José Antonio, tres veces asesinado

🗓️25 de mayo de 2023 |

Se consumó la profanación[1]. El cadáver del fundador de la Falange ha sido trasladado desde la basílica del Valle de los Caídos al madrileño cementerio de San Isidro[2], a tiro de piedra de la tumba del primer falangista caído, el estudiante de medicina Matías Montero[3], que descansa en la Sacramental de Santa María.

El propio José Antonio señalaba como indignos de confianza a quienes dedican su tiempo y energías a cambiar el rotulo de las calles y avenidas, cuando lo sustantivo resulta desatendido y vilipendiado. Esta profanación, en una España que agoniza, tiene especial gravedad en la medida que se ha realizado por los mismos partidos e ideologías que le condenaron a muerte[4], después de una detención ilegal, después de un juicio «popular» amañado y después de una ejecución preestablecida[5].

José Antonio había cometido la acción audaz e imperdonable de presentar batalla en rivalidad revolucionaria al monopolio marxista del movimiento obrero. Lo hacía desde la convicción, por un lado, de la parte de razón que alberga el proletariado que se ha rebelado contra la explotación de la economía liberal, algo que ya denunció con dureza el papa León XIII en Rerum novarum. Y, por otro lado, lo hacía sabedor de que no hay resurrección nacional posible ni vuelta posible a la «supremacía de lo espiritual» sin resolver antes la cuestión social, la demanda de los «hambrientos de siglos», y los imperativos de la dignidad humana en orden a la justicia social.

Su doctrina se hizo especialmente atractiva porque llenaba un vacío gigantesco en el catolicismo social[6] y en el tradicionalismo político. Por eso, el pensador y ensayista francés Arnaud Imatz, en feliz expresión, bautizó la filosofía política de José Antonio como «tradicionalismo revolucionario». Efectivamente, la derecha conservadora reivindicaba valores tradicionales pero subordinados a la defensa de un régimen social «esencialmente injusto»[7] y por lo tanto en contradicción y descrédito de todo lo noble que defiende. La parte más sana de la derecha era para José Antonio el carlismo, pero aquella heroica reacción frente al liberalismo político, no tuvo su natural y esperado corolario en el combate contra el liberalismo económico, como denunció, entre perplejo y decepcionado, el carlista y amigo de Vázquez de Mella, don Severino Aznar[8].

La modernización del tradicionalismo[9] era una necesidad para el propio tradicionalismo y para España. La Civilización Occidental vivía una encrucijada ante la invasión de los bárbaros que representaba entonces la Rusia soviética. El mundo tal y como se conocía tocaba a su fin. Acabará con él, por las buenas o por las malas, una masa que tiene la fuerza, y también en parte, tiene la razón. Cabe la postura propia de las derechas y de las extremas derechas, de oponerse a todo cuanto traiga esa invasión, en un «anticomunismo visceral». Pero cabe también la postura alternativa de tender un puente sobre esa invasión, dando la razón en todo lo que tenga de razón tal invasión, para salvar así los valores más importantes del espíritu. Aquel tiempo era revolucionario. La barbarie amenazaba todo lo sagrado desde una concepción de la revolución como acción dinamitera, y no como transformación profunda de la estructura política y económica, y de la mentalidad y la moral de un pueblo. Una revolución que precisa, para ser eficaz, la característica formal del orden, y el imperio de la justicia y la verdad.

Esta rivalidad revolucionaria atrajo a esa Falange primitiva a numerosos militantes del Partido Comunista, de la CNT y de la UGT. La mayoría vino con la influencia nociva de una ideología materialista. Pero en el fondo aquella grosera visión del hombre y de la vida les había resultado insatisfactoria y les había impulsado a sumarse a este nuevo sindicalismo de inspiración cristiana y nacional, dando la espalda a largas trayectorias personales y familiares[10]. Hasta Ángel Pestaña y su Partido Sindicalista vieron en José Antonio una esperanza que se tradujo en algunas conversaciones.

