Todos los combates que libramos en defensa del bien, la belleza, la verdad y el amor vienen a ser el resultado de tirar de épica y, sin estas gestas –cada vez más habituales–, estamos abocados a sobrevivir en un infame y polarizado mundo que, errante y errático, profundamente lamenta y echa en falta virtudes, valores o compromisos del pasado.
Y si bien es cierto que a diario recorremos senderos de gloria, con magníficas aventuras e inigualables oportunidades con la llegada de un nuevo amanecer, por desgracia, también nos topamos con infinidad de piedras en el camino, con multitud de dificultades y adversidades que no sabemos manejar o sortear por nuestra continuada y tristemente alentada falta de compromiso, responsabilidad y ciertas habilidades comprometidas en menesteres de menor índole, esos que van de la mano de la distracción y sus implacables agentes –de todo tipo y condición– distractores.
Nuestra vida, como el mundo, no ha de ser ajena a responsabilidades y obligaciones, a compromisos que requieren un decidido paso al frente, una mano alzada, una enérgica muestra de arrojo, un claro síntoma de acometividad o la sólida firmeza de un carácter fuerte. Y no es obligatorio el hecho de erigirse en único protagonista, degustar los frutos de actos valientes o pequeñas batallas, aislarse en la soledad del guerrero –por mucho que nuestro estado contemplativo nos invite a ello– o dejar de saborear esporádicas victorias. Hay que exhibir, hay que compartir todo tipo de logros que, sobre todo, sean capaces de echar sal en las heridas de enemigos y detractores para que sepan de primera mano que hay rival de tronío, ese que no se deja amedrentar por las precarias tentativas y vanas insinuaciones del que no cuenta con la fortaleza de la verdad, sino que se escuda en sus particulares exclusividades para afrontar disputas de calado.
Con aliados como la caridad, el compañerismo, la solidaridad, el esfuerzo y el trabajo –a pesar de su actual e incluso estigmatizada infravaloración– hemos de contribuir a que nuestros compromisos sean recios, fuertes, generosos, sin fisuras ni temores, infranqueables ante distracciones que, embaucadoras y guiadas por agentes trileros, nos conducen al más profundo abismo de una sociedad y civilización perdidas, somnolientas, sumisas y obedientes al dictado de élites y la cada vez más enferma sintomatología de nuestros días: relativismo, materialismo, inmediatez, incertidumbre, virtualidad y las terribles ausencias de los dos protagonistas en el título de esta reflexión: compromiso y compromisos. Si, además, aparecen los frutos del pensamiento crítico aportado por el conocimiento, la contemplación y la espiritualidad, la solidez del discurso se unirá con éxito a actos que requieran posicionamientos opuestos a terribles y cobardes posados de perfil.
Con una buena dosis de respeto hacia nosotros mismos, su reflejo y proyección hacia los demás, y el uso de nuestra libertad para promover la del prójimo, forjaremos moldes sin esas cadenas que atenazan el potencial de nuestra voluntad a la hora de tomar iniciativas e intuir opciones de éxito antes de adquirir compromisos firmes y razonables como refuerzo a esa contracultura que, según Pete Davis, se opone a la de una navegación infinita infectada de indecisión, tensión y parálisis, males endémicos que sólo pueden combatirse con la solidaria cobertura del compromiso y las continuas ráfagas del fuego amigo de nuestros compromisos.