De abril a abril

🗓️1 de abril de 2023 |

Abril es el mes más cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con lluvia de primavera. Al menos, para T. S. Eliot, lo fue hace exactamente un siglo, en el otoño de 1922, cuando «La tierra baldía» vio la luz que no había sido capaz de hallar meses atrás durante la esplendorosa estación de las flores.

Ahora no es así. Cada día, por desgracia, lo tengo más claro. La crueldad no entiende de fechas, almanaques o páginas diariamente arrancadas del calendario de pared, ese de inmensos números negros y festivos en rojo que, todavía, se reivindica en hogares, talleres, taquillas cuarteleras y tiendas de las de antes, de todos esos negocios que se baten el cobre contra algo denominado progreso y sus variopintas exhibiciones, ventas online incluidas, en sus diversos formatos tecnológicos. 

Es la lucha de la identidad, pienso, por la tradición y las costumbres antes de que cualquier nuevo ramalazo de la cultura de la cancelación borre de un plumazo el nombre de los días de la semana o la fecha en la que, osados, nos atrevemos a vivir. Es cuestión de borrar, customizar, reescribir, etc. Cuando el rodillo de la memoria selectiva echa a andar, hay distopías que quedan relegadas a lo anecdótico. ¡Qué fuerte!

Por eso, he decidido rebelarme contra ese predatorio afán en su intento de no dejar títere con cabeza siempre que el fanatismo ideológico manda, otorga e impone. Sé que puede parecer una utopía, pero no queda otra en los tiempos que corren y, como un tsunami, te llevan por delante. 

Y, como tú, yo he sido elegido para soportar su sevicia en este yermo territorio heredado de mi poema de cabecera, el que marcó mi trayectoria en el mundo de las Letras. Así lo creo, aquí resisto mientras, retirado y asustado, pido un café en el Chestnut Tree Café. He llegado a la conclusión de que somos presa fácil, un juguete roto, una marioneta cuyas cuerdas se mueven al antojo de sus apetencias, de elitistas designios y macabros planes. Además, me suena haber vivido antes este momento. ¿Una pesadilla? ¿Aquella película o alguna lectura del pasado? ¿Acaso un déjà vu

Ni siquiera recuerdo haber sido yo el protagonista, pero tampoco creo serlo ahora de mi propia vida y experiencias. ¡Qué triste! Tal vez, fue otro, pero sí hubo una cafetería, una barra vacía, una mesa sucia, un par de sillas destartaladas y un inicio similar allá por las trece horas de un día luminoso y frío de otro mes de abril. ¡Qué «orwelliana» casualidad!

¡Y qué manía con ese mes! ¡Ojalá fuesen sólo treinta días los de nuestro sufrimiento al cabo del año! Sería algo así como una mínima proporción, una escasa presencia del Mal que, poliédrico, asola nuestras vidas al mismo tiempo que agota nuestro devenir por el tortuoso y tenebroso camino del resto de meses hasta completar otro anuario más de desazón, infortunio y desdichas. Y todo, sin contar segundos, minutos, horas, días, meses o años.

Ya me he acostumbrado a este mundo de inquietantes y perturbadoras tinieblas ante las que, a duras penas, no ceso de mostrar síntomas de flaqueza y debilidad por las continuas restricciones y amenazas de sus regidores. Camuflados bajo el acrónimo de inútiles instituciones mundiales, hojas de rutas de sus agendas o el poder absoluto y su impositiva verdad, las bajas y dolorosas pasiones se han convertido en elemento indispensable de mi anhelada redención cuando intento preservar valores, rescatar virtudes y, sin capa, salvar conceptos como el de la vida humana, amenazada desde tantos flancos y expuesta a múltiples fuegos sin chalecos salvavidas que la protejan. 

Creo, todavía, en el poder de mi detente, en esa oxidada chapa junto al DNI en algún lugar de mi cartera que, con la fe sobre la razón, jamás me ha abandonado a mi caprichosa suerte, concediéndome, intuyo, la divina protección tantas veces reclamada desde mi servicio militar por tierras norteafricanas hace tres décadas. He sufrido y, también, llorado. Cuesta decirlo ahora que he de decidir qué hacer con el tiempo que me queda y, mentalmente, hacer una firme declaración de intenciones.

Sin embargo, tengo la impresión de haber tocado fondo. Me muevo por instinto entre ahogados y desgarrados gritos hacia un Dios que no me escucha, que no atiende ruegos ni oraciones, que, distante, evita mis deseos de empuñar la espada contra todo ese ejército de demonios que desafía mi paz interior y el bienestar de los que me rodean. Ahora, camino a lo largo del sendero de mi particular via negativa con pasos activos y pasivos a lo largo de la oscura noche de mi alma y la aspereza de mi gélido corazón en el enésimo intento de alcanzar la férrea disciplina espiritual que requiero para consolidar mi resistencia.

No queda otra, resistir y percutir; percutir y resistir ante los que se postulan como gerifaltes de nuestros designios, adalides de la verdad absoluta, gente sin escrúpulos, adeptos y adictos a la manipulación que su posición les otorga, con la exclusividad de la mentira y ese pensamiento único de víbora áspid cuya sibilina mordedura es culpable de mi perdición, de mi más dolorosa derrota, de ese viaje sin retorno en el que sólo mis gratos recuerdos, cada vez más vagos y distantes, me permiten seguir aquí, apurando el último sorbo de este frío e imbebible café, mientras rastreo las huellas de mi tránsito existencial y las de mis héroes literarios, Shakespeare y Cervantes, que también exhalaron su último aliento un mes de abril.