La hostilidad de las izquierdas fue por ello sistemática, provocando en los seguidores de José Antonio al menos una decena de muertos antes de que los falangistas respondiesen con la misma moneda. Nada importaba al marxismo la puntual coincidencia de aspirar a un nuevo orden social. La obediencia internacional, una ideología sobre la historia pretendidamente científica en una esperanza sin pruebas que la experiencia del socialismo real ha desautorizado, y el dogma del materialismo que no niega totalmente la realidad espiritual del hombre sino que la hace depender de la materia, como si la materia tuviese ese poder o atributo…, explican la cerrazón sectaria del marxismo. Por eso, José Antonio tranquilizaba a Onésimo Redondo, que se esforzaba en intentar demostrar que las acusaciones marxistas habitualmente carecían de fundamento y respondían a una deliberada interpretación torcida. José Antonio le decía que si fuese posible desembarazarse –por ejemplo– del sambenito de fascista, el enemigo inventaría otro, porque el enemigo –al menos esos que monopolizan el llamado «centralismo democrático»– no busca el bien sino el poder; no busca la justicia, sino la venganza; no busca la verdad sino convertirse en la nueva casta dominante.

Segundo asesinato de José Antonio

De nuevo José Antonio fue asesinado, esta vez en un crimen moral, cuando se dio por buena la victoria en la Cruzada de 1936 con la derrota del comunismo, incorporando a la victoria el liberalismo democristiano de la CEDA. La derecha mantuvo vivo en la posguerra un orden social capitalista[11], cuya desarticulación se había propuesto José Antonio. Esa misma derecha, a la postre, sería artífice de la Transición política que devolvió a España al liberalismo político relativista, fracasado y responsable mediato de la guerra. El propio José Antonio lo había vaticinado[12].

Antes, las derechas de Gil Robles, en el bienio estúpido (1933-1936), habían perseguido a José Antonio como no lo habían hecho todavía las izquierdas. Multas, trabas legales, calumnias y burlas en ABC, detenciones arbitrarias. Gracias a la confiscación policial de los ficheros en el gobierno de Lerroux, el Frente Popular tuvo muy fácil poco después la detención y asesinato de numerosos falangistas.

El carlismo tampoco ha sido, en general, muy amable con José Antonio. La rivalidad por atraer y movilizar a la juventud cristiana que amaba a España hace comprensible esta competencia, lo que no impidió puntuales colaboraciones que van desde el asalto conjunto a los locales de la sovietizada FUE en la Facultad de Medicina de San Carlos en enero de 1934, hasta la defensa común de las plazas de Codo y Belchite en 1937. Entretanto hubo incluso conversaciones al más alto nivel entre Hedilla y Fal Conde, para una posible unificación, a comienzos de la Guerra de 1936. El intento quedó en nada. La unificación forzosa de los militares agravó la distancia, para culminar en los episodios de la Basílica de Nuestra Señora de Begoña en Bilbao. Y la identificación irreal que ha hecho el carlismo entre el Régimen del 18 de Julio y la Falange tampoco ha ayudado, en la medida que los carlistas se han sentido agraviados por el general Franco.

Aunque José Antonio se había referido al carlismo como «cerril y antipatico», consideraba sin embargo que el tradicionalismo era lo más sano de la política española de su tiempo. Dos cuestiones hacían difícil el entendimiento. José Antonio había hecho suya la doctrina de la accidentalidad de las formas de gobierno respecto a la monarquía, que el carlismo consideraba consubstancial a España y al Estado. Por otra parte, la cuestión social estaba inmadura en el carlismo, pese a los intentos de Vázquez de Mella y sobre todo de Víctor Pradera, y muy por debajo de las exigencias de la Doctrina Social de la Iglesia. Y José Antonio, después de una personal evolución, tenía una visión de la justicia social como una necesidad no sólo moral sino también patriótica, en orden a conseguir, como decía Chesterton, la universalización de la propiedad frente al privilegio de unos pocos que habían tenido la suerte de llegar antes.

Especialmente cercano fue Víctor Pradera, que escuchó a José Antonio en el Teatro de la Comedia[13] y acudió después a la comida celebrada en un restaurante cercano. Publicó un artículo en la revista Acción Española señalando que no se alzaba ninguna bandera nueva, porque el mensaje joseantoniano era un plagio del ideario tradicionalista.

En el asesinato moral de José Antonio coincidieron las derechas y las izquierdas. La primera, decía José Antonio, tenía la nada fácil habilidad de conseguir que resulte repulsivo todo cuanto toca. Siempre egoísta, taimada y cínica, defendía intereses parciales de clase, subordinando todo el hombre a un óptimo balance de resultados. La Falange fue vista por la derecha como simple fuerza de choque contra el comunismo. Y cuando esta percepción resultó frustrada por una nueva doctrina que invocaba los valores permanentes del pasado al tiempo que buscaba la desarticulación de los capitalismos agrario, financiero e industrial, aquella colaboración inicial y la palmada en la espalda pronto se tornaron en agresiva animadversión.

