Algunas anotaciones para el ser

🗓️11 de abril de 2023 |

De poco sirve tener razón (alcanzar cierto dominio de la misma) si no se tiene verdad. Eso es algo que el metodismo intelectual que hierve al calor ideológico, llega a perder de vista con bastante frecuencia. En la sempiterna discusión del ser y el no ser, mucho tiempo hace que se acabó por imponer la dialéctica  que refiere que lo característico de la realidad es ante todo la contradicción. La resulta de la presunción de que el no ser está implícito en el ser, vaya éste donde vaya; de que ambos son las dos caras de la misma moneda. La resulta, en definitiva, de los contrarios, de origen heleno (Heráclito) y relanzamiento hegeliano. El no ser erigido en el alter ego funcional de la verdad sobre el ser, y de paso, de cada ser. Dos presuntas realidades, intrincadas en un mismo problema. Pero ¿y si no fuese cierto?, ¿y si esa presunta realidad contradictoria que marida el ser y el no ser no fuese más que un convencionalismo filosófico generalmente aceptado por la deriva constructivista en el debate de ideas sobre el ser de las cosas?. ¿Y si esa omnipresente contradicción del ser solo estuviera en las deliberaciones de algunos hombres, en unas proyecciones mentales que cuando no guardan una armonía con la observación elemental se tornan en inciertas?.

Jaime Balmes en su tratado Filosofía Fundamental  aproxima y delimita las nociones del ser y del no ser apoyado en las de afirmación y negación. El gran Balmes instruye acerca de la esterilidad de la idea de negación por sí sola; la idea de negación necesita de la del ser para aportar algo no prescindible al conocimiento, es decir, es una idea subalterna de la idea de afirmación. Según Balmes, el ser ante todo es el objeto del entendimiento, con lo cual “el no ser lo percibimos con orden al ser” [i] y “el no ser por sí solo no puede dar origen a ningún conocimiento “. Por tanto, la idea central es la idea del ser: “con la idea del ser podemos entenderlo todo; cuanto más hay de ser en la idea más entendemos “. No rige idéntico razonamiento para el no ser: cuanto más hay de no ser en la idea  no entendemos más sobre ello. Podemos entenderlo todo de la idea del ser hasta llegar a las limitaciones de cada ser en cuestión, a partir de cuyos linderos es donde Balmes encuentra el no ser. Por lo tanto, el no ser no puede andar inserto en el ser si  habita tras sus linderos. Es una cuestión de ocupación territorial de las ideas que responden al conocimiento de las cosas. Así, aunque Balmes afirma que en la percepción de cualquier ser limitado acaba por aparecer la idea de lo que no es, admite también que se puede prescindir de esa negación considerando únicamente lo que el objeto es, sin atender a lo que no es.

Uno de los aspectos teóricos más controvertidos del no ser, es el enfoque de los contrarios, según el cual el no ser se define por oposición al ser, constituyendo ambos los dos parámetros indisociables de lo real. Pero, en puridad, el no ser no se opone al ser; a lo sumo desvelaría sus limitaciones. Lo opuesto al ser sería el anti-ser, esto es, su antagonista, a menudo relacionado con la perversión del ser o (en palabras de Santo Tomas) “la privación de una perfección conveniente”. Verbigracia, lo contrario del sueño no es no dormir, sino el insomnio; lo contrario del ahorro no es no ahorrar, sino el desahorro o malgastar; lo contrario del nacimiento es el aborto; lo contrario de amar no es no amar, es odiar, es decir, el amor propio malentendido. Lo opuesto a Cristo no es cualquier hombre que no sea Cristo, sino el antiCristo (lo que se opone a Dios es el Demonio). El enfoque de los contrarios tomado por asidero, se empleó como pasaporte para justificar unos contrarios históricos que nunca fueron constitutivamente opuestos: el capitalismo nunca fue lo opuesto al socialismo, sino al régimen económico precapitalista; la burguesía no se opuso hegemónicamente al proletariado sino a la aristocracia de la sociedad tradicional; los patronos y los trabajadores no se oponen más que en las férulas empresariales del capitalismo. La mujer no vive en oposición al hombre, ambos son complementarios. Lo opuesto a lo estructural no es lo contingente, sino lo desestructurado, lo anómico. El enfoque de los contrarios fue reeditado por el liberalismo y sus derivaciones, en una construcción ideológica en la que cada ser (en especial cada hombre) era competidor y oponente. En base probatoria, la significación del no ser no funciona por antítesis, solo tiene cabida tras las limitaciones del ser, allende a sus linderos.

