40 años de la disolución de Fuerza Nueva: Homenaje y crítica

🗓️20 de noviembre de 2022 |

El 20 de noviembre de 1982 se disolvía la asociación política Fuerza Nueva, después de siete años de intensa vida política en el sistema democrático liberal recién inaugurado. La organización había surgido en 1966 en torno a un semanario[1], después de un retiro espiritual en la localidad conquense de Priego y como reacción a la inquietante deriva del Régimen militar nacido el 18 de julio de 1936.

Hasta la legalización de los partidos políticos, Fuerza Nueva vivió amparada por las leyes vigentes, utilizando la infraestructura del Movimiento Nacional en actos públicos de carácter político y hasta religioso, celebraciones conmemorativas o conferencias.

Se constituyó en una familia ideológica más del Régimen, tolerada por las instituciones, pero sin la influencia esperada en las altas esferas del Gobierno. Todos los gestos de la Revista de adhesión incondicional al general Franco, de lealtad a las previsiones sucesorias en la figura del Príncipe Juan Carlos[2], y de reivindicación del espíritu de la Cruzada, nunca se vieron recompensados en términos de protagonismo político en el seno del Régimen.

Sus posiciones doctrinales costaron a la Revista y a su fundador algún disgusto. Varias veces la revista sufrió las limitaciones de la censura y Blas Piñar fue cesado como director del Instituto de Cultura Hispánica a raíz de un artículo crítico en ABC contra los Estados Unidos, nuevo aliado estelar de aquella España.

Fuerza Nueva se presentaba como una necesidad para el Régimen militar ante el abandono progresivo de los móviles de la Cruzada. La moralidad de las costumbres se había relajado progresivamente en espectáculos públicos, en la censura, o en la educación, y la permisividad con la oposición política, especialmente la marxista, era creciente[3]. Había en la vida política española un afán indisimulado de homologación con la Europa liberal[4], y por España circulaba con libertad literatura y prensa extranjera con criterios opuestos a la idiosincrasia del Movimiento Nacional.

La época coincidió con el posconcilio, cuando fuerzas neomodernistas aprovecharon el momento de incertidumbre y cambios para intentar corromper la Iglesia en España. Fuerza Nueva reaccionó de forma gruesa, imputando al Concilio y hasta al Santo Padre Pablo VI la responsabilidad de ese momento de confusión y desorientación en la vida de la Iglesia[5]. La crisis posconciliar de la Iglesia en realidad fue anterior al propio Concilio, como lo demuestra la propia crisis de Acción Católica[6].

Fuerza Nueva vio en el asesinato del almirante Carrero Blanco un tiro de gracia a un Régimen que fenecía en su espíritu fundacional, y que terminó de suicidarse cuando las Cortes del propio Régimen aprobaron por enorme mayoría la Ley para la Reforma Política[7]. Las Cortes de Franco bendecían la llegada de una democracia liberal, cuya génesis debe imputarse en justicia, para bien o para mal, al propio Régimen militar.

La llegada de los partidos políticos convirtió a Fuerza Nueva en punta de lanza de los movimientos políticos de inspiración cristiana[8]. La UCD, mayoritariamente adscrita a la democracia-cristiana, realizaba una política gravemente lesiva para el bien común, legalizando a todos los partidos que provocaron y perdieron la Guerra de 1936, liberalizando las costumbres[9] y consolidando un régimen político relativista en lo moral y lo político, y de capitalismo salvaje en lo económico. Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne[10], el franquismo vergonzante, tras unos instantes de vacilación, hizo seguidismo a la UCD, a quien acabaría integrando en sus filas, asumiendo su bagaje y continuando su trayectoria corrosiva de la España cristiana.

La suerte electoral de Fuerza Nueva resultó decepcionante, teniendo en cuenta las expectativas creadas por la popularidad del partido[11]. Se presentó a las elecciones de 1977 en una coalición denominada Alianza Nacional del 18 de Julio[12]. La coalición repitió en 1979 bajo el nombre de Unión Nacional, obteniendo un diputado por Madrid, el cabeza de lista por Madrid y presidente de Fuerza Nueva, Blas Piñar. En 1982 se presentó en solitario. No pudo conservar el diputado y acto seguido Fuerza Nueva se autodisolvió.

Los méritos de Fuerza Nueva

La política de Fuerza Nueva durante la llamada Transición política fue de abierta oposición al proceso de descristianización de la sociedad española, lo que había justificado su nacimiento y que constituía un signo distintivo del sistema liberal emergente. Fuerza Nueva se opuso en sus publicaciones y en la calle a la ley del divorcio, o a la ley del aborto que se adivinaba ya en el horizonte de la España de finales de la década de los años 70, y en general a la corrupción creciente de las costumbres, fomentada por la permisividad de las leyes, del Gobierno y del Parlamento. Su activa presencia de toda la geografía española, en pueblos y barrios, se convirtió en un quebradero de cabeza de los gobiernos de UCD, que dudaron seriamente de la estabilidad del sistema político recién alumbrado, y de las organizaciones marxistas que proliferaban entonces como setas y que aspiraban al monopolio de las calles y centros de estudio[13].

Especialmente beligerante fue contra la Constitución de 1978, lógica y esperada consecuencia de la Ley para la Reforma Política, que proclamaba la soberanía ilimitada del pueblo. El texto constitucional suprimió toda referencia a Dios y a la inspiración cristiana de la sociedad, estableció la neutralidad de la ley respecto a la dignidad del hombre y su vocación sobrenatural, despreció a la Tradición histórica de España y a su realidad sociológica[14], e infestó el Derecho positivo[15] de una moralidad indefinida y de una calculada ambigüedad en la invocación de los valores superiores.

Un partido de masas

El partido tenía simpatizantes por toda España, sus pegatinas y pintadas callejeras inundaban todo el territorio nacional, y sus actos públicos eran multitudinarios. Piñar consiguió llenar las plazas de toros de Madrid, Aranjuez o Valencia, y los mítines y puestos callejeros formaban parte del decorado de la España de la década de los años 70. El número de militantes superaba con creces al de cualquier partido de nuestro tiempo, y la mayoría de los pueblos importantes de España tenían un local de Fuerza Nueva.

Tuvo apoyo importante en un amplio sector del Ejército. La propaganda del partido se vendía sin complejo en las tiendas de algunas capitanías militares. Y los hijos y esposas de muchos militares eran militantes. También tuvo apoyo en buena parte del clero, pese a las quejas en sentido contrario de su fundador. La Hermandad Sacerdotal Española, formada por unos 7.000 sacerdotes, una quinta parte del clero español, era más que afín[16]. Y algunos obispos eran suscriptores de la revista, que recibían sin disimulo en su Palacio Episcopal.

