La verdad, cuestión de honor. Ahora que deambulamos por este errático mundo en busca de respuestas cada vez más difíciles de hallar, he querido recuperar alguna lectura pendiente y, también, no herir con mi desidia vacacional el compromiso de reseñar El dilema de Neo (Ediciones Rialp, 2024), última obra de David Cerdá.
Verdad, por el contenido de la obra, y honor, por lo que a mí respecta, son los motores para aproximarnos a las, aparentemente, «nimias» cuestiones para los «tolerantes» del presente –esos que suelen faltar a la verdad con mayor frecuencia que nadie–; los que se llenan la boca con su verdad –según ellos, la única y excepcionalmente inmutable– y los que tienen conceptos erróneos –si tuvieron la ocasión de aprenderlo– de honor, respeto o dignidad.
Ninguno de ellos parece estar al alcance del nuevo hombre actual dirigido por fakes o parámetros en los que si hay algo que destacar es lo irreal, lo virtual, lo artificial; en otras palabras, todo aquello que difiere del objeto de búsqueda y propuesta del ensayo de Cerdá: la verdad existe y ha de ser consustancial a nuestro periplo por la vida a pesar de la ingente proliferación de mentiras, medias verdades o, como diría aquel, cambios de opinión.
El mal, desde luego, sabe cómo y cuándo hacer uso de todas ellas, es un experto, y, además, conoce bien a sus mejores actores, a esos que no precisan un casting diario debido a continuas y perversas exhibiciones carentes de la práctica del bien y la verdad.
Y Cerdá es valiente, un revolucionario en toda regla, recordando la célebre frase de George Orwell referida a aquellos tiempos –o los de hoy, sin ir más lejos– en los que prevalece el engaño universal. Actualmente, la mentira u «omisión de la verdad» (practiquemos su juego) es, tal vez, el principal caldo de cultivo, el arma arrojadiza, el elemento de discordia de los poderosos, aduladores de la discordia y amantes de esa manipulación con la que tejen su tela de araña para reclutar mentes ideológicamente sumisas –o subvencionadas– que les bailen el agua e, incluso, señalen y contribuyan a estigmatizar a los «revolucionarios» que portan pancartas con el término «verdad» en negrita.
Porque continuando con Orwell, los gestores de esta sociedad, este mundo o nuestra civilización quieren fracción, polarización (recuerden que, según la RAE, fue la palabra del año 2023), división y para todos estos propósitos han de incumplir con algo: la verdad. El hecho de que nos desviemos de ella conduce al odio, al resquemor, a la excusa perfecta para odiar, atacar y percutir contra los ilusos «nostálgicos» de la verdad, de aquello que ficcionalmente vivió Winston Smith en 1984 y que, para más inri, su Ministerio de la Verdad se encargaba de adaptar al antojo, demanda e ideología del Gran Hermano.
Por eso, Cerdá nos invita a un planteamiento distinto, el que nos permite ver la vida con alegría, esperanza y optimismo a través de las lentes que nos otorgan bien, amor, belleza y verdad. De acuerdo con el autor, estas cuatro realidades han de situarse en nuestro punto de mira teniendo en cuenta que, a pesar del exceso de distractores, distracciones y agentes del mal, el presente nos ofrece un sinfín de posibilidades otrora impensables para llegar hasta la verdad.
Sin embargo, este mismo presente también tiene la facultad de amplificar la mentira, la falsedad, la ignorancia o el desconocimiento. Jamás hubo tantos portavoces que se prestaran a ello. No siempre llueve a gusto de todos y, ahora, la sequía de sus antagonistas (verdad, autenticidad, sabiduría y conocimiento) lamentablemente parece haberse instalado en las élites, sus poltronas y pasillos de poder o convertido en un plus para ser alguien.
Viendo el panorama patrio, el nivel cultural o el infame discurso de una gran mayoría de políticos, asesores o consejeros varios no es de extrañar que, obviada o despreciada la verdad, el camino sea más cómodo para el que vende humo y logra convencer al cada vez mayor número de esclavos ideológicos apremiados por la inmediatez, incitados por la provocación y desposeídos de la lucidez y el criterio necesarios para tornar su rol de infame súbdito de la información en gestor consciente y personal de la misma.
Así, en ausencia de triunfos de la verdad, herramienta de control y presión ante el poderoso, o la consecución de pírricas victorias, el Estado vence, derrota y, lo peor, oprime. El pueblo, perdedor, queda a su entera merced y lo hace sumido en un sueño inconscientemente arrastrado por todo lo que la mentira acarrea: deshonor, incertidumbre, fealdad, inseguridad, indignidad, etc.
Por último, una advertencia de carácter práctico: la disposición del contenido de la obra. El autor nos da opciones en forma de capítulos y apartados. Hasta ahí, lo normal. Sin embargo, ofrece medio centenar de desafíos; sí, desafíos, que, en presencia de la ingente oscuridad de ideas, pueden orientar el nublado punto de vista sobre aspectos como la atención, la inteligencia, la razón, la verdad, los sentimientos o, como Neo promete a Morfeo en Matrix, el conocimiento necesario para, en su País de las Maravillas, resolver el dilema y descubrir hasta dónde llega la madriguera del conejo.