Santo Tomás preliminarmente a tratar sobre el bien y el mal, deja claro que “el no ser no puede ser ni género ni diferencia, porque el género se atribuye a una cosa por lo mismo que es, y la diferencia porque tiene relación a su modo de ser”. De lo que se infiere que no puede haber ente alguno sustante o sustentante del no ser, la única referencia sigue siendo el ser. Sabemos que un extraño que nos cruzamos por la calle no es nuestro vecino de al lado porque es distinto de aquél. A su vez conocemos que es distinto porque es otro. Es la propia afirmación la que habilita y da paso a la negación. Sin la primera, la segunda jamás podría darse en nuestro conocimiento. Tenemos pues, que el ser es ante todo la verdad sustantiva, entre tanto, el no ser se trataría solo una verdad relativa subsecuente de aquella. La distinción de los entes solo radica en el ser: un niño para descartar quién no es su padre primero ha de saber quién es su padre, y después averiguará a continuación quien no lo es porque las características de los demás hombres diferirán de las del padre. Tendrá que divisar el ser de los otros para acabar infiriendo finalmente que ninguno de ellos es el padre. El niño deduce quién es el padre por identificación del padre y del resto. ¿Cuál es la pesquisa del niño para averiguar quién es el padre?. El conocimiento adquirido sobre el padre mismo y los demás. Las cosas no se descubren por descarte. El elemento medular del conocimiento no es el descarte, es el hallazgo. Por esa razón, la definición no se puede poner al mismo nivel conceptual que las comparaciones, que no dejan de ser meras intelecciones postreras. Al fin y al cabo, comparar significa explicitar semejanzas y/o diferencias y para ello es indispensable disponer de referencias previas. Como mencionamos con anterioridad, un niño para inferir que un sujeto no es su padre primero ha de conocer a éste. Un sencillo razonamiento que, como explicaba Jaime Balmes, no funciona en dirección contraria: para saber quién es su padre no requiere previamente saber quién no lo es (eso no tiene sentido, es absurdo). Continuando en dicho plano, por ejemplo, no existe ningún miembro de la familia o fuera de ésta que sea “el no padre “, no conocemos  ningún vehículo que sea el “no coche “, ni ningún color que sea el “no rojo “. En sustancia, el no ser, habilitado por lo contrario, argüido en la negación, no tiene ningún soporte real. Por eso se sostiene la figuración de que en el ser está ya incluido el no ser, a pesar de que el no ser, carente de atributo alguno, solo puede aparecer deductivamente al cruzar los linderos del ser.

Fuera de nuestras mentes el ser de cualquier cosa es y tiene existencia propia, por contra allende a nuestras lucubraciones, en el exterior el no ser no es, no tiene existencia propia. No es más que una forma de inferencia no refrendada por la existencia, solo acaece por el simple juego de figurar y contrafigurar cada cosa. En ese juego, el no ser (por comparación) puede ser cualquier cosa distinta al ser de algo, entonces si puede ser cualquier cosa, no es de suyo ninguna y tampoco puede ejercer de contrario. No está refrendado por cosa sustante. Santo Tomas de Aquino distingue entre relaciones reales y relaciones de razón: las relaciones de razón son aquellas que “tienen por objeto no alguna cosa subsistente en la naturaleza de las cosas sino alguna cosa que solo existe en la concepción” en tanto que las relaciones reales aluden a propiedades existentes de la persona, animal, o cosa.[ii]  Santo Tomas detecta que las relaciones de razón no se ocupan de ninguna cualidad realmente existente. En especial, en la teología tomista se explicita que las relaciones que permiten discernir a las tres personas de la Santísima Trinidad son estrictamente reales y no relaciones de razón. Con ello, el ser del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, se conoce en base a los caracteres de cada uno. En esa línea, dado que cada ser está formado por las características que le son privativas, el no ser no puede habitar dentro del ser. Más aún, en la unidad teologal de la Santísima Trinidad no se puede afirmar ni siquiera que el Espíritu Santo no sea del Padre y el Hijo, porque (como dice Santo Tomás) procede del Padre y del Hijo. Tampoco se puede afirmar que Cristo no sea Dios ni esté en el Padre[iii]: “No creeis que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras” (Juan 14:10).  