El espectro sociológico de la militancia era plural como ocurre en un movimiento de masas. La mayoría eran católicos practicantes. Tuvo seguidores en todas las clases sociales. En el imaginario colectivo ha quedado la imagen de una parafernalia propia de un señorito, o de señoras enjoyadas y con abrigo de visón, lo cierto es que el partido había de todo, incluyendo a la clase obrera y campesina enemiga del materialismo.

No es justa la asociación de ideas que la prensa de forma unánime hizo entre Fuerza Nueva y la violencia. Toda la violencia de origen desconocida y hasta los altercados en los propios actos de Fuerza Nueva, provocados por sus enemigos, se imputaban al partido. También se le imputaban muchas de las acciones de otros grupos de ideología similar[17].

La derecha clásica que representaban la UCD o AP, los padres de muchos de los vencedores en la Guerra de 1936, acomplejados ante la izquierda derrotada y para integrar al marxismo en el sistema, miraron para otro lado ante la violencia callejera de la izquierda[18], que provocó muchos muertos y heridos graves, y que provocaba incidentes de forma sistemática, cosa que ocurre sin solución de continuidad hasta nuestros días. Cuando la izquierda golpea es «autodefensa», «violencia preventiva», «lucha contra el fascismo»…, y otros eufemismos que sirven de coartada moral y propagandística para una violencia ilimitada y recurrente[19]. Toda medida legítimamente defensiva contra la violencia izquierdista se convierte, por arte de la propaganda comunista, en un carrusel interminable de acusaciones injuriosas contra el que haya osado hacer frente a las agresiones marxistas.

En cualquier caso, en un movimiento de masas como fue Fuerza Nueva, circulaban muchos elementos incontrolados y excitados por la grave situación de España, con un terrorismo marxista creciente, y con un discurso oficial en el partido de exaltación y continuidad con la Cruzada de 1936, que tal vez no fue bien formulado o interpretado por todos los militantes o simpatizantes del partido[20]. Sea como fuere, no parece justo etiquetar a miles de jóvenes como bravucones, que los hubo[21], ignorando a la mayoría, que fue gente noble e idealista, y de buenas familias.

Fuerza Nueva no tuvo relación con el golpe o autogolpe de Estado de febrero de 1981, pero en algunos pueblos de España algunos militantes del partido se presentaron espontáneamente en los cuarteles de la Guardia Civil para ofrecer su colaboración. Fueron despachados al instante para desconcierto de propios y extraños.

Los vencidos en la Guerra de 1936 tenían aspiraciones legales de alcanzar el poder y el partido sufría esta frustración con un discurso ambivalente: la Cruzada continuaba, pero las circunstancias y los medios disponibles ya no eran los mismos.

Por eso, fue muy fácil imputar a Fuerza Nueva el sambenito socorrido de la estrategia de la tensión, que ha tenido éxito incluso en el mundo académico[22], correa de transmisión vergonzosa de los poderes establecidos. Se trataría de un plan preconcebido que pretendía destruir las instituciones democráticas. Este planteamiento delirante parte de una premisa falsa e idolátrica, al entender el sistema democrático de partidos como un fin en sí mismo. El sistema político es inestable y frágil por sus propias limitaciones, contradicciones y errores antropológicos y éticos. Las injusticias y los atentados contra la dignidad humana son catalizadores de la tensión. Imputar al que reacciona contra los atropellos las responsabilidades que se derivan de esa situación implica construir tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias…

Acoso del Estado y disolución

Uno de tantos engaños al respecto de la Transición política en España fue el espíritu democrático del proceso. La Ley para la Reforma Política incurrió en fraude de ley, las Cortes de 1977 no fueron convocadas como Cortes Constituyentes, pero acabaron siéndolo, y las instituciones políticas garantizaban la libertad plena de todas las organizaciones legales, especialmente si eran marxistas e incluso implicadas en el terrorismo, excepto si eran de «extrema derecha». Fuerza Nueva vio sistemáticamente conculcados sus derechos legales y democráticos con un acoso excepcional: multas, detenciones arbitrarias, cierre de locales, suspensión de actos públicos, calumnias o silencio de los medios de comunicación públicos respecto a la influencia social del partido. La persecución fue intensa[23] y contribuyó sin duda al descrédito y fracaso final de Fuerza Nueva.

Aquel adhesivo con la bandera de España en el reloj o en la parte posterior del coche y que portaban tantos españoles en aquel tiempo, simboliza el clima favorable de aquellos años que Fuerza Nueva capitalizó y que en buena medida a ella se debía.

Por eso resultó muy perjudicial para los valores que decía representar su sorpresiva disolución a finales de 1982. La pérdida del diputado provocó en Blas Piñar un pesimismo paralizante, del que sin duda se arrepintió cuando el daño era irreparable. El partido tenía una dependencia enfermiza del líder carismático, cuyas virtudes intelectuales y oratorias tal vez le hicieran caer en la soberbia. La disolución del partido supuso una enorme decepción en buena parte de la militancia, esa que estaba alejada del protagonismo, y que bregaba en los pueblos de España con activos y peligrosos enemigos que unían sus fuerzas para combatir el fantasma del fascismo. Eran militantes que financiaban de su bolsillo locales, campañas de propaganda…, y que se vieron de repente huérfanos y solos ante las deudas. Los argumentos de Piñar para justificar la disolución fueron paupérrimos y se referían al paraguas legal de la representación parlamentaria perdida que dejaba al partido a la intemperie ante el acoso del Gobierno, o a las deudas económicas contraídas.

Piñar intentó explicar que el movimiento político que presidía no arriaba la bandera, sino que cambiaba provisionalmente de estrategia manteniendo una actividad cultural al servicio de los mismos ideales. Pero ya nada fue igual. Los militantes fueron desmovilizados y la mayoría nunca regresaría. El argumento de la vía cultural tranquilizó la conciencia de Piñar, que siguió impartiendo conferencias y presidiendo actos conmemorativos, pero no convenció a la mayoría de los militantes.

Piñar creía firmemente que su figura encarnaba los ideales del partido y que bastaría su vuelta al ruedo político para recuperar su influencia social. Craso error. Cuando pocos años después quiso volver al activismo político bajo el nombre de Frente Nacional, el declive era evidente. En compañía de Le Pen[24] apenas llenó la Plaza Mayor de Madrid en 1989[25]. Muy lejos de los mejores tiempos. No calibró el ingente esfuerzo que supone abrir locales en cientos de pueblos. Aquello le vino dado en buena medida por la inercia del recuerdo y la estima popular por la España del general Franco, más que por los méritos intrínsecos de Piñar o de su partido. Tal vez esto explique la frivolidad irresponsable de disolver un partido con cientos de locales por toda España y que llegó, por ejemplo, a disfrutar de 90.000 militantes en Madrid.

