Una de las potencias de la teología es la capacidad para dilucidar las inconsecuencias ideológicas, previo desarme de los presupuestos que las preceden. En apariencia, delibera desde fuera, pero en verdad juzga desde dentro las teorías que idean los hombres. El conocimiento que posee sobre el tejido de la condición humana lo es todo en el asunto. San Anselmo, con pasmosa lucidez, decía que “toda voluntad en cuanto quiere algo, lo quiere a causa de algo “. También enseña que una voluntad recta es la que quiere lo que debe y precisa que “no debe ser más recta al querer lo que debe que al querer por lo que debe “ (1). La conformidad con la rectitud y la verdad configura la voluntad recta, por eso toda falta o yerro supone un acto libre de la voluntad, mas no de la voluntad libre que sigue la estela de lo justo y lo verdadero. Caso omiso hacen las doctrinas liberales, que se amparan en la libre voluntad más conocida como voluntad individual: la libre querencia o volición con independencia de cuál sea el cariz de la finalidad, con independencia de lo que se debe o no se debe. La libre voluntad erigida en razón de razones, superior en rango al conocimiento y al deber. La sola querencia erigida en razón primera del hombre. Esa abstracción que se descuelga de toda disposición previa, representa el nucleo del liberalismo primigenio, aunque a su vez también es el cráter por donde se despeña toda su ideología. Dos tipos de emancipación manan del proceso libertino de la voluntad individual: la de pensamiento y la de conciencia. Ambas se cimentan en la espontaneidad que manifiesta la sola voluntad sin necesidad de intelección, o dotación moral. Sinopsis de la libre voluntad, más conocida como voluntad individual.
El liberalismo no es una filosofía destinada a la praxis política, no nace en puridad de un conjunto de sesudas intentonas intelectuales. En contra de lo comúnmente aceptado, el liberalismo no es ni un tratado político, ni un tratado económico. Éstos no son más que el extrarradio de una tendencia humana hacia el subjetivismo, agazapada en una siniestra filosofía naturalista: dejar que el hombre, considerado un ser virtuoso per se, proyecte lo que lleva en su interior (su libre y espontanea voluntad). Lo que sostenía Rousseau, requisito indispensable para las libertades de conciencia y pensamiento tan declamadas en las sociedades contemporaneas. Luego de la espontaneidad naturalista que reemplaza la naturaleza de las cosas y del hombre, cada corriente liberal ha derivado en una dirección doctrinal pero todas con idéntica finalidad; alzar la libre voluntad, de ahí que todas las corrientes anden más pendientes de la preservación del marco ideológico, que de las rectificaciones y retractos que exige arrostrar la realidad de los hechos. Todas las facciones del pensamiento liberal han alzado su proyecto zurciendo los elementos que más convenían al cuadro sinóptico que presentaban. Desde ahí requieren por verdaderas sus teorías sobre el hombre, la libertad, y la política; apoyándose en un racionalismo a la carta de la libre voluntad. Pero las teorías perfectas, hasta la fecha, solo han engendrado desgracias pluscuamperfectas de las que luego se desentienden los palafreneros del liberalismo abandonando a su suerte a los malhadados por el desenfreno de sus teorías. Los palafreneros del liberalismo, en lugar de revisar los desatados presupuestos iniciales de la concepción liberal del hombre, se contentan con muñir y puentear argumentos para que la teoría yuxtaponga lo que la realidad detesta y excreta una y otra vez. Creen así solventar el desmadre de las abstracciones iniciales que sostienen. Bandera de tamaña chapuza intelectiva es el pistonudo lema de hacer lo que se desee sin molestar a nadie; quimérica frase que ha hecho fortuna en la mentis de la sociedades en las que vivimos y en las que todo vigor intelectual pasa por la libre voluntad o voluntad individual. Momento oportuno para establecer la diferencia sustancial entre voluntad y volición.