De regreso al terreno estrictamente filosófico, Balmes afirma que las ideas de identidad y unidad son simples y “no envuelven negación”, esto es, el no ser no forma parte de la identidad ni de la unidad del ser. Las ideas primigenias sobre los entes, son las de identidad, unidad, distinción y número. Balmes, certero, califica de simples las dos primeras, y de compuestas las dos restantes, de las cuales se podría formular (solo de resultas) un juicio negativo. Si lo compuesto se articula con lo simple, forzosamente las ideas de distinción y número se han de formar con las de unidad e identidad; diversas unidades forman una multiplicidad, diversas identidades componen una distinción. Son la identidad y la unidad lo que da lugar respectivamente a la distinción y la multiplicidad. Volvemos así al razonamiento del caso del niño que está buscando a su padre y se encuentra con un extraño: sabe que el extraño no es el padre porque ha identificado a otra persona. Distinguimos a los demás, no porque no son nosotros, sino porque son otros. Ese es el orden jerárquico del conocimiento más elemental. No se puede argumentar lo contrario, es decir, no se puede decir que identificamos al prójimo como distinto porque no es idéntico a nosotros. Lo identificamos porque ante todo es; y de hecho era antes de que le descubriéramos, antes de que estuviera en nuestros pensamientos. Más aún, de no haber sido no podría haber aparecido en nuestros pensamientos. De lo contrario, la realidad no se proyectaría sobre nuestros pensamientos,  sino nuestros pensamientos proyectarían la realidad, algo del todo imposible porque entonces cabrían tantas realidades como pensamientos y tantos pensamientos como sujetos pensantes, antesala todo ello del relativismo más enloquecido. Es la realidad por tanto, la que se proyecta sobre los pensamientos. Los pensamientos en primera instancia vienen dados por la observancia primaria de la observación en su literalidad: lo primero que identificamos es lo que observamos. No puede sostenerse que la realidad sea contradictoria aunque pudiera llegar a serlo el pensamiento, una vez identificados los entes.

El no ser no puede darse como dato externo. Tampoco puede habitar dentro del ser, que solo está formado por las características que lo hacen privativo para cada caso. El ser (cada ser) siempre responde a un concepto abarcador de un género y diferencia, en paralelo el no ser, no es más que un vago constructo, sin género ni diferencia que lo acompañe, cuyas teorizaciones pueden gozar de cierta coherencia interna pero carecen de la consistencia externa del dato, que sí atesora el ser de cada ente. El no ser solo emerge en un trazo deductivo caracterizado por la especulación. La realidad no tiene que ser dialéctica por fuerza, más bien parece haberse hegemonizado una dialéctica que por fuerza ha de hacerse realidad (si bien es cierto que la dialéctica es algo real en lo que tiene de representación del pensamiento). Es el objeto el que conforma la verdad de la idea mediante su adecuación al mismo. Cuando la verdad prevalece la contradicción no prospera.

Argumentar bien no constituye de suyo una sola verdad y ese es el gran problema de enseñorear la dialéctica. Un error o una falsedad pueden estar impecablemente argumentada. Pero la evidencia muestra que el no ser no puede nunca complementar ni completar la idea del ser, menos aún desde el enfoque de los contrarios en calidad de opuestos. A la hora de la verdad, los contrarios no son en particular los opuestos, sino simplemente los otros. Tal vez Parménides tuviera razón, y el no ser no sea, y estemos tan solo ante una invención más del constructivismo. Claro está que el no ser no puede ser por definición el antitético del ser ni tampoco estar inserto en éste. El no ser, no es per se, en todo caso, lo sería por ende. Pero si no es per se, entonces tampoco puede serlo por ende. Los habrá que objeten que es por ende del entorno (los otros), mas nada es por el entorno sino en el entorno, como cualquier cosa que es como un elemento formante más. Y si, a pesar de todo, recurriéramos al ser para salvar de la quema la sagacidad sobrefilosófica de la idea del no ser (tan necesaria para sostener las ideologías), tendríamos entonces que quemar al ser, afirmando que no es, en relación con tal o cual cosa. Como expone Parménides, si tomamos lo que es como aquello que puede ser pensado y sobre lo que se puede hablar, entonces el no ser no puede ser pensado ni dicho sobre la base de lo que es ( no es “hacedero”) [iv], al estar carente de características privativas, esto es, de aspectos que le sean ciertos. Las ideas de unidad, identidad, número y diferencia corresponden por completo al ser. El hijo que contempla al padre como único e idéntico. Es uno y es él. El hombre que alaba a Dios como uno solo e idéntico a Sí mismo: “Yo soy El que soy” (Éxodo, 3-14). Es uno y es Él. Cada ser es único e idéntico a sí mismo, condición sine qua non para ser diferente a los demás. Cuando la verdad prevalece la contradicción no prospera.


[i]  Jaime Balmes. (1940).  Filosofía Fundamental. Tomo II.  Ediciones Hispánicas. Valladolid

[ii] Santo Tomás de Aquino. (1985). Compendio de Teología. Ediciones Orbis, S.A. Barcelona

[iii] Biblia de Jerusalen. (1975). Ediciones Desclee de Brower. Bilbao.

[iv] Parménides, Zenon, Meliso (1970). Fragmentos . Editorial Aguilar


Eduardo Gómez Melero

Doctor investigador en la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM). Doctor en ciencias económicas, empresariales y jurídicas por la Universidad Politécnica de Cartagena. Columnista de Religión en Libertad. Servidor de: Dios, la Iglesia y usted.