La obsesión electoral de Piñar no guarda perfecta coherencia con los ideales que profesaba, dando siempre la impresión reiterada que la deriva de su movimiento estaba en función de los resultados en las elecciones. Ya Menéndez Pelayo advertía de las trampas de las democracias parlamentarias. Nunca se ha conseguido alterar sustancialmente los cimientos del orden liberal desde las reglas establecidas por el propio orden liberal[26]. Los sucesivos cambios de siglas en el partido demuestran una trayectoria errática aunque también espíritu tenaz de resistencia. Siglas que fueron cayendo en la marginalidad y en crecientes coaliciones con grupos a veces esperpénticos[27].

Lejos de lo que pueda pensarse la disolución de Fuerza Nueva no sirvió para engordar las filas de otros grupos afines, afines en la medida que habían compartido coalición electoral. Ni los carlistas ni los falangistas que recordaban con admiración la obra del general Franco se beneficiaron de forma significativa de miles de militantes inactivos[28]. Esta facción falangista se coaligaba electoralmente con Fuerza Nueva, pero luego entre bastidores renegaba de tal coalición, imputando a Fuerza Nueva apropiación indebida de sus símbolos y hasta de su discurso, y ausencia del nervio social y revolucionario propio del ideario joseantoniano. Estos recelos no ayudaron a la integración[29].

Los carlistas tenían una actitud más cultural que política, y un aire de cerrada y exclusiva saga familiar, incompatible con el fuerte activismo político del momento y también con la tradición del propio carlismo. Había cierta ambigüedad con el Régimen del 18 de Julio. Se sentían, como alguna facción falangista, defraudados por el Régimen militar[30], en la medida que estuvieron insuficientemente representados en términos de poder e influencia, y con algunos de sus postulados más importantes inéditos, en contraste con el enorme sacrificio realizado en la consecución de la victoria en 1939.

Las contradicciones ideológicas de Fuerza Nueva

       Las Memorias políticas del fundador de Fuerza Nueva[31], Blas Piñar, un tanto auto hagiográficas, son un recorrido por los últimos 80 ó 90 años de la historia de España. Hombre piadoso y de sólida formación teológica, su vida está jalonada de iniciativas, acciones e inquietudes propias de un seglar católico consciente de su responsabilidad apostólica en el mundo.

Sin embargo, su ideario político reproduce viejos errores de la derecha más conservadora o menos liberal, al tiempo que su análisis del Régimen del 18 de Julio resulta –a nuestro juicio– acertado en algunas premisas, desatinado en varias de sus conclusiones, y globalmente contradictorio.

El Régimen del 18 de Julio no fue un periodo histórico uniforme, pero todas sus etapas forman parte de la idiosincrasia del propio Régimen. No es una opinión, sino una afirmación del general Franco en uno de sus viajes por las provincias españolas. José Utrera Molina, ex-Secretario General del Movimiento, en sus Memorias[32], confirma esta apreciación. En una entrevista en el periódico El Mundo, Utrera Molina afirmaba que «el que contemple con serenidad objetiva la evolución del Régimen tiene que darse cuenta de que el gobierno del año 1.950 nada tenía que ver con el del año 1.960, ni el del año 60 con el del 70». Por lo tanto, hubo evolución, y una evolución contemplada por los detractores del Régimen con esperanza, y por sus partidarios con preocupación, pero en definitiva una evolución que nadie niega. ¿Acaso el general Franco no conocía esta evolución?, ¿acaso no dio su visto bueno para la misma?, ¿acaso no fue en último término su promotor?

Si al general Franco se le atribuyen las grandes virtudes del Régimen, que las tuvo[33], también hemos de responsabilizarle de sus graves errores y defectos. La tesis de Fuerza Nueva imputa, por ejemplo, la culpa de la Transición a los colaboradores de Franco, que al parecer traicionaron en masa al general. Sin embargo, el propio Piñar siempre ha reconocido que la descomposición del Régimen se remonta muchos años atrás. Precisamente el nacimiento de Fuerza Nueva se justifica al parecer como una respuesta ante la evolución sistemática del Régimen hacia postulados antagónicos a los principios del 18 de Julio.

La Transición se venía gestando desde antiguo. No fue tarea de un día, ni la traición de un sólo personaje, ni el simple descuido en la educación del príncipe. La Transición tampoco fue obra de Moscú, ni del soinismo, ni de la Masonería. La Transición fue obra de la clase política del Régimen del 18 de Julio. Fue un fenómeno progresivo no repentino. El referéndum del 15 de diciembre de 1.976 para la reforma política dijo mayoritariamente sí a la soberanía popular. Poco antes las Cortes del Régimen también habían votado sí a esta ley, que liquidaba definitivamente al Régimen del 18 de Julio.

La Transición no se entiende sin sus protagonistas. «El Movimiento[34] colaboró en la Transición hasta tal punto que al final estaba padeciendo una especie de leucemia histórica», dice Utrera Molina. Piñar relata en sus Memorias con amargura como innumerables debates y votaciones en las Cortes Generales del Régimen se decantaban abrumadoramente con amplia mayoría contra el espíritu del 18 de Julio en la década de los años sesenta. ¿Acaso el general Franco no sabía que estaba ocurriendo en las Cortes Generales?

Dice el Sr. Piñar que «a comienzos de 1.957 (…) el generalísimo estaba lleno de energía y rodeado de la máxima popularidad». Poco después de esta impresión tuvo lugar la destrucción del Frente de Juventudes, «la obra predilecta del Régimen» hasta que dejó de serlo. Una institución que ha suscitado entre la mayoría de los españoles muchas simpatías, que reconcilió a las dos Españas, que repobló nuestros montes, donde no había clases sociales sino una sincera hermandad y camaradería en torno a las tradiciones de todos, y una indisimulada reivindicación de una profunda reforma económica y social ¿Por qué fue disuelto el Frente de Juventudes? Porque ya no encajaba en la evolución de los acontecimientos nacionales e internacionales. Fue disuelto en plena lucidez del general Franco.

