apóstoles.
Es una grave contradicción al menos por tres motivos. Primero, porque la Iglesia se dice verdadera frente al resto de las religiones[26]. Por lo tanto es absurdo que la autoridad pública, que solo alcanza legitimidad buscando el bien común, trate de la misma manera lo verdadero que lo falso o lo imperfecto[27].
Segundo, porque la Iglesia ha enseñado siempre la superioridad de la civilización cristiana[28] sobre cualquier otra civilización de la historia. En buena lógica, merece un privilegio so pena de perjudicar gravemente al bien común.
Y tercero, todo sistema político, si quiere ser justo y digno de obediencia, debe inspirarse en la Ley Natural[29], que tiene su máxima expresión en la Ley Divina que custodia, trasmite e interpreta, en régimen de monopolio, la Iglesia Católica. Si el Estado no respetase la Ley Natural significaría que adopta una moral alternativa, arbitraria, ideológica y sectaria. Si el Estado no reconoce a la Iglesia como instancia moral significa que el propio Estado se convierte en instancia moral, sin autoridad para ello y sin garantía alguna de veracidad.
La jerarquía eclesiástica española ha olvidado que existe «un orden público cristiano»[30], que debe defender en la pastoral y que deben defender los laicos en la práctica, estimulados por sus pastores. Visto este desbarajuste doctrinal, ¿es inevitable preguntarse qué se enseña en los seminarios?
La segunda noticia, Su Ilustrísima, es del pasado mes de marzo. Hasta cinco lugares sagrados en Tierra Santa fueron violentamente asaltados por musulmanes encapuchados[31]. En Nazaret, hubo disparos, primero, en la escuela de las monjas franciscanas. Después asaltaron el convento de las monjas salesianas, a quienes saludaron con el «Ramadán Kareem» y las exhortaron a hacerse musulmanas. Otro joven musulmán se presentó en una iglesia durante la Misa y le pidió al vicepárroco, un sacerdote maronita, que recitara el Corán. El sacerdote se negó. También fue interrumpida otra Misa para reclamar que se recitase el Corán. Los asaltantes huyeron cuando al poco llegó la policía. Su Ilustrísima, son demasiadas coincidencias durante demasiado tiempo.
[1] El sacristán Diego Valencia, de 60 años, ofreció su vida por el sacerdote de la parroquia, primer objetivo del asesino.
[2] Dante, en su Divina Comedia, sitúa a Mahoma en el infierno, y san Juan Damasceno, Padre y Doctor de la Iglesia, último Padre de Oriente, que ya sufrió en propias carnes el quehacer de la religión islámica, no dudó en su obra Peri haireseon (Acerca de las herejías) en calificar a Mahoma como «falso profeta» e incluso como «Anticristo».
[3] Cf. Vittorio MESSORI, Informe sobre la fe, Madrid: BAC, 1985, p. 152.
[4] Es la misma tesis del profesor católico iraquí Raad Salam.
[5] V. gr. Corán 8, 12-13.
[6] «Guardianes en la Fe» (2017).
[7] Cf. ib., p. 68.
[8] Cf. ib.
[9] Ib.
[10] Ib., p. 68-69. Cf. CIC, 753.
[11] Vittorio MESSORI, op, cit., p. 69.
[12] Ib., p. 71.
[13] Basta comprobarlo en el libro Moral Política. Abarca el magisterio de la Conferencia Episcopal desde 1972 hasta 2002 (vid. Fernando FUENTES ALCÁNTARA, Moral Política, Madrid: EDICE, 2006).
[14] Es triste el recibimiento que reciben algunos obispos en las parroquias de sus diócesis, como si viniera un sacerdote muy importante, pero nada más. Todavía recordarán muchos españoles como se recibía, hace pocas décadas, a los obispos cuando tomaban posesión de sus diócesis: se paralizaba la ciudad. Hoy una charla o conferencia del Sr. Obispo no suscita el interés ni siquiera de muchos católicos de Misa diaria. ¿Por qué esta decepción?
[15] Vid. «Testigos del Dios vivo» (1985), «Constructores de la paz» (1986), «Los Católicos y la vida pública» (1986). «La verdad os hará libres» (1990) o «Moral y sociedad democrática» (1996).
[16] Lc. 6, 43.
[17] Varios Sínodos y documentos pontificios en los papados de San Juan Pablo II y Benedicto XVI ya explicaron la hermenéutica de la continuidad del Concilio con la Tradición de la Iglesia. Prueba de ello es el Catecismo de la Iglesia Católica, que rechaza radicalmente que la lógica de las mayorías sea fuente legítima del Derecho positivo frente a la Ley Natural.
[18] Los obispos que no firmaron la pastoral de la Conferencia Episcopal Española a favor de la Constitución, encabezados por el Cardenal don Marcelo González Martín y monseñor José Guerra Campos, advirtieron, en documento alternativo y de forma profética, que el nuevo texto constitucional no garantizaba las exigencias básicas del bien común, expulsaba la ley natural y la moral objetiva de la acción de gobierno (cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 74; Dignitatis humanae, 1), presentaba una ambigüedad jurídica incompatible con la justicia y dejaba –por ejemplo– la integridad de la familia y el propio derecho a la vida subordinadas a la aritmética parlamentaria.
[19] Mt. 12, 30.
[20] El 40 aniversario de la llegada de la ley del divorcio a España apenas ha merecido un hueco en los discursos pastorales.
[21] Monseñor José GUERRA CAMPOS, La ley de divorcio y el episcopado español, Madrid: Ediciones Adue, 1981.
[22] Ib., p. 88.
[23] Cf. Nota de los obispos de Cataluña, Tarragona, 11 de mayo de 2017.
[24] Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, 27 de septiembre de 2017.
[25] Sin el auxilio del poder temporal, la monarquía cristiana, ¿qué habría sido de la evangelización de América (la experiencia misionera sin protección militar, promovida por Fray Bartolomé de las Casas, acabó en tragedia: todos los misioneros españoles fueron víctimas de las tribus caníbales), de la evangelización de Filipinas, de Guinea Ecuatorial…?.
[26] «La única religión verdadera es aquella que Jesucristo en persona instituyó y confió a su Iglesia para conservarla y para propagarla por todo el tiempo» (LEÓN XIII, Inmortale Dei, 4). «El santo Concilio (…) deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo» (CONCILIO VATICANO II, Dignitatis humanae, 1).
[27] «La Iglesia juzga ilícito que las diversas clases de culto divino gocen del mismo derecho que tiene la religión verdadera» (LEÓN XIII, Inmortale Dei, 18).
[28] Cf. LEON XIII, Inscrutabili Dei Consilio; Inmortale Dei, 6, 8, 11…
[29] Cf. JUAN PABLO II, Evangelium vitae, 20, 67, 70 y 101; Centesimus annus, 46, Veritatis splendor, 97, 101 y 113; y Ecclesia in Europa, 114-116. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1242, 1901-1904, y 2237. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 406-407. Dice el Concilio que «el ejercicio de la autoridad política debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral» (CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 74). El Concilio añade que «hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana» (CONCILIO VATICANO II, Apostolicam actuositatem, 7). En la misma dirección señala que «el seglar, que es al mismo tiempo fiel y ciudadano, debe guiarse, en uno y otro orden, siempre y solamente por su conciencia cristiana» (ib., 5).
[30] Cf. LEON XIII, Inscrutabili Dei Consilio, 23.
[31] Curiosamente estos musulmanes se atreven con templos cristianos custodiados por monjas indefensas o por unos o dos frailes franciscanos. Cobardes. No se atreven con algún cuartel israelí. Allí sigue vigente la Ley del Talión.