El asesinato moral de la izquierda fue menos sutil y más sectario si cabe. José Antonio se quejaba de ello con frecuencia. En su Testamento confesaba que le «asombra que, aun después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información». Y desperado llegó a decir: «si os engañamos, alguna soga hallaréis en vuestros desvanes y algún árbol quedará en vuestra llanura; ahorcadnos sin misericordia; la última orden que yo daré a mis camisas azules será que nos tiren de los pies, para justicia y escarmiento»[14]. Prejuicios, sectarismo y mala fe. Tal vez por aquello que decía Marx en una carta a Engels: los obreros son la chusma y la canalla que tan sólo sirve para demostrar la veracidad de nuestras hipótesis y vaticinios.

El peor asesinato de José Antonio

            Pero sin duda el asesinato moral más doloroso para José Antonio ha sido el que han perpetrado los que se decían sus seguidores. Este desencanto, profundo y a veces paralizante, lo vivió el propio José Antonio cuando veía interpretaciones gruesas de su pensamiento en muchos de quienes le seguían incondicionalmente. En alguna ocasión llegó a decir que, si llegaba la victoria, no tendría más remedio que mandar al Congo a muchos de los suyos. Serrano Suñer recuerda que José Antonio les denominaba «aproximativos». Eran jóvenes que muchas veces arriesgaban la vida en la calle por un ideario que no comprendían del todo.

Algunos venían atraídos por el apellido del fundador, tal vez buscando una imitación de la Unión Patriótica de don Miguel. Otros entendían que se trataba de una copia del fascismo italiano, entonces victorioso. No faltaban quienes veían en la aquella Falange primitiva el arrojo que faltaba a las derechas para disputar las calles al marxismo. José Antonio se sintió muchas veces sólo y desolado. Pocos le comprendieron. Sánchez Mazas, segundo en la Organización, fue uno de los pocos que adivinaron los entresijos de su doctrina.

A la primera depuración que traen los tiempos difíciles, sobrevino la depuración de los tiempos fáciles, donde tantos, la mayoría, cambió la honra por los barcos. Muchos cautivos y excombatientes se dijeron que ya habían sufrido demasiado y que merecían un descanso o una recompensa. Agradecidos o cansados firmaron un cheque en blanco a los militares, que administraron los destinos de España según su leal saber y entender, sin hipoteca ideológica alguna, y decepcionando probablemente y sin excepción a todos sus antiguos compañeros de viaje en la Cruzada.

Su viejo amigo Raimundo Fernández Cuesta fue ministro de Agricultura, dando la espalda a sus discursos sobre la reforma agraria. Las exigencias que habían explicado y justificado el nacimiento de la Falange pronto se truncaron por recetas pragmáticas, que se conformaban con haber parado los pies al monstruo soviético. Era la primera vez que el comunismo era derrotado en el campo de batalla. Pero ¿era suficiente? Para José Antonio no lo era. Ahí están sus discursos, ahí están los caídos, que no murieron por una parte de la Causa sino por la Causa entera[15], que implica la Patria y sus tradiciones tanto como el cambio revolucionario de la estructura social y económica de España, inseparablemente unidas.

            Pronto algunos, tal vez decepcionados, tal vez porque nunca profundizaron, tal vez porque nunca se lo creyeron de verdad, empezaron a girar hacia la socialdemocracia, como Dionisio Ridruejo. Otros, arribistas, madrugadores que se esforzaban en vano por presentarse como viejas guardias, aparecieron primero maximalistas y, con el fervor del converso, rápido acabaron deslizándose hacia sucios apriscos en las antípodas del espíritu fundacional. Son los Laín Entralgo o los Tovar[16], que mutaron súbitamente la pose germanófila por la idolatría parlamentaria, por los acuerdos con los EE. UU., y por la europerización de España.

También los hubo que intentaron resucitar una Falange sometida al dictado del Ejército, burocratizada, mera comparsa y espectadora de una España burguesa que no era la que soñaba José Antonio. La historia sin duda tiene que hacer justicia al profesor Hillers de Luque, tal vez el único que entendió -después de la muerte del Fundador- el sentido, el fondo y forma de la cosmovisión joseantoniana. Su proyecto resistió 40 años y acabó frustrado, probablemente agotado una vez más por las limitaciones de quienes se desgañitan invocando una revolución que siempre debe comenzar por uno mismo.

