Roy Campbell: el poeta converso

🗓️1 de octubre de 2023 |

Tal día como hoy, 2 de octubre, de 1901 nacía Roy Campbell, el poeta zulú. Enamorado y gran amigo de España, tuvo arrestos para, cuando aún no se habían iniciado las hostilidades de la Guerra Civil Española, plantar cara a los «invasores» de Toledo, a aquella serpiente instalada en el Edén de la Ciudad Imperial, en la previa del conflicto de julio de 1936. 

Y Roy lo advertía, era capaz de deducirlo de conversaciones con unos y otros en esporádicos encuentros de su día a día en diversos y variados emplazamientos, desde una plaza a una tasca o a la puerta de una iglesia. De hecho, ya en marzo de 1936, había sido apalizado por la Guardia de Asalto tras pedir explicaciones por el vil asesinato de «Mosquito» Vargas, amigo gitano con el que, a caballo, regresaba de Talavera de la Reina. La guerra aún no había empezado; las provocaciones, sí.

Su carácter le hacía especial en el trato con gente de cualquier condición y clase a pesar de que, evidentemente, el manejo de nuestra lengua presentaba ciertas lagunas y, para los toledanos, resultaba ciertamente peculiar. 

Además, amante y amplio conocedor de la naturaleza por su origen sudafricano, también se atrevía a aventurar infaustos acontecimientos para nuestra Nación por la inesperada proliferación de abubillas que, ese tórrido verano de 1936, revoloteaban en el patio de su casa de la calle Airosas. Según el poeta, no presagiaban nada bueno para España, sino todo lo contrario: destrucción y muy malos augurios. Las aves, por desgracia, no se iban a equivocar.

Como buen hombre de mundo, Roy Campbell jamás supo establecer distinciones y, así, lo había hecho desde su nacimiento en Durban, Sudáfrica, y aquellas primeras relaciones con su entorno y origen, incluso en temas como la cuestión racial por su contacto con la población tribal. Sin ir más lejos, Catherine Mgadi, una niña zulú, sería la primera persona encargada de cuidar al pequeño Roy y enseñarle la salvaje belleza natural del paisaje y costumbres sudafricanas.

Toledo, la ciudad sagrada de su pensamiento, le había embaucado desde su llegada a finales de junio de 1935 tras su conversión al catolicismo en Altea el 24 de junio de ese mismo año. En ambos sitios, Roy se sentía uno de los nuestros, un español de corazón aunque el abrazo a la fe católica y su visceral carácter le hubieran supuesto el entierro literario en el viciado y vicioso Bloomsbury, en el mundo de las Letras Británicas, con Virginia Woolf como principal detractora de las causas de un rebelde e indómito Campbell al que, a fuerza de ser sincero, su presencia editorial en Inglaterra pareció importarle mucho menos que los tristes acontecimientos de su mundo contemporáneo. Sin duda alguna, su actitud y sacrificio dieron y darían fe del compromiso adquirido con la Iglesia de Roma.

Roy se jugó el pellejo arriesgando la vida de su mujer e hijas y, en muchas ocasiones, ocultó a los sacerdotes y hermanos carmelitas en su casa de Airosas 13, convertidas en catacumbas del cristianismo, con la «recompensa» frentepopulista de ver impreso su nombre católico, Ignacio, en carteles y edictos de las hordas rojas que saqueaban y destruían todo aquello por lo que él había luchado desde que había conocido su nueva religión: caridad, humanidad, tradición, costumbres, familia, Toledo o un simple crucifijo.

«Es lo menos que pude hacer por un país que había salvado mi alma», se atrevió a responder al Marqués de Merry del Val en el paso fronterizo de San Juan de Luz tras recibir elogios y agradecimientos por la sorprendente publicación de su Flowering Rifle meses antes del final de nuestra infausta guerra. 

En los primeros dias de abril de 1939, desde Italia, Roy Campbell regresaba a España, el lugar que, en un principio, había elegido para vivir el resto de sus días independientemente de lo que pudiera encontrarse en el hogar dejado atrás en agosto de 1936 y del anuncio del final de un conflicto que había llevado a los españoles al abismo del odio entre hermanos.

Luego, las circunstancias serían otras –II Guerra Mundial incluida– y la vida llevaría a Roy Campbell por otros derroteros en los que tampoco iban a faltarle episodios de exclusión, marginación y exilios de un sitio a otro, las cosas del Destino.

Sin embargo, Roy Campbell continuaría enarbolando la bandera del inconformismo y, en sus múltiples e inagotables causas, jamás consideraró doblegarse ante las imposiciones que, como un bumerán, volvían a su vida para colisionar contra el escudo de un corazón integro y la espada moral de su criterio y justicia hasta hallar la muerte en un inesperado y trágico adiós en las inmediaciones de Setúbal, Portugal, el 23 de abril, Día de San Jorge, de 1957. 

Como afirmaba cuando tradujo a Paço D’Arcos en el ocaso de sus días, «escribir es conquistar la Muerte», legar a nuestros textos, versos o artículos ese inmortal poder inaccesible para su afilada guadaña. No le faltaba razón.

Y para vivir, sin embargo, hemos de estar intoxicados de amor, de odio, de poesía, de literatura, de sueños, de realidades, de amigos, de enemigos, de verdades, de mentiras y de vino o cerveza. Da igual su calidad. Y su cantidad. El término medio, el equilibrio, basta a pesar de la cada vez más compleja búsqueda de la mesura.

A veces, un impulsivo Roy no supo manejarlo bien y, así, pagó las consecuencias con la inoculacón del veneno de envidiosos rivales y enemigos sumidos en el pozo de sus miserias morales y espirituales. Campbell se había convertido en el enemigo a batir, en el personaje antagónico de sus fracasos, en el antídoto de sus desgracias, en el fantasma que perturbaba sus sueños haciéndoles regresar a una más que miserable realidad existencial.