Piñar ha insinuado repetidas veces que el deterioro de la salud del general Franco es la explicación de unas reformas que se ejecutaron a sus espaldas y que finalmente dieron al traste con el Régimen. El propio general Franco contestó a los rumores sobre su salud, poco antes de su muerte, en contestación –creo recordar– a Fernández Miranda: «los picachos están despejados», en referencia al supuesto de que el general Franco estaba perdiendo sus facultades mentales. Utrera Molina llega aún más lejos. Le preguntaron si estimaba que Franco siguió tomando personalmente sus decisiones hasta el final. Utrera Molina contestó: «le voy a decir una cosa, Franco no perdió jamás la lucidez mental, (…) y hasta el último momento mantuvo su poder de decisión».

Alguien podrá decir que en sus últimos momentos no estaba en plenitud de facultades. Puede ser. Pero la última etapa del Régimen no se diferencia substancialmente de las anteriores en la orientación ideológica de los colaboradores del general. Falangistas y carlistas fueron perdiendo el aparente protagonismo inicial, Franco se rodeaba de los colaboradores de su agrado, porque el Régimen era personalista. Se rodeó desde la postguerra de aduladores, simples gestores, sin otra ideología que la adhesión personal al caudillo. Ahí está el ejemplo de los conocidos como tecnócratas, una derecha más económica que política.

Los aduladores no actuaban en la sombra cuando votaban favorablemente todas las reformas que Piñar denunciaba. ¿Por qué el general Franco no eligió al propio Piñar como ministro de Justicia a propuesta de Carrero Blanco? ¿No era Carrero Blanco la persona de mayor confianza para el general? Franco replicó a Carrero Blanco que Piñar era «un exaltado».

En el mensaje televisado del general Franco en la navidad de 1.972, en una referencia a la política internacional, Piñar reconoce que el caudillo se colocó en una posición muy distinta a la postura que mantenía Fuerza Nueva en relación con la URSS y los países comunistas. «Hemos de vivir de realidades, no de quimeras. El mundo es como es, y no como quisiéramos que fuera», dijo el general. Estas palabras fueron consideradas por Luis Apostua en YA[35] como una desautorización a Fuerza Nueva. Piñar reconoce que pudo «advertir una crítica respetuosa, pero evidente» al respecto de su intervención en las Cortes. El propio general explicó personalmente a Piñar que «era este un momento de moderación». Este replicó que «si la moderación es la política conveniente, y así lo entendía el Caudillo, yo estaba dispuesto a echar el cierre metálico a la obra que tenía en marcha, pues mi visión de los problemas planteados podía ser equivocada, mientras que la del Jefe del Estado, con más perspectiva y experiencia, sería la más conveniente para España». Piñar añadió que tanto él como su familia e intereses profesionales estaban sufriendo graves perjuicios por su compromiso político. El silencio del general Franco después de escuchar estas palabras fue harto elocuente para todos menos para Piñar. 

Piñar, sin embargo, interpreta la conciencia del propio general, en un deseo al margen de la evidencia de los hechos, afirmando que «advertía la lucha interior del Caudillo. Tenía la plena seguridad de que simpatizaba con nuestra actitud, pero también de que una gran parte de sus colaboradores le presionaban para que esa simpatía no se manifestase». Y remata esta apreciación, diciendo que «a través de la esposa del Caudillo (…), tuve la impresión de que no estaba equivocado». ¿Impresión? Sensaciones y conjeturas.

Los datos incontrovertibles son otros. Los colaboradores que el general Franco libremente escogió resultaron un fiasco en los momentos decisivos. No fueron unos cuantos sino la inmensa mayoría, de tal suerte que constituyen una anécdota aquellos que fueron fieles al 18 de Julio. Hasta el exministro Gonzalo Fernández de la Mora votó favorablemente a la Ley para la Reforma Política. ¿Es posible tanta equivocación en asunto tan relevante? No es posible que el general Franco errase tantas veces, seleccionando casi siempre, para la cúspide administrativa y política del Régimen, a los elementos menos leales al 18 de Julio. Lo cierto es que el general Franco prefirió a Fraga Iribarne o Torcuato Fernández Miranda antes que a Girón de Velasco o Blas Piñar.

Los artífices de la Transición no se escondieron, maniobraron con cautela, temiendo reacciones imprevisibles, pero dejaron no pocas veces manifestaciones de su espíritu liberal. Paralelamente fueron capaces de mantener las formas, manifestando fidelidad nominal al general Franco y a los principios que informaban el Movimiento. Alguien podría decir que con estas actitudes cínicas y teatrales es muy difícil desenmascarar al impostor. Todo el mundo barruntó la llegada de la Transición, incluyendo a Fuerza Nueva. ¿Todos menos el general Franco?

Piñar y sus seguidores se dieron perfectamente cuenta de las maniobras de los reformistas. Utrera Molina admite una confesión personal al mismo Franco: «la continuidad de la Monarquía social, católica y representativa, no se va a producir, porque después habrá una Monarquía liberal y parlamentaria». Franco le contestó: «Eso que me dice usted es muy grave». Y Utrera Molina replicó: «sí, es muy grave, pero es la verdad». El general Franco estaba avisado.

Piñar relata en sus Memorias el caso de uno de tantos ejemplos que confirman el clima de reforma que se vivía en las altas esferas de aquella España de finales de los años sesenta. Piñar intenta demostrar con ello la personalidad liberal y reformista de los máximos colaboradores de Franco. Paradójicamente, el argumento se vuelve en su contra, porque pone de manifiesto que el talante reformista o rupturista de los jerarcas del Movimiento y del Gobierno era de dominio público. Dice Piñar que «para conformar mejor la figura del teniente general Díez Alegría es muy útil y orientador el reportaje del periodista francés Jacques Guillme-Brulon, publicada en Le Figaro, de 15 de julio de 1974. Dice así. “El general ha hecho una carrera militar sin historia. Su papel en la guerra civil ha pasado desapercibido. Su aureola “liberal” data del discurso poco conformista que pronunció en 1968, con motivo de su recepción en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. (Ello, no obstante, Franco) no vaciló en nombrarle procurador en Cortes y confiarle el Alto Estado Mayor del Ejército, en julio de 1.970, lo que llevaba consigo su entrada en el Consejo del Reino y en el de Regencia. En diciembre último, cuando el asesinato del almirante Carrero Blanco, su intervención se reveló decisiva para impedir cualquier tentativa de toma de poder por la extrema derecha. Más aún, emprendió conversaciones con Santiago Carrillo, secretario general del partido Comunista español”». Y añade Piñar: «De un informe confidencial, -que lógicamente “ha dejado de serlo”, y que obra en mi poder- de enero de 1.971, entresaco lo que sigue, con referencia al teniente general Díez Alegría: “la prensa del exilio le elogia constantemente contraponiéndole a los generales azules; preside la conferencia del dirigente radical-socialista francés Servan Schreiber; mantiene relaciones con el conde de Motrico y acude a la fiesta, que dio últimamente, y a la que por la significación política del anfitrión no acudieron otros generales invitados a la misma; en sus conferencias rehúye decir que una de las misiones del Ejército es, según la Ley Orgánica del Estado, la defensa del orden institucional, uno de sus hijos se presenta en la candidatura marxista a las elecciones para la junta directiva del Colegio de Abogados; y un hermano, jesuita, se proclama enemigo del régimen y recibe felicitaciones de Santiago Carrillo; Radio España Independiente, en su emisión de 5 de abril de 1.968, ha comentado favorablemente su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de 5 de marzo del mismo año; Hora de Madrid, órgano clandestino del Partido Comunista, alude en su número de febrero de 1.970, “a la intervención del jefe del Alto Estado Mayor, general Díez Alegría, en el Consejo del Reino, en contra de las penas de muerte”».

