LA TRANSFIGURACIÓN: CONVERSIÓN Y CONTEMPLACIÓN 

🗓️26 de febrero de 2024 |

Nuestro peregrinar continúa hacia el anhelado encuentro con Dios y, como no podía ser de otra manera, seguimos salvando obstáculos, dando la cara ante la adversidad y luchando contra la gran miseria que nos rodea. Nadie dijo que la vida iba a ser fácil, ¿verdad?

Desgraciadamente, las desventuras nos asolan, no se atreven a darnos una precisa y merecida tregua que nos permita tomar aire, recuperarnos y afrontar la siguiente vileza que, sin duda, aparecerá en nuestras azarosas vidas. Las diferentes vicisitudes y piedras del camino no son más que duras pruebas en las que, sin la puesta en práctica de la fe, nuestro win-win queda reducido a la más mínima expresión, a una ínfima y casi inexistente posibilidad de éxito.

Y en este recorrido por un «valle de lágrimas» cada vez más diverso y extenso por la abundancia de desgracias, hemos de encontrar la fuerza de la luz que arroje señales y dé instrucciones precisas para que la salida y la meta sean más visibles y accesibles en los trabados pasos de nuestro zigzagueante y dubitativo deambular.

Hoy, en este Segundo Domingo de Cuaresma, la Transfiguración del Señor ha de cobrar una mayor revelación, si cabe, en un mundo errático y una humanidad errante. Si aún no hemos logrado captar la fuerza, brillantez y luminosidad de toda aquella luz capaz de asombrar a sus apóstoles en lo alto del Monte Tabor, seremos ajenos al verdadero significado de lo que acontece en nuestras vidas, de lo que, casi sin darnos cuenta, pasa a nuestro lado. Sin duda, hemos de estar más atentos, receptivos y comprometidos con toda muestra de belleza y veracidad. Ambas serán las elegidas para acudir a los diversos desafíos y combates planeados por el Mal. Por fortuna, son nuestros más poderosos aliados.

Y no hay mejor momento que un domingo como éste para la conversión, para la reflexión, para el cambio, para la «metamorfosis» griega de la transfiguración, para girar nuestro rostro, para transformar nuestros corazones y exponerlos a la excelsa demostración de la naturaleza divina del Señor. 

Como Jesús en aquel místico instante, no se trata de llegar a ser otro, sino de, siendo la misma persona, suplantar la identidad de esa arrogante naturaleza fake que nos corroe por la excelencia de nuestros actos y otra cara, una nueva y luminosa actitud, hacia el prójimo.

Evidentemente, no es fácil. Ya lo advertíamos al principio. Siempre tendremos que pasar por el filtro de la cruz, de esas cruces que, a pesar de su enorme peso, hemos de arrastrar en calvarios, como el propio Jesús, sin ser precisamente del gusto de portadores y todos los que están a nuestro lado. 

Es el precio a pagar, la cuota de nuestra conversión, la oposición a nuestros continuos síntomas de incertidumbre y debilidad. Más allá de su negativa presencia, de fragilidades y limitaciones que impiden alegrías, progreso y bienestar, tenemos que estar prestos a, renovados, emprender ese peregrinaje con optimismo y amplitud de miras al contemplar aquella belleza admirada por Fiódor M. Dostoyevski en El idiota:

«El hombre puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero sin belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí. La belleza salvará al mundo».