Entre las décadas de 1930 y 1960, cualquiera de los habituales parroquianos del The Eagle and Child, uno de los típicos pubs de Oxford en la calle St. Giles, que entrara a tomar una pinta de cerveza podría haberse encontrado con un grupo de hombres en el Rabbit Room, el estratégico lugar del fondo en el que una mesa y sus sillas daban la bienvenida a ilustres hombres de la «Ciudad de las Agujas de Ensueño», apodada así por el poeta Matthew Arnold.
Era el punto de encuentro de los Inklings, la camarilla de insignes artistas, profesores, juristas y escritores locales que, en torno a las figuras de C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, solían tener asiduas reuniones todos los martes por la mañana. A veces, la intensidad de sus charlas y el alegre tono de sus conversaciones llegaron a ser tan sublimes que, como consecuencia, la campana del Last Orders se erigía en recordatorio –y tabla de salvación– de una última bebida tras diez u once horas de alterne en el local de marras. Una retirada a tiempo, ya se sabe, es una victoria.
Allí, los presentes en este conciliábulo se dedicaban a discutir, debatir, charlar, reír y; entre oportos, vinos y cervezas, a realizar propuestas que diesen un giro radical a las tendencias literarias de una época carente de, como en nuestro desgraciado presente, esperanza y valores borrados del mapa por los daños colaterales de la Gran Depresión y dos guerras mundiales, la Primera con devastadoras consecuencias para Europa y la Segunda con su espléndida maquinaria ya en ciernes y el machete bien apretado entre los dientes.
Sin embargo, la magia de Oxford comenzaba a respirarse desde las aulas de Magdalen College, donde C. S. Lewis también solía reunir a sus amigos algún que otro martes, hasta las bicicletas de sus calles medievales, el encanto de sus torres, edificaciones y decenas de colleges o aquellos fantásticos diálogos sobre el escudo del The Eagle and Child en los que los presentes parecían querer transformar al águila en dragón o al niño en guerrero de tiempos pretéritos. A fin de cuentas, se trataba de un habitual ejercicio práctico en el que, gracias a la ilusión e imaginación, destacaban mito, fantasía, alegoría y alusiones a una cultura occidental con profundas raíces religiosas.
Así, la inspiración no tenía mejor ocasión para exhibirse que en los pensamientos y palabras de aquellas deslumbrantes personalidades de Oxford; icónicas y simbólicas para algunos, pero siniestras e instigadoras para otros. El carácter de sus conversaciones, ciertamente, parecía suscitar dudas entre una población local que, por un lado, destacaba la humildad, modestia y profesionalidad de los protagonistas pero, por otra parte, desconfiaba por las elucubraciones que se vertían sobre sus mentes inquietas y de profundas creencias cristianas emanadas del Catholic Literary Revival y la aún latente resaca de la conversión del cardenal John Henry Newman, hoy elevado a los altares.
Ilusión, imaginación y esperanza se congregaban, pues, en torno a una mesa en la que, desbocadas, cabalgaban con la absoluta libertad y confianza de hombres empeñados en cautivar los sentidos de toda una civilización occidental a través de la fe cristiana y la pagana belleza del mundo. Y ese era el ideal de aquel pueblo: aspirar a la santidad, la sabiduría, el conocimiento y la belleza en palabras y renglones teñidos de inusitada fantasía.
Entonces, sumidos en ese idealizado y continuo encanto medieval, la atmósfera de intelectualidad se encargaba de hacer el resto con la prolongada búsqueda del éxtasis a través de diversas formas de producción literaria de la mano de literati como J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis.
Los avatares de la vida y su dureza no suponían obstáculo para reuniones en las que, con cerveza y vino como testigos, se escuchaban profundos testimonios sobre el declive de aquella civilización occidental a la que sólo el poder y la gracia de Dios podían ofrecer una vía de escape ante un Mal tan presente e insistente. A pesar de las etiquetas o el señalamiento de sus vecinos, los Inklings no renegaban del hecho de considerarse cristianos y ser portadores del concepto y significado a transmitir desde la peculiaridad de su exclusiva «catacumba», la del pub The Eagle and Child, con un rebautizado The Bird and Baby por parte de sus asiduos clientes.
La ciudad se había convertido en receptora de la traditio legada por ermitas, iglesias, monasterios y el sagrado encanto de esos lugares que, antes de la relación con el academicismo universitario de siglos posteriores, habían servido para el culto de lo divino y oraciones por almas camino de su salvación en el purgatorio. Luego, el clima anti-católico anglicano pondría contra las cuerdas a los seguidores de la Iglesia de Roma, a unos Papists que tuvieron que resignarse debido a la estigmatización sufrida como resultado de la hostilidad de sus compatriotas hasta los primeros escarceos de rebelión religiosa y renacimiento espiritual que, tipos como los miembros de los Inklings, promoverían en un período de dudas y crisis de fe.
Aquellos tiempos posteriores a la última etapa (1873-1901) de la época victoriana, la de la radicalización del movimiento obrero y sindical además de los continuos problemas con Irlanda y las colonias, invitaban a la militancia, al enfrentamiento, a un posicionamiento espiritual alejado de la indiferencia y cercano a tomar posiciones ante diversas luchas que, en un frente radicalmente distinto, culminaría con la Gran Guerra y la participación de Inglaterra con el triste desenlace para el Ejército Británico de unos dos millones y medio de muertos, heridos y desaparecidos a la conclusión de la misma en 1918.
Si el carácter inglés ya iba camino de un gran cambio en la primera década del siglo XX, el conflicto bélico no hizo más que incendiar los deseos de hombres, de camaradas, de observadores de un mundo a través de los ojos de una guerra que, recién terminada, invitaba a sus supervivientes, a antiguos estudiantes y profesionales de diversos campos, a dar continuidad a caminos truncados, vidas interrumpidas y sueños que, entre amigos, podían hacerse realidad fortaleciendo los lazos rotos por la desesperación con puntuales encuentros en un pub en compañía de buenos amigos, literatura alternativa y unas cervezas con las que brindar por un futuro mejor.