Este informe confidencial, ¿llegó a manos de Piñar y no llegó a manos del general Franco? Como colofón, valgan unas palabras de Utrera Molina. A la pregunta, ¿por qué se marchó?, contesta el antiguo ministro Secretario General del Movimiento: «yo le presenté la dimisión a Franco antes, en el verano del año 1.974, en una audiencia particular que tuve con él en el Pazo de Meirás. Le expuse que, para facilitar un cambio en la orientación política del régimen, incluso del Gobierno, era necesaria mi sustitución porque se habían centrado en mí una serie de descalificaciones, llamándome inmovilista, retrógrado»… Precisamente por eso aceptaron su dimisión.

La cuestión social

       Fuerza Nueva acogía en su seno a todos los españoles identificados con un régimen político que mantuvo una estructura económica de signo capitalista. Esto situaba a Piñar y sus seguidores en una posición ideológica opuesta al liberalismo político, pero cuando menos permisiva o resignada ante el liberalismo económico. La posición de Fuerza Nueva en este sentido se movía también en la contradicción permanente, probablemente condicionada por el clásico error de muchos anticomunistas: identificar los problemas del mundo con el comunismo de tal suerte que, eliminado el comunismo, los problemas son menos o son tolerables. Es lo que Piñar llamaba «anticomunismo visceral», que se alejaba notablemente tanto de Pío XI y Divini Redemptoris cuando reconocía alguna virtud en el comunismo o de su nominal y retórica inspiración joseantoniana, que quiso tender un puente con la invasión de los bárbaros, para salvar lo salvable de la civilización reconociendo cuánto de razón tienen los invasores.

Esto de rechazar selectivamente sólo una parte del liberalismo tal vez merezca en puridad el calificativo justo de partido de extrema derecha: un partido que busca conservar alguna herencia del pasado, pero que acata sustancialmente el modo de producción que sobreviene a la Revolución Francesa y la revolución industrial. Lo acata como reacción irreflexiva contra el comunismo y lo acata acríticamente pese a los calificativos que mereció de León XIII en Rerum novarum, o a la petición de Pío XI en Quadragesimo anno (1931) para que el contrato de trabajo fuese sustituido por el contrato de sociedad.

Esta insuficiente sensibilidad social situaba al partido muy por debajo de las exigencias de la Doctrina social de la Iglesia o de algunas de las ideologías políticas inspiradoras oficialmente del Movimiento Nacional, como en Nacionalsindicalismo joseantoniano.

En 1981 la revista Fuerza Nueva hizo una recensión de la nueva encíclica de San Juan Pablo II, Laborem exercens. La crónica destaca el contenido menos operativo, menos sustantivo, y menos comprometido del texto. Ocultando que la superioridad ontológica del trabajo sobre el capital no es una reflexión moral para guardarla debajo del celemín, como hizo Fuerza Nueva, sino un principio inalterable, un criterio de juicio que enseña la Iglesia al respecto de los sistemas económicos y una directriz para la acción del fiel laico cristiano. Obedecer a esta enseñanza, tan vieja como ignorada, habría sido tanto como reconocer una equivocación antigua, sistemática y grave. Es más cómodo ignorarla dejando el mensaje del Papa en moralina para la santificación interior y no una condena implícita de la economía capitalista.

Si de lo que está lleno el corazón habla la boca, la preocupación social de Fuerza Nueva era marginal. La presencia de un sindicato en el partido[36] no dejaba de ser una escenificación del populismo democristiano, sin ninguna ambición en el orden social. Un sindicato sesgado hacia los intereses empresariales, probablemente como reacción instintiva a los sindicatos marxistas. Como el sindicalismo comunista era de clase, pues FNT quiso recuperar un corporativismo desfasado que Pío XI reivindicó más como punto de partida que de llegada. FNT apelaba a los antiguos sindicatos verticales, copia más eficiente de los antiguos comités paritarios y los jurados mixtos de la II República, agrupando a empresarios y obreros en un mismo sindicato, esto es, obligados legalmente a que resuelvan entre ellos sus cuitas bajo vigilancia institucional y judicial. Este sistema no resolvía el problema de fondo que ya había denunciado León XIII en Rerum novarum: el destino universal de los bienes, la participación en beneficios, la universalización de la propiedad y la justicia social. Aunque es justo reconocer que consiguió mejorar la paz social, hizo posible la llegada de una amplia clase media, limitó con las ordenanzas de trabajo los abusos escandalosos del gran capital, y fue pionero en el llamado Estado del bienestar con un capitalismo popular como alternativa al capitalismo salvaje.

Todo podría haber acabado mucho mejor si el Régimen hubiese cumplido con sus propios postulados, expuestos en el Fuero del Trabajo (1938), y que fueron incumplidos sistemáticamente con las leyes de sociedades anónimas que consagraban una economía capitalista, y que el Fuero del Trabajo rechazaba reconociendo los derechos del trabajo en la propiedad de los medios de producción.

La cuestión social era para Fuerza Nueva un asunto considerado menor, en coherencia con buena parte del pensamiento tradicionalista, que se suponía tendría solución por añadidura cuando se recuperase el orden, la estabilidad, la vigencia de los valores espirituales… Pero una sociedad cristiana con una organización económica injusta acabará pensando cómo vive, si no se esfuerza en vivir como piensa. San Juan Pablo II ha definido estas realidades socio-temporales anticristianas, a veces insertas en sociedades cristianas, como «estructuras de pecado». Por caridad cristiana, de acuerdo con las exigencias de la dignidad humana, y por estrategia política, porque la salud espiritual de los ciudadanos no puede florecer en un clima moral donde las injusticias sean monedas de curso corriente, no basta con declaraciones de intención, sino que la organización socio-económica debe guardar congruencia con los presupuestos morales que dicen profesarse.