Paralelamente, surgieron los llamados hedillistas. Aquello fue todo un despropósito. En la llamada Transición política eran una de las alternativas a la hegemonía de los «francofalangistas», que reivindicaban la figura y la obra del general Franco, mutilando y difuminado la dimensión social y revolucionaria joseantoniana.

Manuel Hedilla llegó a la jefatura de la Falange en ausencia de José Antonio. Colaboró de corazón en la sublevación militar del 18 de Julio, queriendo interpretar fielmente lo que el Fundador habría hecho en su lugar. Las circunstancias le desbordaron. Los militares estaban muy lejos de compartir el poder con nadie y se erigieron -con la complacencia general- en árbitros de las distintas ideologías, tendencias y movimientos políticos que colaboraron en la victoria. La unificación de las milicias pronto se convirtió en la unificación política bajo mando militar. El general Franco se autoproclamó jefe nacional de la Falange unificada por decreto con el carlismo, y Hedilla no aceptó un puesto secundario en el nuevo Movimiento. Su negativa fue vista por los militares como desafección. Fue juzgado y condenado a muerte. Sus esfuerzos para aclarar este malentendido consiguieron que la sentencia a muerte fuera conmutada por una larga condena, primero, por la deportación después, y por la libertad finalmente. Sufrió mucho, pero sus esfuerzos nunca fueron dirigidos a resucitar a la Falange sino a reivindicar su honorabilidad y a buscar una reparación por la injusticia sufrida. Y para ello no titubeó en caer en la adulación del generalísimo y en recordar su adhesión al Movimiento Nacional.

Por eso, los hedillistas confunden la realidad con sus deseos, y enarbolan una bandera de autenticidad falangista frente al Régimen del 18 de Julio que tiene las patas muy cortas. Puestos a retorcer la historia, los hedillistas acabaron retorciéndolo todo, abrazando el Estado laico, la Constitución atea y capitalista de 1978, el Estado de las Autonomías, la democracia parlamentaria, las banderas separatistas…, y todos los iconos doctrinales y simbólicos de la nueva España liberal. No dudaron ni siquiera en acudir a La Habana, a un congreso de juventudes revolucionarias del mundo (sic).

Cabía esperar que nadie pudiera alcanzar tanta podredumbre, pero los peores falsificadores han sido capaces de unir la bravuconería[17], que parecía superada, con la superficialidad más grosera. Parecen confidentes de la policía a sueldo de la plutocracia que nos desgobierna. Tanto lo parecen, tanto, tanto, que a nadie le extrañaría demasiado que mañana se descubriese el pastel. Sería la mejor manera de asegurarse que nunca florezca una doctrina sugestiva, convincente y capaz de movilizar a una juventud frustrada, que no encuentra empresas políticas dignas a las que entregar lo mejor de sus vidas.

Esta prostitución de la mística de José Antonio ha llenado de flores su última morada. Son en realidad candados para ocultar y sepultar definitivamente su espíritu. Todos los tópicos que se habían ido adhiriendo a José Antonio y su Falange por la propaganda de sus enemigos, y que tanto esfuerzo y tiempo había supuesto clarificar, de repente y casi simultáneamente han resurgido para enterrar a José Antonio en el oprobio y la vergüenza ajena. Tanto esfuerzo en distinguir a la Falange del Movimiento se arruina fácilmente acudiendo a las elecciones con los herederos ideológicos del caudillo. Tanto esfuerzo en distinguir la Falange del fascismo y del nazismo se arruinan en un instante abrazando en coalición electoral a un partido de abierta simpatía por el III Reich[18].

            Hablamos de vidas públicas, que ya provocan alipori, como decía Eugenio D’ors. Porque si hablásemos de vidas privadas, la cosa alcanzaría tintes dramáticos. Muchos de los que pretenden salvar a España son incapaces de ocuparse de sus compromisos matrimoniales, o de atender adecuadamente a sus familias, o viven del trabajo ajeno, o explotan a sus trabajadores, o son especuladores financieros que tienen aquello de la revolución social como un juego y una pose teatral, o están vinculados a sectas religiosas extramuros «de la interpretación católica de la vida».

