Bienvenidos al transhumanismo

🗓️12 de enero de 2023 |

La humanidad ha perdido la partida. Desgraciadamente, así es. Fe y esperanza marchan descarriadas, desnortadas, desorientadas en el camino hacia un exilio que no ofrece alternativas de cambio o atajos que concedan un mínimo atisbo de libertad para escapar de las opresiones que nos rodean. La irrupción y excesos de ciencia y tecnología han llegado para quedarse y, de paso, transformarte. No hay vuelta atrás.

De un tiempo a esta parte, nuestro mundo no deja de lanzar desgarrados gritos de auxilio, de aferrarse a nimias certidumbres  en la búsqueda de una bombona de oxígeno que le dé aire mientras su desamparada brújula vaga sin rumbo entre experimentos y mentiras varias. Es lo que conlleva la manipulación. Si, además, la fragmentación social y la discordia provocada galopan a marchas forzadas, el abismo está más cerca de lo que parece.

No hace mucho, vivíamos confiados, sin sobresaltos ni sorpresas, casi un mero trámite, y, sin la necesidad de capas o pócimas mágicas, creíamos ser superhéroes, ostentar el exclusivo poder de nuestra zona de confort y el control de nuestras vidas, de nuestro particular mundo real, de todas y cada una de nuestras acciones. 

Sin embargo, aquella realidad ha sido vapuleada, sometida por el eco de ejemplos literarios que, hace décadas, se nos habían anticipado en forma de impensables distopías en cualquier mundo y tiempo actuales. Paradójicamente, aquella ficción del pasado se ha impuesto sobre un imaginario futuro en nuestro cruel e infame presente. 

Y, como mortales que somos, hemos sucumbido a la debilidad, a la fragilidad, al miedo, a la inminencia de una muerte que, con el continuo y oscilante movimiento de su guadaña, merodea la seguridad en la que nos hallábamos plácidamente instalados sin tener que pedir o rendir cuentas a nadie.

Por otra parte, esa elevada y, cada vez con mayor frecuencia, interesada mortandad se ha convertido en una miserable rutina que, además de ocultar, intentan que pase desapercibida, sin hacer ruido, casi de puntillas, como el homenaje rendido a unas víctimas, las del olvido, denostadas en un deshumanizado presente. Es lo que se estila: ruindad en vena y en los gestores institucionales de todo el orbe.

Así, el desafecto, la inacción o la desatención a esas muestras de humanidad que ahora añoramos han abierto las puertas a los mesías del transhumanismo, a aquellos que siguen aprovechando los pasillos de poder para socavar nuestro ánimo y exhibir la vulnerabilidad del hombre. Todos esos comportamientos son ahora el trending topic del vacío y somnoliento devenir de nuestro tiempo, de la pesadilla que nos quita el sueño mientras dilapida momentos de nuestra incierta existencia.

En muchas ocasiones, la tentación anduvo cerca, caminó a nuestro lado, y nos hicimos más fuertes cuando la resistencia y el esfuerzo personal lograron encontrar la suficiente fuerza de voluntad para, a duras penas, conseguir doblegarla. Con la enfermedad o cualquier mal ocurrió lo mismo. Era cuestión de proponerlo, de proponérselo. Ahora, ni los tiempos ni las circunstancias invitan a ello. 

Por eso, en este día y a esta hora, nos ha sido imposible vencer. Ni siquiera nos han valido efímeras treguas de la pandemia, inútiles remedios o artificiales e ineficientes medidas que, nacional o globalmente, sólo han servido para que mentira y manipulación hayan paseado sacando pecho ante la docilidad y sumisión del pueblo. 

Nos han acostumbrado a la más amarga miel, a pírricas victorias. El encanto transhumanista, reforzado por el futuro y atractivo diseño de la evolución, nos ha embaucado; su veneno no ha encontrado antídoto y hemos caído en sus redes tras picar el anzuelo de tentadoras promesas dirigidas a poner fin a nuestros límites, deficiencias y restricciones que, de manera conjunta, han logrado menoscabar el sistema inmunológico de nuestras vidas, la fortaleza natural de unos cuerpos ahora zarandeados por virus creados para arrasar vidas.

Nuestro sistema biológico se ha convertido en un conejillo de Indias en el que han confluido furtivas y sospechosas presencias como las de la tecnología o los medios y recursos digitales. Y si quedaban dudas, siempre había intereses aliados, los de las élites, enarbolando estandartes en forma de nanotecnología, robótica, biotecnología o inteligencia artificial. Los nuevos gurús ya tienen su atractivo soma para mercadear y alcanzar todas las posibles extensiones del prefijo «meta».

El fin, para ellos, justifica los medios, además del dolor y muerte de una población mundial vigilada por desacreditados o inexistentes comités, despistadas organizaciones e instituciones cuyas indignas agendas subrayan la deshumanización de sus turbios y oscuros propósitos. Triste pero cierto, como su improvisación a la hora de tomar decisiones de calado en medio de la sobredosis de mentira y manipulación que nos siguen inoculando.

Y ese transhumanismo opulentamente cubierto de oro y «progreso» ha sabido dar los pasos necesarios para enterrar cualquier amago de resistencia humana. El poder sabe mover sus hilos con la precisión quirúrgica de un cirujano, sólo al alcance de los que están por encima del Bien y del Mal; entre ellos, los gerifaltes del entorno de Silicon Valley. 

Thiel, Bezos o Musk tienen su puerto franco en ese emporio promovido por la biotecnológica CALICO, empresa inspirada por una combinación de contenidos novelísticos de corte «orwelliano» y de ciencia-ficción de la que surgen grupúsculos de frikis, obsesos y entendidos en temas informáticos y tecnológicos –como los describe la Dra. Huberman en sus estudios antropológicos– empeñados en prolongar la vida humana.

Aquel estado inicial del miedo nos dejó en shock hace tres años y, paralizados, seguimos siendo testigos del golpe perfecto con el avance sin pausa del globalismo en pos del Nuevo Orden Mundial. Aquella tentativa se sirvió de meses de un mal sueño que, hoy, continúa con el recuerdo y recuento de novedosas cepas, olas, versiones, muertos; sobre todo, muertos, en lo que los defensores de la cultura de la muerte vienen a denominar «nueva normalidad». 

El término ha ido estirándose, adaptándose, ampliando acepciones, acogiendo nuevas disposiciones, medidas e imposiciones que no sólo nos hacen añorar tiempos pretéritos, sino que, también, nos sitúan en la disyuntiva de proclamar nuestra libertad y la dignidad humana o, por otro lado, sucumbir a la esclavitud moderna disfrazada al gusto de los sastres de obsolescencia de la civilización del siglo XXI.