El Códice de Malinas así lo dice, concluyendo que la confesionalidad católica de un Estado tiene que demostrase sobre todo en la Realeza Social de Cristo, es decir, en la justicia de las instituciones, de las leyes y de la realidad social. No podemos resistir la tentación de reproducir la reflexión modesta de un joven seminarista gerundense mártir asesinado por los rojos en Barbastro el 13 de Agosto de 1.936, en carta de marzo de aquel año a su hermano, religioso de La Salle en Porto Alegre (Brasil), en contestación a la pregunta, ¿por qué triunfaron las izquierdas en las Elecciones de Febrero de 1.936?: «la causa más honda es porque las derechas no pudieron llevar a cabo el famoso arreglo de Giménez Fernández (hoy con-jefe después de Gil Robles), sobre la repartición justa (según las normas de Nuestro Sumo Pontífice León XIII) de las propiedades… Se le opusieron extremas y centro derechas y no pudo. Cuando la CEDA llegue a componer este asunto y logre levantar al pueblo humilde de los obreros y los trabajadores, labriegos, etc., quedarán completamente derrotados los socialistas que hoy son el núcleo principal del parlamento».

No basta con la confección de abrigos de punto para los hijos de los obreros, ni con cuestaciones para los huérfanos, ni en becas para la educación de los humildes. Esto es un remiendo en un traje sucio, corroído e insalubre que algunos se empeñan en conservar inalterable en el tiempo. Grandes fortunas frente a la miseria más escandalosa; salarios de subsistencia frente al enriquecimiento fácil en la bolsa y con la especulación; jornadas laborales de sol a sol frente al absentismo laboral de accionistas, banqueros y grandes empresarios… A nadie puede extrañar entonces la decadencia moral que sufrió la sociedad española en la década de los años sesenta, cuya progresión en el materialismo de las costumbres avanzaba a marchas forzadas con un ritmo parecido a las sociedades occidentales de su entorno, que no disfrutaron ni de una Cruzada de liberación, ni de las Leyes Fundamentales, ni de un «caudillo». El cine es una demostración del paralelismo entre España, Europa y los EE. UU. en este sentido. Las primeras películas que conocemos atrevidas, indecentes o irreverentes en el cine español, no tienen lugar mucho después que las primeras películas norteamericanas de este género.

Conclusión

La evolución de los acontecimientos desde la llagada de la Constitución de 1.978 ha empeorado esencialmente la realidad moral y social de España. No se trata de comparar épocas históricas, que sin duda inclinarían la balanza hacia el pasado. Se trata de una delimitación histórica de responsabilidades de cuanto sucede hoy en España, y por otro lado, simplemente de subrayar el agravante del error y la traición en delicadas circunstancias donde la vida de España está en juego, y donde oportunidades excepcionales para la victoria del bien gracias a la sangre de muchos mártires, se dilapidan por la omisión cuando no complicidad de guardias negligentes, de cirujanos ciegos e irresponsables, que después de salvar la vida de un organismo de la gangrena, dejan que se muera por abandono, por descuido, por exceso de confianza, o por autosuficiencia. El sacrificio enorme de lo mejor de una generación impidió la llegada del comunismo a España, en una victoria que resultó trágicamente pírrica porque no impidió que apenas 38 años después de la victoria se instalasen en los ayuntamientos españoles los partidos del Frente Popular, y que hoy la filosofía marxista lo emponzoñe todo en una extraña y diabólica alianza con el liberalismo ilustrado y el capitalismo más salvaje.

Dicho lo cual, casi peor que esta oportunidad histórica perdida, de esas que sólo se presentan cada mucho tiempo, es el abandono que sufrió un partido de inspiración cristiana que, pese a sus contradicciones, limitaciones e incoherencias, era un partido que luchaba honestamente por la implantación de los valores cristianos en el seno de la sociedad española.

La hostilidad que sufrió Fuerza Nueva por parte de la mayoría del Episcopado español, de los más importantes medios de comunicación católicos, y de buena parte del pueblo de Dios, no se explica ni se justifica porque depositasen su confianza en otros movimientos políticos de inspiración católica. Esto tendría perfecto sentido porque hay una legítima pluralidad de soluciones posibles en el orden de los medios. El problema es que la mayoría de nuestros obispos y de los laicos, esos que tiene la misión encomendada por Derecho divino de ordenar las estructuras temporales según el Evangelio, prefirieron a los enemigos de la Iglesia, a los tibios o a los ateos para construir el futuro de España. Y así nos va.

Francisco C. López

Profesor de CC. Sociales


[1] La Revista alcanzó la nada despreciable cifra de 1437 números y estuvo viva hasta 2017. Comenzó como semanario y la periodicidad fue disminuyendo progresivamente, especialmente durante los últimos años.

[2] La decepción que supuso en Fuerza Nueva y su líder el doble perjurio del Rey Juan Carlos I hacia las Leyes Fundamentales, hizo virar al partido desde la forma monárquica de gobierno hacia la república presidencialista.

[3] Muchos profesores abiertamente marxistas ocuparon plaza en las universidades públicas mucho antes de 1975 y la democracia-cristiana, gran artífice la Transición política, dirigía periódicos o universidades privadas, y tenía su cuota de poder en el Gobierno.

[4] España había pedido el ingreso en el Mercado Común.

[5] El partido se sintió abandonado por buena parte de la jerarquía eclesiástica, que abrazo las tesis del liberalismo más permisivo del cardenal Tarancón

[6] Blas Piñar acogió en 1976 y en las oficinas del partido las conferencias del arzobispo francés Marcel Lefebvre, ya suspendido a divinis. Piñar suscribe en sus Memorias las tesis fundamentales de Lefevbre, aunque nunca perteneció a su Hermandad. Eso sí, el mueble de la entrada de su domicilio en Madrid tenía una única fotografía enmarcada del matrimonio Piñar con el citado arzobispo, más tarde excomulgado. El apoyo del partido a Lefevbre provocó la incomprensión de algunos militantes. Y algunos sacerdotes dejaron de apoyar al partido.

[7] La Ley para la Reforma política fue aprobada en referéndum por los españoles en 1976 por abrumadora mayoría. El contenido de la ley estaba en las antípodas de la ley que el mismo pueblo español aprobó en referéndum diez años antes, la Ley Orgánica del Estado. Este referéndum no tuvo ciertamente garantías de libertad, en la medida que los partidarios del voto negativo fueron molestados por la policía cuando realizaban propaganda. Ahora bien, el pueblo podría haber votado «no», frente a la sugerencia del Régimen, que pedía el voto afirmativo.

