Así reza el evangelio de Marcos 13, 24-32. En los tiempos modernos estas palabras suponen una gran revelación sobre cómo el pueblo de Dios debe actuar. La Iglesia, junto con sus fieles, están entrando, poco a poco, en el ambiente pesimista del mundo. Pensamientos como “No hay nada que hacer”, “Todo está perdido”, “Que venga Dios y nos lleve ya” … Son cada vez más comunes entre los fieles católicos, incluso entre los propios pastores del rebaño. Pero ¿En verdad no hay nada más que hacer en este mundo?, ¿Todo está perdido?, ¿Estamos ya en el final de los tiempos?
Antes de dar respuesta a estas cuestiones echaremos una vuelta atrás, al pasado:
En primer lugar nos trasladaremos al siglo V de nuestra era. Nos encontramos en un momento muy convulso de la historia. Tras la muerte de Teodosio el 17 de enero del 395, el imperio romano queda dividido entre sus dos hijos, Arcadio (Oriente) y Honorio (Occidente). Además, durante el gobierno de Teodosio, se había producido un hito social en el imperio. A partir del 27 de febrero del 380 el cristianismo se había constituido como la religión oficial del estado romano. A partir de entonces y hasta la caída da ambas mitades del imperio la sociedad asimilaría el gobierno y la figura imperial con la religión cristiana.
Por este motivo (la asociación gobierno-religión / imperio-cristianismo) las desgracias y derrotas militares que sufriría el imperio y sus diversos gobernantes se asociarían con la religión. Así, tras el saqueo de Roma en el 410 por las huestes visigodas de Alarico y la muerte de San Agustín de Hipona en el 430 junto con constantes derrotas militares y pérdidas territoriales en Britania, Hispania, África, Panonia y las Galias, el pueblo cristiano de occidente asumió la llegada de la Parusía, asimilando el fin del imperio con el fin del mundo.
Como todos conocemos, la caída del imperio romano llegó en el año 476, cuando el rey de los Hérulos, Odoacro, derrocó al último emperador, Rómulo Augusto. Pero, el mundo continuó. Los inicios del periodo conocido como edad media fueron caóticos, no solo por el hecho de la destrucción de la parte occidental del imperio y de todo su sistema administrativo, sino porque la población, ante la destrucción del imperio, esperaba diariamente el retorno de Cristo y el fin del mundo.
Avancemos un poco en el tiempo hasta el siglo XV. En el año 1453 el sultán otomano Mehmed II tomó Constantinopla, capital del imperio bizantino o romano oriental, acabando así con el milenario imperio. De nuevo el mundo cristiano se sumió en una ansiedad y en un pesimismo sumo. De nuevo, como había ocurrido con la caída de Roma, la cabeza política del cristianismo (en este caso ortodoxo), había caído en manos de los paganos. El imperio que había apoyado, permitiendo el paso por su territorio a los cruzados, al occidente cristiano había desaparecido. Una vez más la parusía parecía cernirse sobre la humanidad entera. Pero, de nuevo, el mundo continuó, no llegó el final de los tiempos.
Continuemos avanzando un poco más. Esta vez nos fijaremos en el siglo XX, concretamente en Europa. Este siglo hizo templar los cimientos del viejo continente y fue un periodo que propició el incremento del pensamiento parusaico en la sociedad. Hagamos memoria:
España, cabeza de la catolicidad y de la evangelización en el mundo durante siglos se veía sumida en una guerra civil con tintes anticlericales entre los años 1936 y 1939. Dos décadas antes el viejo continente había sufrido un conflicto armado conocido como la Gran Guerra o la primera guerra mundial tras el magnicidio del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. En 1917 se produce el asesinato de la familia del zar Nicolás II en Rusia a manos de los comunistas revolucionarios. Entre 1939 y 1945 se produce la segunda guerra mundial. Entre 1941 y 1945 se produce la guerra del Pacífico mientras que en China culmina la guerra civil en 1949, conflicto que había iniciado en 1927. En 1967 se produce la guerra de los 6 días. Entre 1990-1991 se produce la guerra del golfo. La guerra fría supone un constante temor de guerra nuclear…
La sociedad cambió totalmente, de repente, las sociedades monárquicas e imperiales fueron sustituidas por “democracias”. La fe comenzó a abandonarse ante la interrogante del mal y del dolor. Los nuevos pensamientos filosóficos como el nihilismo o racionalismo radical se impregnaron en la sociedad e incluso, en algunas ocasiones, en estamentos eclesiásticos que derivaron en herejías como la teología de la liberación o el modernismo.
Ante este panorama y tras este siglo, el peor de la humanidad en el que fallecieron millones y millones de personas, la Parusía continuó sin llegar. Pese a su aparente inminencia.
Ahora bien, ante esta perspectiva histórica con la que contamos tras este repaso nos encontramos, de nuevo, ante el interrogante inicial, ¿En verdad nos encontramos actualmente ante la llegada de la Parusía, del fin de los tiempos? La respuesta es sencilla; No.
Probablemente en poco tiempo seamos testigos de la caída de un nuevo “imperio romano”, este es, la sociedad antropocentrista y humanista surgida del renacimiento y cuyos coletazos finales fueron visibles en la revolución belicista francesa de 1789. La sociedad cambiará, pues este nuevo “imperio” no es capaz de sostenerse más sobre sus frágiles cimientos. Ahora bien, podemos estar seguros de que, lo que no pasará, son las palabras de Cristo (verba autem mea non transibunt) como lo cita el evangelio. Es decir, la sociedad cambiará, pero la Iglesia continuará ahí, fuerte, sustentada sobre piedra, por lo que no podemos entrar en pensamientos deprimentes y pesimistas al contemplar el fin de una sociedad pues la esperanza de los católicos no radica en los gobiernos y sus regentes, que son elementos temporales. Nuestra esperanza radica en Dios.
Joven católico, que defiende mediante la oración, las palabras y las obras las verdades y la doctrina de mi madre, la Santa Iglesia Católica. Lector empedernido y orador constante. Estudiante del grado de estudios hispánicos en la universidad de Alcalá de Henares, Madrid. A favor de la vida y de la familia tradicional.