La última barrabasada ha sido fichar como candidato electoral a uno de los asesinos de los abogados comunistas de la calle Atocha de Madrid en 1977. La nota de prensa aclaratoria dice que el personaje está arrepentido, que tiene derecho a la reinserción, que ha pedido perdón… Todo eso podría ser verdad. Pero se trata de un personaje público, cuya ejecutoria representa valores antitéticos con la doctrina, la ética y el estilo joseantoniano, precisamente aquellos que más han perseguido la imagen de la Falange. Claro que en el pecado llevan la penitencia. No gozan del respeto de nadie, ni tienen respaldo numérico[19] ni electoral. Todo aquello que traicionaron para buscar el éxito fácil que nunca llega, en justicia les ha castigado a ser menos en cantidad y sobre todo en dignidad y calidad.

José Antonio, tus peores enemigos son los que invocan tu nombre. A la espera de una generación digna de tu ingenio, de tu clarividencia y de tu espíritu de servicio y sacrificio, recibe un postrero saludo brazo en alto de un joseantoniano cada día más antifalangista.

Domingo de Almoguera


[1] El secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, don César García Magán, obispo auxiliar de Toledo, no quiso responder a la pregunta de un periodista sobre la exhumación de los restos de José Antonio. ¿Por qué no quiso responder? ¿No tiene criterio al respecto? ¿No le importa? ¿O le da miedo decir lo que piensa? Hubo un tiempo no muy lejano en que nuestra jerarquía respondía a todo, incluso a lo que no venía a cuento. Eran los tiempos de la denuncia profética, que ha venido a menos, pasando del todo a la nada. Se trata de la exhumación de un católico confeso, enterrado en una basílica, que además fundó un movimiento político cuya moral y acción política estaba subordinada a la ética cristiana, que tenía fines de orden sobrenatural, y que reconocía la autoridad divina de la Iglesia. ¿No es suficiente para Su Ilustrísima?

[2] El destino definitivo de los restos de José Antonio ha sido voluntad de su familia, una familia que raramente ha estado a la altura de su apellido. Todavía recordamos al antiguo alcalde de Jerez, Miguel Primo de Rivera, defendiendo en las Cortes franquistas la Ley para la Reforma Política, antesala de la democracia vigente que concede derechos de gobierno al comunismo y al separatismo.

[3] Fue asesinado por la espalda y a tiros por miembros de la Juventudes del PSOE el 9 de febrero de 1934 en la calle Juan Álvarez de Mendizábal de Madrid, cuando regresaba a casa después de vender en las calles el semanario FE. Su asesino fue juzgado y condenado, pero pronto amnistiado después de la llegada al poder del Frente Popular en febrero de 1936.

[4] De forma cínica los partidos de inspiración marxista enarbolan la bandera contra la pena de muerte señalando, generalmente de forma anacrónica, a quienes han hecho uso en la historia de esta sanción penal. Pero al tiempo bendicen la ejecución de sus enemigos. Esta contradicción no impide que el castigo legítimo a los numerosos chequistas, torturadores, violadores y asesinos de masas ingentes e inocentes reciba el calificativo arbitrario de represión o genocidio.

[5] José Antonio había sido detenido poco después de la victoria fraudulenta del Frente Popular en las elecciones de 16 de febrero de 1936. Las acusaciones de tenencia ilícita de armas o asociación ilegal pronto se demostraron falsas. La primera porque la policía colocó una pistola en un despacho del acusado que llevaba meses en desuso. Todo allí estaba empolvado, menos la pistola que colocó la policía gubernativa. La segunda porque el Tribunal Supremo declaró legal a la Falange. La desobediencia del gobierno del Frente Popular a los tribunales suponía la negación de la Constitución de 1931, de la división de poderes (cacareada conquista del Estado moderno), y de los presupuestos de la democracia partitocrática. El proceso era revolucionario, a imitación de la Rusia soviética en 1917, pese a que la Ley de Memoria Histórica insista en confundir la realidad con las burdas supercherías de la propaganda. Por eso resulta doblemente ridículo el espectáculo de esos jóvenes izquierdistas, ignorantes de la historia, que enarbolan la bandera de la II República, una bandera liberal cuya democracia burguesa el marxismo nunca acató.