Entre ambos vocablos, pese a la aparente sinonimia, abisma la etimología y el sentido primero. La voluntad queda definida por la capacidad y la disposición moral. En tanto, la volición se ciñe a la sola potencia de decidir o querer sin otro elemento definitorio que lo que León XIII denominó mera licencia (2). De hecho volición procede del latín volo (querer, desear), y una deliberación desnuda de ética puede ser malévola, benévola, o simplemente inmoral. De lo que se sigue que el pensamiento liberal imposta la voluntad y demanda la volición como el elixir de la libertad y dignidad humanas. Obsta que la voluntad propiamente dicha es la voluntad recta; la que quiere lo que debe y porqué lo debe. En el lado oscuro, la volición que sustantiva la libertad, dota de un carácter opcional a la voluntad, y formula anterior a toda noción de bien y mal la capacidad de decisión. Rebaja el bien y el mal a la categoría de reglas de contenido discutible y por ende sometidas a la voluntad individual, lo que es ya de antemano inmoral. Hechas las presentaciones de voluntad y volición, el contenido de la voluntad individual que se alza para exigir la libertad humana es del todo inaceptable por inmoral e impropio. Por añadidura, porta una enorme contradicción cuando somete la moral al subjetivismo, al criterio de una voluntad individual o voluntad anti criterio, cuya autonomía es, a su vez, declarada moralmente incuestionable. Cualquier intento de impedir el ejercicio del prurito individual, aún alegando la mejor de las intenciones o la mayor de las razones, se tacha de ilegítimo a la luz de las doctrinas liberales. Contradición aún mayor en términos, es hacer de la voluntad una razón, o peor aún, la razón de las razones. Para paliar todos los desmanes del cuadro sinóptico esbozado, los palafreneros del liberalismo injertaron en esa voluntad capciosa que habían ingeniado, una noción limítrofe de libertad: el hombre puede proyectar en su vida todas las querencias y veleidades que le plazcan sin traspasar los confines de la voluntad individual del otro. De esa manera el corpus teórico queda idóneamente pergeñado para desprenderse de los estragos que pueda causar el campamento base de sus ideas. Libre de toda apariencia de culpa, pero no de todo mal. También debieron reparar los palafreneros que no se puede definir la libertad como concepto limítrofe, aludiendo a la no interferencia sobre los otros, pues un campo no se define por las empalizadas que lo atrincheran del exterior sino por lo que se cultiva dentro; si la siembra son propósitos que se pretenden por encima del bien y del mal, el hombre renueva su contrato con el pecado original, subestimando así su propia naturaleza. En eso consiste el naturalismo libertario; en la plena confianza en la volición y sus mecanismos de espontaneidad para emanciparse de Dios y la Ley Natural. Lo dijo Leon Bloy (3) en sus diarios: primero Dios expulsó al hombre del Paraíso (primera fase del pecado original) y ahora el hombre se propone expulsar a Dios de la Tierra (renovación del pecado original). De mientras los palafreneros ponen coto político a los estragos que pueda ocasionar el cumplimiento íntegro de la voluntad individual. Una chapuza filosófica para los anales de la historia, que equilibra la dialéctica de una premisa inicial por si sola desorejada.
Cuando la volición toma el mando de las operaciones intelectivas, la conclusión se adelanta a la premisa. El sostenimiento del tinglado de la voluntad individual exige a los liberales sacarse de la manga una metafísica ad hoc. Una sutilización arbitraria de la física que habilita teorizar sobre el individuo y hacerse con una metafísica propia. Obsta que reducir al ser humano a la condición de individuo es un acto de abstracción, de arbitrariedad intelectual, de instrumentalización conceptual del hombre, con tal de dar rienda suelta a los fines volitivos que luego los palafreneros tienen que contrarrestar con un “café para todos”. La acepción de la palabra “individuo“ stricto sensu, es meramente matemática. Lo decía Aristóteles; individuo significa uno. Pero nos sirve para elucidar que la matriz del asunto reside en el absolutismo del individuo bajo el barniz político de la soberanía. No deja de ser una aporía que el señorío de la razón humana con su consecuente emancipación de la religión, se pretenda aludiendo a los dictámenes de la libre voluntad: ¿cómo puede alcanzar la razón humana su soberanía por medio de algo (la volición) que puede llegar a oponerse a la razón e incluso proclamarse razón misma?.
San Anselmo, tratando de demostrar la omnipotencia de Dios, sienta en la Proslogion (4) que los vicios de la voluntad no son potencia sino impotencia: “cuando alguien dice que tiene potencia de hacer o padecer, lo que para él no es conveniente, o lo que no debe, entiéndase impotencia en vez de potencia, porque cuanto más tiene esa potencia, tanto más potentes son en él la adversidad y la perversidad, y más impotente es él contra ellas “. Impecable refutación teológica ésta de San Anselmo a la voluntad individual del liberalismo y eso que San Anselmo en realidad estaba en otras lides más elevadas, ocupado en demostrar la omnipotencia de Dios, contra Quien la volición nada puede.
El liberalismo no se ha de definir y analizar únicamente desde una perspectiva técnico-política, hay que agregar la pulsión antropológica previa que empuja al hombre y su pensamiento hacia el rubicón liberal. ¿Qué es lo que define la libertad según el liberalismo?. La aspiración de dicha teoría: la plena disposición de la voluntad y razón humanas (por ese orden), para hacerse cargo del gobierno del hombre y de la sociedad. Aspiración que se funda en el sentido volitivo de la vida y cristaliza en una concepción del derecho dilacerante, racionalista y espuria; pretextada en la inviolabilidad de la volición o voluntad del individuo, en un iusnaturalismo que demanda la primacía de la razón humana por la vía de la voluntad individual. Por suerte siempre nos quedará la teología, que nació, entre otras cosas, para desmontar los tinglados ideológicos de los hombres y devolverles a su condición de mortales.
(1) San Anselmo (1984). Proslogion. Sobre la Verdad. Capítulo XII, pp. 152. Orbis. Barcelona
(2) Leon XIII (1888). Libertas praestantisimum. Leonis XIII Pontificis Maximi Acta, Capítulo VIII, pp. 212-246
(3) Leon Bloy (1998). Mis diarios. El viejo de la montaña, 1909, pp. 220. Bitzoc. Palma de Mallorca.
(4) San Anselmo (1984). Proslogion. Sobre la verdad. Capítulo VII, pp.62. Orbis. Barcelona
Doctor investigador en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.