[8] En competencia con Fuerza Nueva fueron apareciendo a partir de 1976 con la legalización de los partidos políticos las distintas versiones de la Falange de José Antonio (los falangistas del FES, que surge en 1963, bajo la dirección del profesor Hillers de Luque. Era un movimiento opuesto al Régimen, de firme confesionalidad católica y sincero rechazo a la economía capitalista; los hedillistas del doctor Narciso Perales, también opuestos al Régimen, pero con veleidades izquierdistas y acomodación a no pocos presupuestos del nuevo régimen político; y los falangistas partidarios del general Franco, liderados por Raimundo Fernández Cuesta, y donde confluyeron la mayoría de los excombatientes en la Guerra y los falangistas históricos). También los carlistas fueron competencia de Fuerza Nueva. Las distintas facciones carlistas no se unifican hasta 1986. Fueron tal vez los menos influyentes de los partidos de inspiración católica durante la Transición. Dejaron de ser un movimiento de masas en poco tiempo.

[9] Se legalizó la blasfemia, el adulterio o la anticoncepción (aunque ya antes de 1975 se podía obtener con receta médica). Y en 1981 también el divorcio.

[10] Fraga Iribarne fue el caso paradigmático de liberal acomodaticio. Su paso por el ministerio de Información y Turismo (1962-1969) está considerado un antecedente de la llamada apertura democrática. Fraga hizo posible una nueva Ley de Prensa que eliminó la censura previa en publicaciones y espectáculos. Esta ley, naturalmente, fue bien recibida por los amantes de la libertad ilimitada, pero fue un retroceso importante en las exigencias del bien común.

Cuenta el padre Domingo Muelas, historiador y secretario, durante más de veinte años, del ilustre obispo de Cuenca (1973-1996) don José Guerra Campos, que éste reconoció a Fraga su confesión de fe cristiana, pero añadió sin embargo que su partido no era cristiano.

[11] El partido sin embargo obtuvo no pocos concejales en muchos pueblos de España.

[12] Formaban esta coalición Fuerza Nueva, los falangistas partidarios del general Franco (que habían logrado hacerse con las siglas históricas de la Falange) y alguna facción carlista. Y el apoyo implícito de numerosas y diversas asociaciones políticas. Solo pudo presentarse en 16 provincias y obtuvo menos de 90.000 votos.

[13] El monopolio de la izquierda en la calle y en institutos y universidades es un hecho en España desde entonces, de tal suerte que se requiere su autorización para realizar propaganda o impartir una conferencia. Esta situación es más que anómala y constituye de facto una negación del sistema democrático. Especialmente impune ha sido la violencia separatista y marxista en Cataluña y el País Vasco. Y está completamente interiorizada y asumida por la sociedad española. Tiene un nombre que hasta parece simpático, «escrache», que nunca ha merecido aquel rosario de portadas de los periódicos Diario-16 o El País, que pedían por sistema la disolución de las bandas «fascistas». No fueron los únicos que hicieron frente a este monopolio marxista, pero merecen especial reconocimiento las juventudes del partido, Fuerza Joven.

[14] De casi setenta obispos, nueve enseñaron que el proyecto constitucional era ambiguo, que los principios morales no estaban bien definidos, que los principios superiores eran ambivalentes, que no se descartaba la posibilidad del divorcio, que se ignoraba la función positiva, no sólo permisiva, del gobierno en orden a la moral y la religión, al tiempo que se excluía al pueblo de su libre voluntad en torno a muchas disposiciones frente a los abusos oligárquicos.

Fraga Iribarne confesaba antes de morir que la participación de no pocos católicos en la génesis y desarrollo de este proyecto constitucional ateo se justificaba en la confianza ingenua e interesada en una victoria electoral en una España de mayoría sociológica cristiana. Por eso, no pocos miembros del Episcopado español acogieron la promesa de la derecha liberal de dar debida orientación a la ambigüedad constitucional en asuntos relevantes, promesa por supuesto que estaba subordinada a su permanencia en el poder. Cuando los cálculos electorales fallaron, y fuerzas abiertamente anticristianas ganaron las elecciones, la ambigüedad constitucional se decantó hacia la laicidad, y desde ésta, fácilmente se deslizó hacia el laicismo.

[15] 45 años después de la aprobación en referéndum de la Constitución de 1978 las consecuencias han sido devastadoras desde un punto de vista cristiano. Ha sido una contribución decisiva a la descristianización de España, con más de millón y medio de crímenes legales con el aborto, la familia rota, el ambiente moral degradado, la unidad milenaria de España espiritualmente rota y la injusticia social en datos escalofriantes. La enseñanza divina advierte que «por sus obras les conoceréis» (Mt. 7, 16), lo que puede y debe aplicarse a la Carta Magna.

[16] La HSE y la revista Fuerza Nueva llegaron a compartir oficinas en la calle Velázquez a finales de los años sesenta del siglo XX.

[17] Vid. Miguel MADUEÑO ALVÁREZ, «El discurso violento de la revista Fuerza Nueva en la Transición española», La Razón Histórica 48 (2020), p. 31-50. Este artículo es un ejemplo de mala praxis en el oficio de historiador. Ignora el contexto de la época, especialmente violento, con asesinatos semanales de ETA durante algunos años, con numerosos locales incendiados, palizas callejeras, mítines boicoteados, propaganda saboteada… Sería bueno contrastar si Fuerza Nueva ejerció más o menos violencia de la que recibió. El partido padeció varios asesinatos, muchos incendios en sus oficinas, agresiones callejeras a sus militantes y boicots sistemáticos a sus actos públicos.

[18] Caso aparte son las organizaciones terroristas de inspiración marxista ETA, GRAPO, Terra Lliure…, cuyos crímenes alcanzan cifras propias de un genocidio.

[19] Véase el caso del terrorismo etarra, justificado por buena parte de la sociedad vasca como efecto simultáneo del odio sembrado por organizaciones legales y la propaganda subsiguiente.

[20] No pocos militantes del partido sufrieron cárcel, exilio o perdieron la vida. Algunos siempre se quejaron del abandono que sufrieron por parte de la cúpula de Fuerza Nueva. Se sintieron arrastrados a la acción directa contra el enemigo, pero el partido no se hizo solidario con su suerte porque resultaban incómodos para la imagen y las esperanzas electorales de Fuerza Nueva.

[21] Aquellos jóvenes uniformados con la camisa azul y la boina roja, se acompañaban de una estética añadida y tolerada de los guantes negros (aunque fuese verano), el pelo engominado (como signo de identidad) y las socorridas gafas de sol (incluso en espacios interiores o días de lluvia)…, dando al partido una imagen lamentable que probablemente no le hacía justicia.