La acusación de rebelión militar era imposible de probar, porque el acusado estaba detenido mientras la conjura se preparaba, pero le condenaron su amistad personal con algunos sublevados que le visitaron en alguna ocasión en aquellos meses, su justificación teórica del deber de rebelión contra un Estado enemigo de España, de lo que España representa y del bien común. Y sobre todo, la adhesión de sus seguidores a la sublevación militar. Pero una acusación con resultado de condena a muerte no puede sustentarse en suposiciones ni adivinanzas. En el juicio José Antonio señaló que esa rebelión se había realizado «aprovechando su encarcelamiento». Quien conozca a José sabe que sus exigencias y garantías a los militares habrían sido muy rigurosas, como lo fueron cuando se planteó una coalición electoral antimarxista con el nombre de Frente Nacional, que acabó frustrada. Y en su Testamento niega ser primer actor en todo cuanto está sucediendo en España. Y cuando se va a morir no se miente.

[6] El catolicismo social se debatió largo tiempo entre una postura reformista de corte corporativista, y otra postura sindicalista abiertamente obrera y combativa contra los privilegios capitalistas. Acabó triunfando la primera, para terminar infecunda, antes de su práctica desaparición. Ambas fueron perseguidas por el terrorismo marxista y de la CNT. La segunda podría estar representada por la revista La paz social o por el padre José Gafo, mártir de Jesucristo, cuya profunda influencia en los obreros provocó su asesinato por el marxismo.

[7] San Juan Pablo II diría se trata de un régimen que no respeta el destino universal de los bienes, impide la universalización de la propiedad, y subordina el trabajo al capital.

[8] Severino Aznar era padre de Agustín Aznar, vieja guardia falangista.

[9] Se trata de adivinar lo que nuestros antepasados harían en nuestras circunstancias, no en repetir irreflexivamente lo que hicieron en su tiempo.

[10] Sin duda esto explica la cruel y sanguinaria persecución que sufrieron estos falangistas, otrora antiguos izquierdistas, por parte de sus antiguos camaradas comunistas y anarcosindicalistas.

[11] La ambiciosa política social del Régimen del 18 de Julio que elevó extraordinariamente el bienestar medio de los españoles ha venido a denominarse capitalismo popular, porque el Estado puso límites a la voracidad capitalista. Algo parecido pretenden el Estado del Bienestar y la socialdemocracia, con la diferencia de que éstos son menos resueltos y eficientes, y más ideologizados y sin prejuicios morales. Lo que gastaba un obrero de su salario para comprar una vivienda en los albores del llamado franquismo era sensiblemente inferior a lo necesario en la España que vivimos, donde la propiedad de una vivienda, salvo que provenga de una herencia, se aleja de la esperanza media de los más jóvenes como no alcanzamos a recordar.

[12] «Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se la proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindicalista, al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción patria bosquejada en nuestros 27 puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora (de la que España ha conocido tan largas muestras), orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules» (José Antonio PRIMO DE RIVERA, A todas las Jefaturas Territoriales y Provinciales, 24 de junio de 1936).

[13] Jóvenes tradicionalistas colaboraron en el servicio de seguridad del Acto Fundacional de la Falange el 29 de octubre de 1933 en el Teatro de la Comedia de Madrid.

[14] José Antonio PRIMO DE RIVERA, «Resumen de los discursos pronunciados en Mota del Cuervo (Cuenca) y en Campo de Criptana (Ciudad Real) el día 30 de mayo de 1935», Arriba 12, 6 de junio de 1935.

[15] «Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se la proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindicalista» (José Antonio PRIMO DE RIVERA, A todas las Jefaturas Territoriales y Provinciales, 24 de junio de 1936).

[16] Estos ejemplos, más bien antiejemplos, han servido para que analistas sin rigor y sin escrúpulos juzguen el pensamiento de José Antonio, no a partir de las ideas de José Antonio sino de las ideas de otros, como si se pudiese juzgar al cristianismo por sus herejes.

[17] La repugnancia de estos impostores no tiene límites. Toda la prensa se hizo eco de uno de estos cabecillas sujetando a una señorita o algo parecido, desnuda de cintura para arriba, que intentaba boicotear un acto público. Las televisiones ofrecían la espantosa imagen de un esperpento humano, vestido de camisa azul y guantes negros, toqueteando lasciva y deliberadamente el cuerpo desnudo de aquella pobre desgraciada, perturbada y pervertida. Estamos en las antípodas del estilo que José Antonio quiso imprimir a su Falange, «una manera de ser antes que de pensar».

[18] O invitando a dar una conferencia a un viejo líder camisa parda, en solidaridad con las injusticias que ha sufrido, cuyos anfitriones olvidan los imperativos más elementales de la bandera que pretenden representar y que indignamente representan.

[19] Ahí andan mendigando documentos de identidad para presentar candidatos a las elecciones, porque no les llega.