[22] Cf. José Luis RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, «Origen, desarrollo y disolución de Fuerza Nueva», Revista de Estudios Políticos 73 (1991), p. 261-287. José Luis RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, Reaccionarios y Golpistas. La extrema derecha en España: del tardofranquismo a la consolidación de la democracia (1967-1982), Madrid: CSIC, 1994, p. 270.

[23] Al tiempo, el diario «El Alcázar» sufrió el boicot ilegal en la difusión de publicidad de las instituciones del Estado. Interpuesta denuncia, la sentencia fue favorable para el periódico cuando el propio periódico y Fuerza Nueva, que recibía su apoyo, habían desaparecido. El Estado tuvo que indemnizar al periódico con unos 25 millones de euros, que sirvieron para pagar deudas y poco más. El Estado liberal se había quitado de en medio a un incómodo enemigo, el coste económico era más que asumible, pero se demostraba que la democracia era una nueva dictadura con otros protagonistas…

[24] Extrañamente Piñar, hombre de fuertes convicciones morales en la vida privada y pública, no titubeó en ir del brazo con dos divorciados como Almirante y Le Pen, o en conceder una entrevista para la revista Interviú, después de varios años negándose a ello, porque la revista había mitigado su pornografía (sic).

[25] En los resultados electorales de 1989 perdió casi la mitad de los votantes con respecto a 1982.

[26] Piñar conoció de cerca la experiencia de Le Pen en Francia o de Haider en Austria, donde las normas electorales se cambiaron ex profeso para impedir el auge parlamentario y el gobierno a determinados partidos. O la experiencia del PCE y ahora de «Podemos», simple pata de apoyo de un partido neocapitalista como el PSOE, que ha ingresado a España en dos clubes capitalistas como la CEE o la OTAN, y que ha sido impulsor de una economía especulativa.

[27] Los sucesores de Fuerza Nueva fueron suavizando las formas, los símbolos y en parte también el discurso, aunque nunca llegaron al extremo del ex-camarada del MSI Gianfranco Fini, aquel que acompañaba a Giorgio Almirante a los actos multitudinarios en conmemoración del 18 de Julio. Fini es el modelo de «fascista» domesticado, que para alcanzar y mantener el poder estuvo dispuesto a cualquier cosa. Fue ministro de un gobierno capitalista, ateo y genocida por abortista. Su última barrabasada fue oponerse a la abstención que la Iglesia pedía con respecto al referendo sobre el futuro de los embriones en Italia, con el fin de que la consulta no alcanzase el quórum legal y la propuesta fuese rechazada. Antes, en 1989, el Frente Nacional había confirmado muchas de las críticas recibidas por entornos ideológicos presumiblemente afines. Su lema electoral, «Hay un camino a la derecha», demostraba, más allá de las evidencias de su discurso y de su programa, que el partido estaba más cerca del peor conservadurismo que de su retórica y parafernalia revolucionaria de salón.

[28] Pronto el diario «El Alcázar» consiguió organizar un nuevo partido, Juntas Españolas, de vida efímera. Era una copia de Fuerza Nueva sin un líder carismático de la talla de Piñar y sin la simbología propia del antiguo Movimiento Nacional.

[29] Las diferencias entre Fuerza Nueva y los falangistas de Raimundo Fernández Cuesta eran más estéticas y retóricas que ideológicas. La discrepancia más profunda con el Régimen militar estaba en los falangistas del FES, que venían de la clandestinidad en los años sesenta. Los Círculos José Antonio fueron una corriente crítica dentro del Movimiento Nacional, y sólo se sumaron al antifranquismo muchos años después de la muerte del general. También los hedillistas presumían de antifranquistas, lo que tenía poco sentido invocando la figura de Manuel Hedilla, que dedicó su vida a reivindicar la injusticia sufrida: el Régimen le había encarcelado por un malentendido después de su decisiva colaboración en el Alzamiento militar.

[30] El médico de la Armada y publicista carlista, Alberto Ruiz de Galarreta, guipuzcoano, repetía con frecuencia que la mayoría de los carlistas en el País Vasco, para fastidiar al general Franco, que les había traicionado, se pasaron al PNV. Si es cierta esta aseveración, desacredita la reputación de un movimiento de principios sólidos e insobornables, nada menos que en asuntos capitales.

[31] Cf. Blas PIÑAR, Escrito para la historia, Madrid: Editorial Fuerza Nueva, 2000; Por España entera, Madrid: Editorial Fuerza Nueva, 2000; La pura verdad, Madrid: Editorial Fuerza Nueva, 2002; Así sucedió, Madrid: Editorial Fuerza Nueva, 2004.

[32] Cf. José UTRERA MOLINA, Sin cambiar de bandera, Barcelona: Editorial Planeta, 1989.

[33] Las Leyes Fundamentales, hasta el momento vigentes, consagraban la Ley de Dios como inspiración de las leyes civiles y las acciones de gobierno, según ha mandado siempre la Iglesia católica. Fue un Estado cristiano, como pedía el Papa Pío XI. Tenía sólidos cimientos en el Fuero del Trabajo para una reforma social profunda, aunque tal reforma acabó frustrada, alcanzando sin embargo una política social nunca conocida que impidió un capitalismo salvaje. Buscó la participación popular en una democracia orgánica, que sin embargo no resultó operativa ni popular ante la falta de soberanía política real de los cuerpos intermedios. Evitó la entrada de España en la guerra mundial…

Esta historia nos recuerda al «Ancien régime», lleno de corruptelas e injusticias, vicios y tradiciones insalubres. Pese a todo ello, conservaba el secreto de un futuro mejor. Estaba edificado sobre la Piedra Angular, y muchas de sus limitaciones estaban acompañadas de leyes y costumbres necesarias para el bien común. La Revolución Francesa no reformó el viejo edificio, cuyos pilares son necesarios para una vida social justa y libre, sino que destruyó la Piedra Angular, para alumbrar una época embriagada de inmanentismo, de voluntarismo jurídico y hasta de un humanismo pseudocristiano donde Cristo ya no es el Señor. El fracaso estaba servido y ya era inevitable.

[34] Se refiere al Movimiento Nacional, heredero de FET y de las JONS, que era la única organización política legal, con atribuciones institucionales y cuya jefatura suprema recayó en el Jefe del Estado manu militari.

[35] 7 de enero de 1.973.

[36] Fuerza Nacional del Trabajo (FNT) llegó a gozar de cierta implantación entre trabajadores autónomos y funcionarios.